Saga Vanir - El libro de Jade (5 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Caleb la agarró del pelo y con un tirón violento la obligó a echar la cabeza hacia atrás. Eileen gritó. Un fuerte dolor le subía por el cuello. Seguramente le había dado un tirón muscular. Era un salvaje y ella estaba a solas con él.

—Chist...—susurró Caleb a un centímetro de su boca sin soltarle el pelo.

Qué bonita era. Y qué mala. Inclinó la cabeza hacia su cuello. Inspiró hondo mientras sentía las
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convulsiones de los temblores de Eileen. Sí. Olía su miedo y su pánico.
Ja

Las manos de Eileen intentaron empujarlo.

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—No me toques —dijo él bajando la mirada a sus manos y apartándolas de un manotazo.
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Volvió a tirarle del pelo. Eileen le golpeó el pecho con fuerza.
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—Suéltame, hijo de puta. Brave, Brave, despierta —gritó esperando que su huskie la socorriera.
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Por fin reaccionaba. Sintió que las lágrimas se le acumulaban en la garganta.
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—Cállate —pegó todo su cuerpo al de ella y con una sola mano le tomó de las muñecas y las
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pegó a la pared por encima de su cabeza. —¿Tienes miedo? —le preguntó mirándole fijamente a
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los ojos. —No puedes gritar, no puedes pedir ayuda. Nadie vendrá a ayudarte, ramera, así que no

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pierdas el tiempo.

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¿Ramera? ¿Ramera?

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—¿Has matado a mi perro? —preguntó ella ahogando un sollozo.

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—Tu perrito está dormido —inhaló su perfume de nuevo, rozando con su nariz la vena carótida que corría bajo la piel de su cuello, siendo consciente de cada una de las partes de su esbelto cuerpo. ¿Por qué le daba explicaciones? Sintió como su pene se ponía más duro que una roca. Presionó su ingle a la de ella.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? —lo miró desafiante, mientras intentaba apartar ese roce íntimo de ella. Quería alejarse de la hoguera humana que parecía el cuerpo del hombre. Caramba. La chica tenía agallas pensó Caleb. Había que bajarle los humos.

—¿Qué quiero de ti? Déjame pensar... —con la mano libre le acarició la garganta, la clavícula y el canalillo de los pechos.

Eileen apretó los labios y sintió como los ojos se le humedecían. Apartó la cara para tomar aire y para impedir que él la viera llorar. ¿Cómo podía pasarle eso a ella? Caleb se sintió victorioso ante su vulnerabilidad.

—Vaya —con descaro le agarró de la camiseta y la desgarró hasta dejar sus pechos desnudos.

—Esta ropa de puta no es muy buena. Se rompe con facilidad —tiró de la camiseta con una sonrisa cínica.

—La única puta que se pone ese tipo de ropa es tu madre —Eileen intentó forcejear con él. Quería liberar sus muñecas pero la agarraba tan fuerte que no dudaba que iba a aplastarle los huesos, o como mínimo, a dejarle moratones.

Caleb la miró de arriba abajo y sonrió con malicia. Incluso semidesnuda, tenía atrevimiento y orgullo.

—Alguien debe enseñarte algunos modales, Eileen. Pero no te preocupes, yo te enseñaré a someterte.

Eileen palideció al escucharle decir su nombre.

—¿Cómo sabes quién soy? ¿Quieres dinero? ¿Quieres...?

—Tú no me puedes ofrecer nada —le dijo él al oído. —No quiero nada de ti. Eileen comprendió que todo aquello ya había sido premeditado. Su padre era un hombre millonario y poderoso, podía ser víctima de algo tan horrible como aquello. Secuestro, extorsión, manipulación, robo...

—¿Y mi pa... padre? —preguntó esta vez sin poder detener las lágrimas.

—Lo tenemos abajo. No llores —dijo fingiendo pena por ella. —Pobrecita... Volvió a embestirla con la ingle. Un calor fulminante recorría todo su cuerpo, y él recorrió con la mirada el de ella, de la cabeza a los pies.

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Eileen sentía que su mirada la abrasaba. Se sentía acorralada, agraviada, asustada... Pero esos
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ojos que la miraban dejaban una marca de fuego sobre su piel. ¿Qué le estaba haciendo? Ella
Ja

forcejeó y colocó una pierna entre las de él, para luego ascender la rodilla en un golpe seco y duro.
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Caleb aulló y cayó de rodillas poniendo las dos manos sobre su entrepierna. Ella corrió a cuatro
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patas para socorrer a Brave mientras las lágrimas caían por sus mejillas sin ningún control. Parecía
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que su perrito estaba muerto, le preocupaba que no se despertase.
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—Brave, bonito —le susurró abrazándolo contra su pecho. Necesitaba el calor de su amigo para
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sentirse fuerte. —Bonito, abre los ojos para mí. No me dejes...
Vaeir

Caleb se alzó tras de ella y la vio mecerse para delante y para atrás con su perro en brazos.
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Podría haber huido, pero prefirió escoltar a Brave. Eliminó los pensamientos de su mente, ésos

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que podían hacerle creer que ella podía demostrar lealtad y sumisión a un simple huskie siberiano.
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Caleb rugió como un animal salvaje y dejó que los colmillos tomaran su forma depredadora.
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—Eileen.

