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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (15 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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Pallina asiente, como si el hecho de que unos tipos les roben en el bolso y las metan bajo la ducha fuera la cosa más normal del mundo.

—¡Ah, entiendo, no me lo habías dicho!

—Esperaba olvidarlo. Vamos.

Bajan decididas los últimos escalones. Pollo se acerca a Pallina. Babi deja que se expliquen y se dirige a Step.

—¿Qué haces aquí? ¿Se puede saber a qué has venido?

—¡Eh, calma! Antes que nada, éste es un sitio público y, además, he venido a acompañar a Pollo que hoy sale a comer con ésa.

—Da la casualidad de que «ésa» es mi mejor amiga. Y que Pollo en cambio es un ladrón, dado que ayer le robó el dinero.

Step la imita:

—Da la casualidad de que Pollo es mi mejor amigo y que no es un ladrón. Es ella la que lo ha invitado a comer y, entre otras cosas, paga tu amiga. Eh, pero ¿por qué eres tan ácida conmigo? ¿Qué pasa, estás enfadada porque no te invito a comer? Te llevo si quieres. ¡Basta con que pagues tú!

—Lo que hay que oír…

—Entonces hacemos así: tú mañana traes dinero, reservas en un buen sitio y yo tal vez pase a recogerte… ¿De acuerdo?

—¡Figúrate si yo voy contigo!

—Bueno, ayer por la noche fuiste, y hasta me abrazabas.

—Cretino.

—Venga, monta que te acompaño.

—Imbécil.

—¿Es posible que sólo sepas decir palabrotas? ¡Una buena chica como tú con el uniforme, que viene aquí al Falconieri toda modosita y luego va y se comporta así! ¡No está bien, no!

—Gilipollas.

Pollo se acerca justo a tiempo de oír ese último cumplido.

—Veo que os estáis haciendo amigos. Entonces, ¿venís a comer con nosotros?

Babi mira sorprendida a su amiga.

—¡Pallina, no me lo puedo creer! ¿Vas a comer con ese ladrón?

—Bueno, al menos recupero algo, ¡paga él!

Step mira a Pollo.

—¡Qué canalla…! Me habías dicho que te invitaba ella.

Pollo sonríe a su amigo.

—Bueno, de hecho, así es. Ya sabes que yo no miento nunca. Ayer le robé su dinero y pago con eso. Así que, en un cierto sentido, paga ella. ¿Qué hacéis entonces, venís o no?

Step, con aire insolente, mira a Babi.

—Lo siento, tengo que ir a comer a casa de mi padre. Pero no desesperes. ¿Quedamos mañana?

Babi trata de controlarse.

—¡Nunca!

Pallina monta detrás de Pollo. Babi la mira amargada, se siente traicionada. Pallina intenta calmarla:

—¡Nos vemos más tarde, paso por tu casa!

Babi hace ademán de irse, pero Step la detiene.

—Eh, espera. Si no me toman por mentiroso. Dilo, por favor. ¿Es verdad o no que ayer nos duchamos juntos?

Babi se libera.

—¡Vete a la mierda!

Step le sonríe a Pollo.

—¡Es su modo de decir que sí!

Pollo sacude la cabeza y se marcha con Pallina. Step se queda mirando a Babi mientras cruza la calle. Camina con paso resuelto. Un coche frena para no atropellarla. El conductor toca el claxon. Babi, sin ni siquiera volverse, sube al coche.

—¡Hola, mamá!

Babi le da un beso a Raffaella.

—¿Ha ido bien el colegio?

—Estupendamente —miente. «Recibir un dos en latín y una comunicación en el cuaderno no es, lo que se dice, ir estupendamente».

—¿No viene Pallina?

—No, va por su cuenta.

Babi piensa en su amiga, que va a comer con aquel tipo, Pollo. Absurdo. Raffaella toca el claxon, exasperada.

—Pero bueno, ¿se puede saber qué hace Giovanna? Daniela, te dije que se lo dijeras.

