Última Roma (27 page)

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Authors: León Arsenal

Tags: #Histórico

BOOK: Última Roma
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Está muy negro fuera. Ruge el viento y diluvia. El agua cae en tromba y resuena contra las losas del patio. La sensación es de frío y de mucha humedad. Una madrugada desagradable. Magno Abundancio se estremece bajo el manto. La última hora de la noche es siempre la más destemplada.

Echa a andar por el peristilo, protegiendo la llamita de la lámpara con la mano y procurando no tiritar. Se ha fijado en que sus
fideles
no parecen tener tanto frío, así que debe ser cosa suya. ¿Será eso un presagio de algo?

Magno Abundancio es un hombre en la plenitud de sus fuerzas. ¿Por qué esta madrugada el frío le ha calado hasta la médula? Se le viene a la mente lo que a veces ocurre a finales del verano, cuando de golpe las noches refrescan. Se está todavía en el estío, pero ese refrescar indica que el otoño se acerca. Y de que tras este lo hará el invierno, más pronto que tarde.

Cruza el peristilo a cubierto de la lluvia gracias al tejado. Atraviesa el cuerpo medianero por una sala de dos puertas y sale al atrio.

Todo está a oscuras y en silencio. La casa duerme. Aparte del golpeteo de lluvia sobre losas y tejas, no se oye nada.

Se acerca hasta la entrada por simple costumbre. Todo está aquí en orden. Las puertas cerradas, las trancas puestas. Una lámpara cuelga del techo. El viento la mece y la luz oscila. El portero duerme en una esquina, con la lanza entre las manos y envuelto en una manta. A sus pies está echado un perrazo que abre un ojo y le observa por un instante antes de volver a cerrarlo.

El amo de la casa se retira con sigilo. Que uno haya perdido el sueño no es motivo para robárselo a los demás.

Se para entre dos columnas, siempre apantallando la lámpara con la mano. La luz parpadea. El agua de lluvia le salpica botas y bajos del manto. Observa la oscuridad de su atrio.

¿Qué pudo soñar hace un rato?

Le acomete el deseo casi invencible de ir a buscar su caballo. De ensillarlo y lanzarse a cabalgar por los caminos. No importa que esté lloviendo o que sea noche cerrada. Cabalgar. Que las primeras luces le encuentren bien lejos, al galope por el abierto de los llanos.

Cabalgar. Cabalgar entre dos luces como hacía otrora. Como en aquellos tiempos en los que su padre y sus hermanos mayores estaban vivos. Cuando él solo era un hijo menor que no habría de heredar otra cosa que una educación a la vieja usanza y un ajuar de armas de buena forja. Cuando guerreaba libre de preocupaciones y cargas.

Pero ya no puede ensillar su caballo y salir a vagabundear siquiera unas horas. No debe. Son muchos los que quisieran verle muerto. No solo los godos. Más de un senador teme el poder que ha venido acumulando. Los hay que recelan de su plan de convertir Cantabria en verdadera provincia imperial. De su deseo de ser investido como
magister militum cantabriae
. De que busque ser por derecho y no solo de facto un
primus inter pares
.

Aunque le salga de las entrañas ensillar a su montura para cabalgar hasta librarse del frío del cuerpo y del alma, se obliga a recordar lo que le enseñaron sus maestros. Aquel que se convierte en caudillo deja de ser dueño de sí mismo. Debe sopesar sus decisiones y medir sus actos. No ha de entregarse a los excesos ni ceder al capricho.

Aparta los ojos del atrio en tinieblas con esfuerzo. Resopla. Ya que se ha desvelado, lo mejor será que se ponga a trabajar. Asuntos pendientes no faltan. No importa que en el
officium
a estas horas no haya nadie. Ya irán llegando.

* * *

En el
officium
le sorprende el alba. Y aquí sigue cuando se presenta el
cantabrarius
, que es su hombre de confianza y el encargado del
cantabrum
, el estandarte de la provincia.

Estaba despachando asuntos administrativos con solo la mitad de la atención puesta en ellos. Parte de su cabeza ha seguido en la pesadilla de anoche. No consigue recordar por más que se esfuerza. ¿Qué soñó que consiguió alterarle tanto?

Solo sale de esas especulaciones estériles cuando Teodosio Durato, su
cantabrarius
, irrumpe en la estancia.

—Está aquí el embajador romano.

—¿Flavio Basilisco?

—No va a ser nuestra difunta tía Antonina, digo yo.

Magno Abundancio se echa para atrás. Sonríe luego algo azorado. No se incomoda con el sarcasmo. Durato y él se criaron juntos. Es su mano derecha, el jefe de sus
fideles
. Han corrido muchas juntos y hay confianza entre ellos.

Echa una ojeada a la clepsidra. Es temprano. Seguro que el
magister
no ha acudido a estas horas por simple cortesía.

—Que pase. No hay que hacer esperar a un hombre de su rango.

