Read Vacaciones con papá Online
Authors: Dora Heldt
—¿No tienes nada elegante en el armario? —Kalli le quitó un hilo del hombro a Onno.
—¿Por qué? Si está prácticamente nueva. Y el pantalón es de tergal. Que yo sepa, no voy a un entierro. Y los trajes hacen parecer mayor.
Marleen llevaba un traje pantalón blanco. Mi padre silbó con suavidad al verla, y ella le sonrió.
—Muchas gracias. Vosotros estáis muy elegantones. ¿Ya se ha puesto en marcha Hubert?
—Sí, ha ido al puerto. Lo que sí deberías es ponerte algo encima, en el blanco se ven todas las manchas.
Ella asintió y a continuación se quedó helada.
—Creo que voy a cambiarme.
Gisbert von Meyer, asimismo con un traje blanco, llevaba una planta de interior en el brazo izquierdo, al hombro una mochila y ante el pecho la cámara.
—Marleen, mi más sincera enhorabuena por la inauguración, también en nombre de la redacción. Uy, si vamos iguales. Hola, Christine, muy bonito ese vestido.
—Gisbert. —Mi padre le dio unas palmaditas en el hombro y las hojas de la planta temblaron—. Saca algunas fotos ahora que todo está ordenadito. Del bufet también, antes de que la gente empiece a zampar.
—Y ¿qué hay de comer? —Onno asomó la cabeza por la puerta—. ¿También hay cosas calientes?
—De todo —aprobó Kalli—. He mirado antes. Lo han hecho muy bien.
Carsten miró hacia la entrada del patio.
—¿Y Hubert? Creía que sólo iba a buscar a Theda al ferry, pero el ferry ha llegado hace rato.
—También tenía que recoger una cosa mía —susurró mi padre en tono cómplice—. Nuestro regalo.
En ese mismo instante doblaron la esquina los primeros invitados, que se dirigieron a la entrada, donde se hallaba apostada Marleen, cargados de flores, bien vestidos y sonrientes.
—¿Y si nos situamos a los lados? ¿Para que se vea que también es cosa nuestra?
—Papá, por favor, no. Deja que del recibimiento se encargue sólo Marleen.
—La verdad, no sé… Kalli, Onno, Carsten, venid conmigo. Por lo menos nos colocaremos cerca. Y, Christine, tú podrías ir pasando unas copitas de champán.
Justo entonces apareció una chica joven con un delantal negro largo que sostenía una bandeja con copas.
—¿Desean tomar algo?
—¿Quién es usted? —Mi padre cogió una copa de inmediato y escrutó a la chica sin ceremonias.
—Soy Suse. Me encargo del servicio junto con dos compañeras.
—Ajá. Oye, Christine, de eso podrías haberte ocupado tú con Dorothea y Gesa. Y dígame, Suse, ¿cuánto gana por hora?
—¡Papá! —Me apresuré a coger una copa—. Gracias, Suse. Acaban de llegar más invitados.
Poco a poco se iba llenando la entrada al local, los primeros empezaban a pasar.
—¿No vamos a entrar?
Mi padre echó un vistazo alrededor.
—Falta Dorothea. Y Hubert. Y ¿dónde está Nils?
—Ha ido a buscar a su madre. —Carsten recorrió con la mirada a los invitados—. Ah, ahí vienen. Eh, hola, estamos aquí.
Fue al encuentro de su mujer y su hijo. Mientras tanto Gisbert von Meyer se situaba junto a Marleen esparrancado y gesticulaba como un loco con la cámara ante la cara. Parecía un
paparazzo.
—Como se le ocurra decirle a la mujer del alcalde que le dedique una sonrisa y llamarla nena, Marleen le atiza.
Dorothea se había acercado por detrás sin que yo me diera cuenta y observaba a Gisbert con las cejas enarcadas.
—¿Es que no vamos a entrar? ¿A qué estamos esperando?
—A Hubert y a Theda, y mi regalo. —Mi padre examinó a Dorothea—. ¿No crees que ese vestido es demasiado escotado? Kalli ha dicho que también va a venir el pastor.
