Un talento para la guerra (43 page)

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Authors: Jack McDevitt

BOOK: Un talento para la guerra
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—¿Chase?

—Lo veo —respondió al cabo de un rato.

—¿Podemos traducir algo?

—Trataremos de hacerlo. No estoy segura de cómo introducir el dato visual en el ordenador. Dame un momento.

Griego. Sim siguió siendo un clasicista hasta el fin.

El corazón me latía violentamente mientras contemplaba el lugar e imaginaba sus últimos días o años. ¿Cuánto tiempo habría aguantado bajo la eclíptica de un nexo sin fin con su casa?

Debió de ser una elección muy pensada y bastante difícil, lo mismo que mantener el silencio o la discreción cuando el
Tenandrome
llevó sus noticias a La Pecera y a Rimway. Me imagino los encuentros apurados de los oficiales de alto rango,, ya abrumados por el peso de un gobierno que se desintegraba. ¿Por qué no? ¿Qué tendría de bueno esta revelación? Y los hombres del
Tenandrome
, conmovidos por lo que habían visto, habrían llegado a un acuerdo enseguida.

—Alex, según el ordenador es griego clásico.

—Bien. ¿Qué más?

—Dice que tiene pocos idiomas en su biblioteca y que todos son lenguas modernas.

—La última palabra —dije— parece ser «Demóstenes».

—¿El orador?

—No lo sé. Tal vez. Sin embargo, no puedo entender por qué motivo grabó el nombre de un griego muerto en la roca. En esas circunstancias.

—No tiene sentido —opinó Chase—. Tenía un ordenador disponible en la cúpula. ¿Por qué no lo usó? Podría haber escrito lo que se le ocurriera. ¿Por qué se tomó el trabajo de grabar la roca?

—El medio es el mensaje, como dijo alguien. Tal vez una superficie electrónica no podía expresar apropiadamente sus sentimientos.

—Tengo una conexión con el ordenador del
Corsario.
Hay solo dos referencias a Demóstenes. Una es del antiguo griego y la otra de un luchador contemporáneo.

—¿Qué dice del primero?

—«384-322 a. C. Antigüedad. El más grande de los oradores griegos. Se dice que había nacido con un impedimento para hablar y que pudo superarlo poniéndose guijarros en la boca y hablando frente al mar. Sus discursos persuadieron a los atenienses a hacer la guerra contra los macedonios. Los más conocidos son las tres Filípicas y las tres Olintíacas. Todos datan del año 350 aproximadamente. Los macedonios vencieron pese a los esfuerzos de Demóstenes, que fue enviado al exilio y murió por su propia mano.»

—Hay una relación —dije.

—Sí, Tarien también era orador. Y tal vez sea una referencia a él.

—No me sorprendería-comenté. Había observado otra inscripción en la roca, en la base, en letras de tipo diferente: «Hugh Scott, 3131». Grabadas con un pequeño láser.

—Es tiempo universal —explicó Chase—. Se equipara con 1410 o 1411 de Rimway. —Suspiró—. Al final, Sim debió de perdonar a su hermano. Tal vez reconoció que estaba en lo cierto.

—Considerando las circunstancias, es un perdón muy meritorio.

Me dolían los pies; los tenía lastimados. Los calcetines no me servían de protección y tenía que tener cuidado con los movimientos para no quemarme.

—¿Dónde está el visitante?

—Se acerca, sigue acelerando. Es realmente insistente. —El aire estaba pesado—. ¿Alex?

—¿Sí?

—¿Crees que ella sí lo encontró? Me refiero a si lo hizo a tiempo.

—¿Leisha? —Yo había estado pensando en eso casi sin cesar. Tanner buscó durante años el piloto perdido de Candles.

Y a Sim,

que camina bajo las estrellas

en la lejana Belmincour.

—Ella no tenía los recursos del Instituto Machesney. Dios mío, debió de pasar todos esos años viajando para tomar fotos y procesando la información para tratar de recrear la constelación.

—¿Qué piensas?

—No lo sé. Pero sospecho que esa es la pregunta que obsesiona a Scott.

Resistí la tentación de grabar mi nombre en la roca junto al de Scott y me dirigí a la cápsula. Estaba subiendo cuando me llegó de nuevo la voz de Chase en tono de urgencia.

—Alex, odio tener que darte malas noticias, pero ¡viene otra más grande!

—¿Otra qué?

—Una nave de los mudos. Un crucero de guerra, creo. Debí haberlo visto antes, pero estaba observando al más pequeño y no presté mucha atención a los controles…

—¿Por dónde?

—Está a diez horas de aquí. Viene rápido, pero va decelerando. La tripulación debe de estar furiosa. Es capaz de alcanzar la velocidad suficiente para entrar en órbita. Creo que sería mejor que volvieras enseguida para ver qué hacemos.

—No —repliqué. Estaba sudando—. Chase, sal cuanto antes del Centauro.

—Estás loco.

—Por favor —insistí—. No hay tiempo para discutir. ¿A qué distancia se encuentra el destructor?

—A cinco minutos aproximadamente.

