Zombie Island (14 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, #Ciencia ficción

BOOK: Zombie Island
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—¡Detente! —grité, aunque sabía que ya era tarde. Levanté el traje amarillo, un traje vacío, del suelo y metí el dedo a través del agujero que la bala había hecho en la visera protectora. NIVEL A / HERMETICIDAD TOTAL leí en una etiqueta prendida a la cremallera de seguridad del traje. A PRUEBA DE AGUA Y VAPOR, afirmaba. Bueno, ya no.

—Voy a abrir otra taquilla. Esta vez no dispares, ¿vale? —le pedí. Las chicas asintieron al unísono. Parecían aterrorizadas, como si de la siguiente taquilla fuera a salir volando un pájaro mágico a arrancarles los ojos. Sin embargo, contenía un duplicado del primer traje, al igual que la tercera taquilla Le pasé uno a Ayaan, que sencillamente me miró.

—Ahora sólo quedan dos trajes. Adivina quién se acaba de ofrecer voluntaria para esta misión —le dije.

Fue cruel, lo sé. Pero ella tampoco había sido precisamente la personificación de la ternura conmigo. También era una de las pocas chicas que confiaba que no se aterrorizaría cuando cruzáramos una multitud de no muertos protegidos tan sólo por tres capas de tejido industria] Tyvek. Claro que el Tyvek era un tipo de papel de alta tecnología.

—Normalmente —le expliqué— estos trajes sirven para protegerse de los agentes contaminantes. Esta vez los utilizaremos para que oculten nuestro olor. Los muertos no atacaran algo que huele a plástico y parece un Teletubby.

—¿Lo crees o lo sabes? —preguntó ella, sujetando el pesado traje a la altura de su brazo.

—Cuento con ello. —Era todo lo que podía decir. Llevamos los trajes al barco y Osman se dirigió al norte, en dirección a la calle Cuarenta y dos. Teníamos mucho que hacer. Teníamos que esterilizar el interior de los trajes, leer el manual de instrucciones y, después, repasar cómo ponernos y usar los circuitos cerrados, enseñarnos el uno al otro cómo ponernos los trajes (una tarea para dos personas) sin contaminar la superficie. Teníamos que practicar comunicarnos a través de las viseras e incluso cómo andar para no tropezar con las anchas perneras de los trajes.

Había hecho un curso rápido de cómo utilizar un traje de Nivel B cuando estuve investigando instalaciones de armas nucleares en Libia. Fue un seminario de ocho horas con presentaciones en PowerPoint y un test de treinta preguntas al final. Yo presté atención porque una grieta en ese traje suponía quedar expuesto a agentes cancerígenos. Pero esta vez, la menor raja en el traje supondría seguramente ser rodeados y devorados por muertos hambrientos.

Me aseguré de que repasábamos todas las instrucciones dos veces.

Capítulo 5

Gary se apartó a un lado y el siguiente disparo le erró por completo. Echó un vistazo a sus compañeros, el hombre sin nariz y la mujer sin rostro, y les hizo un gesto para que se dispersaran y se pusieran a cubierto. Ellos le transmitieron su incapacidad para hacerlo —carecían de la agudeza mental para distinguir qué era a cubierto y qué no—, así que perdió otro minuto en decirles mentalmente que se agacharan detrás de los coches abandonados. La violencia del momento, de algún modo, agudizó sus sentidos, lo percibía todo con más contraste.

—Kev… estoy recargando… ¡atrapa a ése! —gritó un ser humano vivo.

Gary pivotó en busca del origen de la voz y vio a un tipo de complexión grande con el pelo corto, negro y rizado de pie bajo una marquesina. El nombre vivo manipulaba con nerviosismo un rifle de caza de cañón largo que parecía un palo enorme entre sus manos. Llevaba una camiseta arrugada de color canela y una chapa identificativa que ponía «HOLA, MI NOMBRE ES
Paul
». Gary dedujo que había por lo menos dos hombres, el tal Paul y otro llamado Kev. Gary se acercó al tirador y envió instrucciones a sus compañeros para que se separaran e intentaran rodear a los agresores.