—Aquí está, llega ahora.

Giovanna, una muchacha rubia algo lánguida, cruza lentamente la calle y sube al coche.

—Perdone, señora.

Raffaella no dice nada. Mete la primera y se pone en marcha. La violencia con la que arranca es de por sí bastante elocuente. Daniela mira por la ventanilla. Su amiga Giulia habla con Palombi delante del colegio. Daniela se enfada.

—¡No es posible! Cada vez que me gusta uno Giulia se tiene que poner a hablar con él y a comportarse como una idiota. Mira que es increíble. Parece que lo haga adrede. Antes odiaba a Palombi y ahora, se pone a hablar con él.

Giulia ve pasar el Peugeot. Saluda a Daniela y le indica con un gesto que la llamará por la tarde. Daniela la mira con odio y no le responde. Luego se vuelve hacia su hermana.

—Babi, ¿Step ha venido a recogerte?

—No.

—¿Cómo que no? He visto que hablabais.

—Pasaba por casualidad.

—Bueno, podías haber vuelto con él. ¡Aquí está!

Justo en ese momento, Step pasa a toda velocidad con su moto junto al Peugeot. Raffaella vira de golpe asustada. Inútilmente. Step no la habría tocado jamás. Calcula siempre la distancia al milímetro.

La Honda 750 se dobla dos o tres veces rozando a los otros coches. Acto seguido, Step, con las Ray-Ban oscuras en los ojos, se vuelve ligeramente y sonríe. Está seguro de que Babi lo mira. De hecho, no se equivoca. Step reduce y sin detenerse en el semáforo rojo emboca la calle Siacci a toda velocidad. Un coche que viene por su derecha toca el claxon, cargado de razón. Un guardia no alcanza a ver bien la matrícula. La moto desaparece adelantando a otros coches. Raffaella se detiene en el semáforo y se vuelve hacia Babi.

—Como se te ocurra subir detrás de ese tipo no sé lo que te hago. Es un cretino. ¿Has visto cómo conduce? Mira, Babi, no bromeo, no quiero que vayas con él.

Puede que su madre tenga razón. Step conduce como un loco. Y sin embargo, anoche, cuando iba detrás de él con los ojos cerrados, en silencio, no tuvo miedo. Al contrario, le gustó ir con él. Babi abre la bolsa de la compra y arranca un trozo de pizza blanda. No siempre se puede uno controlar. Luego, movida por un impulso de total transgresión, decide que aquel es el momento adecuado.

—Mamá, la profesora Giacci me ha dado una nota para ti.

Dieciocho

Step se sirve una cerveza y enciende la tele. Pone el canal diez. En MTV sale en ese momento el viejo vídeo de los Aerosmith:
Love in an elevator
. Una tía buenísima acoge en un ascensor a Steven Tyler. Tyler, con una cara diez veces mejor que la de Mick Jagger, sabe apreciar a la muchacha. Step piensa en su padre sentado frente a él. Quién sabe si él también la aprecia. Su padre coge el mando a distancia de la mesa y apaga la televisión. Su padre es como Paolo, no sabe disfrutar de las cosas buenas de la vida.

—Hace tres semanas que no nos vemos y te pones a mirar la tele. Hablemos, ¿no?

Step bebe su cerveza.

—Está bien, hablemos. ¿De qué quieres hablar?

—Me gustaría saber qué has decidido hacer…

—No lo sé.

—¿Qué quiere decir no lo sé?

—Muy sencillo… Quiere decir que no lo sé.

La criada entra con el primer plato. Pone la pasta en el centro de la mesa. Step mira la tele apagada. Quién sabe si Steven Tyler habrá hecho ya el salto mortal con el que finaliza la canción. Cincuenta y seis años y todavía está así. Un físico excepcional. Una fuerza de la naturaleza. Mira a su padre. Tiene dificultades incluso para ponerse los espaguetis en el plato. Step se lo imagina algunos años antes haciendo un salto mortal. Imposible. Es más fácil que Paolo salga con su secretaria.

