Viaje alucinante (32 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Viaje alucinante
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–No me lo discuta, Albert. No aceptemos el fracaso mediante cierto proceso de razonamiento.
Probemos
el caso. Vea si puede detectar ondas cerebrales y analizarlas del modo apropiado.

–Lo intentaré, pero no me dé órdenes en ese tono amenazador.

–Lo siento –dijo, aunque no parecía que lo sintiera–. Quiero ver lo que hace. –Soltó su cinturón, se volvió en el asiento, se agarró con fuerza y dijo entre dientes–: La próxima vez debemos tener más
espacio.

–Claro, un transatlántico –masculló Dezhnev– para la
próxima
vez.

–Lo que debemos hacer primeramente –observó Morrison– es descubrir si podemos detectar algo. Lo malo es que estamos rodeados de campos electromagnéticos. Los músculos están llenos de ellos y cada molécula, o casi, es el punto de origen de...

–Demos todo esto por sabido –cortó Konev.

–Estoy solamente ocupando el tiempo mientras tomo las medidas necesarias con mi máquina. El campo neutral es característico de diversas maneras, y ajustando la computadora para que elimine campos que no tengan dichas características, dejo solamente lo que las neuronas producen. Eliminamos todos los microcampos y desviamos los campos de los músculos de este modo..

–¿De qué modo? –quiso saber Konev.

–Lo describo en mis papeles.

–Pero, es que no he visto lo que ha hecho.

Sin decir palabra, Morrison repitió la maniobra, despacio.

–¡Oh!

–Y a partir de ahora ya deberíamos empezar a detectar las ondas neurales, si hay alguna que detectar..., y no la hay Konev apretó los puños.

–¿Está seguro?

–La pantalla muestra una línea horizontal. Nada más.

–Pero vibra.

–Son ruidos. Posiblemente del propio campo eléctrico de la nave, que es complejo y no del todo parecido a los campos naturales del cuerpo. Nunca había tenido que ajustar una computadora para que me eliminara un campo artificial.

–Bueno, pues tendremos que seguir adelante... Arkady, dígales que no podemos esperar más.

–No puedo hacerlo, Yuri, a menos que Natasha me lo mande. Es el capitán. ¿O se te ha olvidado?

–Gracias, Arkady –dijo fríamente Boranova–. A usted, por lo menos, no. Perdonaremos a Konev su lapsus y lo achacaremos a un exceso de celo en su trabajo... Mis órdenes son no movernos hasta que la Gruta nos lo diga. Si esta misión fracasa porque algo va mal en Shapirov, no debemos dar oportunidad a nadie de decir que fue porque nosotros no acatamos las órdenes.

–¿Y si ocurre algún desastre porque acatamos las órdenes? También puede ocurrir, ¿no cree? –La voz de Konev se alzó histérica.

–Entonces la culpa será de los que dieron esas órdenes.

–No encuentro ninguna satisfacción en achacar la culpa a mí o a alguien más. Es el resultado lo que cuenta.

–De acuerdo –dijo Boranova–, si tratáramos con una delicada teoría. Pero si espera poder continuar trabajando en este proyecto más allá de una posible catástrofe, se percatará de que el modo de determinar culpabilidades es sumamente importante.

–Está bien –replicó Konev medio tartamudeando en su exaltación–. Insista para que nos dejen movernos tan pronto como sea posible y entonces nosotros...

–¿Sí?

–Nos meteremos en la célula. Debemos hacerlo.

XII. INTERCELULAR

En la vida, al contrario que en el ajedrez, el juego continúa después del jaque mate.

DEZHNEV, padre

Un pesado silencio se abatió sobre los cinco navegantes. El de Konev era el menos tranquilo. Se estremecía de inquietud y sus manos no dejaban de moverse.

Morrison sintió por él una vaga simpatía. Haber llegado a destino; haber hecho exactamente lo planeado, a través de infinitas dificultades; imaginarse el éxito al alcance de la mano, y tener que temer que todo eso pueda escaparse de nuestras manos tendidas incluso ahora...

Conocía la sensación. Quizá no tan hiriente como antaño, ahora que ya estaba abatido por la frustración, pero recordó las primeras veces... Experimentos que habían despertado esperanza, pero que nunca llegaron a cristalizar. Colegas que asentían sonriendo, pero que nunca estuvieron convencidos. Se inclinó hacia delante y le dijo:

–Óigame, Yuri, vigile los glóbulos rojos. Se nos están acercando uno tras otro, incesantemente... y esto significa que el corazón late aún y que lo hace con cierta normalidad. Mientras los glóbulos rojos sigan firmemente hacia delante, estamos a salvo.

–También hay que tener en cuenta la temperatura de la sangre –observó Dezhnev–. La tengo en el monitor en todo momento y en el caso que Shapirov se fuera, empezaría a descender lenta pero decididamente. En este momento, la temperatura está en el límite superior de lo normal.

