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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga, Relato

Tu rostro mañana (42 page)

BOOK: Tu rostro mañana
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Tupra se quedó callado unos segundos. Luego contestó ya sin ironía, pero tampoco con mucha seriedad, había cierta ligereza en su tono, como si mi problema no le pareciera gran cosa, o no le viera una solución complicada.

'¿Y me preguntas a mí qué debes hacer? ¿O qué me preguntas, lo que yo haría? Tú lo sabes bien a estas alturas, Jack, lo que yo haría. Supongo que tu consulta es en realidad retórica, y sólo quieres que te reasegure. Pues bien, te reaseguro, faltaría más. Si quieres quitar el problema de en medio, quítalo.'

'No estoy del todo seguro de entenderte, Bertie. Ya te he dicho que hablar con él no llevaría a ninguna parte...' Pero no me dejó terminar la frase. Quizá tenía algo de prisa, o se había irritado por mi lentitud (podría haberme dicho de nuevo 'Don 't linger or delay, just do it'). Quizá lo había pillado en la cama con Beryl, o con quien fuera la mujer que tenía al lado y por eso ella había contestado el teléfono, por estar tan cerca, encima o debajo, de frente o de espaldas, a lo mejor les había interrumpido un polvo, nunca sabemos lo que pasa al otro lado del hilo, o mejor dicho, lo que pasaba justo antes de que sonara el timbre. Cuántas veces habría llamado desde Londres a Luisa y ella acabaría de regresar de verse con Custardoy en su estudio, o cuántas estaría él presente en su dormitorio, en mi casa, mirándola hablar medio desnuda conmigo, aguardando impaciente a que terminásemos. Si la visitaba. Podía ser que no o solamente de noche, por los niños. Yo no les había preguntado, pero tampoco ellos lo habían mencionado espontáneamente, de hecho no habían mencionado a nadie nuevo ni ajeno.

'Look, Jack, just deal with him' dijo Tupra. 'Just make sure he's out of the picture.' Esas fueron en inglés sus palabras, y ahí lamenté enormemente que esa no fuera mi lengua, porque no sé para un anglohablante, pero para mí eran demasiado ambiguas, no acababa de entenderlas con la nitidez que habría querido; si me hubiera dicho 'Just get rid of him' o 'Well, dispose of him', habría sido más claro, aunque tampoco enteramente: 'Deshazte de él' es lo que significa eso, y al fin y al cabo hay muchas maneras de deshacerse de alguien, no sólo con el matarile; o tal vez si la frase hubiera sido 'Just make sure you get him off her back' o bien '... off your backs' habría sabido que me decía 'Asegúrate de que se lo quitas a ella de encima', o bien '... de que os lo quitáis los dos de encima', pero tampoco me habría sentido capaz de traducir esa expresión a una acción concreta e inequívoca, porque hay asimismo muchas formas de sacudirse de la espalda a alguien, que es lo que el inglés diría. Ojalá lo que le hubiera oído fuera 'Just scare him away, scare him to death' y entonces me habría constado que sólo me recomendaba ahuyentarlo con un susto de muerte, como había hecho él con De la Garza, no más que eso, y convertirme a lo sumo en Sir Punishment y en Sir Thrashing, nunca en Sir Death ni en Sir Cruelty. Pero lo que salió de sus labios fue más bien 'Encárgate de él. Asegúrate de que lo sacas del cuadro', literalmente, o '... de que se queda fuera del cuadro', no sé, el vocablo 'picture'podía entenderse igualmente como 'dibujo' o 'retrato' o 'panorama' o 'escena', o incluso como 'foto' o 'película', sin embargo me quedó la idea literal primera, la de cuadro o pintura, había que sacar a Custardoy del cuadro, suprimirlo de él o ponerlo aparte, como al Conde de San Segundo en el Prado, que estaba fuera del de su familia, aislado, sin poder acercarse ya nunca más a su mujer ni a sus hijos, por los siglos de los siglos. De haber tenido lugar el breve diálogo en un episodio de Los Soprano, o en El Padrino, habría comprendido perfectamente que me sugería o me incitaba a cargármelo. Pero quizá entre mafiosos hay ya unos códigos preestablecidos, por si resultan ser objeto de escucha, que les permiten ser muy lacónicos en sus órdenes y aun así interpretados correctamente a la primera. Además, aquel no era un diálogo de película ni nosotros éramos mafiosos ni yo estaba recibiendo una orden, a diferencia de otras veces con Tupra o Reresby o Ure o Dundas, sino solamente orientación, el consejo que le había solicitado. Pero el lenguaje es difícil cuando uno no sabe a qué atenerse y necesita saberlo con precisión, porque casi siempre es metafórico o figurado. No debe de haber mucha gente en el mundo que diga abiertamente 'Kill him' o que en español diga 'Mátalo'.

