Zombie Nation (19 page)

Read Zombie Nation Online

Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

BOOK: Zombie Nation
13.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sólo un poco más —le dijo Nilla a Charles, con los brazos alrededor de su cintura. Él se llevó ambas manos a la garganta. Sus piernas temblaban violentamente y ella le arrastró un trecho hasta que pudo mantenerse en pie por sí solo otra vez—. Ve hasta el coche —lo apremió ella. Apenas avanzaban, centímetro a centímetro, la complexión ligera de Nilla no era la mejor para cargar con el peso de Charles.

El hombre muerto apoyó un pie y empezó a levantarse, para perder el equilibrio automáticamente y caer de espaldas. La mente de Nilla se llenó de esperanza. Sólo un poco más. Un poco más…

La mano de Charles se apartó de su cuello y un fino chorro de sangre salió propulsado hacia delante. Resolló y boqueó y Nilla apretó la palma sobre la herida. Su mano se cubrió de sangre al instante. Empezó a descender por su antebrazo, por la manga de su camisa. Sintió un deseo visceral de lamer la sangre de su mano, pero lo venció. No dejaría que Charles muriera, ahora no.

El cadáver sin brazos rodó hacia atrás, hasta la camioneta y se apoyó contra el parachoques para hacer palanca. Esta vez logró ponerse en pie. Comenzó a tambalearse en dirección a ellos. Llevaban ventaja, pero el hombre cojeaba más rápido de lo que Nilla podía arrastrar a Charles.

Nilla miró hacia delante de nuevo y estuvo a punto de chocar con el Toyota, que se acercaba chirriando hacia ella. Se balanceó sobre las ruedas al parar en seco. En el asiento del conductor, Shar parecía aturdida, paralizada, sus dedos estaban blancos sobre el volante, su cara encogida y arrugada por el pánico.

A sus espaldas, el cadáver casi había cubierto el hueco. En unos segundos los alcanzaría. Nilla dejó que Charles cayera sobre el lateral del coche y abrió la puerta de atrás. Lo metió a empujones y saltó encima de él. Cogió un puñado de servilletas del suelo del coche, estaban sucias y probablemente llenas de gérmenes, pero no importaba, y las metió en el hueco del cuello de Charles. Cerró la puerta de un tirón a su espalda.

El hombre muerto renqueó hasta el lateral del coche y se abalanzó hacia delante, su cara impactó contra la ventanilla a tan sólo unos centímetros de la nariz de Nilla. Ella cayó hacia atrás, aterrorizada, cuando el cadáver tomó impulso para embestir de nuevo.

—¡Shar! —gritó Nilla—. ¡Shar! ¡Arranca!

La adolescente metió la directa justo cuando el tipo sin brazos golpeó su cara contra la ventanilla una segunda vez. El cristal voló en el interior del coche formando una cascada verde, los diminutos cubos del cristal de seguridad llovieron sobre Nilla y Charles, rebotaron sobre la tapicería del coche. Nilla se dio media vuelta cuando el coche avanzó y vio al cadáver de pie en la carretera. Su cara era una distorsión borrosa de rasgos humanos. Mientras el coche se alejaba rápido, él cojeó detrás, incapaz de dejar de perseguirlos a pesar de que no tenía ninguna oportunidad. Ahora nunca los atraparía.

Hay demasiados, Archie. No, no quiero decir… hay más de los que pensamos, de los que nuestros modelos estadísticos reflejan. Hablo de tu modelo computacional, el que tú… da la impresión de que se están multiplicando, reproduciendo… Sí. A eso me refiero exactamente. Es hora de que Warlock Green
[10]
salga del armario. [Conversación telefónica entre el teniente general de la Guardia Nacional de Colorado y un interlocutor no desvelado, 04/04/05]

Una brumosa telaraña de estelas de vapor llenaba el cielo sobre Cherry Creek, las cicatrices que habían dejado en el cielo azul los aviones y helicópteros llenos de refugiados que se dirigían a todas las direcciones posibles. Las aeronaves habían desaparecido, pero habían dejado su rastro al pasar.

