The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa (15 page)

BOOK: The Coyote Under the Table/El Coyote Debajo de la Mesa
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But the shepherd was looking around him, and he said, “I don't think I'll even try. Just look at all the harm your foolish idea has done. I can see men with broken arms and broken legs. I see houses with their roofs broken open. Look at your palace: It's broken in half. I'm beginning to worry. If I become the king, I might end up as foolish as you. I think I'd better go back home where I belong.”

The boy set out for home, and when he got there, he blessed himself backwards until his strength was just what it should be. Then he gave the ring back to the wise old woman.

And what happened at the palace? Well, the queen sat the king down and told him, “It doesn't matter if that shepherd is stronger than the prince or not. It wouldn't matter if he were only half as strong as the prince, because he's shown that he's twice as wise as the king. He's the one who should be the next king.”

For once the king listened to his wife. And you can probably guess the rest of the story, so there's no need to tell it.

E
L ANILLO DE VIRTUD

Este cuento se trata del rey más rico y poderoso del mundo. Como era tan rico y tan poderoso, no tenía muchos problemas que lo preocuparan y siempre salía con ideas descabelladas.

Este rey rico y poderoso no tenía hijos, y un día la reina le dijo: —A pesar de ser el hombre más rico y poderoso del mundo, no vas a vivir para siempre. ¿Quién será rey cuando tú ya no vivas?

El rey decidió pensar en una buena manera de escoger al sucesor al trono.

—Ya sé qué voy a hacer —le dijo a su esposa—. Echo un bando. Diré que quiero encontrar al hombre más fuerte del país. Tendremos un concurso. Cualquier hombre podrá venir y competir. El que demuestre ser el más fuerte será el próximo rey.

—Pero, ¿si el más fuerte no agrada a la gente? —preguntó la reina—. ¿O si resulta cruel o de poca inteligencia?

Pero el rey agitó la mano y dijo: —¡El rey ha hablado! —Y el bando se difundió por todo el país. Hombres fuertes comenzaron a llegar de todas partes para poner a prueba sus músculos y hacer lucir sus habilidades.

En una zona remota del país un joven pastor oyó del pregón del rey. El muchacho ni era el más fuerte de su propio pueblito, pero se dijo: —Si yo resultara el más fuerte del reino y si fuera el próximo rey, ¡qué vida llevaría entonces!

Empezó a pensar en eso todo el día mientras cuidaba las ovejas, y soñaba con lo mismo cuando dormía junto al rebaño. Al fin, reveló a su madre lo que estaba pensando. Ella le dijo: —No seas tonto. ¿Por qué querrías perder tiempo con el rey y su concurso? Si tuviera el mínimo de juicio no tendría tal competencia.

Pero el muchacho insistía que quería probar suerte y al fin su madre le dio su bendición.

—Pero antes de que partas para el palacio del rey —le dijo—, ve a ver a nuestra vecina. Ya sabes que es hechicera. A lo mejor te puede ayudar de alguna manera.

Así que antes de irse para el palacio, el pastor visitó a la vecina. —Voy al palacio del rey para ver si puedo resultar el hombre más fuerte del país —le dijo—. ¿Tiene usted algo que me podría ayudar?

La vieja hechicera empezó a hurgar en un baúl grande. Desde el fondo sacó un anillito de oro y le dijo que se lo pusiera en la mano derecha. Dijo que cada vez que se persignara, haciendo la señal de la cruz, su fuerza se duplicaría. Si hacía la señal de la cruz al revés, su fuerza se reduciría a la mitad.

El pastor le dio las gracias a la vecina y se fue rumbo al palacio del rey. Al caminar, vio un carretón cargado de pasto junto a una casa al lado del camino. Pensó averiguar si la viejecilla le había dicho la verdad.

Fue al carretón e intentó levantar una rueda de la tierra. No la pudo mover. Puso el anillo en la mano derecha y se persignó: —En el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo. —Debió tener fuerza doble. Cuando intentó levantar la rueda, salió un poco de la tierra.

Volvió a persignarse. Como su fuerza ya era el doble, ahora debió haberse multiplicado por cuatro. Levantó la rueda hasta la cintura. Otra vez, se persignó. Su fuerza debió ser ocho veces lo normal. El carretón se volcó cuando levantó la rueda con una mano y el pasto se desparramó en la tierra.

El joven se apresuró a poner el carretón sobre las ruedas y llenarlo de pasto antes de que el dueño se diera cuenta de lo que había hecho. Hizo la señal de la cruz al revés para bajar su fuerza antes de meterse en un lío. Se quitó el anillo, lo puso en su bolsillo y siguió su camino.

Aquella noche el pastor durmió bajo un árbol junto al camino. En la noche, el anillo se le cayó del bolsillo. En la mañana se despertó y se estiró y luego reanudó su viaje al palacio del rey, dejando el anillo tirado en la tierra bajo el árbol.

Apenas se había ido el muchacho cuando un cura llegó por el camino, montado en su burro. Vio el árbol sombreante junto al camino y se detuvo para descansar en la sombra. Cuando se disponía a irse, vio algo que brillaba en el suelo. —¡Ay, un anillo! —dijo—. Tiene que tener valor. Lo llevo en el dedo hasta llegar al pueblo y luego lo vendo y doy el dinero a la iglesia.

Pero antes de seguir su camino, el cura se hincó para rezar. Se persignó: —En el nombre del padre, y del hijo y del espíritu santo —y luego empezó a rezar. No se dio cuenta de que su fuerza ya era el doble.

