Al Filo de las Sombras (35 page)

Read Al Filo de las Sombras Online

Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
10.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Oh, dioses —dijo Logan mientras hundía la cara en sus manos.

De repente, el dolor lo atenazó. Se le formó una mueca en la cara y no pudo contener las lágrimas. La había abrazado, su cuerpo tan pequeño y vulnerable contra su pecho, mientras sangraba. ¡Dioses, cómo sangraba! Él le había dicho que todo acabaría bien. Le había hablado de la paz, y esa había sido toda la protección que había sido capaz de ofrecerle, porque no podía hacer nada más.

Alguien lo envolvió con un brazo. Era Lilly. Dioses. Después Natassa también lo abrazó. Eso empeoró las cosas. Sollozaba sin freno. Todo estaba borroso y emborronándose más. Había reprimido la pena durante tanto tiempo que ya no lo soportaba más.

«Pronto estaré contigo», le había dicho a Jenine. Ya se hacía realidad. Iba a morir allí. Ya se estaba muriendo.

Miró a la cara de Natassa y vio que sollozaba con él. ¡Pobre! La habían capturado, traicionada por alguien de la resistencia, y la habían arrojado allí con aquellos monstruos. Logan no sabía hasta qué punto lloraba por él y hasta qué punto lo hacía por sí misma. No la culpaba. Debía saber que, en cuanto cayese él, los ojeteros irían a por ella.

Hasta Lilly lloraba. Logan no habría imaginado que fuese capaz. ¿Por qué lloraba? ¿Tenía miedo de que, en cuanto los ojeteros tuviesen a Natassa, más joven y guapa, ella perdería su poder y posición? ¿De que la matasen?

Al mirar la cara de Lilly, se odió por el cinismo de ese pensamiento. Llevaba demasiado tiempo allí abajo. La expresión de su cara no era miedo. Era amor. Lilly no lloraba por ella, lloraba por él.

«¿Quién soy yo para merecer tanta devoción? No soy digno.»

—Ayudadme a levantarme —dijo con la voz ronca.

Lilly miró a Natassa, y sus lágrimas cesaron. Asintió.

—Venga, arriba.

Todas las miradas del Agujero estaban puestas ya en Logan. Algunas con curiosidad, otras con hambre. Fin parecía no caber en sí de gozo.

—¡Atención, hijos de puta! —exclamó Logan. Era la primera vez que usaba una palabrota, y notó que algunos eran conscientes de ello. Bueno, cuanto más loco creyesen que estaba, mejor—. Escuchad. Os oculté un secretillo porque no sabía que erais unos delincuentes tan finos y distinguidos. Os he ocultado un secretillo que podría cambiarlo todo...

—Sí, sí, ya lo sabemos —lo cortó Fin—. Nuestro pequeño Rey se cree Logan de Gyre. ¡Cree que es el rey de verdad!

—Fin —dijo Logan—, hay dos buenos motivos para que cierres esa sucia bocaza. Primero, me estoy muriendo. No tengo nada que perder. Si mantienes cerrado ese ano lleno de dientes que tienes, me moriré sin que tengas que mover un maldito dedo. Pero si sigues hablando, iré a matarte. Puede que esté débil, pero me quedan fuerzas suficientes para arrastrar tu puñetero culo agujero abajo si no me importa caer yo también. Créeme, si empezamos a pelear, hay más de uno por aquí que se asegurará de que nos vayamos para abajo los dos.

—¿Y el segundo motivo? —dijo Fin prácticamente siseando. Estaba desenrollando su cuerda y ajustando el nudo corredizo del extremo.

—Si no te callas —prosiguió Logan—, será culpa tuya que tire esto por el agujero. —Se llevó la mano al cinturón y sacó una llave de hierro—. Es la llave de la reja.

Un hambre instantánea invadió todos los ojos.

—¡Dámela! —dijo alguien.

Los ojeteros empezaron a acercarse, y Logan avanzó con paso vacilante hacia el agujero. Sostuvo la llave sobre la oscuridad y se tambaleó hacia delante y hacia atrás, con un mareo no del todo fingido.

