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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Policiaco

Un inquietante amanecer (27 page)

BOOK: Un inquietante amanecer
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Se puso una camiseta y unos pantalones cortos y se encaminó hacia la linde del bosque. Allí estaba. Lentamente la idea fue tomando forma dentro de su cabeza. Paró en seco. El cementerio ruso. Evidentemente. Los asesinatos no tenían nada que ver con la venta clandestina de bebidas alcohólicas ni con los barcos que transportaban carbón ruso. La clave estaba allí, en la isla de Gotska Sandön. Delante de sus ojos. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Bajó corriendo hasta la playa y recogió rápidamente sus cosas.

Pensó en los viajes que Morgan Larsson realizaba regularmente a Gotska Sandön. ¿Cuándo iba allí? Siempre en la misma fecha, en intervalos precisos de tiempo durante quince años. Sacó su bloc de notas de la mochila. Estaba allí entre el 21 y el de 23 de julio. ¿Cuándo asesinaron a Tanja? En verano, pero no recordaba la fecha exacta. Se maldijo por no haber apuntado ese dato. Sacó el móvil para llamar al vigilante. Ninguna señal. No había cobertura. Mierda. Entonces, tampoco podría llamar a Knutas.

Comprobó en el mapa cuál era el camino más corto para volver al campamento.

C
uando Karin llegó por fin al campamento estaba empapada en sudor y deshidratada. Habría podido matar por un poco de agua, pero no tenía tiempo. Debía hacer dos cosas. La primera, ponerse en contacto con Knutas y la segunda, comprobar la fecha en la que Tanja fue asesinada. Además, quería volver a Visby lo antes posible. El móvil seguía sin funcionar. Junto a las letrinas se encontró con un par de chicos jóvenes que estaban cambiando las cubas. Le informaron de que el próximo barco para Gotland salía un cuarto de hora más tarde.

Entró a toda prisa en la cabaña y metió sus cosas en la mochila. Corrió hasta el museo, que, por suerte, estaba abierto. No se veía a nadie por allí. Subió a zancadas la escalera que conducía al piso superior y cogió el archivador que buscaba. Faltaban cinco minutos para la salida del barco.

De camino a la playa vio que ya tenía cobertura y llamó a Knutas. Contestó directamente el comisario.

—Hola —dijo ella jadeante—. He descubierto cómo encajan todas las piezas del puzle. Los asesinatos guardan relación con un antiguo caso. Una chica alemana que se encontraba de vacaciones con su familia aquí, en Gotska Sandön, un asesinato que tuvo lugar en 1985 y nunca se resolvió.

El móvil emitió un pitido avisando de que la batería estaba a punto de agotarse.

—¡Joder! Si se corta te llamo desde el barco. Voy a cogerlo ahora, sale dentro de unos minutos. Creo que el asesino es el padre. Es ruso.

—Está bien; una vez más, no te sigo, Karin.

—No recordarás el caso. Ocurrió en pleno verano, una familia alemana cuya hija apareció asesinada, en 1985.

—Sí, lo recuerdo. Yo trabajaba entonces como policía de orden público, así que no recuerdo los detalles. Y, santo cielo, aquello sucedió hace veinte años. Pero el caso no se resolvió nunca, como has dicho.

—No, por eso precisamente, pero ahora ha…

Se cortó la comunicación. Se había acabado la batería. Karin echó pestes y corrió hacia el barco, donde ya estaban retirando la pasarela de acceso.

—¡Esperen! —gritó agitando las manos.

El chico que estaba en la playa levantando la última maleta hizo una señal al capitán.

Karin le dio las gracias cuando subió a bordo jadeante y dando traspiés.

Reconoció aliviada al capitán Stefan Norrström, el mismo del viaje de ida, y subió rápidamente al puente de mando.

—Hola de nuevo; ¿puedo usar tu teléfono?

—Por supuesto. ¿Ha pasado algo?

