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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (45 page)

BOOK: Vespera
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Valentino y los porteadores volvieron atrás para colocar otra vez el féretro sobre sus hombros, mientras los guardianes se hicieron a los lados, desenvainaron las espadas y las sostuvieron en alto en forma de saludo mientras pasaba la procesión y entraba en la capilla.

Era un edificio sencillo, una construcción militar. Del techo pendían honores de batalla, uno por cada almirante que reposaba allí. Las paredes estaban desnudas y el interior carecía de adornos, excepto por el mosaico de Thetis Victrix en el ábside oriental.

Volvieron a bajar el féretro sobre la pileta circular del centro, sobre las sogas tirantes preparadas para hacerlo descender, y retrocedieron mientras los exiliados entonaban la bendición y su coda militar sobre la forma inerte envuelta en un estandarte canteni. A continuación, Gian se quedó de pie en un extremo, observando. Valentino y los demás levantaron las sogas para inclinar la tabla, y los restos mortales de Rainardo Canteni se deslizaron hacia las aguas cristalinas para descansar eternamente en el arrecife de los Almirantes.

—Adiós, viejo amigo —susurró Gian—. Descansa en paz.

—Te vengaré —dijo Valentino para sí. Y tan pronto como regresó a Vespera, puso en marcha esa venganza.

* * *

—¿También te marchas mañana? —preguntó Rafael, inclinándose con satisfacción sobre la caliente balaustrada. En el aire se respiraba la lluvia reciente, una frescura que aún envolvía las calles de Vespera. El sonido del agua goteando se escuchaba por todas partes y el vapor ascendía en forma de zarcillos desde los jardines del palacio tucano mientras las hojas de las palmeras se secaban al sol.

—Adonde vaya Aesonia, debo ir yo —dijo Thais.

—¿Y adonde se va Aesonia? —preguntó Rafael, después de un rápido vistazo alrededor para asegurarse de que no había nadie más en la logia. Por detrás de ellos, el salón del palacio ulithi se había vuelto a cerrar y las pantallas de alabastro habían sido puestas sobre las ventanas para mantenerlo fresco durante el día.

—No nos lo dicen —dijo Thais, alisándose distraídamente un pliegue de la túnica—. Tan sólo el emperador y alguno más lo saben.

La venganza de Valentino estaba en marcha, pero ¿en qué consistiría? ¿Un mazazo, o algo más sutil, un plan de los de Aesonia? Valentino querría una solución militar, pero ¿se esperaría a actuar hasta disponer de toda la información sobre Aruwe que le facilitara Rafael?

—Creía que ahora eras una sacerdotisa de Sarthes.

—Soy demasiado frívola —dijo Thais—. No, soy una sacerdotisa del rito sarthieno, adscrito al santuario de Azure. Aesonia puede resultar exigente, pero estar a su servicio es mucho más interesante.

—Así que te has convertido en una cortesana —dijo Rafael, completamente serio.

—No hay nada más vano que eso —respondió ella—. Los cortesanos intrigan y revuelven papeles. Yo contribuyo a hacer que el Imperio sea algo más que una colección de territorios que resulta que están gobernados por la misma persona.

—Ah, entonces prescindes de los papeles y te concentras en la intriga, ¿no?

—No seré elevada a la categoría plena de intrigante hasta dentro de unos años —dijo Thais—. Quizá debería tenerte cerca para que se me pegue algo de tus talentos naturales.

—Los dos estamos al servicio del Imperio —dijo Rafael, consciente de que su corazón latía más rápido de lo que debería. Se sentía mucho más cómodo con ella que en su primer encuentro, pero sabía que esa sensación de comodidad se estaba transformando rápidamente en otra cosa.

Lo que no era una buena idea por el momento. No hasta que él supiera dónde posicionarse. Lo que había dicho Thais se parecía demasiado a lo de los «tapices de mentiras» que había mencionado Petroz, pero Rafael nunca se había sentido tan incómodo con tales conceptos como debería, cuando apuntaban certeramente al propósito perseguido.

