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Authors: Beatriz Gimeno

Tags: #Relatos, #Erótico

Sex (11 page)

BOOK: Sex
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—He mojado lo normal.

¡Dios, qué tontería! Idiota, soy idiota. Aquello precisamente no contribuyó mucho a que me relajara. Así que después de que ella intentara manejar aquel clítoris tan seco que casi me hacía daño, no dejé que acercara su boca, porque estaba segura de que no me iba a correr y la idea de Alice comiéndome el coño sin resultado me ponía aun más nerviosa. Ella se apartó de mí y yo quedé tumbada con ganas de llorar. Se puso enfrente, a mis pies, sentada sobre sus rodillas. Con sus manos me abrió las piernas completamente, dejándome totalmente abierta ante su vista. Yo cerré los ojos, me daba vergüenza, aunque parezca mentira. Durante un rato, sólo me miró y yo aguanté con los ojos cerrados y con ganas de estar lejos, presintiendo un desastre.

—Mastúrbate.

—No puedo, ahora no puedo.

Yo casi gemí al decirlo, pero en cuanto lo dije me di cuenta de que ya estaba bien de hacer el tonto aquella tarde.

—Claro que puedes. Quiero ver cómo lo haces.

Su interés comenzó a excitarme un poco. A veces sólo es cuestión de abrir una pequeña puerta que ha costado un poco encontrar. Y de repente se encuentra, se empuja y resulta que se abre. La orden «Mastúrbate» abrió mi puerta y me puso en aquella habitación con Alice, desnudas las dos. Creo que ese fue el momento en que verdaderamente la vi y la deseé de verdad y que hasta ese momento había sido como tener a mi lado una muñeca, preciosa pero sin vida. Sólo en ese momento mi deseo fluyó con normalidad. Me incorporé un poco apoyando la espalda en la pared, de manera que quedé casi sentada, con las piernas abiertas, ella enfrente. Bajé la mano a mi clítoris, ahora ya empapado y comencé a meter mis dedos entre los labios, de manera que Alice me viera bien. Ella, frente a mí, abrió sus piernas, su coño quedó abierto ante mi vista. Empecé a acariciármelo en círculos, suavemente, con un dedo, muy poco a poco. Ella comenzó también a acariciarse alrededor, pasando sus dedos por entre sus pelos rizados, acariciándose la piel, sin quitarme la vista de su coño. A veces nos mirábamos a los ojos. La excitación crecía y crecía, quería tener una parte de ella más cerca, quería que mi boca pudiera tocarla, pero no se acercaba, yo sólo miraba cómo se acariciaba y su coño abierto y rosa, mojado, atravesado por el flujo blanquecino, mucoso. Se mojó la mano en su propio flujo y se la pasó por el coño, por el pelo, por la tripa. Yo comencé a acariciar la punta de mi clítoris mucho más fuerte, pero quería hacerlo con los dedos, no con la mano, para que ella pudiera verlo bien. Al rato, sólo podía usar toda la mano y ella ya comenzó a masturbarse también. Una frente a la otra, un coño frente al otro. Escuchábamos cómo cambiaban las respiraciones y abríamos las bocas buscando más aire; cuando finalmente mi caricia se volvió frenética entonces ya no pude mirarla más y tuve que concentrarme en mi sensación. Me eché hacia atrás para sentir el placer únicamente, en ese momento en el que desaparece el mundo alrededor y se hace blanco. Sólo con ver cómo me corría ella comenzó a correrse y a gritar; eso acrecentó mi propio orgasmo, uno de los mejores de mi vida. Uno de los mejores de su vida, según me ha contado.

No fue una mala primera vez, pero hubo otras mejores porque, desde entonces, vivimos juntas.

EL QUE SOBRA ES ÉL

El ruido de la calle entra implacable por las ventanas cerradas de la oficina, a pesar de que los dobles cristales están para evitarlo. En el pequeño despacho de la cuarta planta el aire está viciado, pues lleva años acumulando humo y expedientes polvorientos que se amontonan en las paredes y que se supone que son del tiempo de cuando no había ordenadores. Un cuarto pequeño en el que Yolanda y Miriam llevan trabajando cerca de veinte años. Veinte años juntas compartiendo ese espacio y un secreto. Un secreto que nadie conoce en el edificio, ni fuera de él en realidad. Un secreto que sólo sabe Yolanda, y Miriam a veces sí y a veces no.