—Sí, podría decirse que sí—respondió Karin mientras abría el archivador con los viejos recortes de periódico.

Quería saber la fecha del asesinato de la chica alemana antes de hablar con Knutas. El capitán miró con curiosidad el archivador por encima del hombro de ella.

—Tengo que llamar a la policía. El maldito móvil que llevo no funciona.

—Bueno, a veces hay problemas con la cobertura.

—Es la batería, se ha acabado. Y tengo el cargador en casa, en Visby —explicó con gesto de resignación.

Tenía delante la página con el recorte de la noticia del asesinato de Tanja Petrov. En su cabeza repasaba lo que sabía. Morgan Larsson viajaba siempre en la misma fecha a Gotska Sandön. Había visitado la isla varias veces durante los últimos quince años, siempre entre el 21 y el 23 de julio.

Sus ojos se fijaron en la fecha del asesinato. Tanja fue asesinada la noche entre el 21 y el 22 de julio de 1985. Su cuerpo fue hallado el día 23. Karin tomó aliento. La relación estaba más clara que el agua.

—¿Qué tienes ahí? —le preguntó el capitán con curiosidad mientras ella levantaba el auricular—. ¿Es de la chica que encontraron asesinada en la mar?

—Sí —respondió Karin escuetamente cogiendo el teléfono. No tenía ni tiempo ni ganas de informar a ningún extraño de lo que había descubierto.

Empezó a marcar el número.

—¿Tienes un poco de agua?

—Sí, claro.

Stefan Norrström se levantó de la silla y dio media vuelta para sacar una botella de agua de la nevera. Antes, Karin pudo observar su mirada. Había cambiado.

E
n la comisaría de Visby, Knutas se puso en contacto con la policía alemana y les pidió que comprobaran lo que había sido de la familia de Hamburgo que estuvo de vacaciones en Gotska Sandön en julio de 1985. Unas vacaciones que terminaron trágicamente. ¿Podría ser que el padre, Oleg Petrov, hubiera vengado el asesinato de su hija?

Mientras esperaba respuesta de los alemanes, reunió en su despacho a los miembros del equipo de investigación que se encontraban en la comisaría. Les explicó lo que Karin había tenido tiempo de contarle antes de que se cortara la conversación.

—Y se supone que el padre sería el asesino —dijo Kihlgård con desconfianza—. Después de tanto tiempo. ¿Por qué?

—Sí, es raro —reconoció Wittberg—. Algo tiene que haber desencadenado todo esto.

—Recuerdo aquel caso —intervino el fiscal Smittenberg—. Al principio la dieron por desaparecida y se organizaron rastreos; un montón de gente que se encontraba entonces en la isla colaboró en la búsqueda. Después la encontraron en el agua a unas millas de Gotska Sandön, violada y asesinada. Una historia horrible. Se habló de unos hombres que llegaron a bordo de un barco y luego desaparecieron. Jamás los detuvieron.

—No entiendo por qué no llama Karin —dijo Knutas irritado—. Ha quedado en hacerlo tan pronto como subiera al barco.

—Llama tú entonces —propuso Wittberg—. Pide que la avisen por megafonía.

—Claro, sí…

Knutas parecía algo cortado, pero marcó el número de la centralita, que le puso en contacto con el barco
M/S Gotska Sandön
. Una oscura voz de hombre respondió a través de una línea que chisporroteaba.


M/S Gotska Sandön
. Habla el capitán Stefan Norrström.

Knutas se presentó.

—¿Hay alguna posibilidad de localizar a una persona que se encuentra a bordo del barco, a través de la megafonía, por ejemplo?

—¿De quién se trata?

—De una agente de policía, se llama Karin Jacobsson.

—¿Quiere esperar al teléfono o prefiere volver a llamar?

—Esperaré.

—Está bien.

Knutas oyó que el capitán llamaba a Karin y le pedía que se dirigiera inmediatamente al puente de mando. Al momento estaba de nuevo ante el auricular.