—Así que es posible que nos volvamos a ver —dijo Thais—. Aunque mejor en Vespera que en Azure.

—¿Por qué no en Azure? —le inquirió Rafael, preguntándose si su preferencia era tan significativa como sonaba. Si esperaba volver aquí en un futuro próximo, entonces quizás los planes que Valentino tenía para Vespera fueran más inmediatos de lo que se esperaba.

—Es una ciudad bastante agradable, pero es una verdadera fortaleza y cada vez que giras por una esquina hay algo que te lo está recordando: una vista de los muros, o los emplazamientos de los cañones de impulsos, o un centurión haciendo instrucción vociferando a sus hombres. Está rodeada de campos de entrenamiento y uno de cada dos hombres lleva uniforme.

—Hay mujeres que matarían por una oportunidad así —le dijo Rafael, desviando la mirada deliberadamente hacia la Estrella y la ciudad.

—Pues les deseo que disfruten del sitio. Yo me alegraré cuando la capital vuelva a estar aquí, y aún me alegraré más cuando no tengamos que tener a la mitad de los hombres en el ejército.

* * *

—Bueno —dijo Aesonia, retirándose de la pequeña ventana bajo el tejado de la logia—. Ella está haciendo lo que le toca.

—¿De buen grado? —preguntó Valentino. El emperador no conseguía acostumbrarse a que su madre anduviera fisgoneando siempre por todas partes. Su padre tampoco lo había conseguido, aunque Catilina debía haberlo previsto antes de casarse.

—Mírala —dijo Aesonia—. ¿Crees que no es sincera?

—Uno no lo sabe nunca con ninguno de tus agentes.

—Así es como debería ser —dijo Aesonia, dejando caer la cortina y volviéndose de cara a la Sala —. Pero no, en este caso, ella es sincera. Si no fuera así, uno de los dos, o ambos, acabarían molestándose conmigo, además de por la causa por la que les he pedido que lo hicieran. Es una verdadera suerte que Thais haya estado conmigo en esta ocasión.

Valentino se acercó a la mesa, bañada por la luz del sol que entraba por las tres ventanas con vanos. La Sala apenas estaba amueblada; el edificio, que había sido una vez el palacio azrian, era enorme, demasiado grande para las necesidades del clan Ulithi, excepto cuando lo invadía todo un séquito imperial. Ofrecía la ventaja de la privacidad y no se veía desde los edificios que lo rodeaban.

Valentino cogió una pluma y dio unos golpecitos sobre el mapa, midiendo de nuevo las distancias. Necesitaba enviar una manta mensajera antes de una hora, si quería que todos sus navíos se hallaran emplazados a tiempo. Con un poco de suerte, los refuerzos estarían en su sitio por la noche y él ordenaría que una parte importante de la flota se dirigiera desde el céntrico mar de las Nubes hacia las bases gorganas en el norte, con dos legiones siguiéndoles en buques de transporte.

Las legiones eran un apoyo. La amenaza de la fuerza debía ser más efectiva que la fuerza misma, en especial contra los vesperanos que, en general, no tenían estómago para los derramamientos de sangre. El combate naval tendría lugar a distancia, con cada comandante en una posición a salvo, aislado por el mar de los enemigos que pretendía matar. ¿Cuántos comandantes vesperanos tendrían agallas para entrar en una confrontación más brutal, cuerpo a cuerpo? Valentino estaba convencido de que ninguno de ellos, pero las legiones se mantendrían cerca. Por si acaso.

—¿Está tu mago mensajero preparado? —preguntó, después de una última mirada al mapa.

—Preparado y esperando.

Valentino revisó las órdenes una última vez, y luego las metió en un sobre y las selló. Ya estaba hecho.