Algo zumbó delante del campo visual de Gary. Posiblemente un mosquito, pero cuando siguió su trayectoria, ésta concluyó en un cráter en un cristal blindado de un diámetro que no superaba el tamaño de la uña de su meñique. Gary determinó que no se trataba de una bala, sino de algún otro tipo de proyectil.

Por primera vez se dio cuenta de que él mismo estaba completamente expuesto. Se agazapó en la sombra de un edificio y estudió la calle en busca de posibilidades. No podía correr, notaba las piernas como trozos de madera muerta cada vez que lo intentaba. No podía retroceder. Aunque tuviera otra pistola, sus manos temblaban demasiado para utilizarla. Tendría que intentar rodear a esos supervivientes y detenerlos. Cubriendo la expansión de onda de los muertos, Gary ordenó a sus compañeros que se distribuyeran por la calle. Debía recordarles que mantuvieran la cabeza agachada. Cogió una lata vacía de la calle y la lanzó con tanta fuerza como fue capaz en la dirección del tirador que estaba oculto.

Produjo el efecto deseado. El tirador, cuya chapa identificativa decía: «HOLA, MI NOMBRE ES
Kev
», salió despavorido de detrás de un buzón como si le hubiera picado una avispa.

—¡Paul! —gritó—. ¡Tenemos que largarnos de aquí! Paul levantó su arma y apuntó en dirección a Gary, pero no disparó. —Está por allí, en alguna parte. ¿Lo ves?

—¡Olvídalo! ¡Están por todas partes! —Kev corrió hasta una limusina abandonada y abrió la puerta. Se acomodó en el vehículo hasta que Gary no divisó más que el largo y delgado cañón del rifle. El arma parecía de juguete. No podía ser un arma de aire comprimido, ¿no? Gary reprimió el impulso de romper a reír. Estaba algo protegido en la sombra, pero Paul parecía dispuesto a disparar a cualquier cosa que se moviera. El superviviente no estaba por la labor de huir, lo que significaba que Gary estaba en punto muerto.

Expandió su conciencia e interceptó los sistemas nerviosos de sus compañeros muertos. No se limitó a sus dos compañeros de viaje. Necesitaba refuerzos. Afortunadamente, no le hizo falta llevar su conciencia demasiado lejos. Percibía a un grupo de muertos a tan sólo unas manzanas de distancia, apiñados alrededor de los restos de un puesto de perritos calientes incendiado. Le costaba más mantener el contacto con ellos. A diferencia de la mujer sin rostro y el hombre sin nariz, ese nuevo grupo había comido recientemente y por lo tanto era más fuerte, pero sabía cómo llamar su atención.

Comida
—les susurró—,
aquí hay comida. Venid a por comida.
Paul disparó su rifle y la ventana próxima a la cabeza de Gary reventó. Gary pensó que el tipo de complexión grande debía de estar disparando a ciegas, pero no lo sabía a ciencia cierta. Los refuerzos todavía estaban a unos minutos distancia, probablemente demasiado lejos para ser de ayuda.

Tendría que correr el riesgo y atacar por su cuenta.

La mujer sin rostro salió de su escondite. Paul pivotó con una gracia inigualable para cualquier no muerto y alojó una bala justo en el centro del pecho de la mujer sin rostro. Ella se agachó nuevamente siguiendo la orden de Gary, estaba herida, pero no era irreversible. Paul se colocó la mano sobre los ojos tratando de vislumbrar qué había sucedido. Debía de preguntarse si le había dado o no.

Entre los planes de Gary no estaba permitir que lo averiguase. Se movió tan rápido como pudo, agachado y parapetado detrás de los coches, de modo que cuando Paul miró otra vez en su dirección, no se veía a Gary por ninguna parte.

Kev asomó la cabeza fuera de la limusina, pero el hombre sin nariz ya estaba allí. Gary transmitió la orden y el hombre sin nariz cerró la puerta con fuerza, empujando a Kev de espaldas hacia el interior del vehículo. Al superviviente sólo le llevaría un momento abrir la puerta otra vez, pero en ese segundo Gary se acercó aún más a Paul.

