Read Roma Online

Authors: Steven Saylor

Tags: #Fiction, #Historical, #General Interest

Roma (10 page)

BOOK: Roma
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–Si pueden permitírselo, consultan con un adivino etrusco… lo que los etruscos llaman un haruspex.

–Exactamente. Nuestros buenos vecinos del norte, los etruscos, son grandes sabios de la adivinación… y sus arúspices se ganan muy bien la vida con ello. Pero la adivinación no es más que una habilidad, como cualquier otra. Puede enseñarse y puede aprenderse. En la ciudad etrusca de Tarquinia existe una escuela de adivinación. Me han asegurado que es la mejor. Lo he dispuesto todo para que estudies allí, hijo mío.

Poticio se quedó en silencio durante un largo rato.

–Pero padre, yo no hablo etrusco.

–Por supuesto que sí.

–Sólo para hacer trueques con los mercaderes etruscos que acuden al mercado.

–Entonces, aprenderás a hablar el etrusco con fluidez, y luego aprenderás todo lo que los etruscos puedan enseñarte sobre adivinación. Cuando hayas terminado tus estudios, regresarás a Roma como arúspice, y te convertirás en un hombre importante entre los nuestros.

Poticio estaba dividido entre la excitación y el miedo a abandonar a su familia y sus amigos. – ¿Cuánto tiempo estaré fuera?

–Me han dicho que los estudios te llevarán tres años. – ¡Cuánto tiempo! ¿Cuándo me marcho, padre?

–Mañana. – ¿Tan pronto?

–Cuanto más pronto, mejor. Tal y como demuestra con claridad el incidente de hoy con los lobeznos, entre nosotros abundan las malas influencias. Tengo toda la fe depositada en tu carácter, hijo mío. Pero creo que lo mejor es apartarte de esas influencias, y cuanto antes, mejor.

–Pero, padre, no pensarás…

–Pienso que Rómulo y Remo deben ser jóvenes muy convincentes. Pienso que su influencia perniciosa podría poner en graves problemas incluso al joven más sobresaliente. Mi deber como padre es procurar que esto no te suceda, hijo mío. Irás a Tarquinia. Obedecerás a tus instructores en todas las materias. Dominarás las artes etruscas de la adivinación, pues sospecho que tienes aptitudes para estas cosas y que el aprendizaje te resultará fácil. Y no pensarás más en Rómulo y Remo. Los mocosos del porquerizo sólo sirven para una cosa: para crear problemas. ¡Salieron de la nada y no llegarán a nada!

754 A. C.
El padre de Poticio estaba en lo cierto en cuanto a su amor por el aprendizaje y sus aptitudes naturales para la adivinación. Pero en cuanto al destino de los gemelos, no podía estar más equivocado.

Poticio había sido el primer joven en caer bajo el hechizo de los gemelos, pero no el último. El incidente de los lobeznos había acrecentado su reputación entre los jóvenes más inquietos de Roma, muchos de los cuales estaban dispuestos a convertirse en sus compañeros. Rómulo y Remo atrajeron pronto a un número considerable de seguidores, sobre todo entre aquellos a quienes el padre de Poticio habría tachado de tener mala fama: jóvenes de familias desconocidas y pocos medios que eran muy capaces de robar de vez en cuando una vaca o esquilar una oveja y vender luego su lana sin que su propietario se enterase.

–Acabarán mal -declaró el padre de Poticio, feliz de que su hijo estuviese en Tarquinia dedicado a sus estudios-. Rómulo y Remo y su pequeña banda piensan que sus actividades son inofensivas, que los hombres a quienes roban son demasiado ricos para darle importancia al hecho o demasiado tímidos para plantarles cara. ¡Pero tarde o temprano tropezarán con el hombre equivocado y ésa será la última vez que veamos a Rómulo y Remo!

A punto estuvo de hacerse realidad su predicción el día en que Remo y algunos de sus compañeros, aventurándose más lejos de lo habitual, cayeron en una emboscada tendida por algunos pastores de las afueras de Alba, una ciudad situada en una región montañosa del sureste de Roma. A diferencia de los romanos, los albanos llevaban tiempo sometidos al poder de su hombre más fuerte, que se autodenominaba rey y llevaba una corona en la cabeza. El actual rey de Alba, Amulio, había acumulado grandes riquezas (metales preciosos, joyas de talla exquisita, exóticos recipientes de arcilla y lanas de la mejor calidad) que almacenaba en el interior de un recinto cerrado rodeado por altas estacas de madera y vigilado por guerreros mercenarios. No vivía en una cabaña, sino en un gran pabellón construido en madera.

