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Authors: Beatriz Gimeno

Tags: #Relatos, #Erótico

Sex (7 page)

BOOK: Sex
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Despertó pensando en ella. Al día siguiente tuvo que dar un cursillo a cien empleados venidos de todas partes y apenas pudo concentrarse en lo que hacía. Pasó el día pensando en ella de manera agobiante y más bien tórrida. A veces, en medio de sus explicaciones, se quedaba con la mirada fija en algún punto del infinito, pensando en ese momento en el que cogió los dos brazos de Laura y se los levantó sobre su cabeza para sujetárselos hacia atrás mientras la besaba. Y le gustó, porque Laura se resistió ligeramente, como si le costara verse sometida a la pasividad que le pedía, pero finalmente cedió y fue cuando se subió encima de ella. En eso estuvo pensando todo el día. Lo cierto es que sólo podía imaginar a Laura desnuda atada a su cama, pidiendo que la follara de una vez, y ella retrasándolo, y mordiendo, chupando, lamiendo, todo menos eso que Laura desearía que ella tocara. Laura le gustaba, su boca le gustaba. Paloma nunca puede estar segura de si una mujer le gusta o no hasta que no prueba su boca. Hay mujeres que le gustaban mucho hasta que las besó y dejaron de gustarle porque no le gustó su beso. Y no se refiere a que fuera desagradable, sino a que no le gustó por la razón que fuera y que no todo el mundo compartiría. Hay besos que no le gustan porque parecen dados con poco interés, hay besos que no le gustan porque no son besos en los que se ponga todo el cuerpo, todo el deseo. Hay besos que son mero trámite, que son sólo un preludio apresurado de lo que se pretende que venga después. Paloma puede juzgar por un beso la manera en la que follará esa persona y casi nunca falla. Le gustó el beso de Laura: rebelde, pero finalmente entregado. Así que, después de un día entero de trabajo, por fin la llamó al móvil, contraviniendo su regla de no llamar tan pronto. Laura estaba fuera de Madrid y volvía en una semana. Hablaron de tonterías y al final Laura le dijo:

—Me alegro que me hayas llamado, me alegro mucho.

Así que quedaron que en cuanto volviera se verían.

Y ya está a punto de volver y ese ha sido uno de los motivos por los que Paloma ha dedicado esta mañana a comprar una cama. Así se le pasa rápidamente la tarde, en espera de mañana, montando una cama y hablando con su amigo Marcos, a quien confiesa, sin poder evitarlo:

—Estoy montando una cama para atar a Laura.

Y ambos se ríen, pero ella se ríe con el deseo sonando ya en sus tripas. Por la noche, su teléfono se ilumina con un mensaje, es Laura: «Mañana estaré ahí. Yo también te deseo».

Al día siguiente, a media tarde, suena al timbre de la puerta: es Laura. El corazón de Paloma late de deseo como hacía tiempo no latía. Entra y, sin saludarse siquiera, comienzan a besarse. Enseguida Paloma la coge de la mano, se la lleva al dormitorio y la tiende en la cama. Se echa encima de ella, sujetándola entre sus piernas y, mientras la besa, la muerde en el cuello y en los labios; le muerde también el lóbulo de la oreja, y mientras Laura gime de placer. Con sus manos en las caderas de Paloma, ésta va desnudándola lentamente. Besa cada trozo de piel que va dejando al descubierto y juega a meter su lengua por debajo del sujetador y a bajárselo con los dientes, mientras que sus manos agarran los brazos de Laura por encima de su cabeza. Cuando ya está desnuda, sujeta sus brazos con uno de los suyos y con la otra mano toca por primera vez su clítoris, sólo una pequeña caricia que, sin embargo, hace que Laura se estremezca. Finalmente, mientras sigue sujetando sus muñecas con una mano, busca con la otra en el cajón de la mesilla y saca las esposas que compró hace tiempo en una tienda de juguetes sexuales. Paloma pasa las esposas por detrás de un barrote del cabecero y después mete en ellas las delgadas muñecas de Laura, que se deja atar con tranquilidad. Ahora sí está completamente inmovilizada, y Paloma tiene libres sus dos manos para acariciarla. Coge su cara, le abre la boca apretando sus carrillos, mete su lengua y bucea con ella. Le lame la cara, los ojos, los labios, la mete en su oído; después le besa y le muerde los hombros. Con una mano busca y juega con los pezones sin llegar a cogerlos, pasando tan sólo la mano por encima, pero con la otra baja hasta el coño y le mete dos dedos en la vagina. Laura se retuerce y levanta el cuerpo todo lo que le permiten los brazos inmovilizados.

