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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

Zigzag (14 page)

BOOK: Zigzag
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—Siéntate —le indicó (ordenó) él, mostrándole un tresillo azul,

Era un cuarto de dimensiones normales con un ordenador portátil encendido sobre un pequeño escritorio. Había cuadros enmarcados, en su mayoría retratos en blanco y negro. Reconoció a algunos de los Muy Grandes: Albert Einstein, Erwins Schrödinger, Werner Heisenberg, Stephen Hawking y un jovencísimo Richard Feynman. Pero el cuadro de mayor tamaño) y más llamativo se hallaba justo delante de ella, sobre el ordenador, y era de otra clase: un dibujo a todo color de un hombre con traje y corbata acariciando a una mujer completamente desnuda. La mueca del rostro de la mujer indicaba que la situación no le resultaba del todo agradable, pero sin duda no podía hacer gran cosa por evitarla debido a las cuerdas que ceñían sus brazos a la espalda.

Elisa pensó que si Valente percibía las expresiones que ella estaba poniendo desde que había entrado en aquella casa, nada hacía por demostrarlo. Se había sentado frente al ordenador, pero hizo girar la silla para dirigirse a ella.

—Este cuarto es seguro —dijo—. Me refiero a que aquí no han instalado micros. En realidad no he localizado ningún micrófono en casa, pero pusieron un transmisor en mi móvil y han pinchado mi teléfono, de modo que prefiero hablar aquí. La excusa que utilizaron conmigo fue una avería de la luz. Cerré esta habitación a cal y canto, le di instrucciones a Faouzi y cuando vinieron los convencimos de que esto era un trastero sin enchufes. Y tengo algunas sorpresas: ¿ves ese aparato que parece una radio, en aquella rinconera? Es un detector de micros. Capta frecuencias desde cincuenta megahercios a tres gigas. Hoy venden cosas así en Internet. La luz verde indica que podemos hablar con tranquilidad. —Apoyó la angulosa barbilla sobre las manos entrelazadas y sonrió—. Deberíamos decidir qué vamos a hacer, querida.

—Yo tengo aún algunas preguntas. —Ella se sentía irritada y ansiosa, no solo por todo lo que él le había contado sino por la pérdida de su móvil, que empezaba a lamentar (aunque él ni siquiera lo había mencionado)—. ¿Cómo hiciste para entrar en contacto conmigo y por qué me elegiste a mí?

—Veamos. Te contaré mi experiencia. A mí me hicieron rellenar el cuestionario en Oxford, y eso fue lo primero que despertó mis sospechas. Me dijeron que era «requisito indispensable» para asistir al curso de Blanes. Cuando llegué a Madrid, empecé a ver mendigos que parecían espiarme, y vino la avería de la luz... Pero se me olvida algo: semanas antes, varias universidades norteamericanas telefonearon a mis padres para hacerles preguntas sobre mí con la excusa de que yo les «interesaba». ¿No te ha ocurrido igual? ¿No ha habido nadie que le preguntara cosas a un familiar tuyo sobre tu vida o tu carácter?

—Una clienta de mi madre —recordó Elisa, palideciendo.
Muy, muy bien relacionada
—. Me lo dijo hoy.

Valente hizo un gesto con la cabeza, como si ella fuese una alumna aplicada.

