Saga Vanir - El libro de Jade (6 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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—No voy a matarte. Te encadenaré a mí por la eternidad. Yo también pagaré por mis pecados, también me castigaré por lo que te haré —susurró de nuevo volviendo a alzarle la barbilla con la misma fiereza. —¿No crees? Te convertiré en uno de los nuestros y nunca nos libraremos el uno del otro. Serás mi puta para la eternidad. Para siempre —recalcó con odio. Ella sintió cómo se le encogía el estómago.

—No quiero ser como tú —replicó. —Me mataré antes de que eso ocurra o encontraré el modo de matarte a ti. Nunca, antes muerta —repitió moviendo de un lado al otro la cabeza. —No sé qué

es lo que te he hecho para que me trates así, pero te juro que estás equivocado —le dijo intentando parecer digna. —Me castigarás sin conocerme, sin razón. Yo soy inocente.

—¿Inocente?—arqueó las cejas mirándola de arriba abajo con una mirada libidinosa. —Eso seré

yo quien lo compruebe.

De un tirón la apartó de la pared y la instó a que caminara delante de él. Ella se tropezó y con la mano derecha se apoyó en el marco de la puerta para no caerse. Un dolor la atravesó desde la
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punta de los dedos hasta el hombro y su frente se llenó de perlas de sudor. Nunca antes había
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sudado tanto en su vida. La debilidad le llegó a las piernas y luego el suelo se movió.
Ja

de

Caleb la agarró de la cintura antes de que cayera en mala posición.
orbi

¿Qué hacía? ¿Por qué tenía en cuenta cómo iba a caerse? Como si las manos le quemasen la
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volvió a empujar hacia delante.

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—Camina —le ordenó.

0rin

Eileen reprimió una arcada y se paró en seco ante las escaleras.
Va

—No te diré nada hasta que no me des algo con lo que taparme.

eire

¿Estaba loca? ¿Por qué le había dicho eso? Así él iba a creer realmente que tenía algo que ver
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con esa locura que él le había contado... Pero ¿es que acaso ese monstruo iba a creer en ella? No.
tinel

Esperó su réplica. Silencio.

Vaa

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—¿Puedes leer mi mente? —le preguntó ante su ausencia de respuesta por su condición. —

Léemela y averigua si te miento.

—No puedo entrar en tu mente. Tú sabes bien por qué. Tu padre te enseñó a protegerte. Hasta ahora no he entrado en tu cabeza, sólo he adivinado lo que pensabas. Tu mirada es muy expresiva cuando estás asustada, así que deja de jugar a que no sabes de lo que hablo. No eres inocente.

—Por favor —volvió a suplicarle todavía sin girarse. Apretó el puño de la mano izquierda, la derecha empezaba a hinchársele y la muñeca había adquirido un color morado tirando a negro. —

Mi padre no me enseñó nada.

—Mientes.

—No... yo... déjame cubrirme —rogó. —No dejes que otros me vean. Oh sí. Realmente era muy buena actriz.

—Soy el menos indicado a quién pedirle favores de ningún tipo, Eileen. Tú ya no te perteneces a ti misma. Ahora eres de los vanirios y te mirarán y te tocarán cuando yo lo diga. Eres mi concubina. Prepárate para perder la dignidad —Eileen no podía ver que él sonreía, pero se irguió

al sentir el regocijo que a él le causaba el poder decirle esas palabras. Volvió a empujarla. —Ahora camina. Abajo te están esperando.

Su vida se había acabado. Estaba indefensa, sola y medio desnuda. En manos de unos hombres que no eran humanos, que parecían vampiros de ésos que ella creía posibles sólo en un mundo de ficción.

Hacía menos de una hora, tenía un futuro, una vida por delante. Y ella era su única dueña. Cincuenta minutos antes, ella podía elegir con quién iba a hacer el amor, cuántos hijos iba a tener, qué proyectos iba a realizar... Ahora, ese hombre se la llevaba como una esclava. Agachó la cabeza y arrastrando los pies descalzos bajó las escaleras. Descendía al infierno.

Al llegar al salón, Eileen vio el cuerpo de Louise en el suelo. Abrió la boca para gritar, pero enseguida ahogó el grito con la mano, mientras negaba con la cabeza. No podía estar pasando, no podía ser.

Louise tenía los ojos entornados por debajo de los párpados, la boca abierta y el cuello roto. Estaba muerto.

Caleb frunció el ceño al ver el cadáver. ¿No habían dicho que sólo iban a tomar a Mikhail y a Eileen? Sólo a ellos. No había necesidad de matar a nadie. —Samael —gruñó Caleb notablemente irritado. Samael no contestó.

Caleb instó a Eileen a que siguiera caminando. Ella estaba bloqueada, casi en shock. Se tapaba
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los pechos con los antebrazos, intentando abrazarse a sí misma, mientras los temblores y el sudor
Ja

frío la sacudían.

deo

—Samael —Caleb volvió a llamarlo mientras observaba a la chica, que no podía controlar los
rbi

espasmos.

