Trinidad (55 page)

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Authors: Leon Uris

Tags: #Histótico

BOOK: Trinidad
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Conor y Mick siguieron con la mirada a Cooey y al padre Pat, que desaparecían calle abajo, entre la doble fila de casitas de muñecas, mientras un coro de gatos muertos de hambre pregonaba su descontento a maullido pelado. Luego se subieron el cuello de la chaqueta para combatir el frío y emprendieron por Leck Road. La muralla de Derry se levantaba sobre ellos, sosteniendo el omnipresente obelisco y la estatua del reverendo Walker con el dedo apuntando a la media luna, guardia invariable que escarnecía a las heces de abajo, del Bogside.

—Cooey se figura que voy a pudrirme aquí. Está loco. Lo malo del caso es que casi no sé hacer nada, en absoluto.

—¿No posees ninguna habilidad, Mick?

—Tiempo atrás fui aprendiz de carnicero, y no pasé de aquí. Esperé cuatro años que me dieran un puesto en los oficios de la construcción, y todo quedó en nada. Pero fíjate en lo que te digo, no voy a hundirme en esta población. —Mick volvió la cabeza con gesto nervioso para echar un vistazo por encima del hombro—. Diablos, Conor —susurró—, nos siguen desde la taberna.

Conor miró atrás. Un par de
constabularys
que los seguían acortaron el paso; pero enseguida lo aceleraron todavía más.

—Alguien te ha delatado ya —dijo Mick.

—¿Por qué?

—Por la charla que has dado esta noche. Apuesto a que te toman por un agitador de Dublín. Escucha, al llegar al final de la manzana, nos separamos y ponemos pies en polvorosa.

—No podremos —respondió Conor. Allá enfrente venía hacia ellos otra pareja de
constabularys
en traje de paisano, pero armados de garrotes. Estaban acorralados. Mick se quitó el cinturón de los pantalones y se lo enrolló en la mano, dejando que la enorme hebilla de latón colgara como un azote, y al mismo tiempo cogió un guijarro suelto. Luego dio un codazo a Conor, y ambos a la vez se lanzaron contra los dos perseguidores, cogiéndolos de sorpresa.

Conor paró el garrote con el antebrazo, mientras Mick enviaba la hebilla contra la cara del
constabulary
, el cual se cerró el desgarrón que le bajaba desde el ojo a la boca, soltó un alarido y cayó de rodillas. Mick acabó de tumbarle y dejarle sin sentido con el guijarro.

El segundo agente se lanzó contra Mick y lo alcanzó dos, tres veces con el garrote, derribándole a su vez. Pero cuando se plantó sobre él, Conor le dio un puñetazo entre los ojos y lo tumbó. En el momento que intentaba sacar a su amigo de debajo del cuerpo del guardia, llegó la segunda pareja y fue arrojado al suelo por unos palos que partían el aire silbando.

—¡Canallas fenianos!

Cuando Mick iba a ponerse en pie con gran esfuerzo, una bota le hirió en el estómago, cortándole la respiración. Mick tuvo arcadas y vomitó. Conor se incorporo e inició la retirada al mismo tiempo que se defendía para librarse de la lluvia de golpes, la mitad de los cuales hacían blanco en su cara y sus costillas. Pero al ver que los dos mercenarios iban a ensañarse con Mick McGrath, caído al suelo, brotó de su interior tal estallido de cólera que arremetió contra ellos, hundiendo el puño en el vientre de uno de los dos atacantes con tal furia que le derribó. A continuación puso en pie a Mick. El cuerpo del muchacho aparecía cubierto de sangre y vómito. Conor le rodeó con un brazo, al mismo tiempo que enseñaba el otro puño al
constabulary
restante, el cual miró a sus compañeros semiinconscientes, hizo ademán de atacar, pero al ver que Conor dejaba a Mick en el suelo y se ponía en guardia para plantarle cara, dio media vuelta y huyó.

El campo de batalla se pobló de gritos y luces, y unos instantes después los silbatos de la policía rasgaban el aire del Bogside.

Más tarde, los
constabularys
trataron de echar tierra al asunto, como hacían con todo lo relativo a los sospechosos de la Liga Gaélica, pero el hecho de que tres policías hubieran tenido que ser hospitalizados fue la comidilla general. En los tres minutos que duró el encuentro hubo un número sorprendente de narices rotas, costillas quebradas, cortes y dientes saltados. Para salvar la faz, se hizo circular la especie de que los guardias habían sido atacados por una cuadrilla de una docena de rufianes.

Para las autoridades, el incidente quedaba cerrado oficialmente; pero no lo quedó entre los habitantes del Bogside, bien enterados de lo ocurrido.

5

Durante varios meses, después del regreso de Kevin, hubo un florecimiento de negocios nuevos financiados con préstamos de una Asociación del Bogside súbitamente revitalizada. Una panadería, dos tabernas, una casa de transportes, una fábrica de sogas, una imprenta y una tienda de venta de productos fabricados en las casitas de los labradores fueron puestos en marcha a bombo y platillos.