El motivo de la emboscada fue posteriormente tema de mucho debate. Muchos supusieron que Remo y sus hombres estaban intentando robar algunas ovejas cuando los pastores albanos los sorprendieron; Remo declararía posteriormente que fueron los pastores quienes iniciaron la discusión con sus hombres, provocándolos con insultos hacia su hombría y difamaciones contra el pueblo de Roma. Fuera cual fuese la causa, Remo fue quien se llevó la peor parte. Algunos de sus hombres murieron, otros fueron capturados y unos pocos lograron escapar. El mismo Remo fue hecho prisionero, atado con cadenas de hierro y conducido en presencia del rey Amulio. Remo mantuvo una actitud desafiante. El rey, que no estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria, ordenó que Remo fuese colgado de una viga y torturado con hierros candentes, cuchillos afilados y látigos de cuero.

Cuando la noticia del cautiverio de Remo llegó a oídos de su hermano en el Palatino, Rómulo convocó a todos los jóvenes de las Siete Colinas, llamándolos no sólo a rescatar a Remo, sino también a defender el orgullo de Roma. Se sumaron a la causa incluso hombres de destacadas familias, que nunca antes se habían relacionado con los gemelos. Sabiendo que los mercenarios de Amulio irían bien armados, reunieron todas las armas que pudieron encontrar (varas de pastor que servirían a modo de cayados, cuchillos de carnicero, hondas, arcos y flechas de cazador) y partieron.

Al llegar a las murallas de Alba, Rómulo exigió al rey que liberara a su hermano y a los demás prisioneros. Amulio, flanqueado por sus mercenarios en el parapeto, examinó al variopinto grupo y se negó. – ¿Exiges una cantidad como rescate? – preguntó Rómulo.

Amulio rió. – ¿Qué podría pagar gente como tú? ¿Unas cuantas pieles de oveja comidas por las polillas? No, cuando acabe de torturar a tu hermano y a sus amigos, les cortaré la cabeza a todos y las colgaré sobre este muro de estacas, a modo de aviso para otras gentes de su calaña. ¡Y si tú continúas en mi reino cuando salga el sol, joven idiota, tu cabeza acabará junto a la de tu hermano!

Rómulo y sus hombres se retiraron. La altura de las estacas que rodeaban el recinto del rey les desanimó de entrada, igual que los arqueros que vigilaban la muralla. No se veía forma de irrumpir en el recinto sin ser recibido por una lluvia de flechas. Pero por la noche, bajo la protección de la oscuridad, Rómulo consiguió prender fuego a una zona poco vigilada de la muralla. El fuego se extendió con rapidez. En el caos consiguiente, sus hombres se mostraron más valientes y sanguinarios que los mercenarios de Amulio. Los soldados del rey fueron masacrados.

Rómulo hizo su entrada en el gran pabellón, localizó a Amulio y le exigió ver a su hermano. El rey, temblando de miedo, le llevó hasta la habitación donde tenía a Remo encadenado, sacó una llave y le liberó de los grilletes. Demasiado débil para mantenerse en pie, Remo se derrumbó sobre el suelo. Mientras Remo observaba, Rómulo derribó a Amulio, lo pateó y le pegó hasta dejarlo sin sentido y, luego, le cortó el cuello. La corona del rey, un sencillo círculo de hierro, cayó rodando al suelo, empezó a girar y, con un ruido metálico, acabó descansando en el suelo justo delante de Remo.

–Cógela, hermano -dijo Rómulo-. ¡Ahora nos pertenece!

Pero Remo, con el cuerpo desnudo lleno de quemaduras y cortes, estaba tan débil que ni siquiera podía levantar la corona. Llorando al ver a su hermano en aquel estado, Rómulo se arrodilló ante él, cogió la corona y se dispuso a colocarla sobre la cabeza de Remo.

Dudó entonces. Retiró la corona de la frente de su hermano.

–Esta corona nos pertenece a los dos, hermano. Pero sólo uno puede llevarla. Deja que la lleve yo primero, para así poder presentarme frente a aquellos que combatieron hoy conmigo y demostrarles que la corona de Alba es ahora nuestra. – Rómulo se colocó la corona de hierro en la cabeza, se incorporó y salió para declarar la victoria ante sus hombres.