Me atreví a insistirle un poco, aunque suponía que eso podría impacientarlo. O bueno, colé mi pregunta a toda prisa antes de que me colgase, aquellas dos últimas frases suyas me habían sonado a conclusión, a despedida casi, como si ya no tuviera nada más que añadir, después de eso. O como si lo hubiera aburrido mi consulta, mi pequeña historia.

'¿Puedes indicarme cómo, Bertie?', le dije. 'No estoy tan acostumbrado como tú a espantar a individuos.'

Oí primero su risa paternalista, seca, levemente despreciativa, no era una risa que pudiéramos haber compartido, no era la que une a los hombres desinteresadamente entre sí, y entre sí a las mujeres, y la que entre mujeres y hombres puede establecer un vínculo aún más fuerte y más tensado, una unión más profunda, compleja, y más peligrosa por más duradera o con mayor aspiración de durabilidad, quizá Luisa y Custardoy tenían esa, la espontánea e inesperada, la simultánea, ya que él hacía reír con facilidad a todo el mundo, según parecía. La de Tupra fue una risa de cierta decepción menor, de impaciencia, dientes pequeños con luminosidad, se la había visto en persona otras veces. Luego me contestó:

'Si de verdad no sabes cómo, Jack, entonces es que no puedes hacerlo. Más vale que no lo intentes, deja que las cosas sigan su curso. Déjalo correr, renuncia a torcerlo, y que tu mujer se las componga, tú verás, allá ella. Pero yo creo que sí sabes cómo. Lo sabemos todos siempre, aunque no estemos acostumbrados. Otra cosa es que no nos veamos en ello. Es cuestión de verse. Y ahora tengo que dejarte. Suerte.' Y puso fin a la comunicación, se la había alargado yo un poco.

Ya no me atreví a llamarlo de nuevo, debía manejarme con lo que tenía. 'Y que tu mujer se las componga, tú verás, allá ella', eso me había sonado a reproche o a afeamiento encubierto, como si en realidad me hubiera dicho: 'Vas a abandonarla a su suerte, quizá vas a permitir que la maten un día y que tus hijos se queden huérfanos'. Y también tuvo eco esta otra frase: 'Es cuestión de verse'. Lo que probablemente había querido decir con aquello era que la única manera de imaginarse haciendo lo que uno nunca se imagina haciendo es pasar a hacerlo, y entonces se ve uno sin remedio en ello, por fuerza se acaba viendo.

A continuación llamé a un antiguo amigo a la madrileña, esto es, a alguien con quien uno ha tenido un buen trato superficial hace años y al que no ha vuelto a frecuentar desde entonces: si con él no ha habido ningún roce o discusión o pelea, nominalmente sigue siendo un amigo, aunque podamos no haber mantenido jamás una conversación con él a solas, fuera del amplio y variable grupo que nos reunía en el pasado cada vez más remoto. Era uno de esos toreros con seguidores fanáticos que se retiran y regresan a los ruedos cada pocos años y vuelven a retirarse —ya no estaría muy lejos la tarde en que se hubiera de cortar la coleta definitivamente—, y con el que había coincidido en una época de mi vida, con Comendador y más tarde (Comendador me lo había presentado, él se infiltraba en todos los ámbitos), en las timbas nocturnas, hasta muy altas horas, que el Maestro organizaba en su casa con miembros de su cuadrilla y algún colega y toda clase de moscones, entre los que yo me encontraba; hay toreros que no están ni un minuto solos y que además reciben a todo el mundo, si viene avalado por alguien de confianza, aunque sea de tercera mano: el amigo de un amigo del que verdaderamente es amigo, y no sólo a la madrileña. Era un hombre muy cordial y cariñoso, también sentimental respecto a cualquier tiempo de su vida pasada, y cuando le pedí ir a verlo no sólo no puso ningún inconveniente ni mostró el menor recelo tras un decenio o más de silencio entre nosotros, sino que me instó a ir cuanto antes:

'Vente hoy mismo, hombre. Además hay partida esta noche.'

