The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa (3 page)

BOOK: The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa
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Para terminar le dio los huesos pequeños a la hormiguita: —Tú eres chiquitita. Puedes meterte dentro de estos huesos y encontrar toda la comida que necesitas.

Los animales le agradecieron el solucionar la disputa. Luego el león se arrancó una uña de la pata: —Toma esta uña —le dijo al muchacho—. Si en algún momento te ves deseando ser león, di: “Si yo fuera león” y te volverás león.

—Gracias —el muchacho le dijo al león—. Eso será muy útil. Pero, ¿cómo hago para volver a ser muchacho?

—Di: “Si yo fuera gente” —el león le dijo.

Luego el águila se quitó una pluma del ala y se la dio al muchacho: —Si quieres volverte águila, di: “Si yo fuera águila”. Serás águila.

La hormiga se rompió uno de los cuernitos de su cabeza: —Si quieres ser hormiga, di: “Si yo fuera hormiga.” Serás hormiga.

El muchacho les dio las gracias a los animales y los dejó para que aprovecharan su comida. Siguió su camino y, de pronto, vio a un grupo de hombres con cara de pocos amigos cabalgando hacia él. Llevaban los cinturones cargados de pistolas y espadas afiladas. Sabía que se trataba de una gavilla de ladrones.

Al principio el muchacho pensó dar vuelta y echarse a correr. Pero si los ladrones lo veían, lo alcanzarían rápidos en sus caballos. Luego recordó los regalos que los animales le habían dado. Dijo: —Si yo fuera hormiga.

El muchacho se convirtió en hormiga chiquitita y los ladrones siguieron de largo sin siquiera verlo. Cuando se pensó a salvo de los ladrones, dijo: —Si yo fuera gente. —Volvió a ser muchacho.

Pero tocó la casualidad que uno de los ladrones volvió a ver hacia atrás por el camino. Vio al muchacho y levantó el grito. Todos corrieron hacia el muchacho en sus caballos. Al instante, el muchacho sacó la pluma del águila: —Si yo fuera águila —dijo. Y se volvió águila. Levantó el vuelo y se escapó de los ladrones.

Arriba y todavía más arriba voló el muchacho, más y más lejos viajó, hasta que vio un castillo en lo alto de una montaña. Era el castillo de un gigante y este gigante tenía encerrada allí a una princesa.

El muchacho bajó en espiral y se posó en el muro del castillo. Vio a la princesa en el jardín tejiendo con hilos de oro y plata. Bajó un árbol ahí cerca dormitaba el gigante.

El muchacho bajó volando y se sentó en una rama un poco arriba de la princesa. Cuando la princesa levantó la vista y lo vio, dijo: —Gigante, mira la bella águila en el árbol. Atrápamela.

—Déjame dormir —masculló el gigante—. ¿Para qué quieres esa ave?

—La quiero poner en una jaula —dijo la princesa—. Después de todo, si me vas a tener presa aquí para siempre, lo menos que puedes hacer es dejarme tener una mascota.

—Niña simplona —gruñó el gigante. Pero agarró el águila y la puso en una jaula. Durante todo el día la joven tuvo la jaula colgada a su lado mientras tejía. Habló con el ave. Le decía lo triste y solita que se sentía en el castillo del gigante.

—Al anochecer, la princesa llevó la jaula a su dormitorio en el castillo y la puso junto a la ventana. El gigante cerró la puerta y la atrancó, y la princesa se acostó a dormir. El muchacho pensó: “Éste es el momento para salir de la jaula”. Dijo: —Si yo fuera hormiga, —y se volvió hormiga. Salió entre la barras de la jaula y bajó al piso. “Ahora revelo a la princesa quién realmente soy” pensó. Dijo: —Si yo fuera gente, —y recuperó su forma natural.

El muchacho movió la cama de la princesa y ella abrió los ojos. Se alarmó cuando lo vio y gritó. El muchacho oyó las pisadas fuertes del gigante acercarse por el corredor. Dijo rápido: —Si yo fuera hormiga. —Subió corriendo la pared y volvió a meterse en la jaula. Dijo: —Si yo fuera águila. —Puso la cabeza bajo un ala como si durmiera.

—¿Por qué gritaste? —preguntó el gigante mientras abría la puerta.

La princesa había visto al muchacho convertirse en hormiga y luego en águila. Sabía que debía ser amigo e inventó un cuento para decir al gigante: —Casi estaba dormida y tuve un sueño terrible —le dijo—. Soñé que el ejército de mi padre llegaba aquí y te mataba. Grité dormida y me desperté.

El gigante se rió. —El ejército de tu padre nunca va a hacerme daño —fanfarroneó.

—Por supuesto que no —dijo la princesa—. Tú eres tan poderoso. Nada del mundo te puede lastimar. Dime, gigante, ¿qué es el secreto de tu poder?

El pecho del gigante se hinchó con orgullo: —El secreto de mi poder es algo muy sencillo. Pero el mundo está lleno de tontos. Nunca lo van a descubrir. Está escondido dentro de un huevo que tiene la cáscara con manchas. El huevo está dentro de una paloma blanca y la paloma está en la barriga de un oso negro que vive en un valle verdoso lejos, lejos de aquí. —El gigante se rió a carcajadas—. Lo único que alguien tendría que hacer sería estrellar el huevo contra mi frente y yo quedaría con la fuerza de un hombre cualquiera.

—Pero nadie va a descubrir el secreto, ¿verdad? —dijo la princesa.

El gigante bramó: —¡Nunca! —Y regresó riendo a su habitación.

Pero el muchacho lo había oído todo. El próximo día, cuando la jaula estaba colgada del árbol en el jardín y el gigante dormía en la sombra, el muchacho dijo: —Si yo fuera hormiga. —Salió de la jaula y corrió a la rama. Dijo: —Si yo fuera águila. —Se fue volando sobre el muro del castillo.