—Vamos, Heinz —le puso la mano en el brazo y sonrió acaramelada—, si quieres puedo decir que no nos conocemos, no pasa nada.
Gisbert regresó a su posición dispuesto a darlo todo. Sus objetos de deseo al parecer contaban con una gran cobertura por parte de la prensa. La señora Weidemann-Zapek parecía una nube de vainilla, capas y más capas de
chiffon
, para ese vestido habrían hecho falta unos cien metros de seda. Y, siendo como era tan acertado, su amiga la señora Klüppersberg había optado por el mismo modelo en pistacho. Las dos lucían sendos sombreros de paja y las correspondientes cintas de
chiffon
ondeando al viento cuando avanzaron hacia Marleen dando pasitos cortos con sus zapatos de tacón. Sonreían y saludaban a diestro y siniestro; Gisbert se superó a sí mismo sacando instantáneas, y de repente Hollywood se trasladó a Norderney.
—Mira, Heinz. —Incluso Onno estaba impresionado—. Si son como las Jacob Sisters
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, pero sin perros.
Mi padre iba a contestar cuando reparó en algo que lo dejó de piedra.
—¡No me lo puedo creer!
Clavó la vista en los invitados que llegaban, me apartó y se dirigió dando zancadas al grupo que acababa de acercarse a Marleen. Nosotros lo seguimos, Dorothea algo detrás de mí y después Kalli y Onno. Yo no lograba ver el motivo de tanta agitación, pero vi a Gisbert, que dejaba caer la cámara desconcertado y miraba a mi padre sin dar crédito.
Entonces vi a la pareja que en ese instante se encontraba delante de Marleen con una cesta de regalo:
Johann-Johannes con un traje marrón claro, y de su brazo una señora que yo había visto primero en el móvil de Gisbert y luego ante la pensión.
—Pero si es el cazafortunas y su víctima —musitó Kalli al tiempo que me tiraba del vestido nerviosamente—. Y ¿qué está haciendo Heinz?
—¡Papá! —Intenté detenerlo, tan sólo estábamos a diez metros de distancia—. ¡Espera! ¡No!
Me lo veía enredado en una pelea sangrienta. Y tenía setenta y tres años.
Onno se me adelantó.
—Heinz, espera. No actúes solo.
Lo dijo con voz decidida. Y funcionó: mi padre se detuvo y se volvió hacia nosotros.
—Dorothea, llama a la policía. Onno y Kalli, rodeadlo. Y tú, Christine, quédate aquí.
—Ahí está Heinz.
Las gemelas vinieron corriendo hacia nosotros, radiantes.
—Poned a las niñas a salvo.
Ahora mi padre hablaba como Robert de Niro y se parecía a Terence Hill. Continuó adelante despacio, flanqueado por Onno y Kalli y seguido de Dorothea y de mí. Les hice una señal a Emily y a Lena, que me miraron con cara de interrogación y se detuvieron.
No supe si fue por la expresión de los tres mosqueteros. Sea como fuere, cuando llegamos a la entrada reinaba un silencio sepulcral. Marleen miró con desconcierto a la pareja que tenía delante. Vista de cerca, la señora tendría por lo menos setenta y tantos años y sostenía la mano de Marleen entre las suyas.
Mi padre se aclaró la garganta.
—¿Marleen? ¿Hay algún problema?
—Eh, no, Heinz. Ésta es la señora…
La supuesta víctima del cazafortunas se dio la vuelta. Iba perfectamente maquillada y muy bien vestida, y se presentó con voz bronca:
—Margarete Tenbrügge. Buenos días.
Se volvió de nuevo hacia Marleen. Johann me miró relajado y sonrió, cosa que también vio mi padre, que dio un paso hacia él y lo agarró por el brazo.
—¿Le importaría…?
—Heinz, suéltalo. —Marleen apartó a mi padre y se dirigió de nuevo a la anciana—: Perdone, ¿le importaría repetir eso?