'¿Qué tal te iría mañana por la mañana?', le pregunté. 'Estoy aquí pocos días, ahora vivo en Londres, y hoy he de ir a ver a mi padre, que anda regular, con muchos años.'

'Hecho, no se hable más. Mañana. Pero vente hacia la una, ya para el aperitivo. Esta noche acabaremos tarde.'

'Es para pedirte un favor', preferí anticiparle. 'Un préstamo. No de dinero, ando bien, no te preocupes.'

'Que no me preocupe, dice', me contestó riendo. 'A mí tú no tienes con qué preocuparme, Jacobito.' Era de los que me llamaban Jacobo, no recuerdo ya por qué. 'Óyeme: lo que sea. Como si me quieres pedir mi mejor traje de luces, niño.' No seguía mucho la actualidad taurina, y menos aún desde Londres, pero deduje que ahora estaba en activo. Más valía que me informara un poco, antes de visitarlo, por no faltarle al respeto con mi ignorancia.

'Pues mira, no andaremos muy lejos de eso', le dije. 'Mañana te lo explico.'

'Tú te vienes, miras a tu alrededor y te llevas de aquí lo que quieras, chiquillo.' En verdad era un hombre generoso, no lo decía por decir, eso seguro. Se llamaba Miguel Yanes Troyano, su apodo era 'Miquelín' y era hijo de banderillero.

A la mañana siguiente, al tanto ya de sus últimos triunfos por Internet, y con un regalo, me presenté en su inmenso piso de la zona que en mi infancia se conocía como 'Costa Fleming', más cerca de Chamartín, el estadio por antonomasia, el del Real Madrid, que de Las Ventas, la plaza de toros por cuya puerta grande había salido a hombros unas cuantas veces. Habría preferido hablar a solas con él, pero eso era imposible, siempre estaba acompañado. Puesto que él ya sabía que le iba a pedir un favor y un préstamo, había tenido la consideración, sin embargo, de no imponerme varios testigos. Pero allí estaba su apoderado de toda la vida, él nunca faltaba, un hombre de su edad, taciturno, muy discreto, lo conocía poco pero de antiguo.

—No sé yo si al señor Cazorla le va a aburrir nuestra charla, Maestro —dije tanteando, por si acaso.

—Nada —contestó Miquelín lanzando dos dedos al aire; me había recibido con un gran abrazo y un beso, como si yo fuera un sobrino—. Eulogio nunca se aburre, y si se aburre piensa, ¿verdad, Eulogio? Delante de él puedes decir lo que quieras, Jacobito, que ni lo va a contar ni va a juzgarte. Tú me dirás, en qué puedo servirte.

Me costó arrancar unos instantes, mi petición me daba algo de vergüenza. Pero la manera de vencer ésta era formular aquélla y pasar el trago. Todo da más corte antes que luego, y hasta que durante.

—Quisiera saber si me podrías prestar una espada, un estoque de los tuyos, durante un par de días, calculo.

Vi que no se lo esperaba y que Cazorla daba un respingo, se estiró una manga. Iba vestido con traje, chaleco incluido, de un gris demasiado claro, asomándole un pañuelo en pico del bolsillo exterior de la pechera, una florecilla en el ojal, era de la vieja escuela. Pero él no hablaría si Miquelín no lo invitaba a hacerlo. Éste encajó bien la sorpresa y respondió en seguida:

—Uno y dos y tres, los que tú quieras, Jacobo. Ahora mismo vamos donde los trastos y eliges el que más te guste, claro que no son muy distintos. Ahora bien, y me perdonas: si me hubieras pedido dinero lo último que se me habría ocurrido es preguntarte para qué lo querías; pero en fin, una espada es más raro. ¿Qué es, para disfrazarte?