Konev gruñó como si despreciara el consuelo y lo apartara de sí, pero Morrison tuvo la impresión de que estaba mucho más tranquilo después de aquello.

Morrison se recostó en su asiento y cerró los ojos. Se preguntó si sentía hambre, y decidió que no. También si no experimentaba una clara sensación de molestia en la vejiga. No era así, pero no sintió alivio. Uno podía siempre retrasar la comida por un tiempo considerable, pero la necesidad de orinar no permitía la misma flexibilidad de elección. De pronto tuvo la impresión de que Kaliinin le estaba hablando y que él no le estaba prestando atención.

–Perdóneme. ¿Qué me decía? –preguntó volviéndose hacia ella.

Kaliinin pareció sorprendida, y contestó a media voz:

–Soy yo la que debe pedirle perdón. Interrumpí sus pensamientos.

–Merecían ser interrumpidos, Sofía. Lamento haber estado distraído.

–Si es así, le pregunté de qué manera hace sus análisis de las ondas cerebrales. Quiero decir, ¿qué es lo que usted hace que no se parece a lo que hacen los demás? ¿Por qué fue necesario que nosotros...? –calló, claramente indecisa sobre cómo continuar.

Morrison terminó su frase sin la menor dificultad.

–¿Por qué fue necesario que se me arrancara a la fuerza de mi país?

–¿Se ha enfadado conmigo?

–No. Me figuro que no aconsejó llevar a cabo tal hazaña.

–Por supuesto que no. Ni lo sabía. En realidad es por lo que le hago la pregunta. No sé nada sobre su campo de trabajo excepto que trata sobre la existencia de ondas electroneurales y que la electroencefalografía se ha vuelto una ciencia complicada y de suma importancia.

–Entonces, si me pregunta qué hay de especial en mis propias opiniones, me temo que no podré decírselo.

–¿Es secreto, entonces? Me lo figuraba.

–No,
no
es secreto –le respondió ceñudo–. En la ciencia no hay secretos, o no debería haberlos. Lo que sí hay son luchas por la prioridad, de forma que los científicos son cautelosos, a veces, con lo que dicen. En ocasiones también yo me culpo de ello. En este caso, no puedo, literalmente, decírselo, porque usted carece de la base para comprender.

Kaliinin reflexionó, con los labios apretados, como intentando ayudar al pensamiento. Le rogó:

–¿No podría explicármelo un poco?

–Puedo intentarlo, si está dispuesta a oír afirmaciones simples. Me costaría describirle la totalidad de la teoría. Lo que llamamos ondas cerebrales son un conglomerado de todo tipo de actividades neurónicas, percepciones sensoriales de varios tipos, estímulos de diversas glándulas y músculos; mecanismos de excitación, coordinaciones y demás. Perdidas entre todo esto están esas ondas que o bien controlan, o bien son resultantes del pensamiento constructivo y creativo. Aislar dichas ondas sképticas, como las llamo yo, de todo lo demás, es un enorme problema. El cuerpo lo hace sin dificultad, pero nosotros pobres científicos, en general quedamos perplejos.

–No tengo la menor dificultad en comprenderle –sonrió Kaliinin aparentemente encantada.

(Que bonita es, pensó Morrison, cuando se desprende de su expresión melancólica.)

–Todavía no he llegado a lo complicado.

–Por favor, siga.

–Hará unos veinte años, se demostró que existía un elemento fortuito en las ondas que nadie jamás había captado; los instrumentos utilizados hasta entonces no recogían lo que ahora llamamos «el destello» Es una oscilación muy rápida de intensidad y amplitud irregulares. Pero esto, compréndalo, no es un descubrimiento mío.

Kaliinin volvió a sonreír.

–Me imagino que hace veinte años, era demasiado joven para haber hecho el descubrimiento.

–Entonces era estudiante de bachillerato, descubriendo solamente que las muchachas no eran del todo inabordables, que no es poco importante como descubrimiento. Creo que cada persona debería volver a redescubrirlo de vez en cuando...; pero bueno dejemos eso.

»Gran número de personas especulaban con que el destello podía representar el proceso del pensamiento en la mente, pero nadie consiguió aislarlo como era debido. Aparecía y desaparecía; a veces se detectaba, otras no. La impresión general era
que no era
natural, que había que trabajar con instrumentos que eran demasiado delicados para lo que pretendían medir, de forma que lo que uno descubría, esencialmente, era ruido.

»Pero yo no pensaba así. Con paciencia y tiempo desarrollé un programa de computadora que me posibilitaba aislar el destello y demostrar que siempre estuvo presente en el cerebro humano. Por ello se me reconoció cierto mérito, aunque muy poca gente pudo reproducir mi trabajo. Utilicé animales en los experimentos que eran demasiado peligrosos para realizarlos con seres humanos y con dichos resultados logré activar aún más mi programa de análisis. Pero cuanto más penetrante era mi análisis y más significativos me parecían los resultados, menos podían reproducirlos los demás y más insistían en que mis experimentos con animales me habían inducido a error.

