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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán el indómito (35 page)

BOOK: Tarzán el indómito
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Había un estofado muy condimentado con carne y verduras, un plato de fruta fresca y un tazón de leche junto al cual se encontraba una pequeña jarra que contenía algo semejante a mermelada. Estaba tan hambrienta que ni siquiera pudo esperar a que su compañera llegara a la mesa, y mientras comía habría jurado que jamás probó comida más sabrosa. La anciana se acercó despacio y se sentó en uno de los bancos, frente a ella.

Cuando quitó los recipientes más pequeños del grande y los dispuso ante ella sobre la mesa, una sonrisa le torció los labios al ver comer a la joven.

—El hambre nos hace a todos iguales —dijo riendo.

—¿Qué quiere decir? —preguntó la muchacha.

—Me atrevería a decir que unas semanas atrás sentirías náuseas ante la idea de comer gato.

—¿Gato? —exclamó la muchacha.

—Sí —respondió la anciana—. ¿Qué importa?, un león es un felino.

—¿Quiere decir que estoy comiendo león?

—Sí —dijo la anciana—, y tal como lo preparan resulta muy sabroso. Llegará a gustarte mucho.

Bertha Kircher sonrió algo recelosa.

—No podría distinguirlo —dijo— del cordero o la ternera.

—No —dijo la mujer—. Yo lo encuentro bueno. Pero estos leones se cuidan con esmero y se alimentan muy bien, y su carne está sazonada y preparada de tal modo que podría ser cualquier cosa, en lo que al gusto se refiere.

Y así Bertha Kircher rompió su largo ayuno con extraña fruta, carne de león y leche de cabra.

Apenas había terminado cuando la puerta volvió a abrirse y entró un soldado con túnica amarilla. Habló con la anciana.

—El rey —dijo ella— ha recomendado que te prepares y te lleven con él. Tienes que compartir estos aposentos conmigo. El rey sabe que no soy como sus otras mujeres. Nunca se atrevería a ponerte con ellas. Herog XVI tiene intervalos lúcidos de vez en cuando. Deben de haberte llevado ante él durante uno de ellos. Como el resto, cree que sólo él, en toda la comunidad, está cuerdo, pero más de una vez he pensado que los diversos hombres con los que he estado en contacto aquí, incluidos los propios reyes, me consideraban menos loca que los demás. Sin embargo no logro entender cómo he podido conservar mis sentidos todos estos años.

—¿A qué se refiere al decir que me prepare? —preguntó Bertha Kircher—. Me ha dicho que el rey ha ordenado que me prepare y me lleven ante él.

—Te bañarán y te darán una túnica similar a la que yo llevo.

—¿No hay modo de escapar? —preguntó la muchacha—. ¿No hay siquiera la manera de que pueda suicidarme?

La mujer le entregó el tenedor.

—Ésta es la única manera —dijo—, y observarás que las púas son muy cortas y romas.

La muchacha se estremeció y la anciana le puso una mano sobre el hombro.

—Puede que sólo te mire y te haga salir —dijo—. Ago XXV me envió a buscar una vez, intentó hablar conmigo, descubrió que no le entendía ni él a mí, ordenó que me enseñaran el lenguaje de su pueblo y, al parecer, después se olvidó de mí durante un año. A veces paso largos períodos sin ver al rey. Hubo uno que reinó cinco años al que nunca vi. Siempre existe la esperanza; incluso yo, cuyo recuerdo sin duda ha caído en el olvido tras los muros de este palacio, aún tengo esperanza, aunque nadie sabe mejor cuán inútilmente.

La anciana condujo a Bertha Kircher a un aposento contiguo en cuyo suelo había un pequeño estanque de agua. Aquí la muchacha se bañó y después su compañera le trajo una de las prendas ajustadas de las mujeres nativas y se la ciñó al cuerpo. El material de la túnica era un tejido como de gasa que acentuaba la redondeada belleza de su juvenil figura.

—Ya está —dijo la anciana dándole una palmadita final a uno de los pliegues de la prenda—. ¡Eres una auténtica reina!

La muchacha bajó la mirada a sus senos desnudos y piernas medio ocultas con horror.

—¡Me llevarán a presencia de hombres en este estado de semidesnudez! —exclamó.

La anciana sonrió.

—Eso no es nada —dijo—. Te acostumbrarás como yo, que fui educada en el hogar de un ministro del Evangelio, donde se consideraba poco menos que un delito que una mujer expusiera el tobillo cubierto con una media. En comparación con lo que verás y las cosas que tal vez te hagan experimentar, esto es una tontería.