—Bueno, si está a bordo aparecerá aquí dentro de unos minutos. El barco no es muy grande.

—Está bien.

Los minutos pasaban.

—Ya debería haber llegado, ¿no?

—Sí. Parece evidente que no se encuentra a bordo de este barco.

—¿Puede llamarla otra vez?

El capitán vaciló.

—¿De veras es necesario?

—Pienso que sí. Para estar seguros.

Una vez más, el capitán llamó a Karin. Al cabo de dos minutos, Knutas se rindió.

—Probablemente no habrá llegado a tiempo de coger ese barco.

—Seguro que es eso.

—Gracias por la ayuda.

—De nada.

La inquietud fue creciendo en el pecho de Knutas durante la conversación. Karin había hallado una conexión entre el asesinato de Gotska Sandön y los casos actuales. Y ahora había desaparecido. Pidió a la centralita que llamara al vigilante de Gotska Sandön, y cuando consiguió esa conexión le explicó el motivo de su llamada.

—No está aquí; salió con el barco de las dos y media. Evidentemente, tenía mucha prisa por volver.

—¿Está seguro de que llegó a tiempo de embarcar?

—Absolutamente seguro. Yo estaba allí, ayudando con los equipajes. La vi subir a bordo.

—¿Y está absolutamente convencido? Lo que quiero decir es si sabe realmente el aspecto que tiene Karin: baja, delgada, casi cuarenta años aunque aparenta menos, morena con el pelo corto, ojos castaños, un hueco entre los incisivos, muy guapa…

Oyó que el vigilante suspiraba con impaciencia.

—Sí, claro que sé quién es. Me interrogó ayer a propósito de ese tal Morgan Larsson que ha sido asesinado.

—Ya, ya. ¿Cuándo llega el barco a Fårösund?

—A las cuatro y media. El viaje dura dos horas.

Knutas apenas tuvo tiempo de colgar el auricular cuando la centralita le comunicó que tenía al teléfono a los alemanes. Dejó a un lado la preocupación por Karin.

Los otros escuchaban atentamente su inglés ramplón. Colgó lentamente el auricular; su gesto era inescrutable.

—Eran nuestros colegas alemanes. Oleg Petrov no puede ser el autor. Al parecer, ha muerto. Tres meses después del asesinato de Tanja se quitó la vida: se lanzó a las vías del tren.

En el despacho, todos se miraron confundidos.

—¿Y la madre y la hermana? ¿Qué fue de ellas? ¿Dónde se encuentran ahora? —preguntó Wittberg.

—La madre sigue viviendo en Hamburgo. Ahora agarraos: la hermana, Vera, vive aquí en Gotland. Está casada con un isleño y residen en Kyllaj.

—Kyllaj —repitió Wittberg con la mirada fija—. La mujer del ferry, aquel primer ferry de la mañana el día que se cometió el asesinato. Vivía en Kyllaj. Estaba casada y embarazada. Pero tenía coartada, por eso no seguimos investigándola. El testigo de la coartada fue su marido.

Knutas se inclinó hacia delante.

—Su marido, sí. Ahora recuerdo tu informe. Está casada con un hombre que se llama Stefan Norrström. ¡El capitán con el que he hablado hace un momento!

El cerebro de Knutas funcionaba a toda velocidad. El capitán le aseguró que Karin no se encontraba a bordo del ferry. Y ahora había desaparecido.

T
odo empezó aquel día de principios de junio, cuando ella cogió el coche para ir a comprar al supermercado de ICA. Era un día cálido y hermoso, que anunciaba la llegada del verano. Llegó a Slite y aparcó en ICA como solía hacer. Se hizo con un carro y entró a hacer la compra.