»Pero incluso aislando el destello, estaba lejos de poder demostrar que éste era la representación del pensamiento abstracto. He amplificado, modificando mi programa una y más veces y me he convencido de que estoy estudiando el pensamiento, las propias ondas sképticas. Sin embargo, nadie puede reproducir los puntos cruciales de mi trabajo. En diversas ocasiones, he permitido que alguien utilizara mi programa y mi computadora, los que estoy utilizando ahora, y han fracasado invariablemente.

Kaliinin escuchaba atentamente. Preguntó:

–¿Puede imaginar la razón de que nadie haya podido hacerlo?

–La explicación más fácil sería que hay algo raro en mí, que soy un chiflado... por no decir un loco. Creo que algunos de mis colegas sospechan que ésta es la respuesta.

–Y
usted,
¿cree que está loco?

–No, no lo creo, Sofía, pero a veces me inquieta. Verá, después de aislar las ondas sképticas y amplificarlas, es concebible que el propio cerebro humano pueda transformarse en un instrumento receptor. Las ondas pueden transferir los pensamientos del ser que se está estudiando, directamente a uno. El cerebro sería un receptor extraordinariamente delicado, pero también sería extraordinariamente singular. Si mejorara mi programa a fin de captar mejor los pensamientos, significaría que lo habría hecho en beneficio de mi propio cerebro. Otros cerebros podrían no ser afectados y, en realidad, podrían ser menos afectados cuanto más los ajustara al mío. Es como una pintura. Cuanto más consigo que el cuadro se parezca a mí, menos se parece a nadie más. Cuanto más puedo hacer que mi programa produzca resultados autoconsistentes, menos pueden conseguirlo los demás.

–¿Y ha captado realmente el pensamiento?

–No estoy seguro. A veces me ha parecido que sí, pero otras no estoy del todo seguro de que no sea sólo mi imaginación. Ciertamente nadie más, con mi programa o con otro, ha captado nada. Yo me he servido del destello para descubrir los nódulos sképticos en los cerebros de los chimpancés, y de ellos he deducido lo que podrían ser en los cerebros humanos, pero tampoco se me ha aceptado esto. Se considera como un exceso de entusiasmo en un científico pagado de su propia e improbable teoría. Incluso utilizando sondas a los nódulos sképticos, en animales, por supuesto, no puedo estar seguro.

–Con animales sería difícil. ¿Ha publicado esas... sensaciones suyas?

–No me he atrevido –confesó Morrison, meneando la cabeza–. Nadie aceptaría tales descubrimientos subjetivos. Lo he mencionado de pasada a ciertas personas, imbécil de mí, y corrió la noticia y no sirvió más que para convencer a mis colegas de que soy, digamos, un chiflado. Fue sólo el domingo pasado cuando Natalya me dijo que Shapirov me tomaba en serio, pero también él está considerado, por lo menos en mi país, como un chiflado.

–Pues desde luego sería magnífico pensar que no lo era.

De pronto, Konev, desde delante de Morrison y sin volverse, dijo:

–Fueron sus sensaciones del pensamiento lo que impresionó a Shapirov. ¡Lo sé! Lo discutió conmigo. Dijo, en diferentes ocasiones, que su programa era una estación de relé y que a él le gustaría probarlo. Si estuviera usted
dentro
de una neurona clave del nódulo sképtico, las cosas serían diferentes. Captaría, sin equivocarse, los pensamientos. Shapirov lo creía así y yo también. Él creía posible que hubiera captado los pensamientos sin lugar a dudas, pero que no estaba dispuesto a dejar que el mundo lo supiera. ¿Es cierto eso?

Qué pesados estaban con lo del secreto, todos ellos, pensó Morrison. Al instante captó la mirada de Kaliinin. Tenía la boca entreabierta, las cejas unidas, y un dedo cerca de sus labios. Era como si quisiera pedirle que se callara con angustiada intensidad, sin atreverse a decirlo abiertamente.

Le distrajo la voz de Dezhnev, fuerte y jovial:

–Basta de charla, niños. La Gruta nos ha localizado y nos encontramos, con gran asombro por su parte, exactamente donde les dijimos que estábamos.

Konev alzó ambas manos y su voz sonó casi como la de un chiquillo:

–Exactamente donde
yo
dije que estábamos.

–Compartamos la responsabilidad –comentó Dezhnev–. Donde
dijimos
que estábamos.

–No –cortó Boranova–, ordené a Konev que tomara la decisión bajo su responsabilidad. El mérito es, por consiguiente, suyo.

Pero ni con esto se ablandó Konev, sino que insistió:

–No habría reclamado tan rápidamente compartir la responsabilidad, Arkady Vissarionovich –utilizó el patronímico en el estilo ya pasado de moda en la Unión Soviética, como para poner en evidencia el hecho de que Dezhnev era hijo de aldeanos, entre los cuales dicho estilo seguía estando de moda–, si hubiera quedado demostrado que estábamos en otro capilar.

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