Quizá podrían decirme algo sobre Emma. Pero tenía que tener cuidado con no meter la pata y revelar mi secreto.
—¿Te apetece un trago? —me preguntó el del traje. Tenía el cadencioso acento y los ojos oscuros de las estrellas que había visto en los viejos musicales de Bollywood.
—No, gracias. —Intenté sonar mayor y sofisticada.
—Me llamo Raj. Al menos, aquí. —Miró al otro tipo con el rabillo del ojo y los dos se echaron a reír.
Todos me miraron, esperando a que me presentara.
—Llamadme Callie. —Puse los ojos en blanco—. Aún no me acostumbro a usar ese nombre.
—Yo no me acostumbro a este acento —afirmó Raj, señalándose la garganta.
Aquello dio pie a nuevas risas entre los chicos.
La chica se llamaba Briona, y parecía una modelo con sus largas extremidades relucientes por el Glo-Dust. El tipo asiático de pómulos marcados se llamaba Lee.
Tuve que recordarme a mí misma que en verdad eran repulsivos enders.
—¿Ésta es tu primera vez, Callie? —preguntó Raj.
—¿No es obvio? —respondí.
Todos rieron entre dientes.
—No habíamos visto este cuerpo antes —dijo Briona—. Está bien.
—Sí, es genial —asintió Lee.
—¿Y qué tal te va por el momento? —preguntó Raj.
—Bien —respondí encogiéndome de hombros.
—¿Qué has hecho? —preguntó. Exhibía una sonrisita de suficiencia—. ¿O ésta es tu primera noche?
—No mucho. He ido a montar a caballo.
—Eso es divertido —dijo Lee con una sonrisa—. ¿Dónde?
—En un rancho privado.
—¿De un arrendatario? —preguntó Raj.
—No.
Intercambiaron sus miradas.
—¿Un adolescente de verdad? —preguntó Raj.
—¿Qué pasa? —Mis ojos pasaron de Briona a Raj y a Lee. Parecían preocupados.
—Es sólo que, bueno, ese tipo de cosas no están muy bien vistas —comentó Raj.
Briona se acercó y me puso la mano en el brazo.
—No importa. Pagaste para pasar un buen rato. ¿No nos lo hemos ganado todos?
—Hablando de eso, larguémonos de este garito y vayamos a buscar diversión de verdad —sugirió Lee. Se inclinó hacia delante con una sonrisa maliciosa en el rostro.
—Gran idea. —Raj se acabó su agua embotellada y la dejó dando un golpe sobre la mesa. Todos se levantaron.
—Ven. —Briona me cogió del brazo—. Podemos tener una charla de chicas.
Adoro ayudar a los novatos. ¿Haces ganchillo? ¿Punto?
Quizá sólo era porque aquí era la extraña y todos ellos eran amigos, pero me quedé con la sensación de que sabían algo que yo no sabía.
Quizá si los acompañaba me pondrían al día.
El viento me azotaba el cabello mientras circulábamos en el descapotable de Lee.
Me había sentado en el asiento trasero con Briona; Raj iba delante con Lee.
—¿Adónde vamos? —pregunté.
—¿Quién sabe? —respondió Briona—. Estoy segura de que es algo peligroso y bastante estúpido.
—A dar una vuelta de prestado —dijo Lee.
—Pero ¿éste no es tu coche? —pregunté.
—Otro tipo de vuelta. —Raj ahogó una risita.
Lee conducía con total indolencia.
—Ya casi hemos llegado.
Derrapó al doblar una esquina muy cerrada y vi un arroyo y un puente que lo cruzaba. Había varios coches aparcados. Capté fugazmente algo que se movía alejándose del puente.
—Allá van —indicó Lee.
—No. —Raj negó con la cabeza—. Ni lo sueñes.
—Querrás decir que ni lo sueñe él. —Lee señaló la tripa de Raj y después hundió el dedo en ella. Ambos rieron.
—¿Ahí es adonde vamos? —pregunté.
—Esto no tiene gracia —protestó Briona.
—No tiene gracia, pero es divertido —replicó Lee.
Pronto estuvimos aparcados en el puente junto con los otros coches.
Los chicos salieron rápidamente del coche para unirse a la multitud de gente que había en medio del puente. Agarré a Briona por el brazo.
—¿Qué es esto? —pregunté, confusa.
—Puenting. Unos idiotas saltan desde un puente y lo único que impide que se conviertan en papilla es una fina tira de material tecnológico. Se supone que es lo bastante inteligente para ajustarse a tu peso y velocidad. —Hizo una pausa—. Se supone.
—Suena peligroso —dije.
—Bueno, al menos no es tu cuerpo.
Nos apoyamos en la barandilla que nos separaba de una larga caída en el barranco que teníamos por debajo. El viento agitaba nuestro cabello mientras mirábamos cómo un tipo se tiraba, lanzándose al arroyo. Suspiré y cerré los ojos.
—No, mira —me instó Briona, mirando hacia abajo.