Paloma se levanta y se desnuda. Disfruta viendo a Laura inmovilizada de esa manera, disfruta tanto que está tentada de marcharse y dejarla así un buen rato, pero no se atreve; al fin y al cabo, es la primera vez y piensa que no hay que tensar demasiado la cuerda, y nunca mejor dicho. Así que vuelve a su cuerpo, con ganas ya: también ella está empapada. Se sienta sobre su vientre para frotarse y dejar ahí su humedad. Se frota hasta que el vientre de Laura está empapado de su flujo, pero lo cierto es que ella misma se ha excitado tanto al frotarse que está a punto de correrse, pero no quiere que esto ocurra. Se tiende sobre Laura, que busca algo que besar, algo de la piel de Paloma sobre la que poder posar su lengua. Paloma le da a veces su boca, a veces sus dedos, a veces un pezón, que Laura succiona desesperadamente, y comienza a acariciar el clítoris de Laura lentamente y parando de vez en cuando mientras que ella se retuerce y le pide que siga. Paloma ha decidido que ella va a correrse antes, porque si lo retrasa mucho es posible que luego le cueste, que se conoce. Los pezones de Laura están enormes, erectos, crecidos y engordados; Paloma pone ahí su boca, succionando, mordiendo, lamiendo y acariciando con la lengua, provocando en Laura distintos sonidos mientras se sube sobre su muslo y se frota fuertemente moviéndose con sus caderas. Cuando llega el orgasmo, succiona de tal manera el pezón que tiene en la boca que Laura chilla de dolor y entonces se aparta del muslo y se deja caer entera sobre el coño, golpeándose más que frotándose, haciendo que también Laura esté a punto de correrse, mientras busca la postura en la que pueda frotarse. El orgasmo llega para Paloma potente y esplendoroso, convulsionando todo su cuerpo hasta que por fin se deja caer sobre una Laura que gime y que no ha llegado aún. Tratando de recuperar su respiración normal, vuelve ahora al pezón de Laura, más suavemente; lo levanta con la lengua y la masturba fácilmente con la mano derecha. Laura no tarda nada en correrse, ya estaba casi a punto, y lo hace moviendo todo el cuerpo y tirando de las esposas e incorporándose a medias.

Ahora las dos descansan una encima de la otra. Paloma acaricia el cuerpo de Laura, desde el cuello hasta los muslos. Y, poco a poco, siente que el deseo vuelve a crecer y por la respiración de Laura supone que en ella también. Pero ahora le suelta los brazos porque quiere sentir sus manos y su abrazo.

