Última Roma (68 page)

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Authors: León Arsenal

Tags: #Histórico

BOOK: Última Roma
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Tampoco lo harán el
comes
Mayorio y Claudia Hafwyfar. Hasta aquí han llegado. Esta será su tumba ardiente.

Con el brazo todavía alzado —entre el relinchar de caballos, los ¡so! broncos de los que tratan de sujetarlos, el ruido de escombros al caer— mira el llamear y se pregunta si esos dos sabían lo que iba a ocurrir o solo buscaban refugio para poder estar juntos unos instantes más. Se oye a sí mismo pronunciarse:

—Esto no es el final. No es más que una etapa en el viaje de esos dos. Una jornada más que ya han cumplido. Ahora se separarán para volver a encontrarse más adelante, como ya han hecho otras veces.

«Y yo también estaré ahí para cumplir mi parte», añade para sus adentros, sin apartar los ojos de la torre envuelta en fuego. Oye la respuesta de Basilisco:

—Ya.

Es todo lo que contesta, antes de exigir con voz tan rasposa como la de alguien que llegase del desierto con la garganta seca.

—Magnesio. Sácame de aquí.

Mar Mediterráneo

La flotilla vira ya a estribor para aproar hacia las Baleares, primera escala del viaje que los llevará desde Carthago Spartaria a Constantinopla. La costa es una línea al oeste y no les rodean otra cosa que aguas azules. El espolón de la liburna corta esas aguas con chapoteos. Dos delfines saltan junto a la proa y a popa revolotean las gaviotas chillando, a la espera de algún despojo arrojado.

Flavio Basilisco no solo puede imaginarse a la perfección toda la escena —cielos limpios, nubes blancas, un espolón lleno de espuma, velas hinchadas de viento—, sino que la ve. La ha visto una vez más con los ojos de un águila que planea sobre la costa.

Está sentado a proa según su costumbre. Aspira los aromas marinos; siente las salpicaduras del agua, la caricia de la brisa salina; oye cómo golpean las olas contra los costados, el chasquear de las velas. Y sufre otra vez ese espejismo de creer ver lo que le rodea.

Se mira a sí mismo y ve a un hombre maduro, pleno de fuerzas y en posesión de la vista. Eso es para él una prueba de su propia decadencia mental. De que el final se acerca inexorable. No le pesa. Al menos no hoy ni ahora.

El fantasma de Belisario está con él a proa. Sus vestiduras holgadas y muy blancas ondean a la caricia del viento marino. Tiene los ojos puestos en el horizonte azul y, por cómo a veces infla el pecho, parece contento de navegar de nuevo esas aguas que parte tan señalada fueron de sus campañas.

—¿No te alegras de regresar a Constantinopla, Basilisco?

—No tengo demasiados motivos para ello.

—¿Por qué dices eso?

—¿A ti qué te parece? No me van a recibir con los brazos abiertos. De eso ya se habrán ocupado los enemigos que tengo en la corte.

—¿Logró mandar su informe aquel
procurator
, Pasícrates?

—No. No logró salir de Saldania. —Sonríe—. Ya me ocupé de ello.

—Un problema menos. Y sin ese informe, ¿de qué te podrían acusar?

—De no haber manejado bien una crisis que desembocó en la conquista visigoda de una región que se consideraba provincia romana. Y de haber provocado con ello la pérdida de un bandon clibanario antiguo y reputado. ¿Te parece poco?

Belisario, con sus ropajes en alas del viento, vuelto siempre a la mar por delante, se encoge de hombros.

—Me parece menos que poco. Esa supuesta provincia no contaba nada para nadie. Y el emperador tenía atragantados a los
victores flavii
. Por eso los mandó a Spania.

Basilisco, sentado y con el
draco
entre las manos, viendo con los ojos de la mente ese mar lleno de sol que les rodea, sonríe con dureza.

—Ni muerto cambiarás, Belisario. ¿A quién le importa la verdad cuando se trata de perjudicar a un enemigo? El juego consiste en retorcer los hechos para presentarlos como a uno le interesa. Lo que dices de los
victores flavii
es cierto. Muchos intentaron sin éxito que el emperador les perdonase y enviase de nuevo a Oriente. Y algunos eran hombres de mucho peso. Yo mismo intercedí en más de una ocasión.