Había más infectados subiendo por la Tercera Avenida desde el club de campo. Quizá dos docenas. Clark hizo un gesto al escuadrón más próximo para que se encargara de ellos, luego se dio media vuelta cuando alguien gritó:

—¡Divisado objetivo, en esa ventana!

—¡Que alguien mate ya mismo a ese hijo de puta por mí! —gritó Horrocks, con los ojos como platos en blanco. Un escuadrón de soldados armados con carabinas M4 se puso en marcha para asaltar una copistería con enormes ventanales que daban a la calle Fillmore. Un joven con un delantal azul estaba dentro, pegado al cristal, sus manos eran manchas blancas contra el ventanal, los músculos de su cara estaban completamente laxos. Una de sus mejillas era de color oscuro a causa de la piel rasgada y la sangre seca.

Clark apoyó la espalda contra el HEMTT y recargó su pistola. Había sido una larga e inquietante noche y no hacía más que empeorar. Pensó en contravenir la orden: el chico infectado no era un peligro para nadie metido en esa tienda. Sin embargo, afectaría a la moral de las tropas dejar uno de los caníbales con vida.

Mantener la moral elevada era a todo lo que Clark podía aspirar. Por cada uno de los infectados que derribaban, daba la impresión de que diez aparecían de la nada. No estaban haciendo progreso alguno hacia su objetivo.

—Vamos, vamos, no perdamos tiempo operativo —insistió Horrocks.

Los soldados todavía estaban frescos, mantenían la profesionalidad. Quizá Clark era el único que estaba viniéndose abajo tras una noche de violencia y comida fría sin dormir. Apartaron a patadas al chico, lo asesinaron y volvieron al HEMTT en sesenta segundos. En el techo del enorme camión, un M249 manejado por dos soldados los cubría en todo momento.

El HEMTT estaba lleno de supervivientes aterrorizados, gente que habían recogido por el camino. Cada vez que uno de los soldados pegaba un tiro, un gemido colectivo salía de la parte de atrás. El sonido ponía de los nervios a Clark; ya se sentía bastante culpable, no le hacía falta el aullido infernal de los supervivientes para recordar que estaba masacrando civiles inocentes.

—Comunicación —gritó Clark, y una especialista se acercó agachada con un teléfono por satélite. Manteniéndose a cubierto, tal y como había sido entrenada, hacía más difícil que un francotirador le diera. Nadie les disparaba en Denver, pero la habían instruido en los procedimientos de cobertura con tanto ahínco que los había interiorizado. Se arrodilló al lado del camión con Clark e hizo un saludo.

—¿Qué tenemos? —preguntó él—. ¿Ha contactado con el teniente general?

—Señor, no, señor, nada desde la última transmisión. —Eso había sido media hora antes. Se suponía que una columna de armamento ligero (Humvees con armamento montado) debía bajar por el bulevar Speer en cualquier momento para relevar a la sección. Clark no se hacía ilusiones. El teniente general no respondía a sus llamadas, lo que no podía significar nada bueno.

—De acuerdo, regrese al vehículo —le dijo. Llamó a Horrocks y el sargento apareció al instante—. Es hora de retirarse. Estamos manteniendo la posición, pero eso no es exactamente lo mismo que hacer progresos. Quiero al escuadrón tres cubriendo atrás.

El sargento se dispuso a convertirlo en una realidad y Clark se subió a la cabina del HEMTT. Un ordenador de a bordo mostraba un mapa GPS de la zona. Se veía el club de campo y el centro comercial Cherry Creek teñidos de rojo. Eso lo convertía en territorio vetado, un lugar que se estimaba demasiado inseguro para los soldados. El azul era para las zonas que se estaban conteniendo activamente contra los infectados. Clark tuvo que aplicar el
zoom
para encontrar algo de azul. Lo más cercano era un grupo de asalto apostado en una franja del bulevar Federal.