Capítulo 14

A Rafael se le permitió estar en el puente de mando sólo durante la aproximación a Aruwe, para impedirle que viera el acceso secreto a través del kelp.

La manta estaba cerca de la superficie y la combinación de la luz solar filtrada y los colores aruwe envolvía todo el puente en una luz verde azulada que titilaba con el movimiento de las olas y el de las hojas de kelp con la corriente. Aunque esta luz se transformaba cuando la
Cerúlea
giraba abriéndose paso entre los troncos a través de un bosque de kelp que parecía impenetrable. Los claros eran diminutos y la
Cerúlea
era sólo una manta fragata, quizá con la mitad del tamaño de una manta mercante. ¿Cómo se las arreglaban para sacar de Aruwe los grandes navíos?

Por fin el kelp empezó a disminuir; según se fue viendo el fondo del mar por los lados, los troncos se hicieron más pequeños y, después, dieron paso a bancos de arena y al borde de un arrecife. En su cima, justo por debajo de la superficie, se habían concentrado miles de fragmentos de afilado coral que amenazaban con desgarrar cualquier embarcación o persona que intentara llegar a la isla.

El canal era todavía ligeramente más profundo y, a medida que se iban aproximando a la isla, Rafael pudo ver piedra a cada lado. Descomunales bloques de piedra formando un muro que alargaba las islas barrera, dejando solo un espacio lo suficientemente grande para que una manta de tamaño normal pudiera pasar por allí. Siempre que se desplazara muy lentamente y no se quedara atrapada en las redes y barreras flotantes que colgaban por los laterales.

O en las compuertas.

Rafael nunca imaginó que esas cosas pudieran existir, ni siquiera debajo del agua. Se estaban abriendo en esos momentos, dos enormes puertas de madera, forradas y ribeteadas con el mismo tipo de pólipo que se empleaba para acorazar las mantas. Por la parte superior sobresalían del agua, aunque no podía distinguir cuánto. Nunca se llegaba a los astilleros por la superficie. Ni siquiera los visitantes ocasionales debían ser capaces de identificar la isla por su apariencia.

Había rejillas ubicadas en los muros de piedra a ambos lados. Rafael se dio cuenta luego de que los muros también debían de sobresalir por la superficie. Enfrente de ellos había emplazados dos cañones de palisandro, demasiado pesados y voluminosos para equipar un navio con ellos, pero perfectos para ese lugar. No había duda de que habría media docena más de defensas que él no podía ver.

Ni siquiera las defensas de Vespera, la mayoría destruidas durante la Anarquía, eran tan impresionantes. El único lugar remotamente parecido era la isla-fortaleza prohibida que protegía los accesos a Mons Ferranis, plagada de armamento por arriba y por debajo del mar. Pero eso era para proteger una ciudad entera. Esto... era para proteger mantas. Entre los cinco astilleros thetianos producían prácticamente todas las mantas para los clanes, la Armada y la mayoría del resto del Archipiélago. Sin ellos, Vespera y Mons Ferranis no serían otra cosa que la sombra de su presente gloria, separadas cada una de la otra por meses de navegación. Los continentes nunca habrían sido colonizados.

La
Cerúlea
pasó a través de las compuertas, que volvieron a cerrarse tras su paso, llegando a un estrecho canal entre muros de piedra con más redes y barreras flotantes. En lugar de abrirse hacia el lago, como Rafael se esperaba, el canal describía una curva, siguiendo lo que él supuso que sería el costado de una de las islas, pero con más estructuras gigantescas de piedra que impedían cualquier vista de la laguna.

Por fin, la manta emergió del canal y los muros dejaron ver una llanura de arena y, desplegados en la distancia, los esqueletos medio formados de las mantas. Los sargazos las rodeaban, creciendo hacia arriba y entre ellas, al lado de las cuadernas y extendiéndose por las aletas, aunque acababan de germinar y aún no habían cubierto el esqueleto. La cuenca era lo suficientemente poco profunda para que la luz del sol alcanzara a vetear el lecho marino formando dibujos sin fin entre las sombras de los navíos que había arriba. ¡Por Thetis, qué hermosas eran!