MI BOCA Y SUS MANOS

Como soy cajera de supermercado en una ciudad pequeña me paso el día viendo manos de mujer y códigos de barras. Como todo el barrio viene a este supermercado y yo llevo aquí quince años puedo saber a quién estoy saludando, antes de levantar la vista y mirarle la cara, solo por las manos; me las conozco todas de memoria. Hay mucha señora mayor que lleva toda la vida comprando aquí y también hay amas de casa a las que conoces de todos los días, pero en cambio poca chica joven, porque trabajo por la mañana, a una hora en la que las jóvenes están estudiando o trabajando. Así que, la verdad, en estos años no he tenido ocasión de levantar la vista con curiosidad, digamos sexual, para ver qué cara se corresponde con unas manos que me gusten. Para que a mí una mujer me excite, tienen que gustarme sus manos y no comprendo cómo no le ocurre lo mismo a todo el mundo. Por ejemplo, me costaría acostarme con una mujer de manos cortas y dedos gordos. No quiero ofender, pero cada una tiene sus manías sexuales y sus preferencias, y éstas son las mías. Una mujer con unas manos que no me gustaran simplemente no me excitaría. De todas las manías sexuales que hay en el mundo, ésta es relativamente fácil de entender porque, al fin y al cabo, te van a tocar con las manos y los dedos van a entrar en ti, así que para mí son muy importantes, aunque no sean fundamentales. Prefiero unas manos bonitas y sexys, unos dedos largos y finos, que un cuerpo así o asá. Puedo olvidarme del cuerpo, del nombre, de la voz, de la conversación o de cualquier otra cosa, pero raramente me olvido de unas manos que me han gustado mucho. Y mientras estoy follando también me gusta olvidarme de todo, excepto de las manos y de mi cuerpo. Así es el sexo que me gusta, olvidarme de todo y concentrarme únicamente en mi cuerpo y en las manos.

Por eso, me definiría como muy pasiva. Soy una una
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, que dirían en América, lo contrario de una
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; es decir, una lesbiana a la que, si es posible, siempre le gusta estar abajo. Suelo bromear con un amigo gay, que se define como pasivo, sobre la necesidad de fundar un club reivindicativo de los pasivos/as sexuales, porque estamos muy mal vistos. En contra de lo que pueda parecer, no es fácil ser pasiva; ahora todo el mundo espera que el sexo sea una cosa que se reparte a medias, como si esto fuera un trabajo o una obligación. Y, como esto, además, no tiene nada que ver con el poder, el control, mandar… esas cosas, me es difícil acoplarme. A veces encuentro a alguien a quien le gusta hacerlo todo y hacérselo todo a sí misma: esa es la persona ideal para mí. «Pasividad» es mi palabra fetiche. Al principio, cuando era joven, me sentía mal, como si tuviera una especie de obligación que cumplir, pero con el tiempo y la experiencia he aprendido que en esto del sexo hay de todo y gente mucho más rara que yo, así que si encuentro a mi media y perfecta naranja (aunque sea para una noche) perfecto; y, en último caso, si tengo que «activarme», como yo digo, pues lo hago, tampoco es el fin del mundo. Aun así, si puedo elegir, sé muy bien lo que me gusta. Como me gusta decir de mi misma, «yo soy una lesbiana de espalda en cama».

Mi obsesión por las manos tiene mucho que ver con otra de mis peculiaridades sexuales, que es que mi zona erógena por excelencia es la boca. Y si juntamos las manos con la boca, nos encontramos con que una de mis prácticas sexuales preferidas es que me metan los dedos en la boca. Ya sé que es raro, aunque en realidad no tanto. Una amiga/amante mía siempre dice que tengo el coño en la boca, o un coño por boca. Es un poco exagerado, pero tiene mucho de verdad. La mejor forma de excitarme es tocarme la boca de cualquier manera, por fuera, por dentro, con un dedo, con la mano abierta, con un objeto, meterme algo, acariciármela, darme en ella con fuerza… Me gusta chupar cualquier cosa, lamer, morder, succionar, besar… «Mi boca y sus manos» sería el título que me gustaría poner a una historia de amor, si un día me decidiera a escribirla. Y se la dedicaría a ella, a Bárbara, porque estoy enamorada de ella, de sus manos y de la manera que tiene de tocarme la boca.

