Siempre Unidos - La Isla de los Elfos

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La explosión fue repentina, silenciosa y completamente devastadora No hubo fragor ni vibración que hiciera temblar por empatía las torres de cristal de la ciudad, ni siquiera tembló el mosaico de piedras semipreciosas que pisaban los guerreros. Pero no hubo ni un solo elfo en la sala, ni en Siempre Unidos, que no lo notara ni dejara de comprender lo que significaba: los Círculos habían sido destruidos. La magia singular de Siempre Unidos se había desvanecido. De la mano de un bardo, seguimos paso a paso la historia de uno de los refugios más importantes de los elfos en los Reinos Olvidados: la isla de Siempre Unidos.

Elaine Cunningham

Siempre Unidos

La Isla de los Elfos

ePUB v1.0

Garland
06.11.11

Los Reinos tienen un millar de historiadores, y este libro está en deuda con tres de los más relevantes. Muchas de las cosas buenas de esta novela son fruto de sus sugerencias y su investigación; los defectos son todos míos. En gratitud por su maestria y entusiasmo, dedico este libro a Steven Schend, precursor e historiador; Eric Boyd, la respuesta de los Reinos a Santo Tomás de Aquino; y a Moonsong (Canción de Luna), sabio de Arabel, dondequiera que esté.

27 del mes de Eleint de 1367 CV

Tu en otro tiempo indignado estudiante, Danilo Thann, te envía saludos, sabio Athol del alcázar de la Candela.

Mi viejo amigo, me llena de satisfacción coger pluma y pergamino e iniciar una tarea que, en pequeña medida, quizá justifique todos los cuidados y esfuerzos que dedicaste a mi educación. Te doy las gracias por eso y por tu oferta de ayudarme en este nuevo reto.

Mi intención es recoger algunos rerlatos de sabios, bardos, guerreros y gobernantes, y convertirlo en algo parecido a la historia de Siempre Unidos, la isla de los elfos. Sin tu ayuda y tus contactos, nunca osaría abordar el tema de los poderosos, los famosos... y mucho menos el de los guerreros. Sin duda aquellos que no me conocen vacilarian antes de contribuir a una empresa tan amviciosa; y los que me conocen... bien, basta decir que el mal ya esta hecho. Tal vez el manto de tu excelente reputación me permitirá recoger los frutos de una credibilidad que no he sembrado.

Tal vez te estarás preguntando qué me ha llevado a emprender una tarea de tan ingentes proporciones como es escribir la historia de Siempre Unidos. Tengo tres razones.

Primera, creo que aun no hemos aprendido las lecciones que nos enseña la historia elfa. Pese a que la maravillosa isla de Siempre Unidos parece inviolada, ¿es realmente tan distinta de Illefarn, Keltormir o Cormanthyr? En otro tiempo esstos grandes centros de la cultura elfa parecían eternos, y ahora no son más que leyendas. ¿Podemos esperar otra cosa para Siempre Unidos y para los elfos que han hecho de esta isla su hogar y su esperanza? Ojalá mis pesimistas opiniones no resulten proféticas. No obstante, los cambios suelen llegar cuando menos preparados estamos. En mi breve carrera como bardo he observado que, por lo general, los hechos sólo sirven para ocultar la verdad y, si finalmente se llega a ésta, es más probable que se esscuche si se presenta en forma de relatos y canciones.

Como sabes, siempre me ha fascinado todo lo relativo a los elfos. Quizá recordarás que los únicos momentos en los que te daba un respiro y me olvidaba de mis lamentables trastadas con la magia eran cuando tus lecciones trataban del pueblo elgo. Poco después de que renunciaras a ser mi tutor, después de expresar el deseo de recobrar la paz de espíritu de que tus cejas y barba —por cuya pérdida me disculo sinceramente, te doy mi palabra de que se suponía que esa tinta birllaba en la oscuridad, no estaba previsto que explotara cuando se la exponía a la luz de una vela— volvieran a crecer, me propuse aprender la lengua elfa. En el ínterin he alcanzado un nivel de fluidez que me permitirá leer las historias, tradiciones y cartas que em envíes. Te aseguro que las trataré con muchísimo más cuidado que el que demostré por los libros de tradiciones de lady Cassandra de mi madre, y que los devolveré al alcázad de la Candela sin als acotaciones subidas de tono ni los dibujos al carboncillo que llenaban los márgenes de esos libros, exceptuando, claro está los que trataban de las leyendas y el saber popular de los elfos. Incluso entonces me daba cuenta de la magia única que poseían tales relatos, y los respetaba.