Se conocieron en la academia que preparaba las oposiciones a Técnico A del Ministerio. Se examinaron juntas, ambas sacaron un buen número y pidieron el mismo destino; después, movieron un poco las cosas y consiguieron estar en el mismo despacho. Y llevan así veinte años, en los que ha pasado de todo; y, más que nada, ha pasado la vida. Miriam se casó por fin con aquel novio que ya tenía cuando conoció a Yolanda y luego tuvo dos hijos casi seguidos, como para terminar pronto; Yolanda vivió con Miriam los embarazos, después estuvo en los partos y fue la madrina de ambos. Los acompañó junto con su madre en su primer día de colegio porque el padre estaba trabajando y porque los padres no se ocupaban entonces de esas cosas; después fue la que se enfadó con el chico cuando comenzó a sacar malas notas y fue también la que regaló a la chica un viaje a Londres cuando terminó el instituto con buenas notas. Desde hace poco, ambos van a la universidad y ya no hay quien los coja en casa. Y quizá por eso ahora Miriam anda un poco melancólica, más callada que de costumbre y un poco más triste. Por eso, Yolanda intenta animarla y procura contarle cosas alegres y que la hagan reír.

En todos estos años, Yolanda ha estado enamorada de Miriam sin decir nada. Ha tenido novias, amantes e incluso una pareja que le duró un par de años, pero la verdad es que la sombra de Miriam siempre le ha impedido consolidar nada. Miriam siempre ha estado ahí, por debajo de cualquier pensamiento erótico que tuviera, e incluso su cuerpo imaginado, que no visto, ha estado siempre cerca de cualquier otro cuerpo que Yolanda tocara. Se enamoró de ella en cuanto la vio, porque esas cosas pasan a veces. Y desde entonces ha estado siempre, de una manera u otra, pendiente de ella y de sus hijos, que considera casi como suyos. Julián, su marido, es casi como si no existiera; nunca hablan de él, nunca aparece en ninguna referencia que haga la propia Miriam, que se supone que no lo menciona porque debe saber que a Yolanda no le gusta ni siquiera escuchar su nombre. Lo cierto es que, en todos estos años, la vida ha pasado sobre ella sin renunciar a Miriam. En la oficina, las veces que salen a comer o a tomar café, las veces que se van de compras después del trabajo… todo el tiempo que comparten está impregnado del deseo que Yolanda siempre ha sentido por Miriam y que no ha decaído en este tiempo. Y como cuando la conoció Yolanda pensó que Miriam era lesbiana, pues no ha perdido la esperanza, aunque después se casara y jamás dijera nada que pudiera hacerla pensar que lo era o que tenía con ella la más mínima oportunidad. Pero a veces… a veces ha pensado que sí, que podía tener esa oportunidad. En alguna ocasión, con el objetivo de consolarla o de animarla, Yolanda la ha tomado de la mano y Miriam ha mantenido ese contacto más tiempo del estrictamente necesario; lo cierto también es que a veces, cuando Miriam se ha quejado, por ejemplo, de dolor de garganta y Yolanda ha querido mirarla y le ha pedido que abra la boca, ha aprovechado para acariciarle el cuello y la nuca mientras fingía que le miraba la garganta por dentro. En otras ocasiones, cuando Miriam le ha mostrado un traje nuevo que se ha comprado, ella se lo ha colocado y para ello la ha rozado un pecho, la ha acariciado de manera bastante inconfundible, según ella pensaba, y Miriam no se ha movido ni se ha apartado. Pero en veinte años, ese juego trivial que ambas han jugado ha sido todo. Y ahora, con el tiempo, Yolanda se ha acostumbrado a ello y ya no llora, ni sufre como antes, ni se va a su casa desesperada maldiciendo su mala suerte. Ahora piensa que la vida es así y que hay que tomarla como es.

—Julián y yo estamos pasando un momento muy malo —dijo Miriam una mañana.

