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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (25 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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—¿Cree que vendrá el enemigo, capitán? —preguntó la muchacha. Tenía una voz calmada y segura que delataba su educación y su buena cuna.

Bolitho dudó.

—Siempre es posible.

Ella mostró sus intachables dientes.

—Ahí lo tienen ¡Profundas palabras para un oficial del rey tan joven! —varias de los otras sonrieron. Algunas incluso rieron en alto.

—Si me disculpan, señoras —dijo Bolitho rígidamente. Dirigió a la muchacha una fiera mirada—. Tengo trabajo que hacer.

Tyrrell escondió una sonrisa cuando le adelantó, recordando las palabras de Stockdale «tan furioso que nadie osaría acercársele». Estaba enfadado ahora, furioso. Tyrrell resolvió que era bueno. Podría distraerle del peligro real.

Una criadita le tocó en el brazo.

—Perdone, señor, pero hay una señora ahí abajo muy enferma, con mucha fiebre.

Bolitho se detuvo y les miró.

—Envíen al cirujano.

Se puso de nuevo en tensión cuando la otra muchacha se acercó en su dirección, con el rostro súbitamente serio.

—Lamento haberle hecho enfadar, capitán. Ha sido imperdonable.

—¿Enfadar? —Bolitho dio un tirón al cinturón de su espada— No creo haber resultado…

Ella tocó su mano.

—Eso es indigno de usted, capitán. Puede que sea inseguro, pero nunca pedante.

—Cuando crea que ha terminado…

De nuevo ella le interrumpió sin ni siquiera alzar la voz.

—Las otras mujeres estaban cerca de la histeria, capitán. En un minuto la tormenta nos agitaba como a marionetas, al siguiente hubo un conato de motín y disturbios. Hombres luchando unos con otros, por la bebida y por lo que podrían conseguir de nosotras cuando estuvieran demasiado enloquecidos para pensar en otra cosa —bajó los ojos—. Fue horrible. Terrorífico —elevó de nuevo los ojos y los posó en su rostro. Eran del color de las violetas—. Entonces hubo un grito. Alguien gritó «¡Un barco! ¡Un barco del rey!» y corrimos a cubierta a pesar del peligro —se volvió para mirar más allá de la amurada—. Y allí estaba usted. El pequeño
Sparrow
. Era demasiado para la mayoría de nosotras. Si no hubiera hecho esa broma a sus expensas creo que algunas se hubieran desmoronado.

Las defensas de Bolitho se vinieron abajo.

—Eh… Sí… Muy cierto… —jugueteó con la hebilla de su espada y vio que Dalkeith pasaba a su lado a toda aprisa y le dirigía al pasar una mirada curiosa— Discurrió muy rápido, señora.

—Sé algunas cosas, capitán. Vi sus ojos cuando hablaba a sir James y a su teniente. Lo peor está por llegar, ¿verdad?

Bolitho se encogió de hombros.

—Sinceramente, no lo sé —escuchó cómo el general gritaba enfadado a un marinero y dijo:— Ese hombre me pone nervioso.

Ella amagó una burlona reverencia y sonrió de nuevo.

—¿Sir James? Puede resultar un poquitín difícil, estoy de acuerdo.

—¿Le conoce?

Ella dio un paso hacia las otras mujeres.

—Es mi tío. Capitán —rió—, realmente debe intentar esconder mejor sus emociones. ¡De otro modo jamás llegará a almirante!

Tyrrell subió a cubierta.

—La mujer de la cabina está enferma —dijo— pero Dalkeith se las está arreglando bastante bien —frunció el ceño—. ¿Se encuentra bien, señor?

—¡En el nombre de Dios! —dijo Bolitho, ásperamente—. ¡Deje de hacerme preguntas estúpidas!

—Si, señor —sonrió al ver a la chica que bajaba por la batayola y avanzaba más allá—. Comprendo señor.