Cayó y cayó, acercándose peligrosamente al suelo, pero su tira tecnológica lo paró en el último momento, tal y como Briona había dicho que ocurriría. Rebotó justo a la distancia adecuada para que los chicos del puente pudieran tirar de él.
Raj y Lee estaban a varios metros de distancia, apoyados en la barandilla, discutiendo.
—Briona… —me volví hacia ella—, tengo que preguntarte algo.
—Sí, cielo, lo que quieras.
—¿Alguna vez has conocido a una arrendadora de cuerpo llamada Emma? —Briona se quedó mirándome fijamente. Quizá trataba de recordar—. Era alta, rizos rubios, rasgos marcados —dije.
—No me resulta familiar. ¿Te hizo algo?
—No. Sólo que me gustaría encontrar a alguien que la conociera.
—Lo siento. Desearía ser de más ayuda. Al cabo de un rato, la mayoría de los donantes empiezan a parecerse, ¿sabes?
—¿Y tus amigos? ¿Podrían haberla conocido?
—Lo dudo. A pesar de toda su chulería, la verdad es que no han alquilado muchas veces. —Echó una ojeada a Lee y a Raj. El primero estaba preparándose para saltar—. No me lo puedo creer.
En un segundo, el cuerpo de Lee se convirtió en un proyectil negro que atravesaba el aire y caía a cámara lenta.
¡Pues menos mal que había contratos y reglas!
Después de que Lee sobreviviera a su alocado salto, nos llevó de vuelta al Club Runa. Raj se quedó en el coche mientras Lee mantenía el motor en marcha. Briona salió conmigo para despedirse. Me alisé el pelo que el viento había despeinado.
—Definitivamente, hemos de estar en contacto, Callie. Podríamos divertirnos mucho juntas. ¿Juegas al bridge? Ya ves, sólo pienso en juegos de solterona. No importa. Podríamos ir de compras. O a bailar. O a hacer patinaje-Z. —Me dio un largo abrazo.
Cuando nos separamos, abrí mi billetero para darle una tarjeta. En cambio, me sorprendí al ver un fajo de billetes. Había vaciado mi monedero el día anterior para que Blake pudiera dárselo todo a Michael.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Briona.
—Estoy buscando una tarjeta para ti.
—No lo necesitas, tonta. Eso es sólo para los viejos enders. —Me guiñó un ojo.
Nunca había oído a un ender llamarse a sí mismo de esta manera, pero en aquel momento estaba en plan de hacerse pasar por adolescente. Me mostró su móvil.
—He pillado tu número. Te he pasado el mío. Si vas a hacer algo divertido…
—… o peligroso —interrumpió Lee, con la mano apoyada en el respaldo del asiento del coche.
—… llámame —continuó Briona—. Llámame con cualquier excusa. Quiero conocerte mejor. Me siento como si ya fuéramos viejas amigas.
«Viejas es justo la palabra», pensé.
Volvió a meterse en el coche y se despidió con su adorable mano enjoyada mientras se alejaban.
Sólo podía pensar en el dinero de mi billetero. Una vez que estuve en mi coche, con las puertas cerradas y antes de alejarme de la zona de seguridad del aparcamiento, conté los billetes que había. Era exactamente la cantidad que le había dado a Blake.
A la mañana siguiente, cogí el coche, me alejé unas pocas manzanas de la casa y me paré junto a la acera. Llamé a Blake, pero me saltó el zing de voz.
—Hola, soy Blake… Ya sabes qué hacer.
—Hola, Blake. Soy Callie. ¿Puedes llamarme, por favor?
Después de colgar deseé haber dicho más. Pero no estaba dispuesta a volver a llamarlo. No había sabido nada de él desde nuestra cita.
No lo habría llamado en absoluto de no haber sido por mi hermano.
Quedé con Lauren en un restaurante tailandés que ella escogió. Estaba en el valle, resguardado en el rincón más profundo de un pequeño centro comercial con demasiados carteles. Desde luego, no era un lugar propio de una ender rica como Lauren. Pero sabía que lo había elegido porque las posibilidades de encontrarnos con alguien que pudiera conocernos eran próximas a cero. No es que fuéramos reconocibles, pero no queríamos que nadie nos oyera hablar.
Nos sentamos en un reservado en la parte trasera. El ayudante de camarero ender trajo unos vasos de agua y nos tomó nota. Los enders trabajadores no tenían la menor idea de que el exclusivo banco de cuerpos existía. No sabían que la joven y guapa Reece era realmente la Lauren de más de cien años, o que mi impresionante aspecto no se debía a la madre naturaleza; sino a la tecnología de vanguardia. No formaba parte de su mundo. Sencillamente estaban contentos por tener trabajos que los mantuvieran en la vejez de su vejez.
Y que los enders ya estuvieran incorporados al mercado laboral debido a sus largas vidas hizo que la caótica transición después de las guerras de las Esporas fuera algo más fácil.
Después de pedir, Lauren echó una ojeada a su alrededor, lo que hizo que su brillante cabellera roja se bamboleara. El grupo más próximo estaba dos reservados más allá, y la música tailandesa grabada impedía oír lo que fuera que estuvieran diciendo. Pareció satisfecha de que nadie pudiera oírnos.
