Un crimen dormido (27 page)

Read Un crimen dormido Online

Authors: Agatha Christie

BOOK: Un crimen dormido
6.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Os advierto que no creo que Helen viera claro en todo esto. Ella sabía que su hermano sentía un profundo afecto por su persona, pero me parece, en cambio, que Helen ignoraba por qué se sentía a disgusto, nada feliz, en su casa. Lo cierto, sin embargo, es que su inquietud, su falta de felicidad, la llevó a decidir el viaje a la India, con objeto de casarse con el joven. Sólo pretendía huir. Huir...
¿de qué?
No lo sabía. Era demasiado joven, demasiado inocente para descubrirlo.

»En el buque que la llevaba a la India conoció a Erskine, de quien se enamoró. En este caso tornó a comportarse como lo que era, como una chica normal, como una joven honesta, sin complejos sexuales. Pudo haber influido en Erskine para que abandonara a su mujer, pero en vez de eso le contuvo. Luego, al enfrentarse con Fane comprendió que no podía casarse con él. ¿Qué hacer ahora? No tuvo más remedio que telegrafiar a su hermano, pidiéndole dinero para el regreso.

«Durante este último viaje conoció a tu padre, Gwenda... Vio otra vía para la proyectada huida. Esta vez, además, consideró la perspectiva de vivir feliz.

»No se casó con tu padre valiéndose de fingimientos, querida. Él se estaba recuperando del golpe que para él había supuesto la muerte de su esposa amada. Ella intentaba olvidar un episodio amoroso infortunado. Los dos podían ayudarse mutuamente. Yo estimo muy significativo el hecho de que ella y Kelvin Halliday se casaran en Londres, trasladándose seguidamente a Dillmouth para dar la noticia de su boda al doctor Kennedy. Ella debió de presentir que era más prudente obrar así, si bien lo normal habría sido que contrajeran matrimonio en Dillmouth. Continúo creyendo que Helen no sabía con lo que se enfrentaba, ni siquiera en esta etapa de su vida... Pero la verdad era que se sentía más segura presentando a su hermano su matrimonial enlace como un
fait accompli
.

»Kelvin Halliday se mostró muy cordial con Kennedy, quien le agradó. Kennedy, por lo visto, se esforzó por dar la impresión de que la decisión adoptada por ellos habíale gustado. La pareja se instaló en una casa amueblada de allí.

»Llegamos ahora a un hecho muy significativo... Me refiero a la sugerencia de que Kelvin estaba siendo drogado por su esposa. Solamente hay dos explicaciones sobre eso, porque dos solamente son las personas que pudieran disponer de la oportunidad de obrar así: Helen Halliday y el doctor Kennedy. Con respecto a ella, ¿por qué había de proceder así? Kennedy era el médico de Halliday, como pone de relieve el hecho de que le consulte. Confiaba en la experiencia profesional de Kennedy... Y la sugerencia de que su esposa le estaba dragando fue inteligentemente apuntada por Kennedy al interesado.

—Pero, ¿existe alguna droga capaz de provocar la alucinación relativa al estrangulamiento? —preguntó Giles—. ¿Hay alguna sustancia que origine ese particular efecto?

—Mi querido Giles: has caído en la trampa de nuevo, en la trampa de
creer lo que se te ha dicho.
De esa alucinación da testimonio únicamente el doctor Kennedy. Kelvin no dice nada sobre ella en su Diario. El hombre sufría alucinaciones, sí, pero no menciona su naturaleza. Yo me atrevería a decir que Kennedy le habló de algunos maridos que habían estrangulado a sus esposas después de haber pasado por una fase como la que Kelvin Halliday vivía.

—El doctor Kennedy era realmente un individuo perverso —sentenció Gwenda.