Durante lo que parecieron horas la desasosegada muchacha paseó por su aposento, en espera de que la llevaran a la presencia del rey demente. Había anochecido y las luces de aceite dentro del palacio se habían encendido mucho antes de que aparecieran dos mensajeros con instrucciones: Herog reclamaba su presencia inmediata y la anciana, a quien llamaron Xanila, tenía que acompañarla. La muchacha sintió cierto alivio cuando descubrió que al menos tendría una amiga con ella, por indefensa que fuera aquella anciana.

Los mensajeros condujeron a las dos mujeres a un pequeño aposento del piso de abajo. Xanila explicó que se trataba de una de las antesalas del salón del trono en el que el rey estaba acostumbrado a celebrar audiencia con todo su séquito. Varios guerreros con túnicas amarillas estaban sentados en los bancos de la habitación. En su mayoría mantenían los ojos bajos y su actitud era de melancólico rechazo. Cuando las dos mujeres entraron, varios de ellos las miraron con indiferencia, pero la mayor parte no les prestó la más mínima atención.

Mientras esperaban en la antesala entró, procedente de otro aposento, un hombre joven uniformado de modo similar a los demás con la excepción de que sobre la cabeza llevaba un filete de oro, en cuya parte delantera se erguía una sola pluma de loro por encima de su frente. Cuando entró, los otros soldados de la habitación se pusieron en pie.

—Éste es Metak, uno de los hijos del rey —susurró Xanila a la muchacha.

El príncipe cruzaba la habitación hacia la sala de audiencias cuando su mirada se posó casualmente en Bertha Kircher. El joven se detuvo en seco y se quedó mirándola un minuto entero sin hablar. La muchacha, turbada por su atrevida mirada y el escaso atuendo que ella llevaba, enrojeció y, bajando la mirada al suelo, se dio la vuelta. Metak de pronto se puso a temblar de la cabeza a los pies y entonces, sin otro aviso más que un fuerte y ronco grito, saltó hacia adelante y cogió a la chica en brazos.

Al instante se produjo un escándalo. Los dos mensajeros que habían conducido a la muchacha a presencia del rey se pusieron a bailar y a chillar en torno al príncipe, agitando los brazos y gesticulando salvajemente como si quisieran obligarle a renunciar a ella, aunque no se atrevían a poner la mano sobre la realeza. Los otros guardias, como si sufrieran comprendiendo la locura de su príncipe, se acercaron corriendo, gritando y blandiendo los sables.

La muchacha forcejeó para soltarse del horrible abrazo del maníaco, pero éste la rodeaba con el brazo izquierdo y la sostenía como si fuera un bebé, mientras con la mano libre sacaba su sable y golpeaba perversamente a los que tenía más cerca.

Uno de los mensajeros fue el primero en notar la afilada hoja de Metak. Con un solo golpe el príncipe le clavó el sable en la clavícula y lo hundió hasta el centro del pecho. Con un estridente aullido que se oyó por encima de los gritos de los otros guardias el hombre cayó al suelo, y mientras la sangre le brotaba por la espantosa herida hizo esfuerzos por levantarse una vez más y luego se desplomó de nuevo y murió en un gran charco de su propia sangre.

Entretanto, Metak, que aún se aferraba desesperadamente a la muchacha, había retrocedido hasta la otra puerta. Al ver la sangre dos de los guardias, como si de pronto despertaran a un frenesí maníaco, dejaron caer los sables al suelo y se abalanzaron uno sobre el otro con uñas y dientes, mientras algunos intentaban llegar hasta el príncipe y otros le defendían. En un rincón de la habitación estaba sentado uno de los guardias riendo estrepitosamente, y justo cuando Metak logró llegar a la puerta y sacar a la chica, ella creyó ver que otro de los hombres saltaba sobre el cuerpo del mensajero muerto e hincaba los dientes en su carne.

Durante la orgía de locura, Xanila se había mantenido cerca de la muchacha, pero en la puerta de la habitación Metak la vio y, girándose de pronto, le produjo un malvado corte. Afortunadamente para Xanila, ya se encontraba a medio cruzar la puerta, de modo que la hoja de Metak se melló al golpear en el arco de piedra del portal, y entonces Xanila, guiada sin duda por la sabiduría de sesenta años de experiencias similares, echó a correr por el corredor con todas las fuerzas que le permitían sus viejas y tambaleantes piernas.

Una vez fuera de la puerta, Metak volvió a meter el sable en su vaina y alzó a la muchacha del suelo para llevarla en dirección contraria a la que había tomado Xanila.

La muchacha forcejeó para soltarse del horrible abrazo del maníaco.

CAPÍTULO XX

LLEGA TARZÁN

Justo antes de que oscureciera aquella tarde, un piloto casi exhausto entró en el cuartel general del coronel Capell del Segundo de rodesianos y saludó.