—¡Por Dios! —Paul clavó la mirada mientras la limusina se balanceaba sobre sus llantas destrozadas—. ¿Qué cojones estás haciendo ahí dentro, Kev? ¿Te acuerdas de que tenemos unos no muertos aquí fuera?

La luna trasera de la limusina reventó en esquirlas de cristal tintado. Asomó el arma de aire comprimido y el superviviente comenzó a gatear. —¡Estamos jodidos! —gritó Kev—. ¡Están organizados o algo por el estilo! Gary les tenía preparada otra sorpresa. Durante todo el tiempo había ido acercándose mientras ellos hablaban a gritos. Se puso directamente enfrente de Paul, lo bastante cerca para observar los labios del superviviente soltando una maldición. Levantó el rifle de caza y Gary cogió el cañón. Cuando Paul disparó, él dio un tirón hacia abajo, de modo que explotó contra su esternón. El dolor —verdadero dolor— recorrió el cuerpo de Gary y su camisa se prendió donde la bala lo había alcanzado, pero él ni siquiera pestañeó. Totalmente calmado, Gary le arrancó el rifle de las manos a Paul y lo tiró hacia atrás. Llamó a sus compañeros; el hombre sin nariz y la mujer sin rostro respondieron cercando a Kev. El arma de aire comprimido hizo un par de disparos y el hombre sin rostro se tambaleó cuando los pequeños proyectiles le rebotaron en la frente, pero rápidamente los dos no muertos inmovilizaron al superviviente más pequeño. No hicieron ademán alguno de morderlo, tan sólo le colocaron los brazos a la espalda. Gary les dio su aprobación y notó que la mujer sin rostro trataba de sonreír haciendo que los músculos al descubierto de su cara formaran un gesto obsceno.

—¿Habéis acabado ya o qué? —le preguntó Gary a Paul—. Quizá podamos hacer esto de una forma sencilla. Yo era médico… La cara de Paul se nubló con cientos de interrogantes. — ¿Tú eras médico? —Fue el primero que dejó salir. Gary se rió.

—Ya lo sé, ya lo sé. Antes luchaba para salvar vidas y ahora las quito. Es tan jodidamente irónico que podría arrancarte la cabeza. —El superviviente se puso pálido y Gary se dio cuenta de que debía de haber roto alguna regla no escrita en el protocolo habitual entre el predador y su presa—. Te prometo que haré esto tan indoloro como sea posible —dijo. Se volvió para echar un vistazo al hombre sin nariz y la mujer sin rostro—, ¿De verdad estaba intentando matarnos con un arma de aire comprimido? Kev respondió por sí mismo.

—Si te hubiera dado en el ojo, no te estarías riendo. Paul… ¡Tienes que ayudarme, tío! ¡Quítame estas cosas de encima!

Paul se pasó la lengua por los labios. Le brillaban mucho los ojos. —Dame un segundo para entender todo esto. ¿Estás planeando devorarnos a los dos?

—Sí —admitió Gary, sin dejar de preguntarse adónde llegaría aquello. —Y en estos momentos nada de lo que pueda hacer te hará cambiar de idea.

Gary se encogió de hombros.

—Tú has intentado matarnos. Parece justo.

—Claro —dijo Paul—. Bueno, en ese caso… eh, ¿qué es eso?

Gary siguió el dedo índice de Paul, y el superviviente aprovechó para ponerle la mano en la cara y lanzarlo de espaldas. Gary se desmadejó en el suelo. Para cuando se recuperó, sólo podía ver la espalda de Paul a lo lejos, en medio de la calle, moviendo los pies a toda velocidad mientras corría.

Gary no se había sentido tan humillado desde que jugaba al balón en la escuela. Pero tenía la venganza al alcance de la mano. Una docena o más de no muertos fuertes y bien alimentados doblaron la esquina en ese instante, respondiendo a su llamada. Paul intentó rodearlos, pero una mujer con las uñas larguísimas y rotas lo interceptó con un arañazo en la tripa cuando pasó su lado. Él siguió corriendo unos cuantos metros más antes de pararse y bajar vista. La parte delantera de su camiseta estaba empapada en sangre. Un instante antes de que su camiseta rota se rasgara y sus intestinos calientes se derramaran sobre el asfalto, Paul miró a Gary, suplicándole al médico que lo arreglase todo.