—Mi padre ya me había hablado de todo eso. Son trucos bien conocidos, aunque nunca pensé que los practicarían conmigo alguna vez... Entonces hice una deducción simple: estas cosas me sucedían desde que había decidido apuntarme al curso de Blanes; por tanto, la vigilancia tenía que ver con ese curso. Pero cuando hablé con Vicky... Oh, perdón. —Hizo un mohín de niño arrepentido y corrigió—: Mi amigo Víctor Lopera... Creo que ya lo conoces. Somos amigos desde niños y tengo mucha confianza con él... Pero tú no le llames Vicky,, porque se pone de una mala leche increíble. Cuando le pregunté, me dijo que a él no le habían hecho rellenar ningún cuestionario. Me intrigaba saber si yo era el único sometido a esa vigilancia, y mi siguiente paso lógico fue pensar en ti, que habías quedado... más o menos igual que yo en la prueba. —Ella pensó, al oírle, que a Valente Sharpe se le atragantaban aquellas cuatro centésimas, pero no dijo nada—. Te observé en la fiesta de Alighieri hablando con ese tío, y ya no tuve ninguna duda. Pero no podía llegar y decirte por las buenas: «Oye, ¿a ti te vigilan?». Tenía que demostrártelo, porque estaba seguro de que tú eras una ovejita inocente y no ibas a creerme sin más. Descarté cualquier forma normal de comunicación...

Hizo una pausa. Se había levantado y dirigido a un rincón. Había allí un diminuto lavabo, un grifo y un vaso. En ese instante abrió el grifo y puso el vaso debajo.

—Solo puedo invitarte a agua —dijo— y solo a un vaso para los dos. Soy un anfitrión nefasto. Espero que no te importe beber de mis labios.

—No quiero nada, gracias —dijo Elisa. Comenzaba a sentir calor y se quitó la rebeca, quedándose con la camiseta sin mangas que llevaba debajo. Notó que él la miraba fugazmente mientras bebía. Luego lo vio regresar al asiento y continuar.

—Entonces pensé en un truco que me enseñó mi padre: «Cuando quieras enviar un mensaje en clave utiliza la pornografía», me decía. Aseguraba que solo los ignorantes envían mensajes secretos en correos poco llamativos. En el mundo en que él se mueve, lo «poco llamativo» es lo más llamativo de todo. Sin embargo, casi nadie indaga demasiado en una propaganda porno. Y eso hice, pero jugué con dos barajas. Supuse que ciertas imágenes basadas en el diagrama de Euclides podían parecer dibujos perversos para cualquiera que careciera de conocimientos matemáticos. En cuanto al anuncio y la página de «mercuryfriend», fueron detalles anecdóticos. Y el modo de entrar en tu ordenador también.

—¿Entrar en mi ordenador?

—Lo más sencillo del mundo —repuso Valente rascándose una axila—. Tienes un
firewall
de los tiempos de la calculadora a manivela, querida. Además, no me considero un mal
hacker
, y he hecho mis pinitos en la creación de virus.

Pese a la admiración creciente que experimentaba por la brillantez de aquel plan, Elisa no pudo evitar sentirse muy incómoda.
De modo que es eso: hurgar en mis cosas no representa para él ningún problema y quiere que lo sepa.

—¿Y por qué avisarme? ¿Qué podía importarte que yo también estuviera al tanto de que me vigilan?

—Oh, quería conocerte. —Valente adoptó una expresión seria—. Me resultas muy interesante, como a casi todo el mundo... Sí —admitió tras reflexionar un instante—, estoy seguro de que a Blanes también le interesas, pese a que siempre me pregunta a mí... Se ven pocas tías en cursos de física avanzada, menos aún en Oxford que en Madrid, créeme, y todavía menos como tú. Quiero decir que jamás había visto a ninguna que, además de tus conocimientos, poseyera tu boca de chupadora profesional y las tetas y el culo que tienes.

Aunque los oídos de Elisa habían captado perfectamente las últimas palabras, su cerebro demoró en procesar la información: Valente las había pronunciado en un tono idéntico al resto, casi hipnótico, y el trance se incrementaba con aquellos ojos color pantano, saltones, clavados en aquel rostro tan flaco y demacrado. Cuando por fin se dio cuenta de lo que él había dicho, no supo qué replicar. Por un momento se sintió
paralizada
, como la mujer atada del cuadro. Imaginó que ciertas personas, como ciertas serpientes, tenían ese poder sobre otras.

