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Authors: Martin Gardner

Tags: #Ciencia, Ensayo

¿Tení­an Ombligo Adan y Eva? (6 page)

BOOK: ¿Tení­an Ombligo Adan y Eva?
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Armagedon
, que consiste principalmente en espectaculares efectos visuales acompañados por sonido ensordecedor, es más ruidosa que un concierto de rock; no sólo hay explosiones, colisiones e impactos, fíjense bien, es que además los astronautas no paran de chillarse unos a otros. Los expertos deciden que la única manera de salvar la Tierra de un asteroide del tamaño de Texas es colocar una bomba nuclear en el monstruo. Para llevarlo a cabo recurren a Bruce Willis, el mejor perforador de pozos de petróleo del mundo.

Harry, que es como se llama Willis, ha pillado a su hija única, Grace, haciendo el amor con uno de sus operarios. Se pone tan furioso que incluso trata de pegarle un tiro al chico. Sin embargo, el pobre muchacho es imprescindible para llevar a cabo la misión.

La tripulación aterriza en el asteroide. Los asteroides grandes son redondos y lisos, pero éste tiene un paisaje exótico, con grandes púas saliendo de la superficie. La tripulación cava un profundo agujero, en el que introducen la bomba. Por desgracia, el sistema detonador, que pretendían accionar cuando estuvieran a salvo en la nave espacial, no funciona. Alguien tiene que quedarse para hacer estallar la bomba a mano.

Los miembros de la tripulación lo echan a suertes. El amante de Grace saca la pajita más corta. Está dispuesto a quedarse para detonar la bomba, pero Harry, que a estas alturas admira al chico, lo deja inconsciente de un golpe. Harry se queda en el asteroide para romperlo por la mitad y quedar él mismo hecho pedazos. Las dos mitades del asteroide pasan a ambos lados de la Tierra sin causar daños.

La película termina con Harry en la televisión, justo antes de su sacrificio, diciéndole a su hija lo mucho que la quiere y qué estupendo es su novio. El
Armagedon
se evita gracias a la tecnología moderna y al altruismo de Harry, maestro perforador de pozos.

Sólo el ruido incesante de la película me impidió quedarme dormido. Para que todo sea políticamente correcto, la tripulación de Harry incluye un afroamericano y una mujer que parece que no hace nada hasta el final, cuando entra en acción para poner en marcha la nave, de regreso a casa.

El libro de Everett Bleiler,
Science-Fiction: The Gernsback Years
(1998) recoge otros dos relatos sobre OPTs que vale la pena mencionar.

«The Palling Planetoid» («La caída del planetoide»), de Isaac Nathanson (
Science Wonder Stories
, abril de 1930), cuenta cómo un asteroide que se dirige a la Tierra es convertido en una inofensiva segunda luna mediante una serie de misiles explosivos.

«The World of a Hundred Men» («El mundo de cien hombres»), de Walter Kateley (
Science Wonder Stories
, marzo de 1930), trata de una excavación en el cráter del meteoro de Arizona. Allí se desentierra un objeto que resulta ser un pequeño planetoide en el que floreció la vida humanoide. Sabiendo que su choque con la Tierra era inevitable, los cien desdichados habitantes construyeron un museo perdurable para preservar su historia.

Ron Miller me hizo reparar en el libro
The Moon Maker
(1916), de Arthur Train y el famoso físico norteamericano Robert Wood. Un enorme asteroide llamado Medusa es desviado para que no choque con la Tierra, a base de rayos que provocan una reacción nuclear en su superficie. Medusa se convierte entonces en la segunda luna de la Tierra.

Doomsday Rock, una película de 1997 que vi en televisión, es una desvergonzada explotación de la obsesión popular por el ocultismo. Todos los astrónomos están de acuerdo en que un asteroide llamado Némesis no chocará con la Tierra por un amplio margen, pero un antropólogo reciclado en profesor de astronomía sabe que no será así. Ha descubierto en Australia una caverna en la que, hace miles de años, un vidente aborigen pintó imágenes que describen con precisión acontecimientos importantes. Dichos acontecimientos terminan con la destrucción de la Tierra por una «roca diabólica» que caerá del cielo. Y efectivamente, un cometa se fragmenta misteriosamente y uno de los trozos choca con Némesis, enviándolo directamente hacia la Tierra. Pocos segundos antes del impacto, el profesor, al que todos sus colegas tenían por loco, salva a la Tierra destruyendo el asteroide con un cohete armado con una bomba nuclear.

4. La estrella de Belén

Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle.
… y he aquí que la estrella que habían visto en Oriente les precedía, hasta que se detuvo al llegar encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo.