Cuando Durato le introduce, le observa por un momento, antes de acudir a saludarle. El maestro de espías viste sago verde, capucha y la banda con los ojos bordados sobre el rostro.

Esa banda es fuente de toda clase de habladurías. Hasta dicen que protege a las gentes de la mirada del
magister
. Que en realidad no es ciego y que oculta bajo esa tela dos ojos terribles de basilisco que matan a quienes miran.

Chismes. Fábulas. Sospecha Abundancio que los propios servidores del ciego han hecho correr esas especies. Este viejo astuto busca crear leyenda al usar esa venda sobre los ojos. Es propio de alguien como él sacar partido de la ceguera y hasta de su propio nombre. No sería de extrañar que esa fuera la razón por la que sus bucelarios lucen en los escudos una cabeza de Gorgona.

Pero, si hubiese que temer a algo, más que a unos ojos de basilisco temería el anfitrión al hombre que presta su brazo al viejo. Sabe que se llama Magnesio y que es un isauro, un guerrero temible.

De hecho, todos los bucelarios de Basilisco son de esa raza. Ignora Abundancio si serán tan buenos con las armas como se dice. Pero, al menos en el caso de Magnesio, algo en el porte y maneras de este hombre espigado de cabellos castaños y ojos claros le hace intuir que debe ser muy mal enemigo.

Los
scrinia
no han dejado de trabajar a la luz de las velas. Así se lo ordenó hace un momento el amo. No es casualidad que reciba al embajador en estas dependencias. Se siente orgulloso de ellas y a su vez Basilisco lo sabe. Este que aspira a ser nombrado
magister militum
ha organizado un verdadero
officium
a la romana, con oficiales que ostentan títulos tales como
cura epistolarum
,
exceptor
,
singular

El
magister
presta oídos por unos instantes al susurro de cálamos sobre pergaminos. Habla con cierta solemnidad.

—Permíteme que te felicite, Flavio Magno. He podido comprobar que has organizado con eficacia la administración de la provincia.

A punto está de enrojecer el anfitrión por lo inesperado del halago.

—Se necesita organización para gestionar bien un territorio. Así me lo enseñaron mis preceptores. Ellos me aconsejaron crear un
officium
y dar estos títulos a los
scrinia
. En todo caso, lo que ves aquí no es más que la semilla de lo que espero que llegue a ser.

—A partir de una semilla sana se desarrolla un árbol fuerte.

—Eres muy amable.

Con un gesto enérgico indica, ahora sí, que los escribientes deben abandonar la sala. Dejan ellos de lado documentos, tinteros y cálamos. Cuando soplan las velas, la nariz de Basilisco se llena del olor a mechas recién apagadas y cera fundida.

Solo cuando hasta el último ha abandonado la gran sala, ahora en la penumbra de unas pocas llamitas, el senador indica a Magnesio que acomode a su amo en una silla con respaldo.

No despacha al
cantabrarius
. Durato es buen consejero. Pero Abundancio lo retiene, pues le repugna la idea de quedarse solo con extraños. No importa que estos sean el emisario romano y su
domesticus
. No es que recele, pero la desconfianza ha echado raíces en él hasta ser parte de su naturaleza.

Sonríe para sus adentros. Le avergüenza pensar que tal vez se esté volviendo medroso de puro cauto. Pero se contesta que solo siendo cauto tiene opción de llegar a una edad avanzada. De morir lanza en mano o en la cama, y no apuñalado por la espalda.

Y, lo que es más importante, así tiene una oportunidad de morir tras haber visto cumplidos sus sueños.

—¿Puedo ofrecerte algo de comer o de beber,
illustris
?

—Te lo agradezco, pero he desayunado. No te lo tomes como un desaire. Soy muy estricto respecto a lo que como y a las horas en las que lo hago. Soy viejo y he de cuidar mi salud.

—Desde luego.

Se pregunta el anfitrión si será eso verdad o solo una excusa. Tal vez el
magister
tiene por costumbre no aceptar comida ni bebida a la ligera. En el plato o en el cántaro aguarda al poderoso el veneno.

Toma asiento él en una silla sin respaldo. Durato se queda a su izquierda de pie, de la misma forma que Magnesio se ha situado tras el asiento del ciego.

—¿A qué debo tu visita? ¿Puedo servirte en algo?

—Escuchando con atención lo que he venido a decirte. Una fuerza de godos se está reuniendo en Ventosa
[36]
.

Magno Abundancio ladea la cabeza en la penumbra de las velas. Ventosa. Una población al suroeste de la provincia de Cantabria. Un punto estratégico que en su día guardaba la frontera norte de la Sabaria. Desde la conquista de los
sappi
, está ocupada por una guarnición visigoda nada despreciable en número.

—No tenía noticia de ello. Estás bien informado,
illustris
.

Basilisco sonríe con dureza. Tiene las manos alrededor de su báculo y el rostro vuelto a la nada.