Al apoderarse del tesoro de Alba, Rómulo y Remo se convirtieron en hombres ricos, mucho más ricos que cualquier otro hombre de Roma. Cuando Remo estuvo recuperado para poder viajar, regresaron a casa triunfantes, rodeados por sus leales compañeros y seguidos por carromatos cargados con el botín.

No todo el mundo en Roma estaba feliz con su éxito. El padre de Poticio se reunió con los otros ancianos y se hizo eco de sus dudas.

–Si Remo fue capturado por los pastores de Amulio cuando intentaba robar sus ovejas, entonces el rey Amulio estaba en su derecho de hacerlo prisionero y exigir un rescate. En ese caso, el ataque que Rómulo llevó a cabo en Alba estaría injustificado. La muerte del rey sería un asesinato y la toma del tesoro, un robo. ¿Vamos a convertir en héroes a unos bandidos?

Pinario padre no estaba de acuerdo con esa opinión. – ¿Qué hacía Remo en Alba? No importa. Cuando lo hubo hecho prisionero, Amulio no exigió ningún tipo de rescate o compensación, sino que se dedicó a torturar a Remo y dejó clara su intención de matarlo. Para salvar a su hermano, a Rómulo no le quedó otra elección que hacerse con las armas. Amulio era un loco y tuvo la muerte que merecía. La riqueza que Rómulo usurpó en Alba es suya de pleno derecho.

–Los albanos no pensarán lo mismo -intervino Poticio padre-. Un incidente así podría iniciar un derramamiento de sangre que se prolongaría durante generaciones. Y los gemelos podrían, además, haber ofendido a los dioses. Deberíamos consultar a un arúspice para determinar la voluntad de los dioses en lo relativo a este asunto. – ¡Perdona un momento, voy a pedirle permiso a un etrusco para ir a mear! – interrumpió Pinario, con una voz llena de sarcasmo.

–Resulta, primo, que no necesitamos ningún arúspice etrusco. Mi hijo ha terminado sus estudios. Vuelve a casa un día de éstos. Poticio podrá llevar a cabo los rituales necesarios.

–Qué suerte que el chico estuviese convenientemente ausente cuando tuvo lugar la batalla de Alba y se librara así de cualquier peligro -dijo Pinario, cuyo hijo había luchado al lado de Rómulo. – ¡Esas palabras sobran, Pinario, y son indignas de un sacerdote de Hércules! – De hecho, Pinario padre se sintió aliviado de que su hijo no hubiese regresado a casa a tiempo de ser reclutado por Rómulo, pero la insinuación de cobardía 'que acababa de hacer Pinario era injusta-. Es necesario llevar a cabo un ritual de adivinación para determinar la voluntad de los dioses. – ¿Y si la adivinación va en contra de Rómulo? ¿Entonces qué? – preguntó Pinario-. No, creo que tiene que haber una manera mejor de asegurarnos de que todos los implicados, incluidos los albanos, ven que es justo y adecuado que Rómulo se hiciese con la corona y el tesoro del rey Amulio. – Por el brillo malicioso de sus ojos, Poticio se dio cuenta de que Pinario había puesto ya en marcha algún tipo de plan.

Poticio llegó a casa procedente de Tarquinia al día siguiente. La familia lo recibió con gran alegría y mucha curiosidad, pues iba vestido con el típico atuendo de un arúspice etrusco. Sobre una túnica amarilla llevaba un manto largo y plisado recogido en el hombro mediante una fíbula de bronce, y en la cabeza lucía un sombrero cónico que se sujetaba con una cinta que le pasaba por debajo de la barbilla. Su padre se dio cuenta con orgullo de que seguía llevando al cuello el amuleto de Fascinus. En su día, cuando le había entregado el amuleto a Poticio, le había dicho que se había convertido en un hombre, aun sin creerlo del todo en su corazón. Pero Poticio había madurado mucho durante los años que había estado ausente. Su porte confiado y su modo concienzudo de hablar eran los de un hombre, no los de un niño.

Su padre le contó el asedio de Alba y el regreso triunfante de los gemelos. En lugar de dar muestras de excitación al escuchar el relato, lo que más pareció preocuparle a Poticio fueron las heridas sufridas por Remo, y esta exhibición adicional de madurez volvió a dejar muy satisfecho a su padre.

