Authors: Agatha Christie
»—Oye —me dijo—, aquí hay algo que no me explico.
»—¿Qué es lo que no te explicas?
»—Lo de las ropas.
»—¿De qué estás hablando?
«—Escúchame, Edie —contestó Lily—: yo revisé las ropas de la señora por indicación del doctor. Ha desaparecido una maleta bastante grande, pero en ella no fueron guardadas las prendas más indicadas.
«—Explícate, mujer.
»—La señora se llevó un vestido de noche, el gris y plata... En cambio, se dejó el cinturón y el sujetador correspondientes... Por otro lado, cogió los zapatos dorados y no los plateados. Asimismo, eligió un vestido verde que reserva normalmente para últimos de otoño. Olvidó coger uno de sus jerseys de fantasía y por otro lado guardó en la maleta blusas de encajes que solamente utiliza con los vestidos de calle. Las prendas interiores debió tomarlas al azar. Fíjate en lo que voy a decirte, Edie: la señora no se ha ido a ninguna parte. Ha sido asesinada por el señor.
»Esta última frase hizo que me despertara del todo. Me senté en la cama, preguntándole qué demonios estaba diciendo...
»—Es como lo que leí en el argumento de
Noticias del Mundo
de la semana pasada —Lily agregó—: El señor descubrió que su esposa había estado engañándole, por lo cual la mató, enterrándola en el sótano. Tú no pudiste oír nada desde donde te encontrabas... Luego, cogió una maleta, que llenó de ropas, para dar la impresión de que había huido. Sin embargo, ella se encontraba en el sótano.
«No podía dar crédito a aquellas fantásticas afirmaciones. Pero he de admitir que a la mañana siguiente bajé al sótano. Todo estaba como siempre allí. Nadie había estado cavando en el suelo precisamente. Hablé con Lily, queriendo hacerle ver que estaba equivocada. Pero ella siguió aferrada a su idea.
«—Acuérdate de que ella le tenía miedo. Yo se lo he oído afirmar... —me contestó—. Sí, en el curso de la conversación que sorprendí desde la escalera...
»—Has incurrido en un error ahí, amiga mía —repuse—. La señora no hablaba en aquellos momentos con su esposo. Aquel día, después de charlar contigo, vi por la ventana al señor que se acercaba con sus palos de golf. En consecuencia, no podía ser el hombre que estuvo hablando con su esposa en el salón. Era otra persona.
Estas palabras parecieron resonar de un modo especial entre las paredes del cuarto de estar. Giles repitió en voz baja:
—Era otra persona...
El «Royal Clarence» era el hotel más antiguo de la población. Su fachada principal era de líneas suaves; sus muros albergaban una atmósfera especial, de otro tiempo. Era el refugio clásico de las familias que deseaban pasar un mes junto al mar.
La señorita Narracott, la recepcionista, era una dama de cuarenta y siete años, de generoso busto, peinada a la moda de hacía varios años.
Acogió sonriente a Giles, a quien vio en seguida, con la precisión que le permitía una larga experiencia, como «uno de nuestros agradables clientes». Y Giles, que resultaba ser un hombre locuaz y persuasivo cuando se lo proponía, recurrió a una historia bien urdida. Acababa de cruzar una apuesta con su esposa... Él sostenía que la madrina de ésta había estado hospedada en el «Royal Clarence» dieciocho años atrás. Su mujer habíale dicho que no podría probar nunca su afirmación porque seguramente, en el establecimiento, no eran conservados los libros-registros tan antiguos. ¡Qué disparate! Un hotel como el «Royal Clarence» debía de guardarlos todos. Quizá poseía hasta los de hacía un siglo...
—Bueno, no tanto, señor Reed. Nosotros conservamos todos nuestros libros de visitantes, como preferimos llamarlos. En las páginas de muchos de ellos figuran interesantes nombres. Una vez se hospedó aquí el rey, siendo príncipe de Gales, y la princesa Adelmar de Holstein-Rotz solía pasar en este hotel todos los inviernos, con su dama de compañía. Hemos facilitado alojamiento, además, a novelistas famosos, y a artistas como el señor Dovery, el pintor retratista.
Giles correspondió a estas manifestaciones mostrando un gran interés por ellas, un profundo respeto. Y, finalmente, vio frente a él el volumen correspondiente al año que había dicho.
La recepcionista le enseñó varios nombres ilustres. Luego, Giles pasó unas páginas, buscando el mes de agosto.
Sí, seguramente era ésta la anotación que intentaba localizar:
«Comandante Setoun Erskine, y señora, Anstell Manor. Daith, Northumberland, 27 de julio-17 de agosto.»
—¿Puedo copiar esto?
—Desde luego, señor Reed. Aquí tiene papel y tinta... ¡Oh! Va usted a utilizar estilográfica. Perdóneme. He de apartarme de aquí un momento.
Giles se quedó solo ante el libro abierto, tomando nota de lo que acababa de leer.
Al regresar a «Hillside» encontró a Gwenda en el jardín inclinada sobre unas plantas.
—¿Ha habido suerte?
—Sí. Creo haber dado con él.