Además, y cosa singularmente rara, en el arsenal, la pesquería y la casa de máquinas del ferrocarril hubo una docena de puestos de aprendiz disponibles. Y por primera vez fueron vendidos a católicos y financiados por la Asociación del Bogside. Una chispa de luz había penetrado en las tinieblas y por primera vez desde que a uno le alcanzaba la memoria, unos cuantos hombres andaban con paso vivo y alegre.

Frank Carney, el retumbante y extravertido miembro de la junta de tres hombres de la Asociación, estaba en sus glorias con el papel de bienhechor. Era el católico más afortunado de Derry, dueño de la fábrica de cerveza y figura importante en la política municipal. Le gustaba exhibir su buena fortuna luciendo chalecos de brocado, un aseo personal impecable y oro en todo aquello que lo admitía: cadena del reloj, gemelos, sortijas, dientes… Estaba satisfechísimo de sí mismo, porque había llegado a la cumbre después de haber escalado todos los peldaños de la escala social del Bogside. Aunque muchas de las operaciones comerciales que realizaba dejaban mucho que desear en el terreno moral, continuaba fiel a su pueblo y adicto a su Iglesia.

El padre Pat McShane, segundo miembro de la junta, y el más joven de los tres, se limitaba a bendecir las nuevas empresas del Bogside, y a procurar que siguieran su santo camino, dejando los honores y la publicidad para Carney.

El más apasionado defensor del Bogside había sido siempre Kevin O'Garvey, del mismo modo que fue el trabajador más incansable de la Liga Campesina. Sin embargo, Kevin parecía muy poco alborozado por aquel chorro de actividad. Conor se fijó inmediatamente en que Kevin había regresado de Londres transformado en su misma esencia profunda; era un hombre extravertido, y se había vuelto retraído. Discutió la cuestión con el padre Pat, y ambos concluyeron que quizá los años de agitación y lucha se cobraban un impuesto y que acaso Kevin empezara a envejecer, cosa que, por otra parte, no querían admitir. En realidad, Conor no estaba muy seguro de que fuesen éstas las verdaderas causas; sabía únicamente que su amigo no era el mismo de antes.

Cuando la junta de la Asociación del Bogside llamó a Conor al Celtic Hall y le dijeron que hiciese un presupuesto de lo que costaría financiar una herrería, él lo consideró un milagro repentino y oportunísimo, porque ya estaba dispuesto a marcharse. Dominado el asombro que le causaba el súbito giro de los acontecimientos, se lanzó a cumplir la misión encomendada y halló que el abandonado establo de Lone Moor Road era adecuado, y barato, para albergar una fragua, y calculó además que podría ahorrarse mucho dinero fabricándose él mismo la mayor parte de las herramientas que necesitaría.

No obstante, había un problema. Conor quería un empréstito varias veces mayor que el concedido a los otros establecimientos nuevos. En el Bogside la necesidad de una fragua de primera categoría se hacía sentir desde mucho ha, y él soñaba con algo que no fuese simplemente una herrería más. Quería un taller adecuado no solamente para el trabajo corriente y para la fabricación de una serie de productos de ferretería, sino también donde dar salida a su vocación en el campo del hierro forjado.

El padre Pat McShane y Kevin O'Garvey dieron su conformidad después de minúsculas resistencias y leves retoques al presupuesto. En cambio, Frank Carney fue el gran entusiasta desde el primer instante. Carney patrocinaba desde antiguo los equipos de fútbol y de hockey irlandés, y después de todo, Conor Larkin era una figura deportiva ascendente. La fragua había de ser la pieza de exposición de la Asociación del Bogside, calculaba él. Los otros se aguantaron el aliento varias veces, pero al final concedieron el empréstito. Desde el primer momento hubo una cantidad de trabajo muy aceptable. Mick McGrath y otros dos muchachos del equipo tuvieron los primeros auténticos empleos de su vida como aprendices. Conor estaba impaciente por empezar a forjar sus piezas de ferretería, pero tenía unos ayudantes inexpertos y había poquísimos herreros hábiles entre los católicos. Por este motivo cruzó el río Foyle y contrató a un protestante, Tippy Hay, para capataz, a fin de que dirigiera el trabajo y entrenase a los aprendices mientras él dedicaba todas sus horas a la fabricación de piezas nuevas.

Tippy era un artesano excelente, demasiado viejo y lento para encontrar trabajo fijo en el muelle de despalmado de Buques y Trenes, en el que había trabajado treinta años. En las temporadas de muchos encargos, le empleaban lo suficiente para seguir viviendo; pero, de todos modos, habían llegado para él las vacas flacas y buscaba consuelo en la bebida. El buen hombre agradeció tanto esta segunda oportunidad que moderó su afición al licor lo suficiente para hacer una jornada satisfactoria, y además, resultó un excelente maestro para los aprendices.

En una de las periódicas emergencias debidas a un siniestro en un barco, Buques y Trenes volvió a reclamarle, y él le dijo a Roy Bardwick, director del muelle, que ni pensarlo.

