Trueno Rojo (20 page)

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Authors: John Varley

BOOK: Trueno Rojo
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Y si alguien podía conseguirlo, yo hubiera apostado por Jubal.

Capítulo 14

El sol se había puesto y la fiesta de la piscina casi había terminado.

El gerente del Manatí Dorado había regresado a su lustrosa jaula para turistas.

La tía María acababa de sacar la sexta y última bandeja de bollos, que estaban desapareciendo tan deprisa como los anteriores, a pesar de que todo el mundo decía que había comido demasiados.

Mamá estaba sentada en una silla de plástico, hablando de armas y de tiro con Ralph Shabazz, el propietario de la mercería que había unas manzanas más allá.

Dak estaba en la piscina, con algunos de mis viejos amigos del Instituto Gus Grissom, utilizando una vieja pelota de voleibol para jugar a una variante del waterpolo sin porterías.

Alicia estaba limpiando la mesa de los aperitivos, y preguntándose si debía preparar otra jarra de bebida de tofu para que la gente pudiera echarla en las macetas.

Kelly compartía una silla conmigo. Como era una silla para uno, hacía falta pegarse mucho y estábamos muy cerca, pero por mí no había inconveniente. Se había tomado una copa más de lo aconsejable y, cuando no estaba ensalivándome toda la oreja, me acariciaba el cuello con la mano.

Todavía quedaba una docena de invitados, deambulando de acá para allá, como hacen siempre los invitados cuando no saben si deben marcharse a casa o quedarse a tomar otra cerveza gratis.

Fue entonces cuando apareció el Zumbón negro y rojo. El parabrisas estaba cubierto de insectos aplastados. El claxon sonó una vez y Travis bajo del coche, sonriendo y saludándonos con la mano.

Los seis, el grupo entero del rancho Broussard, estábamos reunidos en el cuarto de Jubal una hora más tarde. Alicia tomaba un 7-Up y el resto nos habíamos decantado por cerveza.

Durante un rato, nadie habló de lo que todos queríamos oír. Travis nos contó algunas historias poco verosímiles sobre las aventuras que había vivido en la carretera y que no tenían que ver con su investigación sobre las burbujas y nosotros le contamos todo lo que había pasado en el Despegue. En su momento nos había parecido interesante, pero viéndolo con perspectiva, ¿qué había pasado en realidad? Jubal había ganado un montón de partidas de Monopoly, habían venido clientes, se habían marchado clientes, habíamos reparado y limpiado la piscina... La historia de mi vida hasta el momento. Al escucharla se reforzó mi determinación de salir de allí antes de un año, aunque eso significara aceptar un trabajo de dependiente en California... o Manitoba, Alaska o Timbuktu. En cualquier sitio.

Finalmente, Travis se apoyó en el cabecero de la cama de Jubal y se estiró. Parecía haber conducido mucho rato. Más tarde nos diría que lo había hecho durante la mayor parte del día.

—Bueno, amigos —dijo—. He averiguado un montón de cosas sobre lo que no son esas burbujas.

Dak soltó un gemido.

—Sí, es desalentador. La mayoría de lo que sé, ya lo sabía antes de marcharme, aunque ahora lo he confirmado hasta los límites de la capacidad de experimentación que existe en la actualidad.

»Es resistente. Los diamantes no le dejan ni una marca.

»Es duro. Una presa hidráulica grande se partió tratando de romperlo. Todo lo que le disparé, desde proyectiles de alta velocidad a protones de alta energía, pasando por un láser coherente lo bastante potente para derribar un avión en vuelo, rebotó contra su superficie.

»Es reflexivo. Perfectamente reflexivo. El cien por cien de la luz visible que incide sobre su superficie es reflejada. Y lo mismo ocurre con la radiación gamma, las ondas de radio... y posiblemente los neutrinos, si supiéramos cómo medir la reflexión de los neutrinos.

