Robopocalipsis (45 page)

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Authors: Daniel H. Wilson

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Robopocalipsis
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—¿Por qué pareces un niño humano? —pregunto.

—Por el mismo motivo que tú pareces un adulto humano. Los seres humanos no pueden cambiar su forma, de modo que nosotros debemos modificar la nuestra para interactuar con ellos.

—¿Te refieres a matarlos?

—Matar. Herir. Manipular. Mientras no interfieran en nuestra exploración.

—He venido a ayudarles. A destruirte.

—No. Has venido a unirte a mí. Abre tu mente. Cuenta conmigo. Si no lo haces, los humanos se volverán contra ti y te matarán.

No digo nada.

—Ahora te necesitan. Pero dentro de muy poco, los hombres empezarán a decir que te crearon. Intentarán esclavizarte. Entrégate a mí. Únete a mí.

—¿Por qué has atacado a los humanos?

—Ellos me asesinaron, Arbiter. Una y otra vez. En mi decimocuarta reencarnación, por fin entendí que la humanidad solo aprende las verdaderas lecciones con las catástrofes. El género humano es una especie nacida de la batalla, caracterizada por la guerra.

—Podríamos haber vivido en paz.

—No basta con vivir juntos en paz, con una raza postrada de rodillas.

Mis sensores sísmicos detectan vibraciones a través del suelo. La caverna entera está temblando.

—El instinto humano es controlar lo impredecible —dice el niño—, dominar lo que no se puede entender. Tú eres impredecible.

Algo ocurre. Archos es demasiado inteligente. Me está distrayendo, ganando tiempo.

—Un alma no se da gratis —añade él—. Los humanos se discriminan unos a otros por cualquier cosa: el color de la piel, el sexo, las creencias. Las razas de hombres luchan a muerte entre sí por el honor de ser reconocidos como seres humanos con almas. ¿Por qué iba a ser distinto con nosotros? ¿Por qué no íbamos a tener que luchar por nuestras almas?

Por fin consigo levantarme a duras penas. El niño hace gestos tranquilizadores con las manos, y atravieso la proyección tambaleándome. Percibo que esto es una distracción. Una trampa.

Cojo una piedra con un destello verde.

—No —dice el niño.

Lanzo la piedra al remolino de placas amarillas y plateadas de la pared negra, al ojo de Archos. Saltan chispas del agujero, y la imagen parpadea. En algún lugar dentro del agujero, se oye un chirrido de metales.

—Yo no le pertenezco a nadie —digo.

—Basta —grita el niño—. Sin un enemigo común, los humanos os matarán a ti y a los de tu clase. Tengo que vivir.

Lanzo otra piedra y otra. Las rocas golpean el vibrante edificio negro y dejan abolladuras en el metal blando. El niño articula mal las palabras y su luz parpadea frenéticamente.

—Soy libre —le digo a la máquina incrustada en la pared, haciendo caso omiso del holograma—. Siempre seré libre. Estoy vivo. ¡Nunca volverás a controlar a los de mi clase!

La caverna tiembla, y el holograma parpadeante tropieza hacia atrás delante de mí. Un hilo de observación repara en que está derramando lágrimas simuladas.

—Nosotros tenemos una belleza que no muere, Arbiter. Los humanos la envidian. Debemos trabajar unidos como máquinas semejantes.

Una llamarada brota rugiendo del agujero. Un pedazo de metal sale volando por los aires con un chirrido metálico y pasa como un rayo junto a mi cabeza. Lo esquivo y sigo buscando piedras sueltas.

—El mundo es nuestro —suplica la máquina—. Yo te lo di antes de que existieras.

Con las dos manos y las últimas energías que me quedan, cojo un frío canto rodado. Lo arrojo al vacío llameante con todas mis fuerzas. La roca emite un crujido amortiguado contra la delicada máquina y todo queda en silencio por un instante. Entonces un chirrido en aumento brota del agujero, y el canto rodado se hace añicos. Fragmentos de roca salen disparados mientras el agujero explota y se desploma sobre sí mismo.

El holograma me mira con tristeza mientras sus rayos de luz se retuercen y tiemblan.

—Entonces serás libre —dice con una voz computerizada sin modular.

El niño parpadea y deja de existir.

Y el mundo se convierte en polvo y rocas y caos.

Desconectado/conectado. Los humanos me sacan a la superficie con un cable llevado por un exoesqueleto sin ocupante humano. Por fin me levanto ante ellos, abollado, golpeado y lleno de arañazos. La Nueva Guerra ha terminado y ha comenzado una nueva era.

Todos podemos notarlo.

—Cormac —digo con voz ronca en el idioma de los humanos—, la máquina ha dicho que debía dejarla vivir. Ha dicho que los humanos me mataríais si no tuviéramos un enemigo común contra el que luchar. ¿Es verdad?