Los muertos lo rodearon. Trató de correr otra vez, pero un muerto cogió un trozo de su intestino delgado y empezó a masticarlo. Paul tropezó y cayó de bruces. Con una lentitud dolorosa, los muertos lo arrastraron por la calle hasta donde estaban ellos, como si estuvieran recogiendo el carrete de una caña de pescar y él fuera un pez que había mordido el anzuelo. Cuando estuvo lo bastante cerca —gritando y pataleando, pero debilitado por la pérdida de sangre—, los no muertos se agacharon sobre su cuerpo en convulsiones y se turnaron para arrancarle la cara a mordiscos. Finalmente, se calló.

Gary se volvió para mirar a la cara al otro superviviente. El hombre sin nariz y la mujer sin rostro observaron a Gary mientras éste se acercaba. Él sólo miraba a Kev. La cara del superviviente brillaba a causa del sudor y parecía que su boca no quería cerrarse.

—Dijiste que lo harías indoloro, ¿te acuerdas?

—Tan indoloro como fuera posible —dijo Gary—, Levantó los brazos y se miró los bolsillos—. Lo había olvidado. Se me acaba de terminar la anestesia.

Se agachó hacia delante y hundió los dientes en el cuello de Kev; una vez tuvo bien cogida la yugular del hombre vivo, giró la cabeza para arrancarle la garganta de cuajo.

Capítulo 6

Divisamos el
Intrepid
a un kilómetro de distancia, pero hasta que no estuvimos prácticamente bajo su sombra gris, no supe qué era. Una vez Osman acabó la revisión a fondo del portaaviones fuera de servicio comenzó a frotarse la mandíbula como signo de asentimiento.

—¿Podemos… crees podemos cogerlo por las buenas? —Negué con la cabeza, pero disuadirlo no iba a ser tan fácil—. No creo que la Marina de tu país lo vaya a echar en falta, Dekalb —sugirió.

Le sonreí.

—Está medio enterrado en el seno del río. Tendrían que drenar el Hudson para entrar aquí. —Contemplé los aviones históricos fijados en la cubierta. No pasaba por alto el valor militar de tales aparatos, no después de lo que habíamos vivido, pero sinceramente, se trataba de un nuevo tipo de conflicto. Los cazas y la artillería naval ya no eran necesarios.

Al sur del portaaviones nos detuvimos con cautela en el muelle de Circle Line, el muelle 83 con la Cuarenta y dos. Naturalmente, los ferrys turísticos habían desaparecido, al igual que los turistas que solían esperar horas para navegar alrededor de la bahía de Nueva York. Los muertos habían ocupado su lugar, traspasando las barreras para contener a la gente, poniéndose en primera fila para atraparnos.

Las chicas estaban con las armas en ristre en la borda, mientras Ayaan y yo nos ayudábamos mutuamente con los trajes de seguridad. Era una operación de dos personas: te tenían que cerrar la cremallera, pero no podíamos dejar que nadie nos tocara. Cualquier contacto humano con el exterior de los trajes nos hubiera contaminado. Nos haría oler como su comida. Osman y Yusuf nos observaban impasibles, una actitud que yo sabía que nacía de su creencia de que nos íbamos para siempre. Los ignoré y me concentré en Ayaan. Nos pusimos los guantes y yo rocié lejía sobre nuestras manos. Conecté la unidad del circuito de aire cerrado a su mascarilla y se la coloqué en la cabeza, ella hizo lo mismo con la mía. Nos metimos como pudimos en los trajes, cerramos las cremalleras herméticas y después presionamos el velcro de las solapas. Comprobé las válvulas y precintos y puse en marcha el circuito de aire interno antes de que mi traje se llenara de aire viciado. Teníamos doce horas antes de que fuera necesario cambiar las bombonas de oxígeno, algo que no se podía hacer sobre el terreno. No teníamos tiempo que perder.

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