Podía haberle mentido, aunque disfrazarse sólo con espada no tenía ningún sentido. Podía haber inventado otra cosa absurda, como que iba a ir a una becerrada privada, pero no me pareció bien engañar a un hombre tan bueno, tampoco creo que lo hubiera logrado. Supuse que comprendería mi causa y que él tampoco me juzgaría.

—No, Miquelín. Es para darle un susto a uno. Tiene que ver con mi mujer. Bueno, con mi ex-mujer, nos separamos hace ya tiempo, aunque aún no estamos divorciados. —Siempre tenía empeño en dejar eso claro, me di cuenta, como si tuviera importancia—. Me largué a Londres por eso, para no estar por aquí rondando mientras ella se me alejaba. No sé si fue muy buena idea, en vista de lo que me he encontrado. Tenemos dos críos, un niño y una niña, y no quiero que corran riesgos. Ese tipo no les conviene a ninguno, y a la que menos a ella.

Miquelín lo comprendía, bastaba con lo que le había dicho, lo vi en su forma de escucharme, como si asintiera. No se cuestionaba nada, los amigos eran los amigos y allá cada cual con sus asuntos. Luego se echó a reír afectuosamente, divertido en parte, era un hombre de carcajada frecuente, la edad no se las había espaciado.

—¿Pero dónde vas a ir tú, con una espada? —me dijo—. ¿Oyes para lo que la quiere, Eulogio? Vamos a ver, Jacobo, ¿la vas a utilizar o no? ¿Se la vas a hincar hasta el fondo o nada más que la puntita? ¿O es que sólo vas a enseñársela, huy qué miedo?

—Espero no utilizarla —contesté. En verdad no lo sabía, tan sólo había pensado en el efecto que producía ver aparecer esa arma, según las disquisiciones de Tupra.

—Pero hombre, ten en cuenta dos cosas, Jacobo, niño. Una, que el estoque sólo hiere por la punta, clavándolo, y para eso hay que coger impulso si quieres que de verdad pinche hondo; filo no tiene casi, para dar un tajo no te sirve. Otra, que si esa espada atraviesa a un toro, que pesa seiscientos kilos, y se la metes hasta el puño cuando no tocas en hueso, imagínate a un hombre lo que le haces, lo dejas tieso a poco que se te vaya la mano. ¿Tú te quieres arriesgar a tanto? No, hombre, no, para dar un susto una pistola. Mejor limpia, por si acaso.

No se me había ocurrido relacionarlo: al oírle a Miquelín hablar de lo que le haría un estoque a un hombre, caí en la cuenta y me recorrió un escalofrío de repugnancia, aunque no fue, curiosamente, extrañamente, de repugnancia hacia mí mismo, aún debía de verme ajeno a lo que proyectaba, o aún veía el proyecto vacío de contenido, o es que nunca hay repugnancia enteramente sincera hacia uno mismo y eso es lo que nos permite hacer todo, según nos vamos acostumbrando a las ideas que nos surgen o nos instilan, poco a poco, o asumimos que vamos a hacer lo que haremos. 'Me asemejaría a aquel malagueño atravesado, con malas pulgas, muy cabrón, de cuidado', pensé, 'el que toreó a Emilio Mares en las afueras de Ronda hace unos setenta años, ayudado y jaleado por sus cantaradas, y le entró a matar con el estoque y le cortó las orejas y el rabo, los alzó en una mano y saludó con la otra quitándose su boina roja en plan montera, allá en los campos amenos, Al que se cargó con saña al antiguo compañero de Universidad de mi padre, presumido con gracia y frívolo con deliberación, hombre muy grato, permanentemente de buen humor, según me dijo, del que tenía tan buena idea y que se había negado a cavar su tumba antes de ser fusilado, es decir, a que sus verdugos lo torearan además de matarlo. Y entonces lo habían lidiado, literalmente, con banderillas y pica y espada. Menos mal que Miquelín me ha advertido, con sus involuntarias palabras.'

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