—Yo creo que por entonces él había rebasado la frontera que separa la razón de la locura. Y Helen, la pobre, empezó a advertirlo. Debió de estar hablando con su hermano aquel día que Lily sorprendió una conversación sin ver a los interlocutores. «Creo que siempre te he tenido miedo.» Ésta fue una de las frases que pronunció —agregó miss Marple—. Y eso fue muy significativo. Helen decidió salir de Dillmouth. Convenció a su esposo de que debía comprar una casa en Norfolk; le convenció también de que no debía decírselo a nadie. Esto, en sí mismo, constituía un punto muy curioso. La reserva sobre ese extremo resultaba muy elocuente. Sentíase asustada ante la posibilidad de que
alguien supiera aquello...
Pero tal circunstancia no encajaba en las hipótesis relativas a Walter Fane, a Jackie Afflick, a Richard Erskine. Quedaba señalado alguien mucho más cerca de aquel hogar que ellos.

»Finalmente, Kelvin Halliday, a quien le molestaba guardar aquel secreto, creyendo, simplemente, que no tenía objeto semejante proceder, se lo dijo todo a su cuñado.

»Y al proceder así selló su propio destino y el de su esposa. Kennedy no estaba dispuesto a permitir que Helen se fuera de allí para vivir feliz en compañía de su marido. Yo creo que la idea inicial consistía, sencillamente, en quebrantar la salud de Halliday con drogas adecuadas. Pero al enterarse de que su víctima y Helen se le escapaban de entre las manos perdió los estribos. Desde el hospital pasó al jardín de «Santa Catalina». Llevaba puestos unos guantes de los empleados por los cirujanos. Alcanzó a Helen en el vestíbulo, estrangulándola. Nadie lo vio, nadie había allí que pudiera verle... Eso pensó al menos. Y en un frenético arrebato, citó los versos trágicos que eran tan apropiados al momento.

Miss Marple suspiró, chasqueando la lengua.

—Fui una estúpida, muy estúpida. Todos nos comportamos como unos necios. Hubiéramos de haber visto claro en seguida. Esos versos de
La Duquesa de Malfi
eran realmente la pista de toda la historia. En la obra son pronunciados por un
hermano
que ha planeado la muerte de su hermana, por haberse casado ésta con el nombre amado. Sí, hemos sido muy estúpidos...

—¿Y luego? —inquirió Giles.

—Procedió a llevar a la práctica el resto del diabólico plan. El cadáver quedó colocado arriba. A una maleta pasaron varias prendas de Helen. La nota destinada a Halliday, para que éste se quedara convencido de que ella había huido, fue escrita y arrojada al cesto de los papeles.

—¿Y no habría sido mejor para Kennedy —preguntó Gwenda— que mi padre hubiese aparecido como culpable de un crimen?

Miss Marple le contestó que no, moviendo la cabeza.

—¡Oh, no! Eso implicaba algunos riesgos. Kennedy era un hombre de gran sentido común... aunque pervertido. Sentía un gran respeto por la Policía. Ésta se hace normalmente con muchas pruebas antes de condenar a un hombre por el delito de asesinato. Los representantes de la ley suelen formular muchas y complicadas preguntas, hacen innumerables investigaciones, quieren estar al tanto de las horas en que se produjeron los hechos, se familiarizan con los escenarios de los mismos. Su plan era más simple, y también más diabólico, creo. No tenía más que llevar a Halliday al convencimiento de ciertas cosas... En primer lugar de que había matado a su esposa; después, de que se había vuelto loco. Convenció a Halliday de que debía ingresar en una clínica mental, pero no creo que realmente quisiera convencerle de que todo era una obsesión. Tu padre aceptó esa hipótesis, Gwenda, por ti, principalmente, me imagino. Continuó creyendo que había matado a Helen. Murió en tal creencia.

—Un cerebro perverso... perverso... perverso... —murmuró Gwenda.

—Efectivamente —dijo miss Marple—. Has empleado el calificativo más adecuado. Y yo pienso, Gwenda, que en eso radica la causa de que aquella infantil impresión se quedará grabada en tu mente con tanta firmeza. Era realmente el mal lo que flotaba en el aire cerca de ti aquella noche...