Cuando terminó la oración, volvió a persignarse. Su fuerza ya era cuatro veces mayor de lo normal. Cuando se levantaba, alargó la mano para agarrarse de una rama del árbol y sostenerse. Arrancó la rama del árbol.

—¡Oh! — se dijo—, parecía una rama sólida pero debió estar podrida. —Tiró la rama ligeramente y voló sobre el campo hasta perderse de vista.

El padre se encogió de hombros y fue a donde pastaba su burrito: —Bueno, amiguito —dijo—, más vale que sigamos caminando. —Le dio unas palmaditas en la nuca y el pobre animal se cayó tumbado a la tierra. Por poco se le fractura el cuello.

El cura boqueó: —¡Que nos guarde Dios! ¿Está embrujado este lugar? —Y se persignó otra vez. Quedó ocho veces más fuerte. Agarró la silla del burro y tiró para ayudarlo a pararse. Aventó a la pobre bestia diez pies en el aire.

—Me voy de aquí —dijo el cura y la fuerza de su voz se llevó todas las hojas del árbol. El padre se fue a prisa, rezando y persignándose mientras caminaba.

Mientras tanto, el pastor llegó al pueblo. Cuando metió la mano en el bolsillo para sacar una moneda y comprar algo que comer, se dio cuenta de que faltaba el anillo. Se encaminó de regreso para buscarlo. A poco de caminar vio acercarse a alguien que levantaba una polvareda y arrancaba las cercas que lindaban el camino.

El cura vio al muchacho y trató de prevenirlo: —No te me acerques —Su voz salió como el bramido de un toro—. El mero sonido de mi voz te podrá hacer daño.

El pastor se paró y gritó: —Padre, ¿acaso encontró un anillo?

El cura intentó susurrar su respuesta, pero salió ensordecedora: —SÍ.

—Haga la señal de la cruz al revés, padre —el joven le dijo—. Su fuerza volverá a lo normal.

El padre empezó a hacer la señal de la cruz al revés. Cada vez que lo hizo, se le suavizaba la voz, y sus pies levantaban menos polvo. Al fin, pensó que su fuerza era normal y le dijo al pastor: —Toma tu anillo. No lo quiero para nada. —Y tiró el anillo al muchacho.

Pero la fuerza del padre todavía era el doble de lo normal, y el anillo sobrevoló al muchacho. Fue a parar en el pasto al lado del camino cien metros más adelante

—Está bien, padre —dijo el pastor—. Yo puedo buscar el anillo. Siga al pueblo. La gente lo está esperando en la iglesia.

El cura se fue y el muchacho se puso a buscar el anillo. No lo pudo encontrar. Caminó de arriba para abajo. Gateó lentamente por el pasto. El anillo estaba bien escondido. Al fin, el pastor decidió ir al pueblo para comer algo y volver después para buscar más.

Apenas se fue, y una viejita llegó por el camino, apoyándose en un bastón. Iba a la iglesia y rezaba suavemente para sí mientras caminaba. Vio el anillo en el pasto junto al camino y lo tomó y se lo puso en el dedo.

Un poco después se persignó: —En el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo. —Luego quiso sacar el pañuelo que tenía metido en la manga del vestido y rompió la manga—. ¡Válgame, Dios! —dijo—. ¿Cómo sucedió eso?

Pronto se persignó otra vez, y luego otra vez. Se encontró con dos hombres que querían arrear una mula terca. Un hombre tiraba de las riendas por delante y el otro empujaba la mula desde atrás, pero la mula tenía los cascos enterrados y no movía ni una pulgada.

—Debería darte vergüenza, mula terca —dijo la viejita al animal—. No seas tan perezosa. —Y la atizó con su bastón. La mula pasó disparada al hombre de adelante y no pisó tierra sino hasta cincuenta pies camino abajo. Aterrizó a la carrera y desapareció por el camino.

La viejita volvió a sus oraciones. Para cuando llegó a la iglesia, era tan fuerte que arrancó la puerta de las bisagras. Andaba por el pasillo, tumbando los bancos y haciendo rodar por el piso a la gente.

El cura levantó la vista del misal. Antes de ver el anillo en el dedo de la viejita, adivinó lo que pasaba—. Señora —dijo—, haga la señal de la cruz al revés.

Ella obedeció y su fuerza se le iba bajando. Cuando le quedó tan solo la fuerza de una mujer joven, le dijo que parara. Luego mandó buscar al pastor para que viniera por su anillo.

El pastor se puso el anillo y no se lo quitó hasta llegar al palacio del rey. Cuando llegó al palacio, vio que el patio estaba repleto de hombres fuertes. Luchaban y batallaban con espadas. Algunos tenían brazos o piernas quebrados por las contiendas. Algunos tenían heridas grandes de los combates de espada. Otros jóvenes intentaban aventar grandes piedras sobre casas. Algunos podían hacerlo, pero otros no, y las piedras caían en los techos, rompiéndolos. Al fin, uno de los hombres, un príncipe guapo en ropa fina, derrotó a todos los demás. El rey declaró que se había encontrado al hombre más fuerte—. Si alguien más quiere desafiar al príncipe —gritó el rey—, que lo diga ahora mismo.

El pastor levantó la mano—. Su majestad —dijo—, quizás yo pueda ser más fuerte que el príncipe.

Todos voltearon a ver al pastor harapiento. No era muy alto, ni fornido. Tenía las piernas largas y delgadas.

El rey frunció el ceño—. Tú no puedes desafiar a un príncipe —dijo—. Ni siquiera tienes ropa decente.

Pero el pastor dijo: —Su majestad, su pregón decía que cualquiera podía presentarse a competir. Yo quiero desafiar al príncipe.

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