Gwenda leyó la nota:
—«Anstell Manor, Daith, Northumberland.» Sí, Edith Pagett dijo Northumberland. ¿Seguirán viviendo allí?
—Tendremos que ir a verlo.
—Sí, sí... Será mejor ir... ¿Cuándo?
—Lo antes posible. ¿Mañana? Cogeremos el coche. El viaje te servirá para que conozcas algunas cosas más de Inglaterra.
—Supongamos que los Erskine han muerto, o que se han ido a vivir a otra parte.
Giles se encogió de hombros.
—Pues entonces regresaremos y seguiremos otras pistas. A propósito, he escrito a Kennedy, pidiéndole que me envíe las cartas que le dirigió Helen cuando se fue... si es que todavía obran en su poder... aparte de una muestra de su escritura.
—Me gustaría mucho establecer contacto con la otra criada, con Lily, la que le puso el lazo a «Thomas»...
—Es curioso que te acordaras de ese detalle, Gwenda.
—Sí, ¿verdad? Y recuerdo también perfectamente a «Tommy». Era negro, con algunas manchas blancas, y tuvo tres gatitos adorables.
—¿Cómo puede ser eso? ¿«Thomas»?
—Bueno, se le llamaba «Thomas», pero resultó ser «Thomasina». Ya sabes lo que pasa con los gatos. En cuanto a Lily... ¿Qué habrá sido de ella? Al parecer, Edith Pagett no volvió a saber más de esta mujer. Tras lo sucedido en «Santa Catalina» se colocó en Torquay. Creo que escribió una vez o dos... A Edith le contaron que se había casado, no sabe con quién. Si pudiéramos localizarla nos enteraríamos de bastantes detalles más.
—¿Has pensado, asimismo, en Layonee, la chica suiza?
—Bueno, era una extranjera al fin y al cabo y no captaría muy bien lo que sucedía aquí. He de decirte que no me acuerdo en absoluto de ella. Tengo la impresión de que Lily puede sernos muy útil. Lily era una chica avispada... ¿Por qué no ponemos otro anuncio, Giles? Destinado a ella, por supuesto. Se llamaba Lily Abbott.
—Sí. Daremos ese paso. Y mañana nos trasladaremos al Norte, a ver qué podemos averiguar por mediación de los Erskine.
—Échate, «Henry» —ordenó la señora Fane a un asmático perro de aguas, cuyos húmedos ojos parecieron encenderse ávidamente—. ¿Otro bizcocho, miss Marple, ahora que todavía están calientes?
—Gracias. Son deliciosos. Tiene usted una cocinera magnífica.
—No es mala cocinera Luisa, verdaderamente. Un poco olvidadiza, si acaso, como todas estas jóvenes. No sabe darles variedad a los budines. Dígame: ¿cómo está actualmente Dorothy Yarde de su ciática? Pasaba ante toda la gente por una mártir. Supongo que ahí había más nervios que otra cosa.
Miss Marple se apresuró a suministrar a su interlocutora detalles sobre las dolencias de las personas conocidas de ambas. Había sido una suerte, pensó, que entre sus muchas amigas, esparcidas por toda Inglaterra, hubiese logrado dar con una que conocía a la señora Fane. Esta última había recibido una carta de la amiga común en la que le hablaba de miss Marple, por aquellos días en Dulmouth, esperando que Eleanor tuviera alguna atención con la visitante.
Eleanor Fane era una mujer alta, de aire enérgico, con los ojos grises y los cabellos blancos. El tono rosado de su piel y la expresión de su rostro le permitían ocultar, a primera vista, la ausencia de blanduras de su carácter.
Hablaron de las contrariedades de la salud, verdaderas o imaginadas, de miss Marple. El estado general de ésta fue el tema principal de la conversación, en unión de los aires de Dillmouth y las características de la joven generación, cuyos representantes no solían ser tan fuertes como los pertenecientes a otras anteriores.
—A estos chicos de ahora se les permiten demasiadas cosas —sentenció gravemente la señora Fane—. Los míos no se criaron con tantos mimos.
—¿Tiene usted varios hijos? —inquirió miss Marple.
—Tres. El mayor, Gerald, se encuentra en Singapur, estando colocado en el «Far East Bank». Robert es militar. —La señora Fane dio un pequeño resoplido—. Se casó con una católica. Ya sabe usted lo que esto significa: todos los hijos son católicos. No sé qué hubiera hecho ante eso el padre de Robert. Mi esposo era poco religioso... Apenas tengo noticias de Robert actualmente. No encaja bien las cosas que yo le decía sólo por su bien, por supuesto. Yo siempre he pensado que las personas han de ser sinceras, que deben decir en todo momento lo que piensan. Su casamiento, en mi opinión, fue un tremendo error. Él finge ser feliz, pobre muchacho... Ahora bien, estimo muy poco satisfactorias las circunstancias de su matrimonio.
—Su hijo más joven es soltero, ¿no?
La faz de la señora Fane se tornó radiante.