Sonó un disparo apagado y cuando todos se volvieron Bolitho vio una nube de humo que ascendía desde uno de los cañones de babor del
Sparrow
. El general subió por la escalera.

—¿Qué fue eso? —gritó.

—La señal, señor —replicó Bolitho con calma—. El vigía ha avistado al enemigo.

No hizo caso del general ni de los otros cercanos a él, mientras su mente aceptaba lo único importante. De algún modo se sentía aliviado al reconocer lo que debía hacer.

—Señor Tyrrell, el
Bonaventure
aún tardará varias horas en mostrar sus intenciones. Para entonces habrá oscurecido demasiado para que su capitán ataque. ¿Por qué hacerlo? Simplemente tiene que esperar hasta el amanecer y disparar entonces.

Tyrrell le observó, fascinado por su tono inmutable. Bolitho continuó.

—Si no tenemos el viento en contra, podremos transferir los pasajeros al
Sparrow
. Quiero que todos los botes trabajen y que todos los que no estén ni heridos ni enfermos se involucren en esta tarea.

—Comprendo —Tyrrell le estudió impasible—. Usted no puede hacer nada más. Muchos les abandonarían a su propia suerte.

Bolitho sacudió la cabeza.

—No me ha comprendido. No voy a abandonar el
Royal Anne
, ni mandarlo a pique para evitar que lo apresen —vio cómo la mandíbula de Tyrrell se tensaba, y la rápida ansiedad en sus ojos—. Pretendo permanecer en ella con sesenta voluntarios. Lo que ocurra luego dependerá mucho del capitán del
Bonaventure
.

No se dio cuenta de que los otros se habían apiñado en torno a él, pero se volvió cuando el general exclamó:

—¡No puede! ¡No se atreverá a arriesgar este barco y su cargamento! ¡Antes le veré condenado!

La seda rozó de nuevo el brazo de Bolitho.

—Tranquilízate tío —dijo la muchacha con calma—. El capitán pretende hacer algo más que atreverse —no volvió su rostro—. Pretende morir por nosotros. ¿Es que no es eso suficiente, incluso para ti?

Bolitho asintió secamente y caminó hacia la popa escuchando la voz de Stockdale mientras se apresuraba a esconder su retirada. Debía pensar, planear cada instante hasta que le llegara el momento de la muerte. Hizo una pausa y se reclinó contra la ornada regala. La muerte. ¿Caería tan pronto sobre él?

—¡Corra la voz de que esos botes comiencen a cargar inmediatamente! —dijo, y se volvió, furioso—. Mujeres y niños, luego los heridos —miró hacia el segundo del barco, y vio que la muchacha le observaba detrás de él—, y que nadie me contradiga.

Caminó hasta el lado opuesto y contempló el barco que mandaba. Era tan hermoso, pensaba mientras permanecía cuidadosamente junto a la pasarela del
indiaman
. Muy pronto aparecerían las velas enemigas en el horizonte, acercándose como el cazador al acecho. Quedaba mucho por hacer. Órdenes para que el
Sparrow
llegara a Antigua, quizá incluso una breve carta a su padre, pero aún no. Debía permanecer aún quieto por un momento para observar su barco, para mantenerlo en su memoria antes de que se lo arrebataran.

Bolitho aún contemplaba el
Sparrow
a través del agua cuando Tyrrell se acercó a la popa para informarle de que todos los botes disponibles estaban arriados y de que llevaban a los pasajeros y a la tripulación del
indiaman
hasta la corbeta que les esperaba.

—Estarán un poco más apretados que cuando rescatamos a los casacas rojas —añadió. Dudó un momento y dijo—. Desearía permanecer con usted, señor.

Bolitho no le miró.

—¿Comprende lo que está diciendo? Está apostando su propia vida.

Tyrrell intentó sonreír.

—Héctor Graves será mejor comandante.

Bolitho se enfrentó a él.

—Puede que deba luchar contra los suyos.