Su padre le pasa la pasta. Está aderezada con pan rallado y anchoas. Justo la que le gusta a él, la que le hacía siempre su madre. No tiene un nombre particular. Son los espaguetis con el pan rallado y basta. Aunque tengan también las anchoas. Step se sirve. Recuerda las veces que la ha comido en aquella misma mesa, en aquella casa, con Paolo y su madre. Normalmente, servían un poco más de salsa en un platito de porcelana. Paolo y su padre no querían, le tocaba siempre a él. Su madre le ponía un poco sobre la pasta con una cucharita. Al final le sonreía y volcaba el platito echándosela toda. Era su pasta preferida. Quién sabe si su padre lo ha hecho adrede. Decide no hablar de ello. Ese día, el platito no está. Al igual que muchas otras cosas. Su padre se limpia educadamente la boca con la servilleta.

—¿Has visto? He pedido que te preparen la pasta que te gusta. ¿Cómo está?

—Buena. Gracias, papá. Ha salido buenísima.

No está mal, en efecto.

—Lo único es que, quizá, debería tener un poco más de salsa. ¿Puedo beber otra cerveza?

Su padre llama a la criada.

—Sin ánimo de resultar aburrido pero ¿por qué no te matriculas en la universidad?

—No lo sé. Lo estoy pensando. Y, además, tendría que decidirme por una facultad.

—Podrías hacer derecho o economía, como tu hermano. Una vez licenciado te podría ayudar a encontrar un trabajo.

Step se imagina vestido como su hermano, en su despacho, con todos aquellos expedientes. Con su secretaria. Esa última idea le gusta por un instante. Luego se lo piensa mejor. En el fondo, puede siempre invitarla a salir y seguir sin pegar ni chapa.

—No sé. No creo que sirva.

—Pero ¿por qué dices eso? En el colegio ibas bien. No deberías tener problemas. En selectividad sacaste buena nota, no te fue tan mal.

Step bebe la cerveza que acaba de llegar. Habría podido ir mejor si no se hubiera producido todo aquel lío. Después de aquella historia no volvió a abrir un libro. No había vuelto a estudiar.

—No es ese el problema, papá. No lo sé, ya te lo he dicho. A lo mejor después del verano. Ahora no tengo ningunas ganas de pensar en eso.

—Y qué es lo que tienes ganas de hacer ahora, ¿eh? Te dedicas a ir por ahí buscando gresca. Siempre estás en la calle y vuelves tarde a casa. Me lo ha dicho Paolo.

—¡No sé qué te puede haber dicho Paolo, no se entera de nada!

—No, pero yo lo sé. Tal vez sería mejor que pasaras un año en el ejército, al menos te meterían un poco en vereda.

—Eso, sólo me faltaba el ejército.

—Bueno, si lo único que he logrado al conseguir que no fueras es que te pases el día en la calle buscando pelea, entonces habría sido mejor que te marchases.

—Pero quién te ha dicho que busco pelea… ¡Estás obsesionado, papá!

—No, estoy asustado. ¿Recuerdas lo que dijo el abogado después del proceso? «Su hijo tiene que tener cuidado. A partir de este momento cualquier denuncia, cualquier cosa que suceda, causará automáticamente la decisión del juez.»

—Claro que me acuerdo, me lo has repetido al menos veinte veces. Por cierto, ¿has visto al abogado?

—Lo vi la semana pasada. Pagué la última parte de sus honorarios.

Lo dice en tono grave, como para subrayar que han sido sin duda elevados. En eso es idéntico a Paolo. Se pasan la vida contando el dinero. Step decide no hacerle caso.

—¿Todavía lleva esa corbata tremenda?

—No, ha conseguido ponerse otra aún más fea.

Su padre sonríe. Más vale hacerse el simpático. Con Step no sirve de nada la línea dura.