—¿Y las cartas de Helen? —inquirió Giles—. Eran de su puño y letra. No podía tratarse, por tanto, de falsificaciones.

—¡Naturalmente que eran falsificaciones! Aquí es donde se superó. Tenía mucho interés en lograr que tú y Gwenda abandonaseis las investigaciones. Probablemente, habría sido capaz de imitar la letra de Helen a la perfección, pero no con la suficiente para engañar a un grafólogo. La muestra de escritura de Helen que os envió con la carta tampoco era de ella. La elaboró él mismo. Por eso coincidían todos los rasgos.

—¡Demonios! —exclamó Giles—. Nunca pensé en tal cosa.

—Claro —contestó miss Marple—.
Tú creíste lo que él dijo.
Verdaderamente, es peligroso proceder así con la gente. Desde hace muchos años, normalmente, yo suelo dudar de lo que me dicen los demás.

—¿En cuanto a lo del coñac...?

—Lo preparó el día que se presentó en «Hillside» con la carta de Helen. Estuvimos hablando en el jardín. Él esperó en la casa mientras la señora Cocker salía para hacerme saber que estaba allí. Para realizar esa manipulación no necesitaba más de un minuto.

—¡Santo Dios! —exclamó Giles—. Y pensar que me apremió para que me llevara a Gwenda a casa y le diera
un poco de coñac
, tras haber estado en la comisaría de Policía, con motivo del asesinato de Lily Kimble... ¿Cómo se las arregló para verla antes de una hora fijada para su viaje?

—Eso fue muy fácil. En la carta que le envió indicaba a la mujer que le viera en Woodleigh Camp y que fuese a Matchings Halt en el tren que sale a las dos y cinco minutos del empalme de Dillmouth. Se escondió en la arboleda, probablemente, abordándola cuando ella avanzaba por el camino. Entonces, la estranguló. Luego, procedió a sustituir la carta que Lily llevaba encima (habíale dicho que se la echara al bolso por las instrucciones que contenía) por la que vosotros visteis, yéndose a casa a continuación para montar la pequeña comedia de la espera de la mujer.

—¿Le amenazó realmente Lily? Su carta no daba tal impresión. Más bien parecía dar a entender que ella sospechaba de Afflick.

—Es posible. Pero Layonee, la chica suiza, había dicho algo a Lily y suponía un peligro para Kennedy. Sí, por el hecho de haberse asomado por la ventana del cuarto de los niños, momento en que le viera excavando en el jardín. Por la mañana habló con ella, diciéndole de pronto que el comandante Halliday había matado a su esposa, que el comandante estaba loco, y que él, Kennedy, pretendía silenciar el asunto, pensando en la niña. No obstante, si Layonee se creía obligada a dar conocimiento de todo a la Policía, que lo hiciera, si bien a ella tal proceder le acarrearía perjuicios... etcétera.

»Layonee se asustó inmediatamente a la sola mención de la palabra «Policía». Ella te adoraba, Gwenda, y tenía fe en
monsieur le docteur
. Kennedy le entregó una buena suma de dinero, apresurándose a hacerla volver a Suiza. Pero antes de marcharse, la joven contó a Lily que tu padre había asesinado a Helen y que ella había visto enterrar el cadáver. Esto se avenía perfectamente con las ideas de Lily en aquellos momentos. Dio por descontado que Layonee había visto a Kelvin Halliday excavando la tumba...

—Pero Kennedy no sabía eso, por supuesto —dijo Giles.

—Naturalmente que no. Al recibir la carta de Lily, lo que le asustó fue que Layonee hubiera dicho a Lily lo que había visto
desde la ventana
y la mención del coche que había fuera.

—¿El coche de Jackie Afflick?