Yolanda levantó la vista del expediente que tenía delante:

—¿Sí?, ¿qué os pasa? Creía que erais el matrimonio perfecto.

En realidad, al escuchar las palabras de Miriam, sin poder evitarlo, y aunque posiblemente no quieran decir nada, su corazón se ha puesto a latir descompasadamente.

—No hay un matrimonio perfecto, todos cambian con el tiempo.

—¿En qué consiste el cambio? —contestó Yolanda simulando un desinterés que está muy lejos de sentir.

A Miriam le costaba continuar y dudó un poco antes de seguir:

—Ahora dice que quiere probar cosas nuevas.

—Ah, ya —manifestó Yolanda con cierto desdén—. Que se ha encoñado con una joven. No te preocupes, les pasa a todos, pero al final vuelven. Si es que te interesa que vuelva, claro —esto último lo dijo levantando la mirada, mirándola directamente a los ojos.

Durante un rato, siguieron trabajando en silencio. Estaba claro que Miriam se había quedado con algo que decir. Yolanda esperaba, pues no suponía qué podía ser.

Al rato volvió a la carga:

—No es eso que dices, no es ninguna joven. Quiere hacer experimentos, pero conmigo. Experimentos sexuales, quiero decir.

La conversación comenzaba a poner un poco nerviosa a Yolanda. No quería imaginar a Miriam y a Julián teniendo ningún tipo de relación sexual y mucho menos aún «experimental». Esta era una imagen que llevaba toda la vida intentando evitar. Los problemas sexuales de Julián le importaban un rábano. Así que contestó manifestando un claro desinterés:

—Ah… Bueno mujer, entonces no es para preocuparse. Total, si es contigo…

—Quiere que me acueste con otra mujer mientras él mira.

Entonces sí que Yolanda se quedó sin habla, paralizada y con el vello de punta. No pudo decir nada. Le temblaba la mano y algo se le encogió por dentro. Como si una mano le apretara las tripas y se las estrujara.

—¿Y qué piensas de eso? —preguntó con voz insegura.

—Lo he pensado mucho. A mí no me importaría, pero claro, tendría que sentirme cómoda. Por eso me gustaría que fueses tú —y luego añadió mirándola fijamente—: al fin y al cabo yo siempre te he gustado —dijo Miriam.

Y entonces Yolanda sí que tuvo que levantarse y marcharse del despacho. Primero se fue al servicio y se sentó sobre la tapa del váter, temblando. Ahí estuvo durante un buen rato, hasta que pudo sobreponerse. Después volvió al despacho, pero no se sintió con ganas de decir nada. La miró, cogió su abrigo y se marchó. Durante dos días no volvió al ministerio porque estuvo pensando. No pudo relajarse ni un minuto, no pudo dejar de pensar, ni dormida podía olvidarse del tema. Lo que pensaba era en la posibilidad que se le brindaba de tener a Miriam desnuda entre sus brazos, de besarla, acariciarla, tal como siempre había deseado, tal como siempre había soñado. Quizá la única oportunidad que nunca volvería a tener; pero, al mismo tiempo, debía estar cerca de Julián, cuando a ella los hombres le repugnaban y especialmente éste, por quien sentía un indisimulado rencor. Era como si una bomba hubiera explotado en su cabeza. Al tercer día había tomado una decisión y volvió al despacho. Encontró a Miriam más deseable que nunca y se sorprendió de la extraña manera en que a veces funciona el deseo; cómo a veces no dura nada, cómo a veces se empeña en perdurar a través de los años. En esta ocasión, ahora que tenía por primera vez la posibilidad cierta de estar con Miriam, el deseo, tantos años con ella, creció de nuevo sólo con verla. Esa sensación en el estómago, ese calor que te recorre el cuerpo, el corazón latiendo y el clítoris palpitando, todo eso comenzó cuando vio a Miriam; como si fuese la primera vez.

Se sentó en su mesa.

—He estado pensando, claro, de hecho no he podido pensar en otra cosa. Miriam… —se atragantó y no pudo seguir, porque quería decirle tantas cosas que decidió no decir ninguna e ir al grano—: De acuerdo, pero con una condición: que Julián no me toque ni se acerque. En realidad, me gustaría que encontráramos la manera de que él pueda vernos pero yo a él no. Si recuerdo que está mirando, es posible que no pueda hacerlo.