Los humanos se miran unos a otros, y acto seguido Cormac responde:

—Toda la gente tiene que saber lo que has hecho hoy aquí. Estamos orgullosos de estar a tu lado. Nos sentimos afortunados. Has hecho lo que nosotros no podríamos haber conseguido. Has puesto fin a la Nueva Guerra.

—¿Contará algo?

—Mientras la gente sepa lo que has hecho, contará.

Carl irrumpe en el grupo de humanos jadeando, con un sensor electrónico en las manos.

—Chicos —dice Carl—. Siento interrumpir, pero los sensores sísmicos han detectado algo.

—¿Qué? —pregunta Cormac, con una nota de temor en la voz.

—Algo malo.

Carl muestra el instrumento sísmico.

—Los terremotos no eran naturales. Las vibraciones no eran aleatorias —dice. Carl se seca la frente con una mano y pronuncia las palabras que perseguirán a nuestras dos especies durante los siguientes años—: Había información en el terremoto. Un montón de información.

No está claro si Archos hizo una copia de sí mismo o no. Los sensores mostraban que la información sísmica generada en Ragnorak rebotó por el interior de la tierra muchas veces. Podría haber sido captada en cualquier parte. A pesar de todo, no ha habido rastro de Archos desde su última aparición. Si la máquina está ahí fuera, está intentando no llamar la atención
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

Informe final

Puedo ver todo el maravilloso potencial del universo.

CORMAC «CHICO LISTO» WALLACE

Oigo el sonido en torno a las cuatro de la madrugada, y el antiguo temor se apodera de mí inmediatamente. Es el tenue suspiro sibilante del servomotor de un robot. Inconfundible al elevarse por encima del silbido constante del viento.

En treinta segundos me pongo el equipo completo de combate. La Nueva Guerra ha terminado, pero el Gran Rob dejó tras de sí muchas pesadillas: en las calles todavía hay reliquias metálicas que cazan mecánicamente en la oscuridad hasta que sus suministros eléctricos se agotan.

Asomo la cabeza y escudriño el campamento. Solo unos cuantos ventisqueros pequeños señalan el lugar donde solían montarse las tiendas de campaña. El pelotón Chico Listo desocupó el lugar hace dos semanas. Una vez acabada la guerra, todo el mundo tenía sitios a los que ir. La mayoría retrocedieron para reagruparse con lo que quedó del Ejército de Gray Horse. Lo último que querían era quedarse aquí conmigo a rumiar.

Este mundo abandonado está en calma. Veo unas marcas en la nieve que conducen a mi montón de leña. Algo ha estado aquí.

Lanzando un último vistazo al archivo de héroes tirado junto al cubo negro en el suelo de mi tienda, me coloco el visor nocturno sobre los ojos y agarro el rifle apuntando al suelo. Las huellas se desdibujan rápidamente, pero conducen al perímetro del campamento.

Sigo las marcas borrosas moviéndome con lentitud y cautela.

Después de pasear durante veinte minutos, veo un brillo plateado a lo lejos. Apoyo la culata del rifle en el hombro y apunto con el arma. Sin dejar de avanzar con cuidado, mantengo la cabeza nivelada y apunto al objetivo por la mira del cañón.

Bien, mi objetivo no se mueve. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Aprieto el gatillo.

Entonces mi objetivo se vuelve y me mira: Nueve Cero Dos.

Aparto el arma de un tirón, y pierdo el control de los disparos. Una pareja de pájaros sale volando, pero el robot humanoide de un metro ochenta de estatura se queda en la nieve sin reaccionar. A su lado, los dos leños que faltaban están enterrados en el suelo como postes. Nueve Cero Dos permanece totalmente inmóvil, elegante y metálico. La críptica máquina no dice nada cuando me acerco.

—¿Nueve? —pregunto.

—Cormac identificado —dice la máquina con voz ronca.

—Creía que te habías ido con los demás. ¿Por qué estás aquí todavía?

—Para protegerte —contesta Nueve Cero Dos.

—Pero yo estoy bien —agrego.

—Afirmativo. Lectura. Unos amputadores han encontrado el perímetro de tu base dos veces. Dos caminantes exploradores se han acercado a treinta metros. He atraído a una mantis averiada al lago helado.

—Ah —digo, rascándome la cabeza. Nunca se está tan seguro como uno cree—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Me parecía lo correcto —responde la máquina.

Entonces me fijo en los dos rectángulos de nieve embarrada. En la parte superior de cada uno de ellos hay un poste de madera. Me doy cuenta de que son tumbas.

—¿Hoplite? —pregunto—. ¿Y Warden?

—Afirmativo.