Tyrrell sonrió.

—Sabía que eso era lo que estaba pensando —señaló hacia algunos de los marineros del
Sparrow
que llevaban a una señora mayor hacia un bote—. Éstos son los míos. Bueno, ¿puedo quedarme?

Bolitho asintió.

—Bienvenido a bordo —se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo—. Ahora escribiré las órdenes para Graves.

—¡Los de cubierta! ¡Vela por la aleta de babor!

Se miraron el uno al otro.

—Apresure a nuestra gente —dijo Bolitho en voz baja—. No quiero que el enemigo vea lo que estamos haciendo.

Mientras se alejaba, Tyrrell le siguió con la mirada.

—Así se hará, capitán —murmuró.

Escuchó un súbito grito y vio que la muchacha que había hecho enfadar a Bolitho luchaba por abrirse camino a través de una hilera de marineros.

—¡No quiere irse, señor! —gritó el ayudante del contramaestre.

La muchacha golpeó el brazo del marinero pero él ni siquiera pareció enterarse.

—¡Deje que me quede! ¡Quiero estar aquí! —le gritó a Tyrrell.

Él le sonrió y luego señaló al bote. La cogieron en brazos mientras ella continuaba golpeando y protestando y la llevaron a la batayola, donde, con pocas ceremonias, fue llevada al costado, como si fuera una pieza de seda brillante.

El cielo estaba mucho más oscuro cuando Bolitho subió a cubierta con un sobre sellado para el bote que aún permanecía colgado de los aparejos. Los demás botes habían sido izados, y alrededor de él el barco parecía callado y silencioso.

Elevó el catalejo y lo hizo girar sobre la cubierta. El
Bonaventure
ahora era visible a unas seis millas de distancia, pero ya habían acortado velas, esperando, como él había imaginado, por el nuevo día.

Tyrrell se tocó el sombrero.

—Nuestros hombres están a bordo, señor —señaló hacia la cubierta principal, donde el guardiamarina Heyward hablaba con un oficial de poco rango—. Los escogí yo mismo, pero hubiera podido tener todos los voluntarios que quisiera.

Bolitho tendió el sobre a un marinero.

—Lleve esto a bordo —muy despacio, le dijo a Tyrrell—. Descanse un poco; mientras tanto pensaré.

Más tarde, cuando Tyrrell descansaba en una cabina abandonada, el suelo de la cual estaba cubierto con cofres abiertos y ropa deshecha, escuchó los zapatos de Bolitho en la cubierta, sobre su cabeza.

Arriba y abajo, ida y vuelta. Pensando. Pronto el sonido de sus pasos le hizo cerrar los ojos y cayó en un sopor sin sueños.

Bolitho permaneció a horcajadas sobre la popa del
Royal Anne
y vio, por primera vez, su sombra a través de la regala. La noche había resultado muy larga, pero con la llegada del amanecer todo parecía comenzar finalmente, como el inicio de un drama mal ensayado. Fuera, en la aleta de babor, observó la pirámide creciente de velas donde el gran corsario se movía ante el viento. Extrañamente, su casco aún permanecía perdido en las sombras, y sólo una mancha blanca en torno a su roda indicaba su creciente velocidad. Estaba a unas tres millas de distancia. Volvió el catalejo hacia la cubierta opuesta, hacia la pequeña corbeta. El
Sparrow
estaba mucho más cerca, pero aún así parecía aún menor.

Tyrrell se unió a él.

—El viento parece constante, señor —dijo—. Según creo, nornoroeste —hablaba en voz baja, como si temiera molestar a los barcos y a sus deliberados preparativos de guerra.

Bolitho asintió.

—Arrumbaremos hacia el sureste. Es lo que espera el enemigo.

Apartó sus ojos del corsario y se volvió para mirar a lo largo de la cubierta del indiaman. El nuevo juanete funcionaba bien, como el contrafoque. El resto no eran más que jirones, e intentar virar más de un punto sería una pérdida de tiempo.