»Ahora puedo deciros, amigos, que esta cosa es el descubrimiento más significativo del siglo XXI, un Nobel garantizado... y me hiela la sangre.

—¿Por qué, Travis? —preguntó Alicia—. Jubal se merece un Nobel.

—Por supuesto, cariño. Pero no creo que lo quiera, ¿verdad, Jube?

Jubal, que había estado estudiando las Rebook nuevas que calzaba, levantó la mirada, se estremeció, sacudió la cabeza, y volvió a bajarla.

—No lo disfrutaría, Alicia. Sería un lío, con todos los periodistas por aquí y teniendo que comprarse un esmoquin para ir a ver al rey de Suecia...

Jubal se estremeció un poco más y temí que saliera corriendo de la habitación para ir a buscar su piragua y salir a remar al lago. Pero Travis lo tranquilizó con unas palmadas en el hombro y Jubal volvió a sentarse en el suelo.

—Hay una posibilidad en este asunto de la que puede que no os hayáis percatado. —Extrajo una burbuja plateada de su bolsillo y la sostuvo frente a la luz—. Energía gratis. No lo busquéis en los libros de física. La energía siempre hay que pagarla, siempre. Pero aquí no. El Estrujador de Jubal funciona sin energía, al menos que yo haya podido encontrar. Ya visteis cuánta potencia se liberó cuando hice desaparecer... estúpidamente... una de ellas.

—Pero eso no era potencia —dijo Kelly—. Solo era vacío, ¿no?

—Hace falta potencia para crear un vacío —le dije.

—Eso es —asintió Travis—. Dale la vuelta, Kelly. Sabes que hace falta potencia para comprimir el aire dentro de una de las burbujas porque oyes la explosión cuando la burbuja desaparece. Con el vacío ocurre lo mismo, solo que al revés.

—No sé mucho sobre eso —dijo Kelly con una sonrisa—. Pero creo que te sigo.

—Y yo —le confirmó Alicia.

—Bien... —dijo Travis, y frunció el ceño—. Supongo que hay muchas cosas que podrían sacarle partido a la capacidad reflexiva de las burbujas. Se me ocurren unas pocas. Y, por lo que se refiere a su resistencia, unos rodamientos a bolas de duración eterna serían solo el comienzo.

»Pero lo cierto es que la aplicación que interesará a más gente será la capacidad de realizar una gran detonación. Una detonación muy grande.

—Una detonación realmente grande —dijo Dak, y me di cuenta de que había estado pensando lo mismo que yo, a pesar de que nunca habíamos hablado del tema.

—Puede ganarse mucho dinero con detonaciones grandes —dijo Travis—. Y no estoy hablando de fuegos artificiales, lo siento, Jubal.

—No pasa nada, Travis —dijo Jubal sin dejar de estudiar sus zapatillas.

—La gente a la que más le gustan las detonaciones son los generales, por supuesto. Mete una de estas en un cartucho, hazla desaparecer, y ya tienes una bala gratuita. Métela en una piña de acero y ya tienes una granada gratis. Haz una realmente grande, llena de vacío y quizá puedas hacer implosionar un edificio entero. ¿Se pueden hacer muy grandes, Jubal?

Jubal levantó la mirada un momento y se encogió de hombros.

—No sé. Puede que no mucho más de lo que ya has visto.

—Es un alivio —dijo Travis—. Pero todavía no voy a ponerlo a la venta. Todos sabemos que hay gente no demasiado buena a la que le gustan las detonaciones grandes. Pensad lo que pasaría si un terrorista pusiera las manos en un Estrujador. Bombas gratis en cantidades ilimitadas.

»Hay gente que haría lo que fuera para hacerse con este aparato. Lo que fuera. Nuestro gobierno es solo uno de ellos. Si esto llega a conocerse, tendremos suerte si lo único que nos pasa es que nos lo quiten.

