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Authors: Nuria Roca

Tags: #GusiX, Erótico

Sexualmente (11 page)

BOOK: Sexualmente
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32. El embarazo

El embarazo es un período en la vida de las mujeres en el que nuestros sentimientos son casi siempre extremos, están a flor de piel. Hay momentos en los que tienes tanto amor que no das abasto para compartirlo y te pones a llorar sin ningún sentido; otros en los que no estás de humor y maldices todo lo que te rodea; otros en los que comes compulsivamente; otros, a partir del cuarto mes, en los que no te reconoces cuando ves en el espejo a esa mujer sin cintura, y así un sinfín de experiencias. Hay un montón de libros sobre el embarazo donde explican científicamente todos nuestros cambios hormonales para comprender exactamente y con enorme rigor lo que nos pasa a lo largo de esos nueve meses. Están en las librerías y pueden consultarse. Yo, sin embargo, que tengo la oportunidad de escribir un libro, no me resisto a contar aquí mis vivencias durante la gestación. Y como el libro que escribo es de sexo, pues enfoquémoslo sobre este particular.

Mi primera relación sexual embarazada, que yo sepa, fue el día que a mi chico y a mí nos dieron la noticia de que íbamos a ser papás. La última fue diez días antes del parto. La primera fue todo ternura; la última, un espectáculo cómico.

Al principio es casi todo igual, pero cualquier elemento que tenga que ver algo con sexo salvaje desaparece de súbito en las relaciones de pareja. Tu chico cambia su forma de hacerlo y se convierte en alguien desesperadamente delicado. «Cariño —te dice—, es que me da cosa; a ver si se va a lesionar la criatura». Los hombres ya sueñan con que su hijo sea futbolista y comienzan a emplear el verbo adecuado. A pesar de esa delicadeza, hasta el quinto o sexto mes, aunque con más tripa y menos cintura, las relaciones son más o menos iguales que antes de haberte quedado embarazada. A partir del sexto mes todo cambia, por lo menos para mí y para bastantes mujeres con las que he compartido confidencias en este sentido. En ese fatídico mes a mí me entran unas ganas de sexo que me resultan difíciles de contener y que no puedo aliviar, por lo menos en pareja. Tu chico comienza a mirarte como el que mira a un cachalote, con un interés casi científico, preguntándose qué fue de aquella chica tan mona que hace unos meses llevaba tanga, y no esa señora con bragas enormes que llegan debajo de las tetas. «Cariño —le dices—, es que embarazada retienes más líquidos». Yo retuve, vaya que si retuve. Una semana antes de parir pesaba dieciocho kilos más que cuando me quedé embarazada. Mi hijo pesó 2,400 kilos, así que la diferencia era más de quince kilos de retención de líquidos.

Los últimos tres meses de embarazo te mueves cada vez con mayor dificultad; si es verano, como fue mi caso, todavía peor. Las ganas de sexo, también como fue mi caso, eran asimismo cada día mayores. Así que acosaba a mi chico, al que tenía exhausto. Meses después me reconoció que muchos días fingía estar dormido para que le dejara tranquilo. No me extraña. Durante el embarazo a mí no me apetecía sexo en solitario, que hacía cuando no quedaba más remedio; ni tan siquiera sexo oral, que mira que me gusta en condiciones normales. Lo que a mí me ponía de verdad durante el embarazo era el coito. Sin embargo, todas las posturas con una barriga enorme son casi imposibles. Olvídate del misionero, porque tu chico aplasta a la criatura; si tú te pones encima la barriga le aplasta a él; a cuatro patas la barriga queda sin sujeción y te da la sensación de que el niño va a marearse... Total, que aquello se convierte en un acto tan frustrante como poco estético. El último día nos entró la risa cuando, estando yo encima, casi ahogo a mi chico con uno de mis enormes pechos, a los que en mi caso fueron gran parte de los quince kilos de retención de líquidos. «Cariño —me dijo—, no puedo más. Vamos a dejarlo hasta después de dar a luz».

Ahí lo dejamos hasta después de dar a luz. Para ser precisa, hasta mucho tiempo después de dar a luz. El bebé estaba en casa, y si el embarazo me dio unas ganas enormes de hacer sexo, la nueva criatura me las quitó durante mucho tiempo. El sexo y los bebés. Eso es un capítulo aparte.

33. El sexo y los bebés

El niño ya está en casa. Y con él vienen muchas dudas. Y junto a las dudas vienen también tu madre y tu suegra, que por supuesto no podía faltar. La casa se llena de gente. Y de cosas. La bañera, el cambiador, dos cochecitos, uno de cada familia —«Cariño, ya te dije que nos lo regalaba mi hermano; es que tu hermana siempre tiene que meterse en medio»—, la cuna, pañales, los
walkies
, o como se llamen esos aparatos que sirven para oír al niño cuando llora y que en los modelos más sofisticados no sólo se les oye, también se les ve cuando duermen. ¡Angelitos! Lo malo es que el niño nunca duerme de noche, por lo menos que tú sepas. Yo no lo recuerdo durmiendo nunca. Cientos de toneladas de cremas para el cuerpo, para el culo, para la cara, para el pelo, que no tiene, pero da igual: también hay una crema específica para el pelo de los niños —«Claro, cariño, así le sale luego más fuerte»—; los biberones, las tetinas, los chupetes, los termómetros, el esterilizador, el sacaleches, la leche de ayuda, la leche que le dieron.