—He comprobado los cañones yo mismo —suspiró Tyrrell—. Cargados, como ordenó —se rascó el estómago—. Algunos de ellos están tan viejos que se derrumbarán si los disparamos dos veces.

Bolitho se volvió hacia popa de nuevo para observar los otros barcos. Levantó el catalejo, lo movió despacio hacia la cubierta del
Sparrow
y vio las figuras en las pasarelas, y un marinero solitario en la arboladura de su palo mayor. Después, en la popa, cuando una extraña ráfaga hacía ondular la vela mayor, como el delantal de un molinero, vio a Graves. Permanecía de pie junto al timón, con los brazos cruzados y parecía un auténtico comandante. Bolitho dejó escapar el aire muy despacio. Muchas cosas dependían de Graves. Si perdía la cabeza o malinterpretaba sus órdenes cuidadosamente estipuladas, el enemigo aún podía capturar a dos por el precio de uno. Pero Graves había captado bien la primera parte. Lucía el nuevo uniforme de Bolitho, y el reborde dorado brillaba claramente pese a la débil luz. El capitán enemigo debía recelar y estar al acecho. Nada debía ir mal al principio. Sólo el cielo sabía cómo los pasajeros habían sido escondidos fuera de la vista. Sería como una tumba sellada, como una pesadilla para las mujeres y los niños una vez que los cañones dispararan.

El guardiamarina Heyward se acercó hasta la popa.

—Los hombres a bordo están listos, señor —dijo. Como Bolitho y Tyrrell, se había quitado el uniforme, y parecía aún más joven con la camisa abierta y los pantalones.

—Gracias.

Bolitho reparó en que en lugar de un puñal de guardiamarina, Heyward había pensado que la ocasión era digna de lucir una de sus preciadas espadas. Se escuchó un estruendo y vio cómo una bala rebotaba a través de las vivas olas antes de arrojar una oleada de espuma entre el barco y la proa del
Sparrow
. Un disparo de avistamiento, una declaración de intenciones, posiblemente ambos, pensó con seriedad.

Sobre el agua, y perfectamente audible sobre el estruendo de las lonas desgarradas, escuchó el
staccatto
de los tambores, y se imaginó la escena a bordo del
Sparrow
mientras sus hombres corrían a cubierta. Fase dos. Vio el parche escarlata cuando la enseña ascendió garbosamente hasta su tope y sintió una opresión en su garganta cuando las portas se abrieron para revelar la línea de cañones. Disponiendo de menos de la mitad de la tripulación, Graves debía haber incluido a parte de la tripulación del
indiaman
para conseguir que los cañones lucieran así. Pero eso era exactamente lo que tenían que parecer, como si la corbeta se preparara para lanzar un desafío, e intentar defender a su pesado consorte. Otro estruendo y una bala se hundió en el mar a más o menos un cable de la roda del
Sparrow
.

Bolitho apretó la mandíbula, Graves lo estaba haciendo bien. Si el viento escogía ese momento para virar sería incapaz de continuar, y estaría en un apuro si intentaba retroceder y intentarlo de nuevo.

—¡Allá va! —dijo Tyrrell.

Las vergas de la corbeta vibraban, y cuando su pasamanos de sotavento se sumergió en el oleaje comenzó a virar describiendo un estrecho arco a estribor, cruzando frente a la popa del
Royal Anne
, como un pequeño terrier que quisiera protegerle. El enemigo pensaría que el
Sparrow
se estaba preparando para luchar a muerte y que ordenaba que el
indiaman
corriera mientras pudiera. El fuego del cañón estalló violentamente en la batería cercana al palo del trinquete del
Bonaventure
, y más salpicaduras le fueron pisando los talones a la corbeta. Graves acortaba vela, alejando de sus cañones las velas que le estorbaban, pese a que era poco probable que tuviera hombres en más de un cuarto de ellas.

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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