—Otra interpretación errónea. Lily recordaba, o creía recordar, un coche como el de Jackie Afflick, afuera, en la carretera. Su imaginación la llevó a pensar en el Hombre Misterioso que fue a ver a la señora Halliday. Estando el hospital al lado de la casa, en aquella vía, indudablemente, aparcarían muchos y buenos coches. Pero tenéis que recordar que el automóvil del doctor se encontraba aquella noche frente al hospital... Probablemente, llegó a la conclusión de que ella se refería a su coche. El calificativo «de primera» carecía prácticamente de significado para él.

—Ya —dijo Giles—. Ante una conciencia culpable, la carta de Lily podía aparecer, lógicamente, como un chantaje. Pero, ¿cómo está usted informada acerca de todo lo concerniente a Layonee?

Miss Marple apretó los labios, pensativa. Luego, repuso:

—El hombre perdió todo el control de sí mismo. Tan pronto como los agentes que dejara apostados en el lugar el inspector Primer entraron en la casa, empezó a hablar de su crimen, contándolo todo, refiriendo varias veces lo que había hecho. Parece ser que Layonee falleció poco después de haber regresado a Suiza: una sobredosis de tabletas somníferas... Desde luego, él no quería correr riesgos.

—Por eso intentó que me envenenara con el coñac.

—Tú, Gwenda, con Giles, erais dos personas sumamente peligrosas para él. Por suerte, querida, nunca le hablaste de que te acordabas de haber visto a Helen muerta en el vestíbulo. En ningún momento supo que había un testigo de su crimen.

—Y esas llamadas telefónicas a Fane y Afflick... —apuntó Giles—. ¿Las hizo él?

—Sí. Si se efectuaban investigaciones sobre la manipulación del coñac, cualquiera de los dos sería un sospechoso convincente. Y si Jackie Afflick viajaba en su coche sólo podía quedar ligado con el asesinato de Lily Kimble. Fane, probablemente, dispondría de una coartada.

—Y fingió que yo le inspiraba mucho cariño... —consideró Gwenda—. La «pequeña Gwennie»...

—Tenía que representar su papel —indicó miss Marple—. Imagínate lo que significaba esto para él. Al cabo de dieciocho años aparecéis tú y Giles haciendo preguntas, escudriñando en el pasado, removiendo un crimen que parecía muerto, pero que en realidad dormía... Algo muy peligroso, querido. He pasado momentos de verdadera preocupación.

—¡Pobre señora Cocker! —exclamó Gwenda—. Estuvo a punto de morir. Me alegro de que se esté recuperando. ¿Crees que volverá con nosotros, Giles? Sí, después de todo lo que ha pasado...

—Volverá si el cuarto de los niños queda ocupado —repuso Giles.

Gwenda se ruborizó. Miss Marple sonrió levemente, echando un vistazo sobre las casas de Torquay que se divisaban desde allí.

—¡Qué forma tan rara de producirse el desenlace de esta historia! —musitó Gwenda—. Yo llevaba puestos aquellos guantes y miraba mis manos, enfundadas en los mismos... Y él avanzó por el vestíbulo, pronunciando unas palabras semejantes a las que yo conocía: «No puedo verte la cara.» Y después: «Mis ojos están deslumbrados.»

La joven se estremeció:


Cubre su faz... Mis ojos estaban deslumbrados... Ella murió joven...
Pude ser yo... de no haberse presentado a tiempo miss Marple.

Hizo una pausa, agregando:

—¡Pobre Helen! ¡Pobre Helen, que encontró la muerte tan joven! ¿Sabes, Giles? Su imagen se ha desvanecido, ya no está en la casa, ya no está en el vestíbulo. Me di cuenta de ello ayer, antes de salir de allí. Allí sólo está la casa, dispuesta para acogernos. Podemos volver a nuestro hogar cuando queramos...

Other books

End Times by Anna Schumacher
Vanessa and Her Sister by Priya Parmar
The Stonecutter by Camilla Läckberg
For Love And Honor by Speer, Flora
Damaged and the Knight by Bijou Hunter
Entromancy by M. S. Farzan