—Me consta.

—Fue en vano. Pero ahora que han sido aniquilados, lo único que ese desquiciado de Justino verá es que ha perdido una unidad de caballería pesada y muy valiosa.

Menea de nuevo la cabeza Belisario.

—Has salido indemne de muchas intrigas. Me decepcionas. Antes habrías visto este problema como una oportunidad para poder regresar a Constantinopla y defender tus ideas ante la corte.

—Antes era antes. Me siento muy fatigado de cuerpo y alma, amigo. Soy muy viejo. Y tengo una sensación interior de gran derrota.

—¿Por qué?

—¿Y me lo preguntas? ¿No te das cuenta de que he fracasado?

—¿En qué?

—En todo. De entrada, en mi objetivo básico de conseguir aliviar la presión militar visigoda sobre la provincia de Spania. Va a suceder lo contrario. Libres de enemigos en el norte, los godos redoblarán sus ataques contra nuestras fronteras.

—Todavía quedan en el norte los suevos.

—Caerán. Todos irán cayendo… Pero además, he fallado en la misión a la que he consagrado toda mi vida.

—La
renovatio imperii

El espectro pronuncia esa frase con melancolía repentina. Acomete a Basilisco la ilusión de que, según salen de su boca esas dos palabras, el viento marino se las arrebata y dispersas sus letras como si fueran cenizas. Siente cómo Belisario, que todavía le da la espalda, sonríe.

—La
renovatio imperii
es una misión para todo un pueblo, Basilisco, no para un hombre. Un hombre solo no podría jamás fracasar en empresa de ese tamaño porque está fuera de sus posibilidades.

—No digo que no. Pero entre los dedos se me ha escapado la oportunidad de prender la chispa que podría haber llegado a dar vida al nuevo imperio.

Otra sonrisa.

—Nada menos. Tú solo.

—No. Yo solo no. Pero no me negarás que hay a veces sucesos clave que pueden desviar el curso de los acontecimientos. Recuerda la vez en que los búlgaros se presentaron a las puertas de Constantinopla. Si tú no nos hubieras reunido, si no les hubiésemos plantado cara, la ciudad habría caído.

—Y la habríamos recuperado. Somos solo gotas del río, Basilisco. Muchos juntos formamos corrientes poderosas. Solos, somos muy poca cosa.

—No siempre. En ocasiones contadas…

No acaba la frase. Acaricia la cabeza de dragón que tiene sobre el regazo. Pasea la mirada por ese mar azul que navegan, la espuma blanca, las gaviotas.

—Hay sucesos y momentos que modifican toda la historia. Mucho o poco, pero la modifican. Tengo la certeza de que estuve ante uno de esos momentos y en el lugar preciso. Si hubiésemos vencido a los godos… Pero en fin, que todo esto ya está hablado. Y es agua pasada.

—Tú ya has hecho tu parte, la que te tocaba.

—Muy bien no la habré hecho cuando ha ocurrido lo contrario de lo que buscaba. Los visigodos están en mejor posición que antes. Y de paso la aventura nos ha costado la muerte de buenos soldados y la pérdida de todo un bandon clibanario. Quizá mis enemigos solo buscan perjudicarme, pero eso no quita para que no tengan razón.

—No. No la tienen.

—¿Cómo que no?

—No te des tanta importancia, Basilisco. No te eches sobre las espaldas más carga de la que te corresponde. Te has esforzado hasta el final por la restauración del imperio occidental. Nada tienes que reprocharte.

—Soy viejo. Creo que me llega la muerte. Me quedan pocas cosas en esta vida, Belisario. Mi cargo en la administración imperial, que sin duda perderé con deshonor. Mis recuerdos, de los que me fío cada vez menos. La causa del imperio renovado, que se desvanece y que ya pocos comparten. El bandon que he ayudado a aniquilar…

—¿Preferirías que tarde o temprano se hubiese disuelto por falta de dinero, como ocurrió con tantas y tantas unidades gloriosas del pasado? Recuerda a los herculanos, a los jovianos… Los
victores flavii
han tenido un final digno de su trayectoria. En batalla, contra enemigos muy superiores, de manera heroica.