La conocí un lunes; no puedo olvidarlo porque es siempre el peor día de la semana en mi trabajo, cuando todas las mujeres se lanzan a comprar víveres después del fin de semana y las cajeras de los supermercados no damos abasto; es un día difícil y cansado. Aquel lunes estaba yo con la mente en otro sitio, donde siempre la tiene una cajera de supermercado, en cualquier sitio excepto en la cinta que va pasando los productos, cuando las manos más atractivas que había visto en mucho tiempo, quizá por inusuales, me pasaron un brik de leche. Eran unas manos blancas, delgadas y nervudas y, además, llenas de pecas. Hay quien le tiene manía a las pecas, pero a mí me gustan. Están hechas para acariciarme, pensé, y tuve que levantar la vista. Se trataba de una pelirroja con pinta de extranjera, llena, sí, de pecas, y de edad indefinida como les ocurre a las pelirrojas a veces, aunque a mí la edad, la verdad no es algo que me preocupe mucho. No me gustan las chicas demasiado jóvenes porque sus manos son demasiado blandas y, a menudo, poco expertas; necesito manos expertas y algo curtidas, es así como me gustan. La pelirroja desde luego no era del barrio y me sonrió, así que le rocé la mano al darle el brik y ella no la apartó tan rápido como hubiera sido lo normal. Yo sonreí más aún y ella también. Entonces intenté entablar una conversación adecuada para la ocasión, pero resultó inútil porque la pelirroja no hablaba ni pizca de español. Eso me desalentó un poco, porque era difícil saber si estaba tratando de ser amable, y lo de la mano lo había interpretado simplemente como una costumbre local, o estaba aceptando ligar conmigo. Aún me quedaban dos oportunidades: el momento de coger el dinero y el momento de darle el cambio. Cuando me dio el billete abarqué toda su mano con la mía, y me pareció que ella se sorprendía un poco, pero tampoco la apartó esta vez, y al darle el cambio ya se puede decir que mis dedos se entrelazaron con los suyos. Este último movimiento era inequívoco. Fuera del país que fuera y hablara el idioma que hablara, lo había entendido. Así que pensé que era cosa hecha. Como era lunes, había cola y entre mis aproximaciones manuales, que lo ralentizaron todo un poco, y que ella era —parecía ser— del este, las señoras de la cola comenzaron a despotricar contra la inmigración. Pensé que más valía darse prisa.

Le hice un gesto a Bárbara —luego sabría que se llamaba Bárbara— para que se pusiera a un lado mientras yo le metía un poco de ritmo a la cola y pasaba a toda velocidad los códigos de barras por el escáner —bendito escáner, que permite a las cajeras del supermercado pasarse la jornada laboral pensando en sus cosas, sexuales casi siempre, y no como antes, cuando había que teclear número a número—. Aquello sí era esclavitud. La polaca —era polaca— esperaba sonriendo. En un momento de respiro le escribí mi dirección en el reverso de una cuenta y le apunté también que salía de trabajar a las cinco. Los subrayé con fuerza, a las 17.00 y pareció entenderlo. Todo el asunto me pareció sorprendente, agradable pero sorprendente. Nunca había ligado en el supermercado, nunca había ligado sin decir una palabra, nunca antes había ligado con una polaca, ni con una pelirroja llena de pecas y, por si fuera poco, ni siquiera estaba segura de haber ligado. En todo caso, las mañanas de trabajo son mucho más agradables si una tiene plan por la tarde. Hube de lidiar con la duda de si la polaca habría entendido algo o si lo habría malinterpretado todo debido quizá a alguna costumbre de su país que permita entrelazar los dedos a las dientas sin que eso tenga mayor significado. Era un riesgo pero, como decía mi madre, hay que correr riesgos; y sobre esto mi padre tenía otra frase muy adecuada: la esperanza es la madre de todas las posibilidades, y en eso es en lo único que tenía razón. Pero en todo caso, animada por el refranero familiar la mañana transcurrió muy rápido y yo volví a casa casi corriendo para que me diera tiempo a tener los dientes como perlas.

BOOK: Sex
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