Evangelio de san Mateo, 2: 1-2, 9-10

Cada vez que se aproximan las Navidades, las iglesias protestantes y católica celebran el nacimiento de Jesús, y en los sermones y escuelas dominicales se menciona con frecuencia la Estrella de Belén. Los aproximadamente cien planetarios de nuestro país dedican sus programas de Navidad a las posibles causas naturales de la Estrella. Según el Evangelio de san Mateo, que es el único que menciona la Estrella, los Magos de Oriente (su número no se especifica, pero la tradición ha querido que sean tres) fueron guiados hacia Occidente por la Estrella, hasta llegar al establo donde se encontraba el recién nacido Jesús, tendido en un pesebre.

Además de en el Evangelio de san Mateo, la visita de los Magos se cuenta con más detalle en el libro apócrifo de Jacobo, un manuscrito del siglo II. Dice la leyenda que lo escribió un medio hermano de Jesús. Según Orígenes, era uno de los hijos que tuvo José en un matrimonio anterior. El capítulo 15, versículo 7, describe la Estrella, diciendo que era tan grande y brillante que dejaba invisibles todas las demás estrellas.

En la posada no había sitio para sus padres (tal vez debería decir sólo «madre», ya que los Evangelios dejan claro que José no era padre del niño).

San Agustín y otros teólogos antiguos daban por sentado que la Estrella era uno de los milagros de Dios, colocada en los cielos para guiar a los Magos hasta Belén. Cuando Copérnico, Kepler y Galileo impulsaron el auge de la ciencia empírica, se puso de moda entre los eruditos cristianos buscar causas naturales para sucesos que la Biblia describe claramente como sobrenaturales.

Una de las explicaciones naturalistas de la Estrella más difundidas y duraderas fue propuesta por Kepler, que en un folleto de 1606 sugirió que la Estrella era en realidad una conjunción de Júpiter y Saturno que tuvo lugar en el año 7 a.C. en la constelación de Piscis. No fue el primero en sugerir tal cosa; esta conjetura aparece en anales eclesiásticos ingleses desde una fecha tan antigua como 1285, pero Kepler fue el primero en argumentar con detalle la posibilidad. El nombre de la constelación era una afortunada coincidencia, porque el pez había sido, y todavía es, uno de los símbolos de la iglesia cristiana y sus fieles.

En la actualidad, los estudiosos están de acuerdo en que Jesús nació entre los años 8 y 4 a.C. Mateo sitúa el nacimiento en «los días del rey Herodes». Se sabe que Herodes murió a principios de 4 a.C., luego Jesús tuvo que nacer antes. Por supuesto, se desconoce la fecha exacta, aunque bien pudo coincidir con la conjunción Júpiter-Saturno del año 7 a.C.

Más adelante, Kepler empezó a dudar de su conjetura. Tal como indica el astrónomo Roy K. Marshall en su librito
The Star of Bethlehem
(publicado en 1949 por el Planetario Morehead, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill), durante todo el período de aproximación de Júpiter y Saturno, los dos planetas nunca llegaron a estar a una distancia menor de dos diámetros de la Luna, tal como se ve en el cielo. En 1846, el astrónomo británico Charles Pritchard llevó a cabo una meticulosa investigación sobre el acontecimiento. Debido a las erráticas trayectorias de los dos planetas, tal como se ven desde la Tierra, hubo tres aproximaciones distintas. Los astrónomos llaman a esto «triple conjunción».

Los dos planetas gigantes se vieron juntos el 29 de mayo, el 1 de octubre y el 5 de diciembre. «Ni siquiera con […] la extraña percepción de una persona con mala vista —escribió Pritchard— habrían podido verse los planetas como una única estrella». Marshall añadía: «Sólo unos ojos abismalmente débiles podrían haberlos fusionado». Existen otras objeciones a la conjetura de Kepler. En el año 66 a.C. hubo una aproximación mucho mayor de los dos mismos planetas. Como dice Arthur C. Clarke en su interesante ensayo «The Star of Bethlehem» («La Estrella de Belén») (capítulo 4 de su recopilación de ensayos,
Report on Planet Three
, 1972), este acontecimiento «tendría que haber hecho llegar a Belén una delegación de magos ¡sesenta años antes!».

Cada una de las tres conjunciones del año 7 a.C. duró sólo unos días, pero san Mateo afirma que la Estrella guió a los Magos durante todo un viaje que tuvo que durar por lo menos varias semanas. Por último, los dos planetas saldrían y se pondrían como hacen las estrellas y los planetas normales, el Sol y la Luna, pero Mateo describe la Estrella deslizándose lentamente por el firmamento en dirección a Belén. Con el tiempo, Kepler decidió que la Estrella fue creada por Dios entre Júpiter y Saturno cuando éstos se encontraban más próximos.

La conjetura inicial de Kepler tuvo mucha aceptación entre los cristianos del siglo XIX, sobre todo en Alemania, donde la llamada «alta crítica» de la Biblia buscaba causas naturales para los milagros bíblicos. La teoría del año 7 a.C. fue defendida además en incontables biografías populares de Jesús publicadas en los países cristianos. En Inglaterra, el clérigo anglicano Frederic W. Parrar dedicó varias páginas de su
Life of Christ
(1874) a una discusión erudita sobre la conjunción de 7 a.C. También el norteamericano Samuel J. Andrews, en
The Life of Our Lord upon the Earth
(1891), se tomaba en serio la teoría de Kepler.

