Siempre Unidos - La Isla de los Elfos (58 page)

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Shanyrria asintió. La Torre del Amanecer se levantaba en Drelagara, una ciudad de elfos dorados situada en los fértiles prados en los que vivían los caballos de luna. Esos bellos corceles solían jugar en el mar y en las playas de arena blanca situadas al este de los prados. Si los invasores los veían, los perseguirían hasta el valle. Un único caballo de luna valía más que el tesoro de un dragón rojo.

La rapsoda de la espada sacó de la bolsa de piel que lle­vaba atada al cinturón un pequeño paquete con polvo verde. Echó un poco en la palma de la mano, escupió y formó una pasta que después se extendió por las mejillas con los dedos. Era una pintura mucho más simple de lo acostumbrado, pero no había tiempo para más. El aspecto de Shanyrria era ya de por sí amedrentador y muy poco habitual en una elfa de la luna. Era alta, de hombros an­chos y con ojos ámbar. Llevaba el cabello castaño rojizo re­cogido en docenas de trenzas y adornado con plumas y abalorios de piedra pintados. Incluso cuando estaba de buen humor, Shanyrria resultaba temible. El Maestro de Runas, que no era ni un cobarde ni un alfeñique, retrocedió.

—Transpórtame a la Torre del Amanecer —le pidió la elfa—. Yo reuniré a los cantores de hechizos y lucharemos junto a los centauros.

Laeroth asintió y empezó a tejer el conjuro que trans­portaría a Shanyrria a la lejana Drelagara.

La rapsoda de la espada se resignó a soportar el vertigi­noso remolino del viaje mágico y salió del conjuro co­rriendo a toda velocidad. Cruzó precipitadamente el patio de la Torre, empujando a los guardias dorados que le cerra­ban el paso. Gritaban que el Círculo estaba lanzando un hechizo y que no podía ser interrumpido.

Apenas había cruzado la puerta cuando una explosión de intenso poder la golpeó de lleno. Shanyrria retrocedió tambaleándose y se llevó las manos a las orejas, que sangra­ban. No había habido ningún ruido ni temblor, nada que un elfo pudiera oír o sentir, pero Shanyrria supo que todos los elfos de Siempre Unidos habían notado el impacto de esa terrible explosión muda. A ella, sintonizada como es­taba con la silenciosa música de la magia, la había dejado sorda. Se horrorizó al darse cuenta de las implicaciones para la Torre del Amanecer. En el pasado, ataques mágicos habían destruido torres enteras de archimagos. Si ese con­juro desconocido tenía ese efecto en ella, ¿qué habría he­cho a un Círculo de cantores de hechizos?

La elfa se golpeó varias veces la cara con la esperanza de olvidar el terrible dolor y el zumbido en los oídos, y con­centrarse en la tarea que le aguardaba. Subió tan aprisa como pudo la escalera de caracol, que conducía a la cá­mara de hechizos situada en lo más alto de la Torre. Espe­raba encontrar los cuerpos destrozados de sus amigos.

El asombro la dejó paralizada en la puerta. Un grupo de elfos dorados —todos conocidos y a la mayoría de los cuales ella misma había seleccionado y entrenado— for­maban un Círculo, tocándose con los dedos de sus ma­nos extendidas. El Círculo seguía intacto, y los labios de sus componentes se continuaban moviendo, entonando una canción que Shanyrria ya no oía. En el centro había una elfa. Shanyrria la reconoció como la cantora de Círcu­lo, una maga guerrera capaz de armonizar el mágico so­nido para tejer un único hechizo, de modo parecido a como actuaba el Centro de un Círculo de archimagos.

De pronto la rapsoda de la espada comprendió lo ocu­rrido. ¡Esos elfos eran traidores! La Torre del Amanecer ha­bía atacado. La fuerza demoledora que había percibido era la destrucción de las Torres del Sol y la Luna.

Tristemente, Shanyrria desenvainó su espada y entró en la habitación. Siempre Unidos no había desarrollado nin­guna defensa para una traición desde dentro, pero los can­tores de hechizos tampoco podían defenderse de la magia de una rapsoda de la espada. A la elfa le parecía justo que su espada se llevara por delante a muchos de ellos.