—Tal vez muchos de ellos hubieran preferido llegar a viejos como yo. —Sonríe ahora con tristeza—. En fin. Siento que me voy y que el sueño del imperio no está más cerca sino más lejos. Se muere como me muero yo.

Belisario, alto, etéreo, se gira hacia él. Le pone una mano en el hombro.

—Vuelves a equivocarte, viejo amigo. El imperio no va a morir.

—¿No? Nadie cree ya en su regreso.

—¿Qué más da? No han sido las personas la base del imperio. Tampoco los pueblos. Yo soy de ancestros búlgaros y tú tampoco tienes sangre de antiguos romanos. Los dos nos hemos dejado la piel por Roma.

»Importan las ideas, las leyes, las instituciones. Por eso Roma ha sobrevivido en occidente a su propia caída. Ahí tienes a Leovigildo. Se arropa en las insignias y en las fórmulas imperiales. Adopta la legislación y la administración romana. Se ha vuelto romano y con él su reino. Roma sobrevive en la Gothia.

Basilisco, sin dejar de acariciar el
draco
, vuelve los ojos ahora pensativos al mar. Belisario se gira de nuevo hacia el horizonte. El viento agita sus vestiduras.

—Todo tiene su tiempo, Basilisco. El de los hombres como nosotros ha pasado. El imperio se está renovando en los reinos de los francos, en el visigodo…, en todos aquellos que adoptan nuestras estructuras y nuestro cuerpo legal.

»No sé si Roma vivirá para siempre. Pero descuida. A través de esos que algunos todavía llaman bárbaros Roma seguirá aquí, mucho después de que el último de los que piensan como nosotros se haya marchado de este mundo.

Epílogo (vídeo)

Agradecimientos

Como en la mayor parte de mis novelas históricas, debo gratitud especial a mi buen amigo Hipólito Sanchiz Álvarez de Toledo, que me orientó a la hora de buscar datos históricos para una época tan compleja para un escritor como esta en la que se me ocurrió situar la acción de la novela. También tengo una deuda de gratitud impagable con todos los amigos que han colaborado en el proyecto tan novedoso de convertir esta novela en una obra multimedia en papel. Me es imposible en estos momentos nombrarlos a todos puesto que, mientras escribo estas líneas, seguimos trabajando en ello, sobre todo en la parte audiovisual, y obviar a alguno sería injusto. Pero sí quiero mencionar en especial a mi amigo Pedro Luis Barbero, que con sus conocimientos me ha dado valiosos consejos y ha coordinado y realizado también algunas de esas «expansiones» audiovisuales. Por último, no puedo dejar de mostrar mi gratitud por la editorial, Edhasa, que ha sido capaz de lanzar un proyecto tan novedoso como es el de este libro.

León Arsenal
, escritor español nacido en Madrid en 1960. Su verdadero nombre es José Antonio Álvaro. Residió en La Coruña, donde estudió en la Escuela Superior de la Marina Civil, estando durante varios años en el mar. Durante los años 90 fue un prolífico autor de relatos de género fantástico, siendo galardonado con premios como el Ignotus y el Pablo Rido. Tras su primera novela, El hombre de la plata (2000), ha publicado obras de diversos géneros: histórico, thriller, fantástico, etc. También ha destacado como editor: la revista Galaxia, dirigida por él, fue elegida en 2003 como mejor publicación de literatura fantástica por la Asociación Europea de Ciencia Ficción.

Con su novela de 2004 Máscaras de Matar ganó la primera edición del Premio Minotauro, el premio de literatura fantástica mejor dotado de todo el mundo.

Notas

[1]
Insurrecciones de origen campesino, a las que se unieron no pocos elementos urbanos, que sacudieron todo el oeste del imperio romano y que contribuyeron de forma importante a la decadencia y desaparición del Imperio Romano de Occidente.
<<

[2]
Cartagena.
<<

[3]
Optimates
y
potentes
se usan aquí indistintamente. Designan a la clase más opulenta y poderosa.
<<

[4]
Los isauros eran un pueblo belicoso del sur montañoso de Asia Menor. Combatieron contra todos los invasores de la zona, desde los macedonios de Alejandro a los romanos. El temperamento guerrero de los isauros hizo que los emperadores romanos de Oriente, así como los magnates, recurrieran a ellos para sus guardias personales.
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