—Ese es el tiempo que tienes para salir de ahí y meterte en el
Corsario.
Si no lo haces, ya no harás nada más.

—Tú tienes la cápsula.

—Por eso no podemos seguir charlando. ¡Sal como puedas, rápido!

Contemplé la explosión en lo alto del cielo del oeste: un chispazo de luz.

—¿Chase?

—Estoy bien. Tenías razón. Los hijos de puta han volado el Centauro.

Traté de ver al destructor con los visores de la cápsula, pero ya estaba fuera de mi alcance.

Chase, que tenía una imagen de él en el monitor del
Corsario
, no sabía cómo remitírmela. De cualquier modo, ya no importaba.

—Estoy de camino —le dije—. Estaré contigo en un par de horas. Quizá quieras dedicar el tiempo a ir viendo cómo manejar el puente de Sim. ¿Has enviado un mensaje a Saraglia?

—Sí, pero me sorprendería que lo recibieran. Esto no está equipado para una transmisión de tan largo alcance. Alex, creo que estamos anclados aquí.

—Nos las arreglaremos —la animé—. Ellos deben poseer un medio de transporte estelar. —Me elevé del peñasco y miré los números que Chase me transmitía.

En la frescura del interior de la cabina, en el atardecer de este mundo, pensé en Sim y en Scott. Me atrapó la melancolía de Scott. Tal vez porque Sim me resultaba remoto. Tal vez porque me di cuenta de que me estaba apropiando de la obsesión de Scott.

Llegué al
Corsario
algunas horas más tarde. Para entonces Chase ya había hecho funcionar los magnetos. Podíamos movernos por fin. La cápsula no estaba diseñada para ser transportada en un buque de guerra, así que la aferré a la coraza exterior. No quería dejarla aún a la deriva hasta ver cómo iban las cosas.

Chase me abrió la compuerta.

—Bueno —dije tan pronto como me hube quitado el casco—, vayámonos de aquí.

Parecía desolada mientras volvíamos al puente.

—No podemos hacerlo funcionar.

—Es el
Corsario.

—Tiene doscientos años. Pero ese no es el problema. No tenemos propulsor estelar. Los ordenadores se comportan como si lo tuviéramos, pero lo cierto es que…

—Tenemos que suponer que lo hay. Si no, ¿qué vamos a hacer?

—Bien. Pero, aunque hubiera armstrongs escondidos, necesitamos tiempo para tener una carga suficiente para el salto.

—¿Cuánto tiempo?

—Eso es lo raro. Las indicaciones tendrían que ser exactas, pero el ordenador dice que entre veinticinco y treinta y dos horas.

—No creo que sea el momento de preocuparse por los detalles.

—Supongo. Bueno, he encendido los motores nada más llegar.

—¿Cuándo llegarán los mudos?

—En unas seis horas.

—Entonces, movámonos.

—Nos capturarán mucho antes de que podamos dar el salto, aun con los cálculos más optimistas. —Había puesto en funcionamiento los sistemas internos. Cada una de las compuertas se abría cuando nos aproximábamos y se cerraba detrás—. He pensado que sería mejor mantener sellados los compartimentos individuales hasta estar seguros de la integridad interna.

—Sí —coincidí—. Buena idea. ¿Cómo es que no lo podemos hacer funcionar? Se supone que esta cosa es rápida.

—Probablemente lo sea. Pero ellos ya han alcanzado una velocidad muy alta. Nosotros nos moveremos cuando nos hayamos elevado.

Traté de visualizar la situación. Parecía semejante al problema de Sim en Hrinwhar. ¿Qué había hecho él?

—¿En cuánto tiempo estaremos en la línea de los mudos?

—¿Quieres hacerles frente?

—Por decirlo de algún modo.

—¿Por qué les tendríamos que facilitar las cosas? —preguntó espantada.

—Chase —le dije—, ¿qué sucedería si pasáramos junto a ellos a alta velocidad? ¿Cuánto tiempo necesitarían para dar la vuelta?

—Diablos. —Se le iluminó la cara—. Nunca podrían alcanzarnos. Desde luego, lo más probable es que nos hicieran un agujero cuando pasáramos.

—No lo creo. Se están tomando muchas molestias por esta nave. El ataque al Centauro fue para impedirnos subir a bordo del
Corsario.
No creo que se arriesguen a destruirlo.

—Podrían hacerlo, si pensaran que íbamos a irnos en él.

—Entonces tenemos que jugárnosla. ¿Tienes alguna idea mejor?

—No —respondió, y se sentó en la silla del piloto—. Los magnetos no andan del todo bien. Pero hay energía suficiente para el lineal. Si quieres, podemos ir a casa montados en ellos. Solo tardaríamos unos cincuenta siglos en llegar.

—Veamos a los mudos.

Hubo un estallido y una visión fugaz. Quedó todo oscuro con el color de un cielo nocturno y aparecieron los mudos. Nunca había visto nada igual. Al principio dudé que se tratara de una nave; de que pudiera llevar tripulación. Parecía una torre con unos veinte hiperboloides de medidas diferentes, que tenían un movimiento que sugería que se movían cada uno independientemente de los demás. Solo había una imagen estilizada de las naves enemigas de la era de la Resistencia. Para comparar, en el monitor de la izquierda se veía una silueta del
Corsario.
Éramos apenas más grandes que la más pequeña de las naves de nuestros enemigos.