—Bien, Thompson —dijo el superior—, ¿qué ha ocurrido? Todos los demás han regresado. No han visto ni rastro de Oldwick ni de su avión. Supongo que tendremos que abandonar a menos que usted haya tenido más suerte.

—La he tenido —respondió el joven oficial—. He encontrado el avión.

—¡No! —exclamó el coronel Capell—. ¿Dónde estaba? ¿Alguna señal de Oldwick?

—Está en el peor agujero en el suelo que jamás he visto, bastante tierra adentro. Una garganta estrecha. He visto el avión pero no he podido llegar hasta él. Había un demonio de león merodeando por allí. He aterrizado cerca del borde del acantilado e iba a descender y echar un vistazo al avión. Pero esa bestia ha estado una hora o más acechando y por fin he tenido que abandonar la idea.

—¿Cree que los leones han cogido a Oldwick? —preguntó el coronel.

—Lo dudo —respondió el teniente Thompson—, no había nada que indicara que el león se haya alimentado cerca del avión. Me he ido cuando he descubierto que era imposible bajar y explorar el terreno. Varios kilómetros al sur he encontrado un pequeño valle arbolado en cuyo centro…, por favor, no crea que estoy loco, señor… Hay una ciudad corriente: calles, edificios, una plaza central con un estanque, edificios de tamaño considerable con cúpulas y minaretes y todo eso.

El oficial mayor miró al más joven compasivamente.

—Está usted agotado, Thompson —dijo—. Váyase a dormir. Ha dedicado mucho tiempo a este asunto y debe de tener los nervios crispados.

El joven meneó la cabeza un poco irritado.

—Disculpe, señor —dijo—, pero le estoy diciendo la verdad. No estoy confundido. He volado en círculos sobre el lugar varias veces. Quizá Oldwick pudo llegar hasta allí… o le capturó esa gente.

—¿Había gente en la ciudad? —preguntó el coronel.

—Sí, la he visto en las calles.

—¿Cree que la caballería podría llegar hasta el valle? —siguió preguntando el coronel.

—No —respondió Thompson—, la región queda protegida por estas profundas gargantas. Incluso la infantería tendría muchos problemas, y no hay ni una gota de agua, que yo viera, durante al menos dos días de marcha.

En este punto un gran Vauxhall se detuvo frente al cuartel general del Segundo de rodesianos y un momento después el general Smuts se apeó y entró. El coronel Capell se levantó de la silla y saludó a su superior, y el joven teniente saludó y se quedó firme.

—Pasaba por aquí —dijo el general— y he pensado que podía pararme a charlar. Por cierto, ¿cómo va la búsqueda del teniente Smith-Oldwick? Veo que Thompson está aquí y me parece que era uno de los que se dedicaban a la búsqueda.

—Sí —respondió Capell—. Es el último que ha llegado. Ha encontrado el avión del teniente —y entonces repitió lo que el teniente Thompson le había comunicado. El general se sentó ante la mesa con el coronel Capell y juntos los dos oficiales, con la ayuda del piloto, señalaron la ubicación aproximada de la ciudad de cuyo descubrimiento Thompson había informado.

—Es una región muy accidentada —señaló Smuts—, pero no podemos dejar una piedra sin remover hasta que hayamos agotado todos los recursos para hallar a ese muchacho. Enviaremos una pequeña fuerza; un grupo reducido tendrá más probabilidades de éxito que uno grande. Una compañía, coronel, o digamos dos, con suficientes camiones a motor para transportar raciones y agua. Ponga un buen hombre al mando y haga que establezcan una base lo más al oeste que los camiones puedan viajar. Deje allí una compañía y haga avanzar a la otra. Me inclino a creer que puede establecer su base a un día de marcha de la ciudad y, en este caso, la fuerza que envíe adelante no debería tener problemas de agua, ya que sin duda debe de haberla en el valle donde está situada la ciudad. Envíe un par de aviones de reconocimiento y servicio de mensajero para que la base se mantenga en contacto en todo momento con la avanzadilla. ¿Cuándo puede empezar?

—Podemos cargar los camiones esta noche —respondió Capell— y marchar hacia la una de la madrugada.

—Bien —dijo el general—, manténganme informado —y devolviendo el saludo a los otros hombres, se marchó. Cuando Tarzán saltó para cogerse a la enredadera se dio cuenta de que el león se hallaba cerca de él y que su vida dependía de la resistencia de las enredaderas que se agarraban a las murallas de la ciudad; pero, para su gran alivio, descubrió que los tallos eran tan gruesos como el brazo de un hombre y los zarcillos que se habían aferrado al muro estaban tan firmemente fijados, que su peso en el tallo parecía no producir ningún efecto apreciable en ellos.

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