Distinguió dos figuras nadando alrededor de una manta, haciendo que el sargazo aprendiera a desarrollarse sobre el esqueleto de la manta. Se movían con la gracia de las personas que habían pasado su vida entera en el agua. A Rafael le parecieron extrañamente alargadas, pues le costó un poco darse cuenta de que llevaban aletas.

—Solamente muy pocos que no pertenecen al clan han visto esto —dijo el capitán aruwe, Teodoro, un individuo adusto y demacrado con los cabellos grises y rojizos. A juzgar por su edad y su comportamiento tenso y vigilante, era otro de los hijos de los clanes rebeldes. No era armador por vocación, pero había encontrado su sitio en la pequeña flota aruwe—. Tienes más suerte de lo que crees.

Rafael se quedó mirando las mantas, tratando de imaginarse aquellas estructuras vacías flotando en las aguas cálidas de Aruwe con la forma de los navíos que él conocía, los mercantes de Vespera y los buques de guerra de la Armada.

—¿Cuántos años tienen éstas? —le preguntó al capitán.

—Cinco —le respondió Teodoro.

—¿Y cuándo estarán acabadas?

—En nueve o diez años, la mayoría de ellas. Aquellas dos de la derecha, las más grandes, serán buques de carga. Habrán tardado diecisiete años en estar listas.

Lo dijo como si tal cosa, como si diecisiete años fueran un parpadeo, pero él posiblemente ya no estaría en activo para cuando aquellos buques estuvieran listos. Rafael bien podía creer que los armadores tenían una particular perspectiva de la vida, si medían su trabajo con tales períodos de tiempo.

—¿Cuándo empiezan a ser algo más que simples estructuras? ¿Cuándo empezáis a personalizarlas según las indicaciones concretas para cada una? —Las mantas de guerra y las mantas mercantes no eran muy diferentes, especialmente con las modificaciones que Aruwe estaba llevando a cabo, pero tenían prioridades y sistemas distintos, los cuales marcaban sus propias exigencias mientras se estaba desarrollando la estructura de la manta.

—Tendemos a diferenciarlas pronto —dijo Teodoro—. Pero durante los dos años últimos de crecimiento, más o menos, es cuando hay que saber exactamente a qué se va a destinar.

—¿Tardan más tiempo en el caso de un prototipo?

—Depende de lo especial que sea. Si nos piden algo muy innovador, como fueron las lanzaderas de calor cuando se introdujeron por primera vez, quizá cuatro o cinco años.

—¿Y habéis desarrollado más innovaciones como ésa? —preguntó Rafael.

—No a esa escala. Es más una cuestión de pequeñas innovaciones.

Por supuesto que así era. Con la salvedad de que tales «innovaciones» habían sido empleadas por los tuonetares hacía siglos y sólo ahora, que alguien se había molestado en escarbar entre las ruinas con una actitud abierta en lugar de reducirlo todo a trizas, Thetia se aprovecharía de ellas.

La
Cerúlea
empezó a virar y la vista que Rafael tenía sobre las mantas desde las ventanas del puente de mando fue sustituida por un cabo y las pasarelas de un puerto submarino intercaladas con las plataformas para las mantas raya, excavadas en la roca. Ya había una fragata aruwe en una de las otras pasarelas y Rafael se preguntó cuántos navíos tendría cada astillero. Las fragatas armadas, rápidas y muy maniobrables, serían mucho más potentes que los cruceros de batalla en las extensiones poco profundas del mar de las Estrellas. También requerían menos tiempo para su construcción, de manera que era perfectamente posible que la
Cerúlea
y sus consortes hubieran sido diseñadas para incorporar tecnología tuonetar desde sus inicios.

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