La señora Tenbrügge dedicó una sonrisa encantadora a los presentes.
—Cuenta usted con mi aprobación. La primera vez que la vi, en las fotos, me pareció demasiado joven, pero al fin y al cabo mi hermano es mayorcito, y si usted lo hace feliz, pues que así sea, ¿sabe? Se lo merece.
Yo no entendía ni papa. Los demás, a todas luces tampoco.
—¿Sabe qué, Marleen? Porque puedo llamarla Marleen, ¿no? Envié a Johannes de avanzadilla porque yo tenía un torneo de golf y antes no disponía de tiempo. Para que viera cómo es usted. Por desgracia, sospecho que no fue muy hábil, de niño no se le daba nada bien lo de actuar. Bueno, sea como fuere, por fin nos conocemos.
Mi padre dijo exactamente lo que yo pensaba:
—No entiendo una sola palabra.
—Pero si es el hijo del rey de los huevos. —De fondo se oyó la aguda voz de Emily.
—¿Qué? —Hice un esfuerzo supremo para encontrarle algún sentido a la historia, pero no lo conseguí. De repente alguien se abrió paso en el grupo.
—¿Es que esto no avanza?
Hubert dejó atrás a Onno y a Kalli y se situó junto a Marleen.
—Y ahí está el rey de los huevos. —Era la voz de Lena.
Hubert llamó a las niñas para que se aproximaran y a continuación se inclinó hacia Margarete Tenbrügge.
—¿Qué, alma mía? Tú y tu curiosidad y tu impaciencia. No tienes ni idea del lío en el que has metido a tu sobrino.
¿Sobrino? Poco a poco, el puzzle empezaba a formarse en mi cabeza. Hubert le pasó el brazo por los hombros a Margarete.
—Marleen, amigos míos, permitid que os presente a mi hermana Margarete, que no podía soportar no conocer aún en persona a mi nuevo amor. Claro que no ha tenido tiempo, ha pasado seis meses en un crucero.
Se puso de puntillas y nos indicó a todos que nos apartáramos. Nosotros nos hicimos un poco a un lado y dejamos pasar a Theda. Ésta lucía un traje sastre verde que armonizaba a la perfección con su cabello corto gris, y al sonreír dejó al descubierto sus hoyuelos. Hubert le tendió la mano.
—Y ésta, Margarete, es Theda. La mujer de mis años longevos, la tía de Marleen y la antigua, escúchame bien, la antigua propietaria de esta pensión.
Margarete y Johann se miraron y luego miraron aturdidos a Theda. La hermana de Hubert tragó saliva, pero recuperó la compostura a una velocidad asombrosa.
—Ah. En ese caso probablemente me haya equivocado. ¡Johannes! Creía que habías preguntado de quién era la pensión. Hemos estado todo el tiempo siguiendo una pista falsa. Theda, me alegro de conocerla. No tengo nada contra usted, Marleen, pero esto me gusta mucho más.
Se cogió del brazo de Theda y la empujó hacia el local.
—Ahora usted y yo nos tomaremos una copa de champán. Por cierto, mi familia me llama Cuqui.
Casi me da algo.
Mi padre escrutó a Johann con aire vacilante.
—En fin, no sé cómo…
Hubert se puso a su lado.
—Heinz, éste es mi hijo. Johannes, aunque lo llamamos Johann. Yo no sabía que estaba ejerciendo de investigador privado por encargo de mi hermana, de lo contrario habría intervenido mucho antes, como es natural.
Mi padre se encogió de hombros.
—Ya se sabe cómo son las cosas. Los primeros años uno se los pasa con los mocosos sentados en las rodillas, explicándoles cómo funciona el mundo, y de repente se encuentra desayunando con desconocidos enfrente. Con Christine las cosas tampoco fueron fáciles siempre. Y ahora necesito una cerveza.
Entró en el bar con Kalli y Onno. Al volverme me topé con el rostro de Johann. Sus ojos color miel. No se me ocurrió nada inteligente que decir.
—Puf.