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Ella dejó de mecerse. Tenía miedo, mucho miedo por lo que le pudiera hacer. No entendía nada. No sabía si era un simple ladrón o alguien que llevaba espiándolos durante mucho tiempo para preparar un golpe. ¿Y si era simplemente un psicópata violador? Pero no podía ser sólo eso. La miraba con odio y resentimiento, como si ella le hubiera hecho algo horrible. Pero eso era imposible. Nunca se había llevado mal con nadie, ni había hecho daño a nadie. Sintió como una mano fuerte se cernía sobre su cabeza y cerraba el puño sobre su cabello. Volvió a tirar de ella hasta alzarla. Ella intentó clavarle las uñas en las muñecas, pero el monstruo no respondía al dolor.

La lanzó de nuevo contra la pared, esta vez con más fuerza. Ella se quedó sin respiración por el impacto y luchaba por conseguir que una bocanada de aire entrara a sus pulmones. Caleb miró como sus pechos se bamboleaban. La tomó de la barbilla antes de que cayera al suelo, y la obligó a que lo mirara, aunque ella luchaba con fuerzas para evitarlo.

—Mírame —le exigió con aquella voz seductora.

Ella sintió un calor súbito que la invitaba a obedecer. Aquella voz era sexy, seductora. Seguro que si le pedía que tocara la flauta mientras pintaba un cuadro con los pies, ella lo haría a ciegas. Temblando obedeció y deseó al instante no haberlo hecho nunca.

Su rostro no había cambiado mucho, pero a su boca le habían salido unos colmillos más puntiagudos y largos que los de Brave, y su mirada, había dejado de ser bonita y cruel, para convertirse en una mueca llena de oscuridad y pecado. Era la boca de un depredador. Pero, aun así, no dejaba de parecerle hermoso.

¿Qué demonios estaba pasando? ¿Qué era él?

—Ya sabes lo que soy —contestó él casi leyéndole la mente. —Tú y tu padre nos dais caza, así

que no te hagas la inocente.

Eileen no podía cerrar los ojos. Tenía que ver aquel espectáculo para cerciorarse de que era real.

—No sé de qué me estás hablando —susurró ella con los ojos anegados de lágrimas.

—¿Así que no sólo eres cómplice de asesinato, sino que también eres una mentirosa?

—No sé de qué me estás hablando —volvió a gritarle a un suspiro de su cara. Observó bien sus dientes y sus ojos. —No creo en los va... vampiros. °Y seas lo que seas, psicópata asqueroso, no sé

qué quieres de mí. Y si qui... quisieras algo, no obtendrías nada trata... tratándome así.

¿Se estaba encarando con él? Caleb volvió a cogerle las muñecas y a sostenerlas contra la pared, sobre su cabeza.

—Me da igual cuanto te resistas. Al final voy a ser tan duro contigo que serás tú quien pidas
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clemencia. Lo revelarás todo —su voz cortaba como una espada. —Habéis matado y perseguido
Ja

sin tregua a los míos. Los sometéis a todo tipo de experimentos, los rajáis, los mantenéis con vida
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para luego torturarlos y ver cómo responden a vuestros ataques.
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—Creo que te... te confundes de persona —las rodillas se le doblaban, los dientes le
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castañeteaban y estaba a punto de desmayarse. —Mira, porque no te vas y hacemos co... como si

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nada de esto hubiese pasado... Yo no... no... di... diré nada.

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—Puta cobarde —le dijo con asco. —Te diré lo que voy a hacer contigo. Primero, vamos a
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subirte al coche que hay abajo esperando. Te llevaremos con un avión privado a Londres. Ahí te
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llevaré a una sala con cristales en todos lados— echó un vistazo a sus dulces pechos y a sus
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oscuros pezones. Dios, sí que estaba bien formada. Sin poder evitarlo, le abrió las piernas con las
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suyas y se colocó entre ellas. Presionó su erección entre las piernas de ella, levantándola un
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centímetro del suelo mientras que con la mano libre, cogió con dureza un pecho. Era tan suave y
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esponjoso...

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—No... Por... Por favor... Para —sollozó intentando cerrar las piernas. Caleb la miró a la cara. Sentía el calor de su entrepierna como una invitación. Quería desgarrarle el short y hacer con su cuerpo cosas prohibidas en algunos estados. Ella estaba sonrojada, las mejillas las tenía húmedas de llorar, y un leve sudor cubría su cuello haciéndolo brillar. Brillaba para él. Su mirada quitaba el aire, aun teniendo los ojos llenos de lágrimas. Y

aquella boca...

El animal que llevaba dentro estaba a punto de saltar a devorarla en todos los aspectos. Pero debía de esperar. Todavía no.