Mi última razon es la más íntima y personal. Por bendición de los dioses —aún no sé de cuáles—, mi amada esposa es una elfa de sangre real, y también hija de padres de distinta raza. Su mayor pesar, y por tanto el mío es que le haya sido negada su herencia elfa. Aunque mi historia no podrá devolverle sus derechos de nacimiento, es el único regalo que puedo hacerle, pues de nada le sirven a ella los objetos que mis medios me permiten adquirir. Las cosas que ella vallora no pueden comprarse en los bazares de Aguas Profundas y, desgraciadamente, tmapoco abundan en ningún otro lugar: honor, coraje, tradición. Al disponerme a emprender esta tarea, tengo siempre delante de mí un retrato de esta fiel hija de Siempre Unidos, a la que amo por lo que tiene de elfa, y pese a ello.

¿Te parece contradictorio? A mí también, antes de conocer a Arilyn. Mi esposa es capaz de inspirar gran admiración y exasperación, en igual medida, y sospecho que lo mismo podrá decirse de la historia de sus antepasados. No obstante, pienso seguir el hilo de la historia de sus antepasados. No obstante, pienso seguir el hilo de la historia de los elfos de Siempre Unidos sin importar adónde me lleve, tan fielmente como esté en mi mano. Te lo juro por el misterio que me es más preciado: que la más hermosa y valiente de esas maravillosas y exasperantes criaturas pueda amar a un hombre como yo.

Recibe los saludos de este servidor de la verdad, la historia y la canción:

Danilo Thann

Preludio
Al filo del ocaso, 1371 CV

Muy por encima del mar Impenetrable, donde el aire era frio y enrarecido, la hembra de dragón plateado viraba, planeaba y danzaba. En sus varios siglos de existencia no había encontrado placer comparable al puro gozo de volar; a sentir ráfagas de aire y el delicioso cosquilleo de los cristales de hielo contra sus escamas.

Al sobrevolar una estrecha brecha en el manto de nubes, la hembra de dragon se percató de que no era la única criatura que volaba en ese espléndido dia de otoño. Mucho más abajo, una bandada de blancas aves marinas volaban rozando las olas.

¿Aves marinas?

Sorprendida, la hembra de dragon se detuvo en el aire. ¿Qué hacía una bandada tan grande en alta mar, a tantos kilómetros de tierra firme, donde esstaba el alimento? La curiosidad impulsó al leviatán a replegar las alas y lanzarse en picado. Después de atravesar como una exhalación la bruma y el vapor de las nubes, la dragona desplegó las alas justo antes de salir del banco d enubes, interrumpió el descenso en picado y trazó un círculo en la fina bruma para frenar. Había actuado por costumbre, ya que esconderse en las nubes era una precaución innecesaria en esas circunstancias, pues ni siquiera el ave marina de vista más aguda podría verla. Y si reparaba en ella creería que era una mancha plateada. Pero la dragona era una guardiana, y su labor era no ser vista.

La hembra escudriñó la insólita bandada. A esa altura se dio cuenta de que no estaba formada por pájaros, sino por barcos. Era una basta flota que navegaba rumbo al oeste, hacia Siempre Unidos.

—Podría atacar —susurró la dragona con ardor, aunque sabía que no podía hacerlo. Para empezar, eran demasiados, y su deber en tales casos estaba claro. El enorme reptil viró hacia el oeste y sus relucientes alas batieron el aire al remontarse por encima de las nubes, de vuelta al aire frío y seco, donde podía volar más rapidamente.