—En efecto. Walter vive conmigo. No es un hombre muy fuerte. Estuvo frecuentemente delicado, de niño, y me he visto obligada a vivir pendiente de su salud. Ya lo verá luego... Es un hijo muy reflexivo y cariñoso. Por él, me considero una madre verdaderamente afortunada.
—¿Nunca pensó en casarse? —preguntó miss Marple.
—Walter ha dicho siempre que las mujeres de ahora no le llaman la atención, o le atraen. Él y yo tenemos muchas cosas en común. Me preocupa, sin embargo, que salga tan poco. Por las noches me lee algunas páginas de Tackeray y, habitualmente, jugamos una partida de picquet. Walter es muy casero.
—¿Sí? ¿Siempre ha pertenecido a la firma que ahora regenta? No sé quién me dijo que tenía usted un hijo en Ceilán, explotando unas plantaciones de té... Quizá sea una confusión...
La señora Fane arrugó ligeramente el entrecejo. Empujó hacia su visitante el plato de bizcochos antes de contestar:
—Eso fue hace bastantes años. Se dejó llevar de un juvenil impulso. A todos los chicos les gusta ver mundo. Lo cierto es que había una muchacha en aquel asunto. A veces, las mujeres son más inquietas que los hombres.
—Así es. Yo recuerdo que mi sobrina...
La señora Fane se desentendió por completo de la sobrina de miss Marple. Se atuvo a lo suyo y no quería perder la oportunidad de hacer hincapié en determinados detalles de la vida de su hijo ante aquella simpática amiga de su querida Dorothy.
—Una chica nada adecuada... como la mayoría de ellas, hoy, a menudo. ¡Oh! No vaya usted a pensar que era una actriz o algo por el estilo. Se trataba de la hermana del médico de la localidad... Bueno, más bien parecía su hija, porque le llevaba bastantes años. El pobre, naturalmente, no tenía la menor idea sobre la forma de educar a una joven. Los hombres son seres completamente desvalidos en ciertas situaciones, ¿verdad?
»Se crió con mucha libertad, sosteniendo relaciones primeramente con un joven de la oficina, un simple empleado... Era un tipo nada recomendable, además. Tuvieron que desembarazarse de él. Solía airear informaciones confidenciales. Bueno, esta chica, Helen Kennedy se llamaba, era, según decían, muy bonita. Yo no opinaba lo mismo. Siempre pensé, por ejemplo, que sus cabellos carecían de vida, parecían artificiales.
»Pero mi pobre Walter se enamoró de ella. No le convenía, en absoluto. Allí no había dinero ni perspectivas de que lo tuviera... No era la muchacha en quien yo había pensado como nuera. No obstante, ¿qué puede hacer una madre en tales situaciones? Walter se le declaró y la chica lo rechazó. Mi hijo concibió entonces la absurda idea de trasladarse a la India para probar suerte con las plantaciones de té. Mi esposo se disgustó mucho. Había estado acariciando la ilusión de que Walter ingresara en la firma, puesto que acababa de terminar sus estudios de derecho. Había que resignarse... Esta clase de mujeres hacen en algunas familias verdaderos estragos.
—Cierto. Mi misma sobrina—Una vez más, la señora Fane se desentendió por completo de la sobrina de miss Marple.
—En consecuencia, mi pobre hijo se trasladó a Assam, o a Bangalore... No recuerdo el lugar ahora. ¡Han pasado tantos años! Yo me sentía más preocupada todavía porque pensaba que su salud no resistiría aquello. (Cuando llevaba fuera del país un año, cumpliendo perfectamente con su cometido, ya que Walter lo hace todo siempre bien... ¿querrá usted creerlo?... aquella caprichosa joven cambió de parecer, escribiéndole para hacerle saber que estaba dispuesta a ser su esposa.
—Es sorprendente —manifestó miss Marple, moviendo expresivamente la cabeza.
—La joven embaló su
trousseau
, encargó un pasaje y... ¿A que no sabe usted qué hizo después?
—Soy incapaz de imaginármelo —repuso miss Marple, pendiente por entero de las palabras de su interlocutora.
—Pues tuvo un idilio con un hombre casado... A bordo del buque en que viajaba. Creo que era un hombre con tres hijos, casado, naturalmente. Walter la esperaba en el muelle y lo primero que oyó de sus labios fue que no podía casarse con él. ¿No consideraría usted esto, como yo, una acción perversa?
—Por supuesto. Era imposible que en el futuro su hijo tuviera alguna fe en la naturaleza humana.
—Entonces, Walter debió verla como era ella realmente. Y reaccionar. Pero Helen Kennedy se apartó de mi hijo sin más, sin que él le diera una merecida lección. Esta clase de mujeres suelen tener suerte...
—¿Y él no... —miss Marple vaciló, eligiendo cuidadosamente sus palabras— no acusó el golpe? En una situación de ese tipo son muchos los hombres que se dejarían llevar de su indignación... que harían algo...
—Walter ha sabido dominar muy bien sus impulsos siempre. Por muy preocupado que esté, por grande que sea su enojo, nunca lo demuestra.
Miss Marple contempló a la señora Fane especulativamente. Lentamente, alargó un
tentáculo
...