Las visitas nunca ven la hora de irse, especialmente tu madre y tu suegra, que desde que vieron a su nieto en el hospital han comenzado una competición sin cuartel a ver quién es la más en todo. La primera rivalidad se produce a la hora de llegar por la mañana, y a eso de las ocho ya están llamando a la puerta. No se vaya a adelantar la otra y les coma el terreno. Desde ese momento, y hasta las once de la noche, se instalan en tu casa «para ayudar». Las abuelas desarrollan de repente una desorbitada capacidad de memoria. Te cuentan sus partos y pospartos con todo lujo de detalles una y otra vez, cientos de anécdotas que ya te sabes sobre tu infancia y la de tus hermanos y, lo que es peor, tienes que escuchar las que cuenta tu suegra sobre el nacimiento y la infancia de todos sus hijos, con especial hincapié en las enfermedades de todos ellos. Las dos compiten a ver a qué familia se parece más la criaturita y sobre todo ponen siempre cara de desaprobación a todo lo que hace su consuegra en lo que concierne al tratamiento y cuidado del bebé. Durante los dos primeros meses tu chico y tú sois dos seres desbordados por los acontecimientos, que ni recuerdan qué era aquello del sexo.

Transcurrido ese período hay un primer momento en el que de repente te acuerdas de que además de una madre también eres una mujer. El padre de la criatura asimismo está por la labor, y por fin, después de tanto tiempo, tu chico y tú volvéis a iniciar una relación sexual. Todo queda en eso, el inicio, porque en el momento que aquello comienza a ponerse medio bien el bebé, que todavía duerme a vuestro lado, tose. Os desconcentra un poco, pero os hacéis los sordos. El niño vuelve a toser. Ese es el momento en el que a todos los padres y madres les entra el pensamiento catastrófico de que el niño se va a ahogar y te embarga un cargo de conciencia tremendo al pensar que tu hijo se está poniendo morado por la falta de oxígeno y tú allí haciendo guarrerías. Mala madre, que eres una mala madre.

Hay varios intentos fallidos, porque si no tose, llora; y si no, le toca comer; y si no, se hace caca; y si no, vomita. Los dos adultos que hay en esa habitación estáis cada vez más cansados y una vez más lo dejáis para mañana.

Más o menos en el cuarto mes decidís, no sin un enorme cargo de conciencia, haceros un viajecito de fin de semana y dejar el niño con alguna abuela. Decidís echarlo a suertes y armaros de valor para comunicar a la no afortunada en el sorteo que su nieto va a quedarse dos días enteros con su consuegra. Superado ese dificilísimo trance, os vais a un parador para por fin poder mantener un contacto adulto. No resulta fácil, porque de nuevo en el mejor momento de la relación te acuerdas de tu bebé y de cómo estará; si tu suegra, que fue la afortunada en el sorteo, estará roncando y no oirá el llanto de tu hijo que tiene hambre, o lo que es peor, que le entre la tos y tu suegra no se entere y el niño arrastre las sábanas hacia su cara, el pobrecito, y se ahogue, sin que nadie le atienda, y... «Cariño, ¿te pasa algo?», interrumpe tu chico, que seguía ahí encima y tú que ni te acordabas.

De todas formas, el fin de semana en el parador da para mucho y finalmente acabas manteniendo una relación sexual completa y satisfactoria. Será la primera después de varios meses y a partir de ahí vendrán más. No hay que perder la esperanza. La vida sexual es posible después de tener un bebé. Si acabas de dar a luz, ya sé que no me creerás; pero ten fe, que algún día volverás a hacerlo. Por cierto, aunque tampoco lo creas, es dificilísimo que un niño se ahogue porque tosa un poquito. Relájate.

34. Sesentaynueve

Me acabo de dar cuenta de que estoy escribiendo en el folio 69 del texto original. Me gustaría reflejar que a mí personalmente el «sesentaynueve» es una práctica sexual que no me termina de convencer, porque hay que estar a lo que se está. Y si una está esmerada haciendo las cosas no puede disfrutar de lo que le hacen. Y al revés, lo mismo. Si me gusta lo que me hacen, no puedo concentrarme en lo que hago, y se me van los dientes y le hago daño y aquello es un desastre. En fin, que hay cosas que no terminan de gustarme y aquí las digo, que para eso estoy escribiendo un libro de sexo. Por cierto, que ya estoy en el folio 70.