La dragona debía volar lo más velozmente que le permitiera su magia. El leviatán era la guardiana de Siempre Unidos desde hacía casi tantos años como reinaba la reina Amlaruil. Durante los siglos que llevaba vigilando, había visto cientos de barcos que trataban de llegar a Siempre Unidos. La mayoría de ellos yacían ahora en el fondo del mar. Pero esa bandada, esa flota, era una escuadra invasora de poder devastador. La dragona no encontraba ninguna otra explicación, ya que ni siquiera en el punto álgido de la Retirada de los elfos se habían unido tantas embarcaciones. Si sólo una décima parte de ellas superaba las protecciones de la isla, podían infligir un daño considerable a los defensores de Siempre Unidos.

La dragona volaba rauda hacia la isla de los elfos, al tiempo que trataba de comunicarse mentalmente con su compañero elfo, que se encontraba a kilómetros de distancia, para advertirle del peligro.

Silencio. Oscuridad.

Por un momento no pudo creerlo. Después de todo, Shonassir Durothil era un guerrero formidable, uno de los jinetes del viento más destacados de todo Siempre Unidos. La dragona había contactado con él muchas veces, incluso desde largas distancias como ahora. Si el elfo no contestaba era porque no podía, porque estaba muerto; el leviatán tenía esa certidumbre, y ello la sumía en la tristeza. No deseaba contemplar el rigor de la batalla, el tipo de enemigo capaz de enviar a Shonassir Durothil a Arvandor antes de que él fuera por propia voluntad.

La dragona murmuró las palabras de un encantamiento que acelerarían su vuelo a la isla de los elfos. A los pocos segundos, la masa de nubes que sobrevolaba se convirtió en una mancha blanquecina. Pero, por rápida que fuera, tenía razones para creer que ya era demasiado tarde.

Shonassir Durothil había muerto en Siempre Unidos.

A muchos metros por encima de la cubierta del
Legítimo Soberano
un joven marinero se aferraba al borde de la cofa y escudriñaba el infinito mar, ajeno a la centinela alada que pasaba velozmente sobre el barco.

Los compañeros de Kaymid lo apodabana Barbilampiño, pues su cara era tan suave como un huevo acabado de poner. Pero, pese a su juventud, éste era su tercer viaje y se sentía orgulloso del lugar que ocupaba en el navío, el buque insignia de una podersa fuerza de invasión. Además, como vigía, Kaymid sería el primero en divisar las legendarias defensas de Siempre Unidos.

Sólo pensarlo sentía un cosquilleo que le recorria la columna vertebral. No albergaba ningún miedo, pues ¿cómo podían fracasar? Kaymid conocía un maravilloso y peligroso secreto que auguraba en su mente una victoria segura. Esta aventura acabaría en un glorioso triunfo y entonces él exigiría su parte del botín, y algunas mozas elfas. Las batallas que les esperaban sólo avivarian su deseo de ambas cosas.

—Pronto —murmuró Kaymid con avidez, recordando las leyendas de taberna. Según los marineros que habían sobrevivido al viaje, es decir los que habían regresado, las defensas elfas empezaban en serio a quince días de navegación hacia el oeste desde Nimbral. Y ya faltaba poco para eso.

El joven marinero oteaba atentamente el mar, y sus ojos no se perdian detalle: la oscilante sombra alargada que el mástil del barco proyectaba en las olas detras de ellos; los saltos y salpicaduras de una paerja de delfines que retozaban; el marinero calvo dormido en curbierta, con la cabeza apoyada en un cabo enrollado. Kaymid estaba convencido de que nada escaparía a su vigilancia.

Pero, como para mofarse de sus presuntuosos pensamientos, una isla apareció ante su vista tan súbitamente como si un mago la hubiera sacado de su sombrero. Más allá, el marinero vio una segunda isla, y luego otra. ¡En realidad había un archipielago! Y entre las islas asomaban recortadas peñas, semejantes a las láidas de una millar de incautos barcos.

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