La amenaza aplacó a los ojeteros.

—Me siento muy enfermo, muy mareado —dijo Logan—. O sea que, si queréis que esta llave acabe en su agujerito de allí arriba, escuchadme con mucha atención.

—¿Cómo has podido guardarla durante todo este tiempo? —lo acusó Nick Nuevededos—. ¡Podríamos haber escapado hace meses!

—Cierra el pico, Nick —dijo alguien.

Logan miró a su alrededor, tratando de ver dónde estaba el grasiento duque khalidorano, pero las caras eran un borrón.

—Si queremos usar la llave, tenemos que trabajar juntos. ¿Lo entendéis todos? Si falla una persona, moriremos todos. Lo peor es que debemos confiar unos en otros. Haremos falta tres para llegar a la cerradura.

Empezaron todos a murmurar, unos ofreciéndose voluntarios, otros poniendo pegas.

—¡A callar! —ordenó Logan—. ¡O lo hacemos a mi manera o tiro la llave! Si lo hacemos a mi manera, saldremos todos. ¿Entendido? Hasta tú, Fin. En cuanto subamos a las Fauces, tengo un plan con el que escaparemos al menos la mitad. Quizá todos. Han estado haciendo obras al otro lado de este nivel, y creo que podemos aprovecharlo siempre que matemos a Gorkhy antes de que dé la alarma. Pero tenéis que hacer todos exactamente lo que yo os diga.

—Está loco —protestó Nick.

—Es nuestra única oportunidad —dijo Tatu—. Cuenta conmigo.

Todos miraron a Tatu llenos de asombro. Era la primera vez que ninguno de ellos oía hablar al lodricario tatuado.

—Bien —dijo Logan—. Necesitamos que tres personas formen un pilar para llegar a la reja. Chi será la base, yo el segundo y Lilly abrirá la reja. A partir de allí, tenemos dos opciones, y cuál elijamos depende de Fin.

Fin adoptó una expresión más recelosa todavía.

—La primera opción consiste en que todos los que seáis lo bastante ligeros y fuertes para trepar por nuestras espaldas podáis salir, pero no dejaré que Fin se vaya. De modo que el Chirríos, Fin y yo moriremos.

—Si alguien sale, yo salgo —dijo Fin—. No vas a...

—¡Cállate, Fin! —dijo alguien, envalentonado de repente por la perspectiva de la libertad.

—Segunda opción: Fin le da su cuerda a Lilly. Ella puede atarla a algo allí arriba y todos salimos escalando. Fin, la cuerda es tuya, de modo que eliges tú. Ah, y si yo no salgo, no te cuento mi plan para huir de las Fauces.

Todo el mundo miró a Fin. Logan de repente volvía a sudar. «Vamos, cuerpo, solo un poquito más.»

—Podéis usar la cuerda —dijo Fin—. Pero si queréis usarla, pienso formar parte del pilar. Yo abriré la reja.

—Olvídalo —replicó Logan—. Nadie se fía de ti. Si sales, nos dejarás tirados.

Se oyeron murmullos de acuerdo, incluso entre los ojeteros del bando de Fin.

—Pues yo no pienso trepar luego por ese monstruo dentudo. Si queréis mi cuerda, yo formo parte del pilar, y no se hable más.

—Vale —dijo Logan. Había supuesto desde el principio que llegarían a eso. Solo había defendido la primera posición ante Fin para que sintiera que ganaba algo—. Yo seré la base. Tú puedes ser el segundo. Lilly abrirá la reja. —Logan entregó la llave a la mujer y le dijo, lo bastante alto para que lo oyeran todos—: Lilly, si Fin intenta algo, tira la llave por el agujero, ¿vale?

—Si cualquiera intenta algo, tiro la llave por el agujero —matizó ella—. Lo juro por todos los dioses del infierno, el dolor y el Agujero.

—Lo haremos uno a uno —dijo Logan—. Yo iré diciendo quién es el siguiente.

Sacó el cuchillo y se lo entregó a Natassa.