En tiempos recientes, la conjetura del año 7 a.C. ha reaparecido en la larga biografía de Jesús que constituye el último tercio del voluminoso
Urantia Book
(1955). Esta biblia del movimiento Urantia pretende haber sido escrita en su totalidad por seres «supermortales» que canalizaron el texto a través de miembros del movimiento, para dar a Urantia (la palabra con la que la secta designa a la Tierra) una nueva revelación destinada a sustituir al cristianismo. En la página 1.352 del
Urantia
Book se nos informa de que la conjunción Júpiter-Saturno del 29 de mayo de 7 a.C. se veía como una única estrella —cosa que sabemos que no fue así—, y esto explica lo que los supermortales llaman la «bella leyenda» que se creó en tomo a la «Estrella». Los supermortales —o «amigos invisibles», como les gusta decir a los urantianos— revelan que Jesús nació a mediodía del 21 de agosto de 7 a.C., una fecha que los urantianos celebran cada año. (Para más datos sobre el extravagante movimiento Urantia, ver mi libro
Urantia: The Great Culi Mystery
, reeditado en edición de bolsillo por Prometheus Books). En los últimos años se han considerado otras conjunciones planetarias como posibles explicaciones de la Estrella. Por ejemplo, una espectacular conjunción de Júpiter y Venus que tuvo lugar el 17 de junio de 2 a.C. Los discos de los dos planetas llegaron a superponerse. Este candidato a Estrella de Belén es defendido por James de Young y James Hilton en «Star of Bethlehem» («La Estrella de Belén») (
Sky and Telescope
, abril de 1973), y también por Roger Sinnott en «Computing the Star of Bethlehem» («Cómo computar la Estrella de Belén») (
Sky and Telescope
, diciembre de 1986). La última vez que Júpiter y Venus estuvieron tan próximos fue en 1818, y no volverá a ocurrir hasta 2065.

Otro aspirante a Estrella es una explosión de supernova que ocurrió en la primavera de 5 a.C. en la constelación de Capricornio. Este argumento lo defienden el astrónomo británico David H. Clark y dos colaboradores en
The Quarterly Journal of the Royal Astronomical Society
(diciembre de 1977). Otras especulaciones, demasiado absurdas para tenerlas en cuenta, han identificado la Estrella con Venus, con cometas, con explosiones de meteoros e incluso con bolas luminosas.

El judío ortodoxo Immanuel Velikovsky se esforzó por encontrar causas naturales para los milagros del Antiguo Testamento. Como era de esperar, no tenía mucho interés en hacer lo mismo con los milagros del Nuevo Testamento. Incluso sugirió una explicación naturalista de cómo Josué detuvo el movimiento del Sol y la Luna: en realidad, fue la Tierra la que dejó de rotar. Esto se debió a un gigantesco cometa que surgió de una erupción en Júpiter y pasó cerca de la Tierra antes de estabilizarse y convertirse ¡en Venus! Algunos de los actuales y extravagantes creyentes en la Nueva Era, que están convencidos de la realidad de la PK (psicoquinesis), consideran que Jesús era un poderoso psíquico que utilizaba sus poderes naturales para caminar sobre el agua, multiplicar panes y peces, convertir el agua en vino y realizar otros extraordinarios actos de magia.

Ellen Gould White, profetisa y cofundadora del Adventismo del Séptimo Día, tenía una explicación mucho más simple —y más sensata— para los grandes milagros de la Biblia. Consideraba que fueron milagros. En
The Desire of Ages
, su libro sobre la vida de Jesús, explica la Estrella del modo siguiente:

Los Magos habían visto una misteriosa luz en los cielos aquella noche en que la gloria de Dios inundó las colinas de Belén. Al desvanecerse la luz, apareció una luminosa estrella que permaneció en el cielo. No era una estrella fija ni un planeta. […] Aquella estrella era un lejano batallón de ángeles resplandecientes.

La asociación de la Estrella con los ángeles se remonta a los primeros Padres de la Iglesia. Longfellow, en la tercera sección de su auto «La Navidad» (que forma parte de su libro
Cristo: Un misterio
), juega con la idea de que la Estrella era sostenida en el cielo por ángeles. Concretamente por siete ángeles: del Sol, de la Luna, de Mercurio, de Venus, de Marte, de Júpiter y de Saturno.

He aquí la estrofa inicial de Longfellow:

Los ángeles de los siete Planetas
a través de los brillantes campos celestiales
la estrella natal traemos.
Dejando caer nuestras virtudes
como preciosas joyas de la corona
de Cristo, nuestro Rey recién nacido.
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