—Eso será fácil —dijo Miriam.

—Vaya, nunca pensé que terminara actuando ante un
voyeur
—dijo Yolanda poniendo cara de asco—. ¿Cuándo lo hacemos?

Miriam le dijo que al día siguiente, se acercó a ella y la besó en la boca con un beso muy suave e inseguro, pero era el primer beso que Miriam le daba y Yolanda tembló y sintió ganas de llorar. En todo caso, este beso la ayudó a no arrepentirse de su decisión. El deseo que sentía ahora por ella era nuevo. Apenas podía pensar, tenía el sentido, el buen sentido, como obnubilado por una mezcla de miedo, ansiedad, esperanza, deseo, dolor… Y el día llegó. Habían quedado en que Yolanda se acercaría a casa de Miriam, una casa en la que había estado cientos de veces. No quiso pensar en nada mientras conducía hacia allí; se negó a pensar en cómo resultaría aquello. Resultaría como tuviera que resultar: eso era lo único que sabía. Llamó a la puerta y Miriam abrió enseguida. Vestida con unos vaqueros y una camiseta, iba mucho más sencilla que para ir a la oficina. El corazón de Yolanda se detuvo, o eso le pareció, y perdió la noción de lo que ocurría. Miriam la cogió de la mano y se la llevó al dormitorio. La besó en la mejilla, en los ojos, en la nariz, en la boca. La besó en la boca hasta que Yolanda abrió los labios y Miriam pudo meter la lengua. Yolanda se olvidó de todo, de los años pasados, de lo que estaban haciendo allí; era como si se acabaran de encontrar y tuvieran veinte años. La lengua de Miriam recorría su boca, se enroscaba en su lengua y después recorría sus labios, su cuello, sus clavículas y sus hombros, mordiendo, besando. Yolanda estaba paralizada porque, de alguna manera, había supuesto que ella sería la que iba a llevar la voz cantante. El mundo dejó de existir para Yolanda e incluso Julián; la lengua de Miriam la alejaba de la realidad, las manos de Miriam la terminaron de separar de todo. La desnudó con rapidez, sin detenerse; ella misma se desnudó en un momento, como si dispusieran de un tiempo limitado o como si tuviera miedo de que Yolanda se arrepintiera.

Ahora estaban las dos sentadas frente a frente, en el borde de la cama. Yolanda respiraba entrecortadamente; parecía la más inexperta. Miriam parecía saber qué hacer. Le cogió un pecho con la mano, lo apretó y se lo llevó a la boca: iba de uno a otro comiendo con hambre sus pezones. Yolanda gemía porque el deseo no la dejaba moverse, hasta que pudo recuperar el dominio de la situación y, agarrándola por el culo, la apretó contra ella para sentirla muy cerca, para sentirla tan cerca que ahora la respiración entrecortada de Miriam se le metía dentro, dentro de su boca, pero también de su cabeza, de sus venas; estaba respirando el aire de Miriam, estaba metida en Miriam. La apretó tanto contra ella, sus dos cuerpos se apretaron tanto, sus dos coños uno contra otro, que pensó que iba a correrse en ese mismo momento. Luego Miriam recuperó la iniciativa y sus besos subían y bajaban, comían literalmente todo su cuerpo, y al fin la empujó sobre la cama y se subió encima de ella. Ahora eran los besos pero eran también sus manos las que subían y bajaban y recorrían todas las superficies de su piel: las axilas, las orejas, los ojos que la lengua recorría, las manos entrelazadas sobre la cabeza, y después la mano que bajaba hasta su clítoris, un dedo que la penetraba y después salía, dos dedos, tres dedos, y la boca sobre su boca, y la boca en los pezones succionando hasta que Yolanda gritaba de dolor y de placer. Los dientes suaves en los pezones, más fuertes en el lóbulo de la oreja, dejando marcas en el cuello, mordiendo los muslos, mordiendo los talones, mordiendo la palma de la mano.

BOOK: Sex
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