—Natassa, si alguien se acerca antes de su turno, le clavas esto, ¿de acuerdo? —Una vez más, lo dijo en voz alta para que todos lo supieran—. Natassa será la primera en salir. Ella atará la cuerda a algo allí arriba para que todos podamos escalar. Fin y yo seremos los últimos, pero todo el mundo va a salir. Hemos pagado por nuestros crímenes.

Fin bordeó el agujero mientras desenrollaba la cuerda de tendones que llevaba en torno al cuerpo. La plegó en grandes aros con una facilidad casi espeluznante. Se jactaba de haber estrangulado a treinta personas antes de que lo atrapasen, sin contar a isleños y mujeres. Por debajo de la cuerda, tenía el mismo aspecto que cualquiera que llevase mucho tiempo en el Agujero. Escuálido, con la piel marrón oscuro de mugre, apestoso, y la boca ensangrentada en ocasiones por culpa del escorbuto que padecía todo ojetero veterano.

Se relamió mientras se acercaba a Logan y sorbió sangre por entre los dientes.

—Ya ajustaremos cuentas más tarde —dijo. Alzó la cuerda enrollada y se la puso al cuello.

Logan se secó el sudor de la frente. Le entraban ganas de matar a Fin en ese preciso instante. Si agarraba la cuerda y lo empujaba, tal vez... Tal vez. El riesgo no valía la pena. Estaba demasiado débil, demasiado lento. Debería haber probado su plan antes, pero antes Fin jamás se hubiese acercado tanto a él. En cualquier otra ocasión habría sospechado que Logan quería matarlo y, en caso de haber probado antes de recuperar el cuchillo, el intento lo habría puesto en una posición demasiado vulnerable.

Se apoyó en la pared con las manos y se agachó. Fin se le acercó poco a poco, rezongando y maldiciendo entre dientes. Al final puso un pie sobre el muslo de Logan, se subió a su espalda y por último a sus hombros, ayudándose con las manos en la abrupta pared.

A Logan le sorprendió constatar que el peso no era tan terrible. Pensó que podría aguantar. Solo tenía que afianzar las rodillas, apoyarse en la pared, y podría conseguirlo. De ninguna manera podría escalar por la cuerda con sus propias fuerzas, pero quizá sus amigos tirarían de él. Si salía el último, se ataría la cuerda al cuerpo y Lilly, el Chirríos y Natassa podrían sacarlo a pulso. Si tan solo dejara de temblar...

—Deprisa —dijo.

—Eres demasiado alto, joder —dijo Lilly—. ¿Puedes agacharte?

Logan negó con la cabeza.

—Mierda —exclamó ella—. Vale. Pídele al Chirríos que ayude. Solo te hace caso a ti.

—¿Pedirle qué? —Debía de ser algo obvio, y Logan lo sabía, pero no pensaba con claridad.

—Que me levante —explicó Lilly.

—Ah. Chi, levántala. No, Chirríos, así no. —Fueron necesarias bastantes instrucciones pero, al final, el gigantón lo entendió y se agachó junto a Logan mientras Lilly se encaramaba a su espalda y después se ponía de pie sobre sus hombros. Entonces se metió la llave en la boca y empezó a intentar pasar de uno a otro.

Logan era mucho más alto que el Chirríos, de modo que Lilly tuvo que cargar el peso con un pie en su hombro, donde ya estaba Fin subido. La carga desigual hizo que Logan se tambaleara.

—Estate quieto —siseó Fin. Imprecó a Logan repetidamente mientras Natassa le ponía una mano en el hombro para intentar equilibrarlo.

Logan sintió que lo recorría una oleada de frío.

—Vamos —dijo—. Daos prisa.

El peso de Lilly volvió a cargarle el hombro izquierdo, y después se desplazó hacia atrás y hacia delante mientras ella y Fin trataban de encontrar un equilibrio. Logan no sabía lo que estaban haciendo. Cerró los ojos con fuerza y se agarró a la pared.

—Puedes hacerlo —susurró Natassa—. Puedes hacerlo.

El peso se desplazó bruscamente a la derecha, y los ojeteros lanzaron un grito ahogado. Logan empezó a ceder pero resistió; la pierna derecha le temblaba por el esfuerzo.