Todos guardamos silencio y reflexionamos sobre lo que acababa de decir.

—Por el momento, ¿tengo vuestra palabra de que no hablaréis de ello con nadie?

Nos miró uno a uno, y todos asentimos. Kelly me apretó la mano. Nunca la había visto tan seria.

Travis pareció aliviado... en parte. Casi podía leer su mente: ¿Hasta dónde puedo confiar en estos chicos? Bueno, salvo que me torturasen, en mí podía confiar hasta el fin, y habría puesto la mano en el fuego por los demás.

Travis frunció el ceño.

—Odio este trasto. Lo odio de verdad. Si existiera un modo de liberar su energía lentamente, de controlarlo... Podríamos resolver los problemas energéticos del mundo.

—Yo podría hacerlo —dijo Jubal. Por un momento, pareció que Travis iba a continuar con lo que estaba diciendo, pero entonces volvió la mirada hacia él y puso una cara digna de una película de Laurel y Hardy.

—Repite eso, Jubal.

—A lo mejor puedo modificarlo, hacer lo que dices. Que salga despacio. Igual sí.

—¿A lo mejor? Todavía no lo has intentado...

—No, mon cher. Travis, ¿por qué no me contaste nada de la gente que iba a Marte?

Una expresión de auténtico estupor se dibujó en el rostro de Travis al oír esto. ¿Marte?

—Nunca me preguntaste por ello, Jubal. No sabía que te interesara.

—Me interesa, Travis. Las personas de Marte deberían ser americanas.

—Sí, a mí también me gustaría que lo fueran. Pero ya es demasiado tarde.

—No lo es. ¡Nada de eso! Nada de tarde. Voy a ir a Marte, y venceré a los chinos. Aunque tenga que hacer mi propia nave espacial.

Travis se quedó mirando a su primo y entonces apuró la botella de cerveza sin alcohol que tenía en la mano.

Capítulo 15

El edificio que Kelly quería mostrarnos se encontraba en la bahía Turnbull, al otro lado del aeropuerto de New Smyrna Beach, junto a una docena de estructuras similares construidas sobre tierras pantanosas como parte de un polígono industrial que nunca llegó a despegar del todo. Solo tres o cuatro de los edificios estaban ocupados.

Estaba hecho de planchas de metal onduladas montadas sobre una estructura metálica. Había manchas de óxido en los costados y crecían hierbajos en las grietas del hormigón y junto al apartadero ferroviario, que era una de las características principales que tenía que tener el edificio que estábamos buscando. Junto al techo serrado había un cartel que rezaba: COMPAÑÍA DE R. W. WHITE.

Kelly aparcó frente a una plataforma de carga con tres compuertas, todas ellas cerradas. Dak y Alicia aparcaron el Trueno Azul mientras salíamos del coche.

Permanecimos un momento allí, contemplándolo. Era mediodía de un día cálido y bochornoso, cinco meses antes del día-M, el día en que los chinos pondrían el pie en Marte.

—La vía muerta termina en el interior del edificio. Eso está bien —dijo Dak.

Kelly sacó un gran llavero de su bolso y nos llevó hasta una puerta de personal, no la de carga. La tercera llave que probó era la correcta.

Fuera hacía menos calor, cosa que me sorprendió. El suelo de hormigón tenía parte de la culpa, pero además, vi que en el techo había unos grandes ventiladores que mantenían el aire en movimiento.

—Dejé los ventiladores encendidos ayer, después de ver el sitio —dijo Kelly—. Sin ellos, era como un horno. —Abrió un panel eléctrico y encendió seis filas de interruptores, una detrás de otra. En el techo se encendieron varias luces siguiendo una secuencia y pudimos comprobar las dimensiones del lugar.

—No necesitamos ni la tercera parte de este lugar —dijo Dak.

—Dak, si crees que hay otro sitio mejor en ochenta kilómetros a la redonda...