35. Abstinencia

Dicen que la última moda en sexo es la abstinencia. Las publicaciones más
snobs
hacen reportajes sobre esta modalidad que más o menos trata de evitar todo el desgaste que el sexo nos produce en nuestra mente. La teoría es fácil y hace mucho tiempo que está inventada. Cuanto más lo haces, más quieres, y cuanto menos lo practicas, menos te apetece. No hace mucho he descubierto con algunas amigas que pasar por períodos largos de abstinencia sexual es algo más frecuente de lo que yo creía. Un caso extremo me lo confesó una amiga no hace mucho mientras cenábamos, y todavía sigo perpleja. Esta chica llevaba cinco años sin tener relaciones sexuales con su marido. Cinco. Después del primer año de casados entraron en una crisis de falta de apetencia por distintas causas, y hasta la fecha. Al principio pensaron que poco a poco irían recuperando las ganas, pero fueron pasando los días, y las semanas, y los meses, y así hasta completar cinco años durmiendo juntos, conviviendo, pero sin practicar sexo en pareja. Hace dos años que mi amiga tiene un amante y desconoce si su marido tiene por ahí alguna otra amiga. El caso es que ella hasta que se acostó por primera vez con ese amante se pasó tres años sin sexo; ni tan siquiera, me confesó, se masturbaba, porque no tenía ninguna gana y nunca lo echó de menos. El amante de mi amiga es un ejecutivo que viene a Madrid una vez al mes, llama a mi amiga y follan en un hotel. Así hasta el mes siguiente. Mi amiga quisiera verle más, pero él se niega rotundamente. Dice que una vez al mes, y punto. La existencia de este amante es conocida por la madre de mi amiga, que convive junto a su hija y su yerno. La madre llama María Pilar al amante para hablar de él sin problemas en presencia de su yerno. «¿Cuándo viene María Pilar —pregunta a mi amiga en mitad de la cena—; estarás deseando verla?». El marido sigue cortando el filete, ajeno, según mi amiga, a la amistad de su mujer con esa tal María Pilar. Mi amiga dice querer mucho a su marido y hace varios meses que ambos acuden a un terapeuta sexual para solucionar el problema de una abstinencia que dura más de cinco años. La farsa es aún mayor porque mi amiga conoce a la terapeuta, que a su vez sabe de la existencia de María Pilar. De momento, la terapia no ha dado resultados, porque el matrimonio sigue sin hacerlo y sin ganas.

Esta historia, que parece tan extrema, no es tan infrecuente, por lo menos en cuanto al deseo se refiere. No conozco a ningún otro matrimonio que pase cinco años sin hacerlo, pero sí conozco algunos, especialmente a las mujeres, que llevan ese tiempo y mucho más sin follar con ganas. El deseo hacia sus maridos ha desaparecido por completo, no les apetece estar con él; en el mejor de los casos, les resulta indiferente, cuando no les da cierta repulsión. Sin embargo, ahí siguen, haciéndolo con ellos cada dos sábados para que no se diga. Y así un mes tras otro, un año tras otro, y sin pensar en la remota posibilidad de cambiar nada, ni acabar con esa relación, ni tan siquiera de buscarse a alguna «María Pilar», aunque sólo sea para una vez al mes. Sus maridos, los que pueden, tienen alguna amante, y los que no, pagan a amantes por horas. Son matrimonios que se comportan socialmente de manera irreprochable y piensan seguir haciéndolo el resto de sus días. Que les vaya bien; pero yo no concibo una vida sin sexo, ni tan siquiera una vida con sexo sin ganas.

Por cierto, que yo creo que la terapeuta de mi amiga está liada con su marido y pasan el rato hablando de ella, de su madre y de María Pilar. Vaya lío.

36. El compromiso

—Me estoy tirando a mi guitarrista.

—¿Y qué tal?

—Bien, porque en cuanto se ponga pesado, le echo del grupo.

—Si fueras un tío te escupiría por machista.

—Nena, yo no soy un tío y tú me quieres mucho.

—Eso sí es verdad.

Mi amiga Esther ha formado un grupo de rock. Ella compone y canta. Mi amiga Esther es como de otra época. Creo que si hubiera nacido quince años antes, ella hubiera inventado la movida madrileña. Mi amiga Esther es un ser libre. Es una artista que trabaja sin parar, que crea sin parar, que vive sin parar, que ama sin parar. No me encuentro a muchas mujeres como ella y para mí es un referente al que acudo cuando quiero algo y no me atrevo a cogerlo. Esther opina que a todas las personas, y en especial a las mujeres, nos educan para no ser felices, y contra eso hay que rebelarse. Esther es, en todos los sentidos, una persona muy profunda.

El otro día nos reíamos juntas leyendo un reportaje de sexo que publicaba una de las revistas femeninas que yo compro religiosamente todos los meses. El reportaje hablaba de una nueva forma de relación, importada de Nueva York, denominada el
fuckfriend
. Explicaba la revista que muchas mujeres quedaban con amigos a cenar, a charlar, a contarse cosas, y al final de la velada, en lugar de irse cada uno a su casa, mantenían una relación sexual sin compromiso. Mi amiga Esther no salía de su asombro. «¡Qué novedad!, ¿de dónde dices que lo han importado?
Fuckfriend
, ¡no te jode!, ¡anda que no he tenido yo de esos!». Esther considera que la pasión dura unos dos meses y que a partir de ahí, si has sabido exprimir bien a tu
fuckfriend
, hay que renovarlo por otro. «Nena, un tío no puede durarte nunca más que un bolso».

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