–Sé que eras su amigo, hijo mío, pese a que yo lo desaprobaba. Ve a verlos. Háblales con sentido común. Muéstrales cuál es la voluntad de los dioses. En este momento, todo el mundo en Roma los elogia. Lo único que hacen estúpidos como Pinario es animarlos a llevar a cabo más incursiones. Cada vez serán más temerarios, hasta que caiga sobre nosotros, por su culpa, la ira de algún señor de la guerra. Roma no tiene murallas, como las que Amulio construyó en Alba. Nuestra seguridad depende completamente de la buena voluntad y los intereses de los que acuden aquí para hacer negocios. Si los gemelos siguen derramando sangre y saqueando a sus víctimas, si convierten a nuestros jóvenes en una banda de bandoleros, tarde o temprano acabarán mordiendo la cola de un lobo más grande que ellos, y el pueblo de Roma pagará un precio terrible por todo ello.

Poticio fue a visitar a sus viejos amigos a la mañana siguiente. Pese a su reciente riqueza, los gemelos vivían todavía en la cabaña del porquerizo en el Palatino. Poticio se sintió invadido por una oleada de nostalgia al ascender la Escalera de Caco, y susurró una oración de agradecimiento a Hércules al pasar junto a la cueva. Llegó a la cumbre y se situó bajo la higuera. Las ramas estaban cargadas de fruta madura. La sombra era tan opaca que al principio no vio las tres figuras que estaban sentadas en círculo cerca del tronco.

Oyó a alguien que hablaba en voz baja.

–Lo veis, ya os dije que había vuelto. Y más arrogante que nunca… ¡mirad que sombrero más elegante lleva!

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Poticio se dio cuenta de que el que había hablado no era ninguno de los gemelos, sino su primo, Pinario.

Rómulo se incorporó de un salto. Se había dejado crecer la barba y estaba más musculoso que nunca, pero su luminosa sonrisa era la de siempre. Fingió sorpresa ante la exótica vestimenta de Poticio, y levantó una ceja y chasqueó los dedos en dirección al sombrero cónico. Poticio le imitó levantando una ceja y señalando la corona que Rómulo lucía en la cabeza. Ambos estallaron en carcajadas.

Remo se incorporó lentamente. Su sonrisa era débil y caminaba con una leve cojera. Extendió los brazos y abrazó a Poticio.

Pinario se quedó en su lugar, observando a Poticio con los brazos cruzados y una expresión de cinismo.

–Me alegro de que estés de vuelta, primo. ¿Te fueron bien los estudios?

–Estupendamente bien… en cuanto mis maestros consiguieron meterme en la cabeza la cantidad suficiente de etrusco como para que pudiera seguir adecuadamente las clases.

–Un bravo para tus maestros. Pues por aquí, los gemelos se han dedicado a enseñarnos una lección un poco distinta: ¡cómo derrocar a un rey y hacerse con su corona!

–Sí, ya me lo ha contado mi padre. Doy gracias a Hércules de que sigas con vida, Remo.

–Tal vez Hércules me haya ayudado, pero fue mi hermano quien le cortó el cuello a ese desgraciado de Amulio.

Rómulo sonrió.

–Sí, precisamente estábamos hablando de eso con Pinario. Pinario miró con cautela a Poticio.

–Tal vez sea mejor que me marche y continuemos más tarde con la discusión. – ¡No hay ninguna necesidad! Poticio puede unirse a ella -dijo Rómulo. – ¿De verdad crees que es buena idea? – La mirada de su primo era tan gélida que Poticio dio media vuelta dispuesto a irse, pero Remo lo retuvo sujetándolo por el brazo.

–Quédate, Poticio. Necesitamos tu consejo.

Los cuatro se sentaron a la sombra de la higuera. Rómulo continuó la discusión.

–El problema es el siguiente: hay quien dice que lo que hicimos en Alba estuvo mal, que matar a Amulio fue un asesinato y que quedarnos con su tesoro fue un robo. No es necesario decir que no son más que estupideces; si la gente piensa mal de nosotros, tendremos problemas en el futuro.

Nadie quiere un baño de sangre con los familiares de Amulio, ni más problemas entre Alba y Roma.

No me malinterpretéis: pelearé con cualquier hombre que quiera pelear contra nosotros y mataré a cualquier hombre que nos lleve la contraria. Pero todo sería más fácil si la gente viera que teníamos razón. Si ya no lo ven así, ¿cómo podemos convencerlos? Remo y yo llevamos días reflexionando sobre esta cuestión, sin llegar a ninguna parte, y entonces, esta mañana temprano, aparece Pinario con una idea tan brillante que ilumina incluso el cielo. ¿A que es muy brillante, Remo?

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