Agarró al elfo que tenía más cerca por su rubio cabello y avanzó el brazo derecho para degollarlo. Mientras trazaba el arco mortal, giró para que el elfo muerto cayera a su de­recha. Shanyrria no se hacía ilusiones; moriría, pero se lle­varía a Arvandor muchos traidores para que comparecie­ran ante el Consejo de Seldarine y fueran juzgados.

Su único pesar era que moriría antes del fin de la bata­lla, sin saber si Siempre Unidos se salvaría.

Quinta parte
La reina de Siempre Unidos

«Amlaruil no es sólo la reina de Siempre Unidos: Amla­ruil
es
«Siempre Unidos.»

Máxima elfa

22
Amlaruil de Siempre Unidos

Amlaruil y Zaor se casaron tras un período de luto ofi­cial indecentemente corto. Pese a la indignación de la casa Amarilis y las murmuraciones de algunos clanes de elfos dorados, fue coronada reina enseguida. Era evidente para todos que la hoja de luna había elegido. Además, el hecho de que Amlaruil hubiera dado hijos a Zaor era un punto a su favor.

Montagor Amarilis estaba furioso, pero poca cosa podía hacer él sin desvelar a la luz pública sus acciones y la inde­cencia de su hermana. Además, la temible rapsoda de la es­pada Shanyrria Alenuath lo visitó en privado y le dijo sin rodeos que consideraba a Lydi'aleera responsable de la muerte de su medio hermano, el supuesto heredero del rey. La guerrera juró que lo vigilaría de cerca a él y a su casa, y que se vengaría de cualquier atentado contra la fa­milia real. La reputación de Shanyrria con la espada era bien conocida, y lo último que deseaba Montagor era con­vertirse en el punto de mira de sus iras. El elfo sospechaba, aunque no tenía pruebas, que la rapsoda de la espada ha­bía tenido algo que ver en la muerte de su hermana. Ly­di'aleera nunca hubiera tomado voluntariamente una de­cisión tan audaz y desesperada.

Amlaruil cedió el gobierno de las Torres al leal mago guerrero Tanyl Evanara y a su viejo amigo Laeroth, ahora conocido como Maestro de Runas. Aunque Tanyl no era archimago, era uno de los magos solitarios más poderosos. La nueva reina sabía que dejaba las Torres en buenas ma-

nos y se consagró por completo a Zaor y a reinar conjunta­mente Siempre Unidos.

Algunos elfos temían que un guerrero y una maga for­maran una pareja real algo sombría, pero las artes y la mú­sica —que eran las antiguas pasiones de la anterior reina— se fomentaron como nunca.

Bardos elfos empezaron a viajar al extranjero y traían de vuelta la tradición y la música de muchas tierras distintas. Lo que más curiosidad despertaba a los elfos era la multi­tud de nuevos instrumentos que habían desarrollado los ingeniosos juglares humanos. Muy pronto, a los tradicio­nales instrumentos elfos —el arpa y la flauta— se unieron otros humanos. Nobles y bardos competían entre sí para componer nuevos versos para las populares canciones acompañadas por el laúd, y se formaron grupos de elfos que cantaban la exaltante música a varias voces que tanto gustaba a los humanos.

Como regalo a la nueva reina, los magos de las Torres ampliaron y transformaron por arte de magia el Palacio de Ópalo. A los jardines se añadió un laberinto lleno de fuen­tes ornamentales de agua rumorosa y espléndidas flores. Fue Nakiasha, la mentora de Amlaruil, quien añadió al pa­lacio el toque que demostraba su profunda comprensión de la reina. En un alarde de magia y silvicultura, que costó tres años de diligente trabajo, los elfos del bosque trans­portaron a los jardines del palacio el mismo claro en el que Amlaruil y Zaor se conocieron. Fue colocado en medio de una antigua arboleda, como una joya, y muy pronto se convirtió en el refugio favorito del matrimonio real y de sus muchos hijos.