Por otra parte, le quedó claro que él deseaba ofenderla, y dedujo que si reaccionaba ante aquellas vulgaridades le ayudaría a anotarse un triunfo. Decidió esperar su oportunidad.

—Hablo en serio —había continuado él—. Eres jodidamente atractiva. Pero también rara, ¿verdad? Como yo. Tengo una teoría para explicarlo. Creo que es una cuestión orgánica. Los físicos geniales han sido siempre gente patológica, reconócelo. Un cerebro de
Homo sapiens
no puede abarcar las profundidades del mundo cuántico o relativista sin sufrir alteraciones serias.

Se levantó otra vez y señaló los retratos conforme los mencionaba.

—Schrödinger, un obseso sexual: descubrió la ecuación de onda mientras follaba con una de sus amantes. Einstein, un psicópata: abandonó a su primera mujer y a sus hijos y se casó con otra, y cuando ésta falleció, dijo que se sentía mejor porque eso le permitía trabajar con tranquilidad. Heisenberg, un filonazi: colaboró activamente en la fabricación de una bomba de hidrógeno para su
Führer
. Bohr, un neurótico enfermizo obsesionado con la figura de Einstein. Newton, un mediocre y abyecto sujeto capaz hasta de falsificar documentos para ofender a quienes le criticaban. Blanes, un misógino perturbado: ¿has visto cómo te trata...? Supongo que se hace pajas pensando en su madre y su hermana... Podría estar mencionando ejemplos durante horas. He leído la vida de todos, incluso la mía. —Sonrió—. Sí, llevo un diario desde los cinco años donde lo anoto todo con suma exactitud. Me gusta reflexionar sobre mi propia vida. Te juro que todos somos iguales: procedemos de buenas familias (algunos son aristócratas, como De Broglie), tenemos un don innato para reducir la naturaleza a puras matemáticas y somos raros, no solo mentalmente: también en el aspecto físico. Por ejemplo, yo soy dolicocéfalo, igual que tú. Me refiero a que tenemos la cabeza apepinada, como Schrödinger y Einstein. Aunque en el cuerpo me parezco más a Heisenberg. No estoy bromeando, creo que es algo genético. Y tú... Bueno, no sé a quién coño te pareces tú con esa anatomía, la verdad. Me gustaría verte sin ropa. Esos pechos son curiosos: algo apepinados también. «Dolicomamas», podrían llamarse. Quisiera verte los pezones. ¿Por qué no te quitas la ropa?

Elisa se sorprendió a sí misma planteándose si aceptaría. La forma de hablar de Valente era como una radiación: no te enterabas de nada y ya habías sufrido los efectos.

—No, gracias —dijo—. ¿En qué más somos raros?

—Quizá también en lo que a nuestras familias se refiere —dijo él y volvió a sentarse—. Yo procedo de padres divorciados. Mi madre, incluso, quería matarme. Abortar, quiero decir. Al fin mi padre la convenció de que me tuviera y mis tíos se encargaron de mi educación: vine a Madrid y viví en esta casa mucho tiempo antes de marcharme a Oxford, aunque no creas, he pasado temporadas con cada uno de mis progenitores. —Mostró los colmillos en una amplia sonrisa—. Resulta que, una vez resuelto el problema de vivir lejos de ellos, papá y mamá han descubierto que me aman. Digamos que soy un buen amigo de ambos. ¿Y tú? ¿Cómo es tu vida?

—Para qué me lo preguntas, si ya lo sabes —replicó ella.

Valente le brindó una ronca carcajada.

—Sé algunas cosas —admitió—: que eres la hija de Javier Robledo, que tu padre murió en un accidente de tráfico... Lo que dicen de ti las revistas.

Ella optó por cambiar de tema.

—Hablabas antes de hacer algo. ¿Por qué no vamos a la policía? Tenemos pruebas de que nos vigilan.

—No te enteras de nada, ¿verdad, querida? Es la policía la que nos vigila. No la policía común y corriente, ni siquiera la secreta, sino las autoridades. O sea, algún
tipo
de autoridad. Peces gordos, vamos.