—¡Ay, no! —gritó la princesa —Se me escapó el águila. —Pero el gigante ni siquiera abrió los ojos.

El muchacho voló y voló hasta que se le cansaron tanto las alas que apenas si las podía mover. Al fin, vio un valle verde allá a lo lejos.

Cuando voló sobre el valle vio un gran oso negro vagando por las arboledas y maleza. Al parecer, nadie vivía en el valle, pero en el valle próximo, al este, el muchacho vio una casita.

Aterrizó cerca de la casa. Dijo: —Si yo fuera gente. —Luego fue a la casa y pidió posada por la noche. La gente de la casa era buena y le dio licencia para dormir en la cuadra. Lo invitaron a sentarse a comer con ellos.

Mientras cenaban, el muchacho les preguntó cómo se ganaban la vida en ese valle. Ellos le dijeron: —Tenemos un rebaño de ovejas.

—¿Quién cuida las ovejas? —el muchacho preguntó.

—Nuestra hija las lleva a pastar por la mañana, y las vuelve a casa al final del día.

—Mañana yo llevo las ovejas a pastar, para pagarles su bondad.

El hombre dijo que estaría bien, pero previno al muchacho de no llevar las ovejas al valle más al oeste: —Un oso feroz vive en ese valle. Ni nos atrevemos a entrar allí.

A la mañana siguiente, el muchacho sacó a las ovejas del corral y se fue valle arriba. Cuando regresó por la tarde, trajo a las ovejas gordas y contentas, pero él parecía exhausto. Cenó unos cuantos bocados y luego se tambaleó a la cuadra para dormir, no sin antes decirle a la gente que volvería a cuidar las ovejas el próximo día.

La mujer le dijo a su marido: —¿A dónde habrá llevado las ovejas que vienen tan fuertes? ¿Y qué supones que lo haya cansado tanto?

—¿Quién sabe? —el hombre respondió. Y luego le dijo a la hija: —Sigue al muchacho mañana para ver a dónde va y qué hace.

Así que a la otra mañana, cuando el muchacho llevó las ovejas valle arriba, la muchacha lo siguió. Vio que tan pronto se perdía de vista la casa, viraba el rebaño hacia el oeste y lo llevaba al valle prohibido.

Observó desde detrás de una mata y vio que las ovejas comenzaron a pastar contentas la hierba rica. Luego la muchacha vio que un oso negro salía del matorral y corría hacia el rebaño. De repente, el muchacho se convirtió en león y corrió al encuentro del oso. El oso y el león lucharon todo el día, hasta que al fin los dos se desplomaron rendidos al suelo, sin siquiera poder moverse.

El oso se volvió hacia el león y dijo: —Si yo tuviera un planchón de hielo en que revolcarme, me levantaría y te rompería en mil pedazos.

El león repuso: —Si yo tuviera un sorbo de vino dulce y un beso de una doncella, me levantaría y te rompería en dos mil pedazos.

Al fin, el oso regresó pesadamente al matorral y el león volvió a ser muchacho y se encaminó a casa con el rebaño.

Aquella noche, la muchacha contó lo que había visto y oído. Su padre le dijo: —Mañana, sigue al muchacho otra vez. Lleva una copa y un frasco de vino dulce.

A la mañana siguiente, la muchacha volvió a seguir al muchacho hasta el valle. Pronto apareció el oso y el muchacho se convirtió en león. Pasaron el día peleando hasta tumbarse agotados al suelo.

—Si yo tuviera un planchón de hielo en que revolcarme — rugió el oso—, me levantaría y te rompería en mil pedazos.

—Si yo tuviera un sorbo de vino dulce y un beso de una doncella —dijo el león—, me levantaría y te rompería en dos mil pedazos.

La muchacha corrió de su escondite. Llenó la copa de vino y sostuvo la cabeza del león en su regazo mientras le daba de beber. Luego, agachó la cabeza y le dio un beso.

El león se levantó de un salto y lanzó un zarpazo al oso. La panza del oso se abrió y de ella salió disparada una paloma blanca que se fue volando.

Al instante el león se volvió águila y dio caza a la paloma. Cuando el águila atrapó la paloma, un huevo le cayó, dando en el regazo de la muchacha. Ella alzó la mano con el huevo y el águila se precipitó para arrebatárselo de los dedos y partió volando.

El muchacho regresó volando al castillo del gigante. Llegó a la mañana siguiente y vio que la princesa tejía en el jardín. Como de costumbre, el gigante dormitaba bajo el árbol.

El muchacho bajó volando y se posó en una rama. —Mira, gigante —dijo la princesa—. Mi águila ha regresado.

—No me molestes —masculló el gigante—. ¿No ves que estoy dormido?

Así que el muchacho bajó hasta el suelo. Dijo: —Si yo fuera gente. —Luego el muchacho le dio el huevo a la princesa. Ella corrió al gigante y estrelló el huevo contra su frente.

El gigante se levantó de un salto, pero ya había comenzado a achicarse. Su pelo comenzó a encanecerse y su piel a arrugarse. Se convirtió en viejecito.

El muchacho tomó las llaves del cinturón del viejo y liberó a la princesa. Ella quería que la acompañara al palacio de su padre, pero el plan del muchacho era otro.

Regresó volando al valle donde la buena gente tenía sus ovejas. Se casó con la muchacha que lo había ayudado a vencer al oso feroz. Vivieron felices por muchos años y nunca volvió a convertirse en león, ni en águila, ni tampoco en hormiguita, hasta cuando ya era viejo, viejo. Entonces lo hacía para hacer reír a sus nietos.

 

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