LlE

Al llegar al salón, Samael tenía cogido a Mikhail del cuello. Lo había alzado y estaba bebiendo

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sangre de su cuello desgarrado.

0rin

Eileen cerró los ojos con fuerza intentando recuperar el control de su respiración. Estaba
Va

hiperventilando.

eire

El cuerpo de su padre colgaba sin vida de las manos de ese hombre. La sangre chorreaba desde
S -

su cuello, manchando su camisa blanca, sus pantalones y sus zapatos. Los pies todavía sufrían
tine

algunos tics involuntarios y de la punta de la suela, el líquido rojo goteaba hasta formar un gran
l

charco en el suelo.

Vaa

—Samael, no —gritó Caleb corriendo hacia él.

Len

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Samael dejó caer el cuerpo sin vida del padre de Eileen haciendo que su cabeza golpeara fuertemente sobre el parqué. Luego, el vanirio inclinó la cabeza hacia atrás, apretó los puños y rugió como lo haría propiamente un león.

Eileen quiso taparse los oídos pero, si se los tapaba, dejaría descubiertos sus pechos. Le daba igual. Habían matado a Louise, a su padre y su perro Brave yacía inconsciente en su habitación.

¿Qué más le daba que le fuesen a ver las tetas? Aun así, no las descubrió. Con el rostro pálido y la mirada ausente, se dejó caer de rodillas al suelo.

Caleb observó cómo se rendía, y se debatió entre ir a por ella y ayudarla a levantarse o coger a Samael y zarandearlo.

—Los chicos ya vienen hacia aquí, Caleb —la mirada hambrienta de Samael repasó a Eileen de pies a cabeza. Con el antebrazo se limpió la sangre que caía por las comisuras de su boca. —Fíjate, qué buena está la muy...

Caleb lo agarró del cuello de la camiseta y lo alzó zarandeándolo.

—¿Te has vuelto loco, Samael? —le enseñó los dientes. —¿Por qué lo has matado?

—Ahora sí que he vengado a mi hermano.

—No has vengado a nadie si no nos sirve para coaccionar a los demás. ¿Crees que nos llevarán hasta los capos si lo has matado? ¿Qué crees que temerán perder ahora? ¿Eh? —lo zarandeaba con rabia. —Estúpido. Te has cargado a su mejor científico.

—Aún la tenemos a ella —replicó él agarrándole de las muñecas y fijando sus ojos en Eileen. Cuando ella sintió que ese asesino la miraba, se levantó de repente y se arrinconó en una de las esquinas del salón.

—Lo has echado a perder todo —susurró Caleb dejándolo en el suelo.

—No te preocupes, Caleb. Ella nos llevará a todos los demás —añadió

Samael.

Dos hombres más, vestidos de negro y de largas melenas rubias y lisas aparecieron en el salón. Eileen miró a los cuatro seres que había en el salón. Sus espaldas doblaban las de ella. Eran increíblemente fuertes y corpulentos.

Uno de los rubios que había entrado llevaba el pelo recogido en una cola alta. Tenía los ojos azules claros, el mentón obstinado, una ceja partida y unos labios muy seductores. El otro se sujetaba el pelo con un cordel negro a modo de diadema. Los mechones largos caían por su nuca hasta llegar a los hombros. Sus pestañas onduladas y largas enmarcaban unos ojos de color azul oscuro. Los labios gruesos dibujaron una sonrisa traviesa.
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Este último miró a Eileen, que estaba contra la pared y haciendo negaciones con la cabeza.
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Ja

—Empezasteis la fiesta sin avisarnos —dijo con un acento sensual. La miró de arriba abajo
de

ignorando el cuerpo de Mikhail. —Ñam, ñam...

orbi

Eileen se abrazó con más fuerza.

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—Caleb —dijo el otro rubio. —¿Quién se ha comido a Mikhail?

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—Fui yo —dijo Samael señalándose a sí mismo. —Vosotros no entendéis lo que yo siento. Este
0rin

perro mató a mi hermano, mi-her-ma-no —marcó con énfasis. —Cuando lo he tenido enfrente,
Va

no... no he podido controlarme —dio una patada al cuerpo muerto del suelo.
eire

—Thor también era mi mejor amigo —le cortó Caleb. —Te has comportado de un modo
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indisciplinado, Samael. Has desobedecido las órdenes. Cahal, Menw —miró a los dos rubios. —

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¿Está todo listo?

el

Cahal que era el de la cola de caballo, asintió mientras pasaba por el lado de Caleb y se dirigía a
Vaa

Eileen. Ésta intentó recular, pero tras ella sólo estaba la fría y dura pared.
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—Los coches están en la cabina del guarda —dijo Cahal mientras le miraba las manos que cubrían sus pechos. Estaba a un palmo de ella. —Los aviones están esperándonos. Y tú —le miró a la cara— no deberías cubrirte si no quieres que nos enfademos —le susurró a un suspiro de su cara.