La carga de improviso se aligeró y un murmullo de exclamaciones contenidas recorrió el Agujero. Logan alzó la vista bizqueando y vio que Lilly estaba sobre la espalda de Fin y se había agarrado a la reja con una mano para estabilizarse y descargar una parte de su peso.

Entonces oyeron el sonido que les inspiraba pavor. El sonido del roce del cuero, del tintineo de la cota de mallas, de las palabrotas encadenadas con liberalidad, de una espada golpeando la roca. Gorkhy se acercaba.

Capítulo 39

La hora de las brujas había llegado. Hacía frío, demasiado para que nevase. Un viento gélido arrastraba las nubes entre los dientes de las montañas, atravesaba capas y guantes, hacía que las espadas se pegasen a sus vainas y que los hombres temblaran en sus puestos. Las nubes parecían fantasmas que se escurrieran veloces sobre los campos de la muerte y treparan por las murallas. Los gruesos y anchos braseros de carbón que ardían a lo largo de todas las murallas no hacían nada por mantener a raya el helor. El calor salía volando y la noche se lo tragaba. Las barbas se congelaban y los músculos se entumecían. Los oficiales gritaban órdenes a sus hombres para que aullaran ellos también al viento y mantenerlos en movimiento.

Aquellos aullidos agudos solían ser objeto de chistes repetidos hasta la saciedad y comparaciones con las últimas hazañas de alcoba de los hombres, acompañadas a veces de imitaciones. Regnus de Gyre nunca había reprendido a los hombres por aullarle a esos vientos. Ahuyentaba los miedos, decía. En cualquier otro lugar la distracción habría impedido a los hombres oír a los posibles invasores, pero en Aullavientos no se oía nada de todas formas.

Pero nadie quería aullar esa noche. Esa noche los gritos parecían ominosos. Y si los hombres oían poco, tampoco veían mucho más. Las nubes raudas y cambiantes eran tan densas y ocultaban de manera tan completa la luna y las estrellas que con suerte verían a cincuenta pasos de distancia. Los arqueros solo resultarían útiles más o menos a ese alcance, en cualquier caso, por culpa del viento. Había sido la cruz de Regnus. Por mucho que practicaran los arqueros, al tener que disparar contra aquel maldito viento inconstante su puntería nunca mejoró gran cosa. Uno o dos tenían una intuición asombrosa para adivinar cuándo soplaría una ráfaga y podían acertar a un hombre a sesenta pasos, pero eso seguía sin acercarse a la ventaja de la que solía disponer una guarnición que defendía una muralla.

Solon se había apostado en la primera muralla, lo más lejos posible de Vass con la esperanza de que, si pasaba lo peor, podría ayudar a los hombres sin la interferencia del oficial.

No podía odiarle. Los ejércitos estaban llenos de personajes como Lehros de Vass, y era un buen hombre dentro de lo que cabía. Mejor que la mayoría. Solo era un soldado que necesitaba un oficial al mando, y los tiempos habían conspirado para convertirlo a él en uno. Un cruel vuelco del destino, por el que probablemente se recordaría a Vass como un idiota temerario que había llevado a sus hombres a la muerte, en vez de como un comandante heroico.

La espera era lo peor. Como todos los soldados, Solon la odiaba. Era bueno ser oficial cuando llegaba el momento de esperar. Podía ocupar el tiempo animando a los hombres para que se mantuviesen firmes. Impedía que uno se preocupase.

Solon creyó ver algo entre las nubes y la oscuridad. Se puso rígido, pero no era nada.

—Llega el momento. Recordad, no la miréis directamente —dijo a los hombres que tenía cerca.

Sacó los tapones de cera de abeja que había calentado dandóles vueltas con los dedos, se metió uno en una oreja y se detuvo.

Other books

What Time Devours by A. J. Hartley
Inmate 1577 by Jacobson, Alan
The Iron Woman by Ted Hughes
Stolen Life by Rudy Wiebe
Her Viking Wolf by Theodora Taylor
My Forbidden Mentor by Laura Mills
Be on the Lookout by Tyler Anne Snell
Breaking and Entering by Wendy Perriam