—¿Cuánto tiempo hace de esto? —preguntó él.

—Señor, unos treinta minutos —le contestó la especialista en comunicaciones. Se estaba poniendo roja debajo del casco. Sus mejores datos debían de ser producto de la última descarga del mando.

—De acuerdo —dijo él, y se frotó el puente de la nariz—. ¿Qué dice la CNN?

Ella manipuló el ordenador unos momentos, cotejando los informes escritos de la página web del canal informativo con el programa de imagen del mapa. Cuando se lo enseñó de nuevo, el grupo de asalto ya no estaba y un montón de distritos nuevos se habían vuelto rojos. La epidemia se estaba propagando mucho más rápido de lo que podía hacerlo cualquier enfermedad infecciosa. ¿Y adónde había ido el grupo de asalto? No lo podía encontrar en ninguna parte del mapa. ¿Se habían retirado?

El HEMTT arrancó con un rugido y se puso en marcha. El conductor lo mantuvo a baja velocidad, la unidad de mercancías estaba llena de supervivientes, así que los soldados tenían que correr al lado cargando todo su equipo.

Los infectados parecían notar que Clark se estaba replegando. Los campos de fútbol de Congress Park estaban atestados de infectados, que estiraban sus brazos ensangrentados intentando coger el camión al pasar. Aparecían en cada calle por la que pasaba el HEMTT, salían en tropel de la mitad de los edificios. Los soldados querían agredir al enemigo, pero Horrocks los tenía atados bien corto: luchar sólo los ralentizaría. Clark quería regresar al puesto de mando y averiguar qué demonios estaba pasando antes de llevar a cabo más esfuerzos de combate.

En Colfax alguien abrió un contenedor y esparció la basura por el medio de la calle. Parecía como si algunas de las bolsas hubieran sido destrozas por animales. Clark abría y cerraba la funda de su pistola para hacer algo con las manos.

El conductor los llevó directos a Esplanade, aplastando el césped y los matorrales para acortar terreno.

—Intente contactar de nuevo con el teniente general —le dijo Clark a la especialista en comunicaciones, y ella lo llamó a casa obedientemente, pero no obtuvo respuesta. Quizá el Sistema Táctico Unificado de Radio se había caído otra vez; tenía muy mala fama. Cuando el conductor entró en el aparcamiento del instituto, Clark saltó del vehículo antes incluso de que se detuviera.

No había nadie.

Nadie protegía la entrada de atrás. No había nadie a cargo de la flota. Las enormes furgonetas de señalización TROJAN SPIRIT II de los campos de deporte estaban vacías, no había nadie. Clark le dijo a Horrock que enviara dos escuadrones al instituto y que informaran de inmediato, pero ya sabía lo que encontrarían, y estaba seguro de que ya sabía adónde había ido el grupo de asalto también.

Se debían de haber convertido en puntos rojos en la pantalla. Clark se dio cuenta de que no había ninguna ruta segura a Denver. Era imposible. Había demasiados infectados, pero no suficientes balas.

El Pentágono está enviando tropas para ayudarnos ahora mismo, unidades de la 82.ª División Aérea, ah, puede que los haya oído, y también a la 10.ª División de Montaña, están entrenados para trabajar en las alturas. No sabemos si llegarán a tiempo… espere, ¿qué? No, nos quedaremos en el aire hasta que nos ordenen partir. Bueno, no me importa, Marty. No me importa, te puedes ir, está bien. Pero deja la cámara funcionando. [Denver’s 7, boletín de emergencia, 04/04/05]

Nilla quería reír, gritar de alegría por su huida. Salvo que el puñado de servilletas que tenía en la mano ya estaba empapado, una expansiva mancha roja crecía en el centro del vendaje improvisado.

—Shar —dijo ella. La chica seguía con la mirada fija adelante. El coche rebotó en un bache y la mano de Nilla se levantó por los aires. La sangre chapoteaba en el cuello de Charles—. Shar —dijo de nuevo—, tenemos que llevar a Charles al médico o morirá.