Unas semanas después lo encontraron inconsciente en la calle y fue hospitalizado. El primer rumor sostenía que la maldita cerveza le había tumbado por fin, pero las huellas físicas de una paliza tremenda obligaron a cambiar la versión. Se dijo entonces que aquello había sido obra de una vengativa pandilla de maleantes católicos. Tippy se negó a dar el nombre de los que le habían atacado. Hasta varios meses después, y entre los vapores de una borrachera, no confesó que sus antiguos compañeros de Buques y Trenes y los hermanos de logia de la Sociedad de Orange le habían avisado de que dejara la herrería de Larkin. Y al negarse hubo que dar ejemplo de lo que les pasaba a los desleales. Luego aparecieron carteles advirtiendo que a Conor Larkin sólo se le toleraría mientras no se saliera de su puesto.

No pudiendo encontrar un sustituto conveniente, Conor duplicó la carga de trabajo que se había echado sobre los hombros, llegando a jornadas de dieciocho horas y con el tiempo sacó una colección de artículos: martillos de orejas, limas, cuchillos, hachas, azuelas, barrenas, taladros, escariadores, goznes, clavos, tijeras cerrojos, pernos, empuñaduras de puertas, veletas, piezas para carruajes, palas, tenazas, cabrias y los diversos instrumentos que las mujeres utilizaban en la cocina. Sus productos podían competir ventajosamente con cualquiera de los que se fabricaban en Derry, a pesar de que los vendía más baratos que nadie. Pero aun así no lograba colocarlos en las tiendas de venta al detalle más distinguidas, fuera del Bogside. Por ello hubo de decidirse a venderlos directamente, y a pesar de una especie de boicot tácito, los protestantes empezaron a pasar por allí, pues ahorrar dinero no se consideraba sectario y era una tendencia que los escoceses manifestaban desde antiguo.

—Prueba en la de Larkin; es posible que allá lo encuentres.

—Larkin te hará cualquier pieza especial que necesites y te cobrará un precio razonable.

La gran calidad de sus artículos propagó su nombre, y el chorrillo intermitente de parroquianos se convirtió en una corriente continua. Se elevaban murmullos de recelos sobre aquel mismo Conor Larkin que estuvo complicado en actividades fenianas y quizá en una refriega con los del
Constabulary
; no obstante, su situación iba mejorando poquito a poco.

Al final del primer año, Mick McGrath y los otros dos aprendices habían subido unos cuantos peldaños en el oficio y empezaban a poderse encargar de las tareas menos especializadas. Uno de los otros dos herreros del Bogside falleció, y el restante, el viejo Clarence Feeny, tuvo un cambio de impresiones con Conor, pues había llegado a la conclusión de que saldría mejor librado como capataz de éste que trabajando por su cuenta. De este modo, Conor heredó todo el trabajo inherente a la fábrica de cerveza de Frank Carney, incluyendo el establo, las carretas y una considerable cantidad de aros para los barriles. El hijo de Clarence Feeny y otro muchacho empezaron el aprendizaje, con lo cual pronto trabajaron en la herrería una docena de hombres, contados el vendedor y el carretero de reparto.

Teniendo al viejo Clarence para resolver el trabajo del día, Conor quedó libre para satisfacer el antiguo anhelo de dedicarse a la forja artística.

Frank Carney abrió el camino al encargarle una verja y una puerta para la capilla particular que había fundado en la catedral de San Eugenio. Salió un trabajo tan precioso que el mismo obispo Nugent encargó un pulpito de hierro labrado; el primero de aquella parte de Irlanda. Siguiendo el ejemplo del obispo Nugent, una serie de templos, hasta Limavady por el este y Ballyshannon por el oeste, hicieron encargos parecidos. A Conor no le gustaba demasiado trabajar para los curas, porque se imaginaba una colección de padres Lynch sacando los cuartos de los bolsillos de los feligreses a base de cuestaciones, pero no podía negarse en modo alguno.

Al entrar en el segundo año de existencia, la fragua había dejado ya una huella, pequeña pero definida. Lo cual destacaba más todavía siendo así que algunas otras empresas patrocinadas por la Asociación del Bogside habían cerrado.

La vida era más que tolerable en Derry, si uno se llamaba Conor Larkin. El herrero entró a formar parte de un reducido y selecto círculo de intelectuales no sectarios organizado alrededor de Andrew Ingram, el padre Patrick McShane y el claustro del colegio Magee. Y bajo el patrocinio de la condesa de Foyle, lady Caroline Hubble, se importaba una vida cultural medianamente aceptable.

Por otra parte, Conor había pasado a ser una figura bien conocida en los terrenos de juego de la Liga Gaélica y el GAA. Cooey Quinn y Mick McGrath refinaron su primitiva técnica hasta convertirlo en un jugador terriblemente eficiente, ya que en la taberna de Nick Blaney nunca tenía el vaso de Derryale vacío. Cuando se hallaba en el centro de la piña de jugadores y la pelota volaba hasta él, sus manos la aprisionaban como tenazas de hierro y el vigor de su cuerpo intimidaba a todos los adversarios. Cuando un corredor del equipo contrario caía en su poder, podía esperar un severo castigo. Los aficionados al deporte apostaban buenas sumas a su favor, con lo cual, además de beber de balde, contaba con una fuente regular y constante de ingresos.

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