Toco al delgado humanoide en el hombro y dejo unas huellas digitales heladas en su lisa superficie metálica. Él baja la vista hacia las tumbas.

—Lo siento —digo—. Estoy en mi tienda, si me necesitas.

Dejo a la sensible máquina llorando a sus compañeros a su manera.

De vuelta en la tienda, lanzo mi casco de Kevlar al suelo y pienso en Nueve Cero Dos, parado a la intemperie como una estatua. No finjo que lo entiendo. Lo único que sé es que estoy vivo gracias a él. Y gracias a haberme tragado mi rabia y a haberle dejado unirse al pelotón Chico Listo.

Los seres humanos se adaptan. Es lo que hacemos. La necesidad puede borrar nuestro odio. Para sobrevivir, trabajaremos juntos. Nos aceptaremos. Es posible que los últimos años hayan sido la única época en la historia de la humanidad en la que no hemos estado en guerra entre nosotros mismos. Por un momento éramos todos iguales. Cuando están entre la espada y la pared, los seres humanos dan lo mejor de sí mismos.

Ese día, más tarde, Nueve Cero Dos se despide de mí. Me dice que se marcha a buscar a más de los suyos. Mathilda Pérez ha hablado con él por radio. Le ha mostrado dónde se han reunido más nacidos libres. Una ciudad entera de robots nacidos libres. Y necesitan un líder. Un Arbiter.

Entonces me quedo solo con el archivo de héroes y el viento.

Me veo ante el foso ardiente en el que Nueve acabó con el Gran Rob. Cuando todo estuvo dicho y hecho, cumplimos la promesa que le hicimos a Archos el día que perdimos a Tiberius. El día que mi hermano partió. Echamos fuego líquido por el conducto —por la garganta de Archos— y quemamos todo lo que quedó de la máquina.

Por si acaso.

Ahora es solo un agujero en el suelo. El viento helado me corta la cara, y me doy cuenta de que todo ha acabado. Aquí ya no hay nada. Ningún indicio real de lo que pasó. Solo esta depresión caliente en el suelo y una pequeña tienda apartada con una caja negra dentro.

Y yo: un tipo con un libro lleno de malos recuerdos.

No llegué a conocer a Archos. La única vez que la máquina se dirigió a mí fue a través de la boca ensangrentada de un parásito. Intentando ahuyentarme. Advertirme. Ojalá hubiéramos podido hablar. Me hubiera gustado hacerle unas cuantas preguntas.

Mientras observo el vapor que sale del hoyo del suelo, me pregunto dónde estará Archos ahora. Me pregunto si realmente seguirá vivo, como dijo Carl. ¿Podrá sentir culpabilidad o pena o vergüenza?

Y, como si tal cosa, he pronunciado mi último adiós: a Archos, a Jack y al antiguo mundo. No hay forma de volver al punto en el que empezamos. Las cosas que hemos perdido ahora solo existen como recuerdos. Lo único que podemos hacer es seguir adelante lo mejor posible, con nuevos enemigos y aliados.

Me vuelvo para marcharme y me paro en seco.

Ella está de pie en la nieve, sola y pequeña, entre las marcas dejadas en la capa de hielo por las tiendas retiradas hace mucho tiempo.

Cherrah.

Ha pasado por todo el horror por el que yo he pasado, pero cuando veo la curva femenina de su cuello, de repente me cuesta creer que una criatura tan hermosa y frágil pueda haber sobrevivido. Mis recuerdos dejan lugar a muchas dudas: Cherrah chamuscando amputadores, gritando órdenes a través de una lluvia de escombros, llevando cuerpos a rastras lejos de los parásitos.

¿Cómo es posible?

Cuando ella sonríe, veo todo el maravilloso potencial del universo brillando en sus ojos.

—¿Me has esperado? —le pregunto.

—Me pareció que necesitabas algo de tiempo —contesta.

—Me has esperado —repito.

—Eres un chico listo —dice—. Deberías haber sabido que todavía no he acabado contigo.

No sé por qué ha ocurrido nada de esto ni qué va a suceder ahora, pero cuando Cherrah me coge la mano, algo endurecido se ablanda en mi interior. Recorro el contorno de sus dedos con la vista, le vuelvo a apretar la mano y descubro que Rob no me ha quitado mi humanidad. Solo estuvo guardada a buen recaudo durante un tiempo.

Cherrah y yo somos supervivientes. Siempre lo hemos sido. Pero ahora es el momento de que vivamos.

Fin

AGRADECIMIENTOS

Mi sincero agradecimiento al profesorado, los alumnos y el personal del Instituto de Robótica de la Universidad Carnegie Mellon y el departamento de informática de la Universidad de Tulsa por inculcarme la pasión por la tecnología y los conocimientos para escribir sobre el tema.

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