La unión de Zaor y Amlaruil fue insólitamente fe­cunda. Cada primavera el clan Flor de Luna solía verse au­mentado con otro príncipe o princesa. Ilyrana, a quien no gustaba la vida de la corte, decidió quedarse en las Moon-shaes y, asimismo, los gemelos Xharlion y Zhoron crecie­ron aprendiendo las artes de la guerra de los elfos de Syn-noria. Aunque Amlaruil los echaba mucho de menos, cada nuevo hijo la llenaba de alegría, y se dedicaba en cuerpo y alma a su educación.

El cuarto hijo de la pareja, Chozzaster, mostró un ta­lento precoz para la magia y, con el tiempo, aspiró a con­vertirse en Gran Mago, como su madre. La siguiente pri­mavera nació una hija, una impulsiva niña de pelo rojo a quien llamaron Shandalar en honor a la rapsoda de la es­pada Shanyrria Alenuath. A ella la siguieron dos gemelas, Tira'allara y Hhora, dos encantadoras y serias jovencitas que desde una temprana edad fueron educadas para ser sa­cerdotisas de Hanali Celanil. Después vinieron Lazziar y Gemstarzah, otras dos gemelas que, por su naturaleza e in­clinación, parecían llamadas a convertirse en guerreras.

No obstante, Amlaruil no pasaba sus días dedicada ex­clusivamente a sus hijos. Muy pronto tuvo la oportunidad de demostrar que era la digna esposa de un rey.

Muy al este, frente a las costas de una tierra fértil y tur­bulenta conocida como Tethyr, un puñado de islas atraía a los piratas como las abejas a la miel. El archipiélago, for­mado por una miríada de pequeñas islas y bahías ocultas, parecía hecho ex profeso para esconderse. Además, estaba situado entre los antiguos reinos del sur y las prósperas ciudades del norte. A medida que los piratas se hacían más ricos y audaces, empezaron a poner los ojos en poniente y en las legendarias riquezas de Siempre Unidos.

De vez en cuando, un barco pirata se aventuraba hacia el oeste y nunca más se volvía a saber de él. Pero otros te­nían éxito y regresaban con maravillas y exóticos esclavos, si bien robados de embarcaciones elfas atacadas en alta mar. Cuando a las islas Nelanther llegó la noticia de que los elfos del continente se estaban haciendo a la mar en se­creto para dirigirse a su isla, los piratas empezaron a patru­llar los mares en serio.

Un día de principios de primavera, un joven dragón centinela avisó de que una pequeña flota de barcos piratas de Nelanther perseguía a una embarcación elfa. Aunque el barco cisne era veloz y ágil, los piratas se estaban acercando y lo capturarían antes de llegar a los escudos de Siempre Unidos.

Zaor llamó al trío de jinetes de dragón para que inter­ceptaran a los piratas. Al rey le hubiera gustado dirigir el ataque de las águilas gigantes, pero la distancia era dema­siado grande para ellas.

Amlaruil tuvo una idea. Los archimagos alzaron el vuelo en un carro arrastrado por seis pegasos. La reina lle­vaba el antiguo cetro conocido como Acumulador,

La reina se negó a revelar el lugar exacto al que haDia transportado al buque, lo que alimentó las especulaci°nes de los bardos. Ahora, no sólo cantaban la belleza y la gra~ cia de la reina sino también su valor. .

Pero, muy pronto, la familia real conoció la tristeza y a tragedia. Malar, el Señor de las Bestias, lanzó a su más ate­rradora criatura contra los elfos de las Moonshaes-monstruo, conocido como devorador de elfos, atacó elan~ taño seguro valle de Synnoria. Muchos pudieron huif a Siempre Unidos por la puerta mágica.

La princesa Ilyrana fue uno de ellos, pero trajo ternD es noticias. Mientras los defensores elfos la empujaban hacia la puerta, vio fugazmente que el monstruo había atrapa ° con uno de sus muchos tentáculos a un joven de pelo azu • La elfa no supo cuál de los gemelos pereció ese día y nünca tuvo noticias del otro. Siempre Unidos había perdid° a Zhoron y Xharlion.