Shar aceleró, las montañas se alejaban por ambos lados, el desierto muerto y baldío consumía el paisaje a través del parabrisas. El Toyota chirriaba por la exposición al sol y las ruedas gastadas. Por la ventanilla rota un viento arenoso apaleaba la cara de Nilla y ondulaba las servilletas que tenía en la mano. Había cristales por todas partes, pero no tenía ninguna mano libre para apartarlos, la libre era la que utilizaba para sujetarse.

—Si muere, ya sé que no quieres oír esto, pero si muere, volverá. Volverá hambriento.

B
IENVENIDO A
D
EATH
V
ALLEY
. La señal se agitó a su paso, casi demasiado rápido para leerla. Por la luna de atrás, Nilla no veía más que su propia columna de polvo.

—Tienes que aceptarlo, Shar. Puede que no haya forma de salvarlo. Sé de lo que estoy hablando. ¿Podrías decir algo, por favor? Shar, si muere y vuelve, será tan peligroso como el tipo sin brazos de antes. No vacilará, te atacará. Shar, ¿me escuchas?

La chica pisó el freno y el coche se estremeció al detenerse, propulsando a Nilla contra la parte de atrás del asiento. Cuando se paró por completo, el polvo las rodeó como una niebla marrón. Entró por la ventana reventada y se metió en la boca ya seca de Nilla, provocándole arcadas.

—Lo siento tanto.

La voz de Shar era minúscula en el interior del coche, casi se perdía en el ruido del motor y en la sonora cascada de cristales que se movían por el asiento de atrás.

—¿Qué? No entiendo —dijo Nilla.

—Yo lo cuidaré. Mira, lo siento mucho, mucho. —Shar estaba llorando. Estiró una mano y se aplastó el dorso contra la nariz—. Por favor, Nilla. Has sido muy amable conmigo. Quiero que sepas que me siento mal por esto. Pero no puedo… no puedo llevarte más lejos.

Nilla miró la nuca de la chica mientras se agitaba por la emoción. No hizo intento alguno de arrancar de nuevo. Nilla comprendía, naturalmente. Presionó las servilletas en la herida de Charles lo mejor que pudo y le puso el cinturón de seguridad alrededor de ambos brazos, por si acaso. Luego, abrió la puerta y descendió a la fracturada superficie del desierto. El coche se alejó de ella tan pronto como cerró la puerta, Charles y Shar se dirigían al este sin ella. En un minuto desaparecieron en el resplandor que emergía de la ardiente arena.

Tercera parte

LenguasDeFuego92: He leído que puedes enviar cajas de ropa y alimentos, si están enlatados o son secos, como las galletas saladas, pececitos de Pepperidge Farm, carne marinada, ya sabes. Intentaré encontrar el enlace, esos pobres californianos muriéndose de hambre necesitan nuestra ayuda de verdad.

[Amor cristiano: transcripción del chat de solteros, 08/04/05]

Orejas adelante y atrás, la nariz arriba, hacia la brisa nocturna, una zorra kit fue al trote a la parte de atrás de un matorral de chaparral y rascó la tierra. Algo no olía bien, pero tenía hambre después de un largo día acurrucada en su madriguera y tenía que cazar. Levantó la vista, miró a su alrededor, sus ojos negros absorbían los escasos jirones de luz de las estrellas. Esa noche, muy, muy lejos de las luces de la ciudad, el desierto sin luna era uno de los lugares más oscuros en la superficie de la Tierra.

Other books

Plagued by Barnett, Nicola
Sin City Homicide by Victor Methos
The Murder of Mary Russell by Laurie R. King
The Mysteries by Lisa Tuttle
Don't Go Breaking My Heart by Ron Shillingford
Dark Flame by Caris Roane
The Sleeping Baobab Tree by Paula Leyden
Wizard (The Key to Magic) by Rhynedahll, H. Jonas
Racing in the Rain by Garth Stein