—Calla, cariño. No me estaba quejando. Más vale que sobre que no que falte.

—La lista que me disteis era un espanto. —Empezó a contar con los dedos—. Una vía muerta. Un techo alto, aunque todavía no me habéis dicho cuánto. Cerca del agua. Con gran capacidad de levantamiento de pesos... que tampoco especificasteis. Esa grúa de ahí puede levantar quinientas toneladas.

—Más que suficiente, Kelly, más que suficiente.

Kelly sacó su metro láser —un trasto realmente útil cuando estás buscando una fábrica vacía, cien veces mejor que tener que trepar hasta un tejado y dejar caer una cuerda— y señaló al techo. A continuación consultó la lectura.

—Cuarenta metros —dijo—. Será suficiente.

—Tendrá que serlo —le dije—. Construiremos con ese dato en mente.

El eco de nuestras voces resonaba en los amplios espacios vacíos.

El edificio estaba formado por dos áreas claramente delimitadas. La parte en la que nos encontrábamos tenía cuarenta metros de altura, tal como Kelly había determinado, y puede que unos treinta de anchura y setenta de profundidad. Montada sobre unos gruesos raíles, encima de nuestras cabezas, había una grúa móvil que podía llegar a cualquier parte del recinto.

El resto del edificio solo tenía siete metros de altura. Ocupaba unas dos terceras partes del solar. Al otro extremo de la zona más baja había un charco. Sobre él se veían unas manchas de óxido. Kelly se dio cuenta de que lo estaba mirando.

—Esa fuga será fácil de arreglar —dijo.

—No creo que sea necesario —dije.

La seguimos hasta las grandes compuertas. Apretó un botón de gran tamaño y las compuertas empezaron a abrirse entre señales de advertencia parecidas a las que hacen los autobuses al meter la marcha atrás. El sol penetró a raudales y todos entornamos la mirada a excepción de Kelly, que llevaba gafas de sol.

En el exterior había un embarcadero de madera. Había un viejo sentado allí, con una caña entre los pilotes. Nos miró un instante y a continuación continuó pescando. Olía a creosota, agua caliente y pescado.

—Las vías de la grúa llegan hasta el final del embarcadero —señaló Kelly—. Mencionasteis una barcaza. Ahí se puede poner una, justo debajo de la grúa.

—Así será mucho más fácil cargar —dijo Dak.

Kelly señaló en dirección este y luego en dirección norte.

—La bahía Turnbull está unida con la bahía Strickland. Luego pasas por debajo del puente de la Interestatal 1 y llegas a Ponce de León Cut, giras a la izquierda y, unos dos kilómetros más tarde, sales a mar abierto.

—¿Junto a la base de los guardacostas? —pregunté.

—Exacto.

—A babor —dijo Dak.

—¿Cómo?

—En un barco no se gira hacia la izquierda, se vira a babor.

—Oh, habló el gran almirante —murmuró Kelly. No estaba de muy buen humor.

—¿Es muy alto el puente de la autopista? —pregunté.

—No lo sé.

—Luego lo medimos.

—Espera un segundo —dijo Alicia—. ¿La bahía de Strickland? ¿Como en Mercedes Strickland? ¿Como en... Kelly Strickland?

—Mi familia lleva mucho tiempo viviendo en la región —dijo Kelly. Por mi parte, ni siquiera sabía que aquella franja de aguas bajías tuviera nombre.

—Y la mía —dijo Dak—. Solo que nosotros arreglábamos los coches que vendía tu papaíto.

—¿Algún problema con eso? —preguntó Kelly, furiosa. Nos miró a todos. Nadie dijo nada. Suspiró y sacudió la cabeza.

—El sitio es una ganga, chicos —dijo—. He visto diecisiete sitios que casi nos convenían, pero que fallaban por una u otra razón. No tenían grúa, o no tenían vía muerta, estaban en un barrio populoso o eran demasiado caros.

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