Ésos no fueron los únicos hijos de Amlaruil y Zaor que desaparecieron en circunstancias nunca aclaradas. El barco que llevaba a las gemelas Lazziar y Gemstarzah en mislon diplomática se perdió en el mar.

Otros tuvieron una muerte natural. Chozzaster par*10 a Arvandor a una edad temprana y Shandalar, la niña ¿e os ojos de Zaor, murió accidentalmente a manos de un c°m~ pañero, un cantor de hechizos de mucho talento, mientras se entrenaba para ser rapsoda de la espada.

Zaor, apenado y envejecido, empezó a sentir en seC\e*? la llamada de Arvandor. Con el paso de los años, a rneal a que el rey guerrero ya no era necesario para garantizar a seguridad de Siempre Unidos e iba perdiendo a sus hijos> se fue retirando de la vida cotidiana de palacio. f

Más interesado en cultivar flores que en gobernaf> ue dejando el reino en manos de su capaz y, en apariencla> eternamente joven reina.

23
Compenetración

Zaor de Siempre Unidos, ahora ya muy anciano, traba­jaba en los jardines de palacio. Bajó las tijeras de podar y ladeó la cabeza para admirar el efecto. En el mismo cora­zón de los jardines de palacio había plantado un seto de rosas azul pálido y después le había dado la forma de me­dia luna. A la suave luz del atardecer estival, las singulares flores parecían emitir un brillo interior.

—Muy bonitas —comentó una voz a sus espaldas, una voz que aún era capaz de acelerarle el corazón, pese al paso de los siglos.

Zaor se volvió para mirar a Amlaruil. El rey sintió una mezcla de nostalgia y dolor al contemplar su bello rostro. Amlaruil tenía el mismo aspecto que el día que se conocie­ron, más de cuatro siglos atrás. En cambio, él... Él era un viejo elfo, que no le servía para nada ni a ella ni a Siempre Unidos y deseaba partir a Arvandor.

Amlaruil avanzó un solo paso, con los puños apretados a los lados y una expresión de irreprimible rabia.

—¡Nunca creí que tuviera motivo para llamarte hipó­crita! —le espetó con voz fría—. ¿No recuerdas lo que me hiciste prometer hace tantos años? Tuve que prometer que me quedaría en Siempre Unidos por el bien del Pueblo, du­rante todo el tiempo que mi presencia fuera necesaria aquí.

—Soy viejo, Amlaruil —repuso Zaor—, y estoy muy cansado.

—¡Ahórrame los lamentos de que las articulaciones te crujen! —exclamó la elfa hecha una furia—. ¿Crees que para mí ha sido siempre fácil o agradable hacer lo que me pedías? Si yo pude soportar ver cómo mi juventud pasaba, cada año como un día de primavera malgastado, mientras sufría verte casado con otra, ¿por qué no hallas tú el coraje para vivir tus últimos años? ¡Te necesitamos!

—Tú eres la reina de Siempre Unidos. Los elfos no ne­cesitan a nadie más.

—¿Y qué hay de mis necesidades, mi señor? ¿Qué suce­dería con Siempre Unidos si hiciera como tú, si me ensi­mismara tanto en mí misma que no me ocupara del fu­turo? ¿Cuál de nuestros hijos ves capaz de subir al trono? ¿Tiri'allara? ¿Hhora?

Zaor negó con la cabeza. Amaba a sus hijas, pero ninguna de ellas sería una buena reina. Ambas eran sacerdotisas de Hanali Celanil y tan inmersas estaban en el culto al amor y la belleza, que a veces se preocupaba por ellas. Tiri'allara mantenía una relación potencialmente desastrosa con un joven elfo dorado con fama de vividor y gandul. Zaor sos­pechaba que el joven se interesaba por la princesa sobre todo por su rango y riqueza, ya que Tiri'allara pagaba sin rechistar sus deudas de juego con sus joyas y su dote. No obstante, la princesa lo amaba con toda su apasionada e intensa naturaleza. Zaor se preguntaba si podría sobrevivir a la decepción que sin duda se llevaría. En cuanto a Hho­ra, se preparaba para embarcarse hacia el lejano Faerun para contraer matrimonio con un plebeyo al que conoció por casualidad en un festival.

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