—Lo estoy. La información es un arma. Uno de los pilares del poder. Pobre de aquel gobernante que no disponga de la información adecuada. Está más ciego que yo.

Nota cómo el anfitrión se agita en su asiento. ¿Se habrá sentido incómodo ante esas palabras? Puede que haya sido en exceso críptico y no conviene que surjan resquemores entre ese hombre y él. Se inclina hacia delante en la silla.

—Escucha,
clarissimus
. Tengo varios espías en esa frontera desde que la Sabaria cayó en poder de Leovigildo esta primavera. Gracias a ellos dispongo de esta información que ahora comparto contigo.

Abundancio se frota las manos. Lo cierto es que Basilisco ha interpretado mal su agitación. No la ha causado el desasosiego sino el hecho de que el comentario le ha hecho reflexionar. Va a atesorar la idea para repensarla más tarde, porque Abundancio es hombre al que le gusta aprender.

Se le acaba de ocurrir que sería bueno organizar una red de espías en los territorios vecinos. Pero ahora tiene que centrarse en lo inmediato.

—Te lo agradezco. Pero ¿por qué me lo cuentas? ¿Me concierne de alguna forma?

—Considero que sí. Esa fuerza que se está reuniendo es heterogénea. La forman varios nobles menores con bandas de
socii
y
satellites
. Ya han llegado varios a Ventosa. Cuando estén todos, su intención es lanzar una expedición privada contra la frontera sueva.

Golpea con su báculo contra el suelo de losas.

—Esa es su intención manifiesta. Pero es mentira. Una añagaza. Su designio oculto es atacar los Campos Palentinos.

Magno Abundancio carraspea. Apoya los antebrazos sobre los muslos y entrelaza los dedos. Apoya el mentón sobre los nudillos.

—Las correrías por esa región, tanto de godos como de suevos, son moneda corriente. Casi el pan de cada día.

—Lo sé. Solo que esta no va a ser una simple incursión de rapiña. Lo que planean esos nobles de tres al cuarto es una marcha relámpago hacia el norte por las calzadas. Presentarse por sorpresa ante Saldania
[37]
y apoderarse de ella.

Frunce los labios el senador, el mentón todavía apoyado sobre los nudillos. Saldania. La urbe fortificada al norte de los campos. Algo así como un reflejo septentrional de la sureña Pallantia. Reflejo en todos los sentidos, ya que ahí no gobierna una curia y obispo sino un cacique local de nombre Ursicino…

—Esto cambia la cosa, desde luego. Si los godos ocupan Saldania, Pallantia se verá amenazada. Los Campos Palentinos enteros podrían caer en manos góticas.

—Eso mismo creo yo.

Magno Abundancio se incorpora. Comienza a dar paseos cortos a la luz de las velas. Piensa mejor cuando está en movimiento.

—Si los godos ocupan ese territorio, meterán una cuña entre la Suevia, nuestra provincia y las montañas de los astures. Pero es una acción arriesgada. Mucho. Es una aventura en la que los godos pueden acabar perdiendo muchos hombres. Se exponen a sufrir un desastre de grandes proporciones.

—Sigo estando de acuerdo contigo,
clarissimus
.

Es la segunda vez que Basilisco se dirige a él por ese título. No se le ha escapado el detalle. Le sube un calor peculiar por el vientre, aunque se esfuerza por no dejar traslucir la emoción que le causa.

—No hubiera esperado jamás una jugada tan temeraria por parte del rey Leovigildo.

—Esto no es cosa suya sino de un puñado de hijos menores de la nobleza que actúan por su cuenta y riesgo.
Domini nemini
. Ambiciosos sin tierras. Una carencia que parecen estar dispuestos a remediar a punta de lanza.

Magno Abundancio se detiene. Pone los brazos en jarras.

—¿De verdad creen que van a conquistar los Campos Palentinos con tanta facilidad? Esas tierras son ricas y esa es su maldición. Están abonadas con los huesos de muchos que antes que ellos pretendieron lo mismo. Muy alto pican esos fatuos. Morirán. Sus cadáveres serán alimento de buitres y lobos.

—Su plan en sí mismo no es nada disparatado. Si consiguieran apoderarse de Saldania, se harían fuertes ahí dentro. Convertirían a la plaza en una espina visigoda clavada en el norte.

—Los suevos les atacarán. Los astures bajarán en bandadas para destruirlos. Nuestro senado tampoco se quedará de brazos cruzados. Saldania es ciudad aliada y no podemos permitir que se convierta en dominio visigodo. Desde ahí podrían bloquear nuestro comercio con el noroeste y se convertirían en una amenaza constante.

—Esas reacciones armadas son lo que en última instancia buscan. Tratan de provocar una guerra. Si esos hijos de la nobleza goda se ven sitiados en Saldania, sus parentelas acudirán a Leovigildo. Son familias poderosas. Es posible que fuercen al gran rey a convocar a su ejército y a marchar sobre los Campos Palentinos.

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