Iban a preparar una barbacoa por la tarde; curiosamente, ahora que estaba embarazada le gustaba más la carne bien condimentada. Escogió un par de patatas grandes para asar que pensaba rellenar con su mantequilla especial de hierbas aromáticas, que a Stefan le gustaba tanto. En la sección de las verduras se detuvo más tiempo, eligió pimientos, tomates y champiñones frescos. Podían asar los filetes tal cual y acompañarlos con unas brochetas de verduras. Compró también unas buenas mazorcas de maíz. De repente sintió una patada, y luego otra. Se detuvo. Le gustaba sentir al bebé que vivía dentro de ella. Descansó un poco apoyada en el carro de la compra, se pasó la mano con ternura por encima de la barriga. Aún no podía creer que realmente fuera a ser mamá. Parecía que su vida, por fin, se iba a recomponer. Lo puso en duda tantísimas veces... Pero Stefan siempre la había convencido. Claro que iban a formar una buena pareja. Hasta ella debería comprenderlo. No valía la pena resistirse, le insistía él. Era absurdo.

Y al final había terminado creyéndole. Creyéndole de verdad. En lo más profundo de su corazón. Descubrió con asombro que estaba a punto de sentirse segura de verdad. Visto desde fuera, había crecido en el seno de una familia estable. Pero el dolor y la inseguridad siempre estuvieron presentes, siempre. Sus padres la habían marginado, comparándola constantemente con su hermana. Nunca se había sentido lo suficientemente buena, no bastaba con ser como era. Ni una sola vez se sintió segura. Totalmente segura, con independencia de su aspecto, de lo que hiciera y de lo que ocurriese a su alrededor. Stefan la amaba como no la había amado nadie antes. Sin embargo, ella tenía sus heridas, con las que tendría que vivir el resto de su vida. El hecho de que él lo supiera todo, e incluso que hubiera participado cuando ocurrió lo peor, le fue de gran ayuda. Stefan la vio y la comprendió como no lo había hecho nadie hasta entonces.

Las pataditas se tranquilizaron un poco y continuó haciendo la compra. Puso en el carro unas cervezas para Stefan; ella bebía agua mineral.

Había mucha cola en las dos cajas. Era viernes por la tarde y todo el mundo iba a hacer la compra. Se colocó en una de ellas. Distraída, observó con la mirada a las personas que hacían cola pacientemente esperando su turno con las cestas y los carros repletos. Algunos charlaban, de cuando en cuando alguien se echaba a reír. La mayoría se conocía, Slite no era populosa.

Ella aún no tenía amigas, y tampoco sentía una necesidad acuciante. Se veían con los familiares y los conocidos de Stefan alguna vez y eso, junto con sus compañeras del curso de sueco y las visitas al servicio de obstetricia, era más que suficiente.

De repente vio a un hombre en la cola al que creyó reconocer. Estaba hablando con un niño que no tendría más de cinco o seis años. Centró su mirada, la fijó en él, observó su rostro, lo escaneó.

El hombre, que parecía algo mayor que ella, tenía un aspecto singular. La frente alta y prominente, los ojos claros; daba la impresión de que no tenía ni pestañas ni cejas. Presentaba un ligero prognatismo. Llevaba el pelo corto y vestía un mono de trabajo. Se lo veía molesto, algo nervioso. Quizá fueran las preguntas insistentes del niño, quizá otra cosa.

Se encontraba unos metros delante de ella en la cola de la otra caja, pero lo vio claramente porque estaba vuelto hablando con el niño; supuso que sería su hijo. De pronto él levantó la mirada, y ella apartó la suya. Habría notado que lo observaba, pensaría tal vez que estaba flirteando con él.

No pudo evitar volver a mirarlo. Él la miró directamente, mientras contestaba algo que le había preguntado su hijo. Cuando sus miradas se encontraron y ella pudo oír su voz, se quedó helada. Había oído antes aquella voz clara, con un tono algo nasal. Hacía mucho, pero que mucho tiempo, y en unas circunstancias muy distintas.

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