—Quería explicártelo todo esta mañana, pero no sabía por dónde empezar. ¿Tienes alguna pregunta?
—¿Por qué Thiess?
—Es el apellido de soltera de mi madre. No quería registrarme con mi nombre, pensé que sería evidente que Hubert era mi padre. Y a Cuqui, bueno, a mi tía Margarete, se le metió en la cabeza que mi padre había sido víctima de una sirena joven y sin medios que estaba dilapidando mi herencia. Y esa idea no la dejaba vivir. Y cuando Cuqui quiere algo de uno, no hay nada que hacer.
Sentí un alivio inmenso. Y remordimientos de conciencia por haber desconfiado de él. Johann me apartó un mechón de pelo de la cara con ternura.
—Podemos empezar de cero. Aunque me reí mucho con esos ancianos con gafas de Gucci que no me dejaban ni a sol ni a sombra. Me hizo sentir muy importante. Ven, vamos a brindar por la inauguración y por nuestros padres.
La celebración fue de película. Yo iba de mesa en mesa, haciéndome cargo de flores y regalos para Marleen y buscando una y otra vez la mirada de Johann, que casi siempre encontraba. Mi padre mantuvo una larga conversación con el alcalde, luego con el pastor, después lo vi bebiendo con Margarete y diciéndole que podía tutearlo. Gisbert se me acercó por detrás y se me cayó la copa cuando me habló de pronto.
—Aun así, las pruebas eran contundentes. Como yo siempre digo, más vale prevenir que curar.
—Claro, Gisbert, muy sensato por tu parte. ¿Ya has entrevistado a todos los invitados?
—Prácticamente. —Se ufanó—. El oriundo de Norderney en sí es muy abierto con la prensa.
Marleen me llamó y, por desgracia, tuve que dejarlo plantado.
El oriundo de Norderney en sí también disfrutaba de las celebraciones. Los últimos invitados se fueron ya por la tarde. Tras despedir a Suse y a sus dos compañeras con la correspondiente propina, Marleen le echó un vistazo a su bar. Dorothea y yo lo interpretamos como una exhortación, y empezamos a recoger copas y ceniceros. Marleen se nos acercó.
—No, eso lo haremos más tarde. Ahora vamos a sacar una mesa grande fuera y a beber champán. Vamos, que lo hagan Onno y Kalli.
Cuando Marleen, Dorothea y yo salimos con copas y botellas, los asientos ya se habían asignado. Mi padre estaba sentado entre Margarete y Hubert, frente a él, Johann, que me había guardado una silla, al lado Onno; Kalli y Carsten, enfrente de Gesa, Nils y la madre de Nils. Theda se hallaba a la izquierda de Margarete; la conversación que ambas mantenían a voz en cuello apenas lograba acallar las historias que mi padre le contaba a Hubert.
—Más de una vez se habría visto perdida, tu sobrina, Theda. No sé cómo se las habrían apañado las chicas solas, no habrían sacado nada adelante, ya sólo la mano de obra…
Onno alzó la cabeza.
—¿Aún quedan pinchitos de ésos en el bufet?
Gesa fue a echar una ojeada. Yo repartí las copas y me senté. Mi padre me miró.
—¿Qué, hija? ¿Ves como no pasa nada? Ya te lo decía yo, no es tan fiero el león como lo pintan. Y tú con ese mal de amores. —Se dirigió a Hubert—: Me partió el corazón, no puedo soportar ver a mis hijos tan tristes.
Hubert, compasivo, me cogió la mano, yo la retiré.
—Vale ya, papá, estoy muy bien. Hubert, ya no hay ninguna razón para tener que consolarme.
Él lanzó un suspiro.
—Todos esos enredos. No tenía ni idea de quién podía ser ese cazafortunas hasta que de pronto, cuando estábamos avistando gaviotas con las niñas, veo a mi hijo y a mi hermana en la playa. Creí que me daba un ataque.
—Y mira que tuvimos cuidado. —Margarete cogió su copa y brindó con nosotros—. Johann, para detective no vales, la verdad. Me sabe mal, pero he de decirlo.