—¿Estás segura de que son los mudos?

—No tengo ni idea —respondió Chase, meneando la cabeza—. Lo único que sé es que no son de los nuestros. El destructor era de los mudos. —Empujó la consola y me miró a la cara—. ¿De verdad quieres pasar junto a eso?

—Sí. No creo que haya otra opción.

—De acuerdo —dijo, y empezó a dar órdenes a los ordenadores—. Vamos a empezar a dejar esta órbita en unos quince minutos. ¿A qué distancia quieres pasar?

Lo medité.

—Me gustaría estar fuera del alcance de los disparos. ¿Tienes idea de su alcance?

—No.

—Bien, establezcamos un mínimo de diez mil kilómetros. Eso al menos amortiguará su poder ofensivo.

—Está bien —admitió ella—. A propósito, la nave está haciendo una reserva de potencia operacional. Vamos a tener suficiente combustible para hacer funcionar un gran interestelar. Sospecho que, de ser necesario, podríamos causarles bastantes problemas en un enfrenta-miento.

—No vamos a explotar, ¿verdad? —Yo pensaba en el
Regal.

—Sé lo mismo que tú.

Minutos más tarde los motores del
Corsario
funcionaban a pleno rendimiento. Chase me miró desde la consola de mando.

—Es un momento histórico, Alex. ¿Quieres dar la orden?

—No —respondí—. Vamos.

Ella sonrió y oprimió las teclas. Sentí el movimiento de la nave.

—Una vez que abandonemos la órbita, dale máxima potencia, a toda máquina.

—Alex, el
Corsario
puede acelerar más que tú o yo. Vamos a ir rápido, pero a menos de su capacidad real.

La nave alienígena se hacía más grande. Había empezado a palpitar y a emitir un brillo azul verdoso, similar al de las luces de un árbol de Navidad.

—Los niveles de energía operacional siguen incrementándose —dijo Chase—. Nunca había visto nada igual. Este hijo de puta tiene ahora potencia para golpear a ese monstruo, de ser necesario.

—Prefiero eludirlo.

Nos elevamos fuera de órbita una hora después y, con la proa, encaramos al enemigo —eso pensábamos que era la otra nave— y aceleramos. Casi inmediatamente, Chase informó de que la otra nave estaba cambiando su curso.

—Intenta acercarse —exclamó.

—Trata de mantenerte a diez mil kilómetros.

—Hago lo que puedo. —Estaba nerviosa—. Pero espero que tú o yo sepamos lo que hacemos.

Chase tenía razón. La presión de la aceleración constante nos agotó. Después de una hora, se la veía exhausta y yo había tomado aguda conciencia de los latidos de mi corazón. Incrementamos el contenido de oxígeno. Eso nos ayudó un poco.

Mientras, la distancia entre las dos naves se hacía menor.

—Viene rápido —gritó Chase.

—No van a disparar. La única razón por la que están aquí es para salvar al
Corsario.

Pero en realidad yo no estaba tan seguro, y Chase lo sabía. De modo que esperamos mientras los ordenadores llevaban la cuenta atrás.

Los integrantes del contingente alienígena parecían estar moviéndose por sí mismos, haciendo luces y describiendo órbitas de formas topológicas. Era una nave de aspecto fantasmal, insustancial.

—Punto más cercano de aproximación —observó Chase—. Toma nota.

—Nos enfocan para disparar con láser —anunció el ordenador con voz femenina.

—Vamos, Chase.

—Mierda, Alex, hemos olvidado algo…

Fue interrumpida por una explosión. La nave se sacudió violentamente. El metal se rasgó y algo explotó. Sonaron las sirenas y las alarmas. Chase empezó a revisar los daños.

—Los magnetos —dijo—. Los han destruido con el primer golpe. —Me miró con desesperación y luego contempló la imagen de la nave alienígena, que crecía para luego disminuir. Las luces rojas se tornaban púrpura—. La nave se autosella, pero tenemos problemas. —Cerró las alarmas.

—¿Qué ha pasado? —pregunté. La presión de la aceleración había disminuido considerablemente.

—No sé cómo proceder. Han hecho un agujero en nuestro sistema de propulsión; así que, a menos que seas un experto en reparar unidades magnéticas, vamos a tener que resignarnos a ir muy despacio.

—Bien, pero por lo menos nos moveremos una velocidad corriente, ¿no?

—Sí, incluso algo mejor. Pero eso no sirve de mucho cuando ellos siguen acelerando. Lo que sucederá es que continuarán persiguiéndonos y nos alcanzarán. Para ellos, será como un pasatiempo, ¡pero lo que más me duele es que podríamos haberlo evitado!

—¿Cómo?

—El problema es que ninguno de nosotros dos sabe nada sobre la guerra. La nave tiene un escudo de defensa. ¡Pero no se nos pasó por la cabeza activarlo!

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