Con el dedo índice y el pulgar, agarró un pezón y lo frotó esta vez con más delicadeza. Hacía un momento le había agarrado el pecho con violencia, y ahora estaba haciendo que se excitara.

—Mírate, Eileen —le susurró lamiendo el lóbulo de su oído.

Ella respiraba entrecortadamente. ¿Era eso una especie de caricia?

—Escúchame —prosiguió mientras le acariciaba el pecho, intentando calmar su ansia por, para qué iba a negarlo, poseerla ahí mismo. —Te encerraré conmigo en esa habitación de cristales. Tu padre estará mirando. Los míos estarán mirando. Te ataré a la cama, te desnudaré y jugaré

contigo de las maneras más inverosímiles que hayas imaginado jamás, hasta que cantes todo lo que sabes. Y lo más vergonzoso será que tu padre estará presente para ver como su tierna hija, se corre conmigo tantas veces como yo quiera y verá cómo lo traiciona sintiendo placer con alguien como yo. Algo que odiáis.

Eileen no podía creer lo que le decía. ¿Cantar el qué? ¿La iba a poseer en público?

—Eres un monstruo —lo miró a la cara sin amilanarse. —Mátame ahora. Mátame, por favor —

le suplicó acongojada.

Lejos de parecer una chica tonta y acobardada, Eileen estaba demostrando mucho coraje en una situación límite como esa. Caleb hizo negaciones con la cabeza.

—No —contestó evaluando el peso de su pecho con la mano. —Tienes que pagar Eileen.

¿Mostráis clemencia ante los míos cuando están indefensos en vuestras salas de operaciones? —la despreció con la mirada. —No.

—Esto tiene que ser un error —dijo débilmente. Esa mano la estaba marcando a fuego. —Deja de tocarme así —gritó furiosa.

Caleb levantó una ceja desafiándola. Abrió la boca. ¿Qué iba a hacer?

Le contestó inmediatamente cuando posó la boca sobre el pezón del pecho derecho. Eileen se sacudió. Se sintió humillada y avergonzada por lo que le estaba haciendo. Pero sintió

más vergüenza cuando un calor húmedo y palpitante se concentró en su entrepierna. Contrariada,
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se derrumbó y se echó a llorar sin control. La lengua de Caleb jugueteaba con su areola oscura y
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endurecida por las caricias. La lamía en círculos y la succionaba como si fuese un bebé. Soplaba el
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pezón y lo enfriaba, para luego volver a llevárselo a la boca con la misma ansia.
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Caleb sabía que la chica estaba al límite. Sentía su miedo. Ella creía que la iba a morder y a
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desgarrar el pecho. Cesó su tortura cuando descubrió lo cerca que estaba de hacerle eso. Sabía tan

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bien que estaba a punto de clavarle los colmillos... Alejó la boca del pezón y volvió a erigirse.
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Le sacaba una cabeza entera. Eileen ya no quiso volver a mirarlo. Ni quería, ni podía.
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—Ya habrá tiempo para esto... Tu cuerpo responde a mis atenciones —lo dijo sintiéndose
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ganador. —Y no, no voy a desfigurarte.

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Ella se tensó al oír de su boca sus propios pensamientos. —Aunque te lo merezcas —continuó

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él.

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—¿Qué eres? —preguntó con un hilo de voz y con la mirada clavada en el suelo.
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—Según tú, algo que no merece vivir. Ése era otro de sus pensamientos.

—Lo creo, y me das razones para ello. Eres un monstruo que... que abusa de las mujeres —dijo con desprecio. —Un ser sin alma ni corazón que disfruta doblegando con sus coacciones a los demás. Y si los tuyos son así, si e... sa es vuestra naturaleza, entonces... es... espero que sigan torturándolos có... cómo dices que les ha... hacen.

Aquello fue lo último que esperaba oír de una mujer que parecía asustada de él, de una mujer que era una asesina.

Una vena empezó a palpitarle en la sien. Un músculo de la barbilla, se movía sin control. Frunció el entrecejo y apretó más sus muñecas hasta que oyó un chasquido. Eileen inclinó la cabeza hacia atrás y chilló hasta que se le acabó el aire. Juraría que le había roto la muñeca. Los hombros de ella se sacudían en espasmos repetitivos. Intentó no llorar fuertemente. No quería darle nada de lo que él se alimentara. Se mordió el labio con fuerza para intentar olvidar el dolor de la muñeca derecha que todavía tenía sujeta junto con la izquierda.

—¿Crees que estoy jugando, Eileen? ¿Crees que disfruto de esto? Al contrario de vosotros, yo no. ¿Me oyes? —la zarandeó.

Los dioses bien sabían que no era así. Despreciaba tratar así a una mujer, pero ella estaba jugando con él. La ira lo consumía y la sed de venganza parecía actuar por él. Nunca antes había hecho daño a una mujer. Ni siquiera ahora estaba seguro de haberlo hecho a propósito. No le había querido romper la muñeca así. Tenía que controlar más su fuerza con ella. Ella era más frágil que él. Pero oír de su boca cómo hablaba de los vanirios lo descontroló.

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