—Pero ¿por qué? ¿Qué hemos hecho?

Valente volvió a soltar aquella risa que a ella le resultaba tan irritante.

—Una de las cosas que aprendes con mi padre es que no es necesario hacer nada malo para ser vigilado. Al contrario, la mayor parte de las veces te vigilan porque haces cosas demasiado buenas.

—Pero ¿por qué nosotros? Solo somos estudiantes recién licenciados...

—Se trata de Blanes, seguro. —Valente giró y tecleó en el ordenador. Aparecieron las ecuaciones de la «teoría de la secuoya»—. Algo relacionado con él o con su curso, pero no tengo ni puta idea de qué puede ser... Quizá alguna clase de trabajo en el que anda metido... Al principio pensé que era por su teoría, alguna especie de aplicación práctica o de experimento relacionado con ella, pero está claro que no es eso... —Desplazaba las ecuaciones en la pantalla con el repiqueteo constante del dedo índice—. Su teoría es bellísima, pero completamente inútil. —Se volvió hacia Elisa—. Como ciertas chicas.

Ella volvió a rehusar la tentación de ofenderse.

—¿Te refieres al problema de la solución de las ecuaciones? —indagó.

—Por supuesto. Tiene un atolladero insuperable. La suma de tensores en el extremo «pasado» es infinita. Ya lo he calculado, ¿ves?... Y por tanto, pese a tu ingeniosa respuesta sobre los bucles de esta mañana (que también se me había ocurrido a mí), no hay manera de aislar las cuerdas como partículas individuales... Es como preguntar si el mar es una sola gota o trillones de ellas. La respuesta en física siempre es: depende de lo que definamos como «gota». Sin una definición concreta, tanto da que las cuerdas existan como que no.

—Yo lo veo de esta forma —dijo Elisa, y se inclinó hacia delante para señalar una ecuación en la pantalla—: si consideramos que la variable de tiempo es infinita, los resultados son paradójicos. Pero si empleamos una «delta t» limitada, por grande que sea, como por ejemplo el período transcurrido desde el
big bang
, entonces las soluciones dan cantidades fijas.

—Ésa es una petición de principio inadmisible —replicó Valente de inmediato—. Tú misma creas un límite artificial. Es como sustituir un número en una suma para que el total dé la cifra que necesitas. Absurdo. ¿Por qué emplear el tiempo del origen del universo y no cualquier otro? Suena ridículo...

El cambio en él había sido notorio, y Elisa lo percibía: había perdido su frialdad y su sonrisa burlona y hablaba sumido en la emoción.
Aquí estás pillado por las pelotas.

—No te enteras de nada, ¿verdad, querido? —repuso ella con absoluta calma—. Si podemos elegir una variable temporal, podemos obtener soluciones concretas. Es un proceso de renormalización. —Notó que Valente torcía el gesto y siguió, muy animada—: No estoy hablando de utilizar la variable del tiempo universal: me refiero a utilizar una variable como referencia para renormalizar las ecuaciones. Por ejemplo, el tiempo transcurrido desde el origen de la Tierra, unos cuatro mil millones de años. Los extremos del «pasado» de las cuerdas de tiempo de la historia de la Tierra acaban en ese punto. Son longitudes discretas, calculables: En menos de diez minutos puedes obtener soluciones finitas aplicando las transformaciones de Blanes-Grossmann-Marini; ya lo he comprobado.

—¿Y de qué te sirve? —En el tono de voz de Valente había ahora agresividad. Sus mejillas, de ordinario exangües, se hallaban enrojecidas—. ¿De qué puede servirte tu estúpida solución localista? Es como decir: «No puedo vivir con el sueldo que me pagan, pero, mira, he encontrado esta mañana un par de céntimos». ¿De qué coño te sirve una solución parcial aplicada a la Tierra? ¡Es estúpido!

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