—Helena, ¿aún piensas seguir con esto? —Me miró fijamente con aquellos fascinantes ojos verdes.
Bebí un poco de agua. Necesitaba decir algo que no revelara el hecho de que no tenía ni idea de cuál era el plan de Helena.
Finalmente, me decidí.
—No sé.
Se irguió y se le iluminaron los ojos. Mis palabras le dieron esperanza.
—Está mal —dijo—. Tú sabes que está mal.
—Supongo.
—Por supuesto que sí. —Bajó la voz hasta que fue un murmullo—. Matar siempre está mal.
¿Matar?
Hice todo lo que pude para no mostrar la conmoción que me había golpeado en las entrañas como el puñetazo de un enemigo. Coloqué los codos en el borde de la mesa y apoyé la frente en las manos, tratando de disfrazar mi sorpresa de angustia ender.
En mi interior, todo me daba vueltas.
Tenía que saber más. Pero no podía preguntarle directamente. Me mordí el interior de la mejilla. Después recordé lo que Lauren había dicho el día anterior.
—Pero abusar de estos adolescentes… también está mal, ¿no crees? —pregunté.
—Por supuesto que está mal. Todos los días me despierto pensando en mi Kevin.
Ahora que ya no están mi hija y mi yerno, era todo lo que me quedaba.
—Como a mí.
—Pero tú te has rendido. Yo aún tengo la esperanza de que mi nieto esté vivo en alguna parte. Ésa es la gran diferencia entre nosotras.
Si supiera…
Era extraño oír unas palabras tan refinadas surgiendo de aquellos carnosos labios adolescentes.
—Esto es un horrible rompecabezas… localizar a las personas que los vieron, arañar fragmentos y pedazos de información.
—¿Descubriste algo anoche?
Negó con la cabeza.
—Era un callejón sin salida. Ni siquiera habían visto a Kevin.
Llegó la comida, pero ninguna de las dos estaba muy interesada en ella.
—Siempre fue un chico muy mono. —Contempló su plato de
pad thai
—. No necesitaba ese cambio de imagen.
La miré mientras mi mente iba a toda velocidad tratando de ponerse al día de este enloquecedor juego de especulaciones. Se tapó la boca con la mano.
—Oh, Helena. De verdad que lo siento. Sabes que no quería decir que Emma necesitara…
No veía la imagen completa, pero empezaba a vislumbrar una esquina.
—Emma nunca tuvo una belleza convencional —declaré, arriesgándome—. Lo sé.
—Hasta que consiguió su cambio de imagen —repuso Lauren en voz baja.
¿Fue por eso por lo que lo hizo? ¿Para conseguir una transformación?
—Supongo… supongo que realmente lo quería —continué, buscando la confirmación.
Lauren se inclinó desde el otro lado de la mesa y me dio una palmadita en la mano.
—No es culpa tuya. ¿Cuántas cosas han pedido nuestros nietos a las que les tuvimos que decir que no? ¿Las mismas que nuestros hijos? Los tutores han de ser capaces de decir no.
Apoyé la barbilla en la mano y asentí, animándola a que dijera algo más.
—Ambas pensamos que estábamos haciendo lo correcto —continuó—. ¿Cirugía plástica con titanio, escultura con láser verde a los dieciséis? ¿Cómo podíamos consentir eso?
—Pero Emma encontró el modo de conseguirlo.
—Como mi Kevin. —Retiró la mano y se apoyó en el respaldo de su silla—. ¿Quién podía suponer que los chicos pueden ser tan presumidos como las chicas?
—Se encogió de hombros.
Así que estaba equivocada. Emma —y Kevin— podían haber vivido entre el lujo, pero no tenían todo lo que querían. Querían la perfección física. Y el único modo en que pudieron obtenerla fue a través del banco de cuerpos.
—Pues tuvieron que mentir —dije.
—Por supuesto. Plenitud no los hubiera aceptado de saber que tenían parientes. Quieren a los que carecen de vínculos, a los marginados, a los que no tienen parientes ni ataduras. Chiquillos sin familias que investiguen si no vuelven a casa. Plenitud libera a algunos chicos para que enrolen a más cuerpos, pero los nuestros no fueron de esos afortunados. —Habría jurado que vi un destello de la fatiga de su edad tras aquellos ojos verdes.
Así que la imagen completa se formó. Algunos adolescentes ricos y consentidos mentían al banco de cuerpos, usando falsos nombres para poder fingir que eran huérfanos pobres. No querían el dinero. Querían conseguir gratis las transformaciones que sus abuelos no les permitirían. Después, no regresaban a casa.
—Lauren…
—Trata de llamarme Reece —me interrumpió—, ¿lo harás?
—Reece, sobre lo de matar… Me preocupa. —Bajé la mirada. No tenía que fingir más la angustia que sentía—. He estado pensando… que está mal.
—¿De verdad?
—Pero Destinos de Plenitud… —Tenía que conseguir que me dijera a quién iba a matar. Alguien del banco de cuerpos era la suposición más probable—. Yo los culpo…