—Venga, me parece imposible. Con todo el dinero que le hemos dado… —Step se corrige—: Perdona, papá, que le
has
dado, podría, al menos, comprarse una corbata algo más bonita.

—Si es por eso, podría hacerse un nuevo guardarropa…

La criada se lleva los platos y vuelve con el segundo. Es un bistec poco hecho. Afortunadamente, no va unido a ningún recuerdo. Mira a su padre. Inclinado sobre el plato, corta la carne. Tranquilo. No como aquel día. Hace mucho tiempo, aquel terrible día.

La misma habitación. Su padre camina arriba y abajo, rápido, agitado.

—¡Cómo que porque sí! ¿Porque me apetecía? Pero entonces tú eres una bestia, un animal, uno que no razona. Mi hijo es un violento, un loco, un criminal. Has destrozado a ese muchacho. ¿Te das cuenta? Podías haberlo matado. ¿O es que ni siquiera te das cuenta de eso?

Step está sentado con la mirada baja sin responderle. El abogado interviene:

—Señor Mancini, lo pasado, pasado está. Es inútil reñir al muchacho. Yo creo que algún motivo, aunque oculto, tiene que haber habido.

—Está bien, abogado. Entonces dígame usted: ¿qué debemos hacer?

—Para organizar la defensa, para poder responder en el tribunal, tendremos que descubrirlo.

Step levanta la cabeza. Pero ¿qué dice? ¿Qué sabe él? El abogado mira comprensivo a Step. Acto seguido se le acerca.

—Tiene que haber pasado algo, Stefano. Una vieja desavenencia. Una pelea. Una frase que haya dicho ese muchacho, algo que te pueda haber hecho… sí, en fin, que te haya sacado de tus casillas.

Step mira al abogado. Lleva una corbata terrible a rombos grises sobre un fondo de lamé. Luego se vuelve hacia su madre. Está sentada en una silla en un rincón del salón. Tan elegante como siempre. Fuma tranquila un cigarrillo. Step baja de nuevo la mirada. El abogado lo mira. Reflexiona por un momento en silencio. Luego se gira hacia la madre de Step y le sonríe de modo diplomático.

—Señora, ¿sabe si su hijo ha tenido alguna vez algo que ver con ese muchacho? ¿Si han tenido alguna discusión?

—No, abogado, no creo. Ni siquiera sabía que se conocieran.

—Señora, Stefano tendrá que presentarse ante un tribunal. Lo han denunciado. Habrá un juez, una sentencia. Con las lesiones que ha referido ese muchacho, serán severos. Si nosotros no podemos alegar nada… una prueba, algo, una mínima razón, su hijo tendrá problemas. Serios problemas.

Step está con la cabeza gacha. Se mira las rodillas. Sus pantalones vaqueros. Luego entorna los ojos. «Dios mío, mamá, ¿por qué no hablas? ¿Por qué no me ayudas? Yo te quiero tanto. Te lo ruego, no me dejes». Al oír las palabras de su madre, el corazón le da un vuelco.

—Lo siento, abogado. No tengo nada que decirle. No sé nada. ¿Le parece que, si tuviera algo que decir, si pudiera ayudar a mi hijo, no lo haría? Y ahora discúlpenme, tengo que marcharme.

La madre de Step se levanta. El abogado la mira salir de la habitación. A continuación se dirige a Step por última vez:

—Stefano, ¿seguro que no tienes nada que decirnos?

Step ni siquiera le contesta. Se levanta sin mirarlo y va hasta la ventana. Mira fuera. Aquel último piso justo frente al suyo. Piensa en su madre. Y en aquel momento la odia, tanto como antes la amaba. Luego cierra los ojos. Una lágrima desciende por su mejilla. No consigue detenerla y sufre como nunca, por su madre, por lo que no está haciendo, por lo que ha hecho.

—Stefano, ten, ¿quieres un café?

Step deja de mirar por la ventana y se da la vuelta. De nuevo en la misma habitación. Ahora. Su padre está allí tranquilo, con la tacita en la mano.

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