Samael se alejó de Caleb y con pasos rápidos se dirigió hacia donde estaba Eileen.

—Cahal —le dijo Samael poniéndole el brazo por encima a su compañero. —¿La probamos?

Eileen se dejó caer al suelo mientras su espalda resbalaba por la pared. Quería morirse.

—¿A la vez? —preguntó Samael ahogando una risa. —¿Crees que podrá acogernos a los dos?

—No sé tú —dijo Cahal alzando una ceja, —pero yo la tengo enorme.

—Entonces, tú por delante y yo por detrás —chasqueó la lengua con desdén. —Yo la tengo más grande que tú.

—Hijos de puta... —susurró Eileen alzando la mirada hacia ellos. Los ojos humedecidos. —No sé

quién era tu hermano, pero si era como tú —le dijo a Samael, —espero que antes de descuartizarlo le desgarraran el culo con una estaca.

Cahal silbó y arqueó las cejas. —Guau, vaya lengua.

Samael miró el gesto divertido del rubio y luego la miró a ella. La agarró de la muñeca rota y la levantó. Eileen vio las estrellas, estuvo a punto de perder el conocimiento. La dejó contra la pared y le lanzó un puñetazo en la cara. Lo vio todo negro. Sintió

un regusto a hierro en la boca, y un dolor frío y abrasador a la vez en el pómulo. Las manos violentas de Samael la arrojaron de cara a la pared, pegó sus muñecas a su espalda y le separaron las piernas mientras él se apretaba a su cuerpo.

—Entonces, tú me dirás si le gustó a mi hermano o no cuando yo te meta mi estaca en el tuyo.

—Suéltala.

La voz de Caleb se oyó en toda la mansión. Samael se giró para mirarlo por encima de su hombro. Eileen no dejaba de sollozar, y de temblar como un animal indefenso. Eso es lo que era ella, un animalito indefenso en manos de cuatro lobos hambrientos.

—¿Por qué? —preguntó Samael mientras apretaba su cuerpo a sus nalgas.

—Si no la sueltas, tú y yo tendremos un serio altercado —le advirtió con el rostro lleno de rabia.

—Al ser los más cercanos a Thor, acordamos con el clan que decidiríamos cómo llevar a cabo nuestra venganza. ¿No es cierto? —rugió Caleb, amenazador.

Samael miró la nuca de Eileen y luego lo miró a él. Finalmente asintió con la cabeza.

—Bien, Samael. Tú te has encargado de su padre sin compartirlo ni conmigo ni con nadie. Cahal
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y Menw están aquí para atestiguarlo. ¿No es así? Los dos rubios asintieron.
d

Ja

—Entonces creo que es mi derecho disfrutar de Eileen yo solo —prosiguió Caleb. —Conmigo y
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para mí. No tengo por qué compartirla contigo, y si le tocas un sólo pelo más, te aseguro que te
orb

retaré a muerte. A ti, o a quien sea —miró a Menw y Cahal. —¿Queda claro?

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Eileen se sobresaltó al oír la determinación glacial con la que Caleb intentaba protegerla de

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ellos. Samael la soltó y dejó que sus colmillos retrocedieran.

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—Queda claro, Caleb.

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—¿Queda claro? —gritó mirando a los otros dos. —Clarísimo —respondieron intimidados.
eire

—Quiero mi venganza tanto como tú, Samael —le dijo más calmado. —Pero hay cosas que no
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las apruebo, como por ejemplo tu conducta de hoy. Cuando lleguemos a Inglaterra, tendremos
tin

una charla para recordarte cual es el código de conducta vanir. Eileen va a ser mía. No quiero que
el

la uséis y me la devolváis en mal estado. Hoy no la tocaréis.

Vaa

Caleb miró la bonita curva de la espalda de Eileen y sonrió de lado.
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—¿Y mañana? —preguntó Cahal.

—¿Quién sabe? Depende de cómo se comporte en la cama. Eileen deseó matarlo. Samael lo miraba fijamente sin contestarle.

—Ahora dejadlo todo limpio y sin pruebas. Nosotros os esperamos en los coches. Obedecieron sin rechistar. A la velocidad del viento, y desplegando un abanico de poderes increíbles, limpiaron el parqué, reconstruyeron los objetos rotos y enterraron los cuerpos en la tierra.

Caleb miró a la chica que tenía enfrente. Seguía pegada de cara a la pared. No osaba moverse ni abrir los ojos. Caminó hacia ella y colocó una mano fuerte y posesiva sobre su hombro obligándola a darse la vuelta.

Eileen se sacudió haciéndole entender que no quería que la tocase, pero Caleb la agarró con las manos y violentamente la giró hacia él.

—Ahora escúchame bi... —dejó de hablar cuando vio lo que el bruto de Samael le había hecho en la cara. Palideció todavía más cuando olió la sangre que salía del corte de su pómulo morado. Tarta de queso y fresas recién hecha.

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