Robopocalipsis (37 page)

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Authors: Daniel H. Wilson

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Robopocalipsis
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Mis brazos rodantes —los
senshi
— ya se han reunido en formación defensiva alrededor de los vulnerables humanos. En lo alto, el
senshi
mayor, un enorme puente grúa, se ha colocado sin hacer ruido encima del trono. Sus dos fuertes brazos cuelgan en el aire, preparados para defender el campo de batalla.

Una vez más, nos atacan.

Corro hacia la hilera de monitores de vídeo que rodean el trono y solo veo interferencias. Los
akuma
no me dejan observar el ataque que se está produciendo en el exterior. Nunca antes habían podido hacerlo.

Esta vez intuyo que la embestida no tendrá fin. He llegado demasiado lejos. Vivir aquí es una cosa, pero ¿poner en peligro a todos los humanoides del ejército de
akuma
? El gran
akuma
no descansará hasta que yo esté muerto: hasta que mi secreto quede destruido dentro de mi frágil cráneo.

Pom. Pom. Pom.

Los golpes rítmicos parecen provenir de todas partes. Los
akuma
se están abriendo paso a golpes a través de nuestras gruesas fortificaciones defensivas sin descanso. Cada ruido sordo que oímos equivale a una bomba que explotara en el exterior. Me acuerdo de mi foso defensivo y me río para mis adentros. Cuánto ha cambiado desde aquellos tiempos.

Contemplo el campo de batalla. Mi gente está allí acobardada, asustada e incapaz de impedir la matanza que se avecina. Mi gente. Mi castillo. Mi reina. Todo perecerá a menos que el
akuma
me arrebate el terrible secreto. Lógicamente, solo hay una posible medida honorable que tomar.

—Debo detener el ataque.

—Sí —afirma Mikiko—. Lo sé.

—Entonces sabrás que debo entregarme. El secreto de tu despertar debe morir conmigo. Solo entonces el
akuma
verá que no suponemos una amenaza.

La risa de ella suena como una delicada copa al romperse.

—Querido Takeo —dice—. No tenemos que destruir el secreto, solo compartirlo.

Y entonces, ataviada con su vestido rojo de cerezas, Mikiko levanta sus esbeltos brazos. Tira de una larga cinta del pelo y sus canosos mechones sintéticos caen en cascada sobre sus hombros. Cierra los ojos, y la grúa alarga el brazo y tira de un cable que cuelga del techo. El castigado brazo amarillo desciende grácilmente a través del aire y suelta el cable metálico, que aterriza en los pálidos dedos extendidos de Mikiko.

—Takeo —dice—, no eres el único que conoce el secreto del despertar. Yo también lo conozco y se lo transmitiré al mundo, donde se pueda repetir una y otra vez.

—¿Cómo lo…?

—Si el conocimiento se difunde, no se puede erradicar.

Ata la cinta con adornos metálicos al cable. Se oye el rumor de la batalla que prosigue con fuerza en el exterior. Los
senshi
aguardan pacientemente, con sus luces de intención verdes parpadeando en la inmensa sala sombría. Falta poco.

Mi gente observa cómo Mikiko desciende por la escalera, arrastrando la cinta roja con la mano. Su boca se abre formando una O rosada y empieza a cantar. Su voz clara resuena por toda la fábrica. Rebota en el elevado techo y reverbera en el pulido suelo metálico.

La gente deja de hablar y de buscar intrusos en las paredes, y miran a Mikiko. Su canción es evocadora y hermosa. No contiene palabras reconocibles, pero las pautas de su lenguaje son inconfundibles. Intercala las notas con las explosiones amortiguadas y los gritos cortantes del metal al doblarse.

Cuando empiezan a llover chispas del techo, mi gente se apiña pero no se deja llevar por el pánico. Caen trozos de escombros. En un súbito movimiento, el brazo de la grúa coge un pedazo de metal dentado que cae. A pesar de todo, la voz de Mikiko resuena clara y fuerte a través de la estancia.

Me doy cuenta de que un equipo de
akuma
han abierto una brecha en las defensas exteriores. Todavía no resultan visibles, pero su violencia se puede oír mientras sacuden los muros de mi castillo. Un chorro de chispas sale de un muro y aparece una fisura candente. Tras varios impactos ensordecedores, el metal reblandecido se separa y deja a la vista un hueco oscuro.

Una máquina enemiga manchada de hollín y deformada por el calor de una feroz arma del exterior atraviesa el agujero retorciéndose. Los
senshi
se mantienen firmes, protegiendo a la gente mientras esa cosa sucia y plateada cae al suelo.

Mikiko sigue cantando su agridulce canción.

El intruso se levanta, y veo que es un robot humanoide fuertemente armado y lleno de marcas de batalla. En el pasado, esa máquina fue un arma utilizada por las Fuerzas de Autodefensa de Japón, pero eso fue hace mucho tiempo, y advierto que en el armazón de ese pedazo de muerte andante brillan muchas modificaciones.

A través del trozo de pared destruida, distingo los haces de los disparos de las armas y unas formas fugaces que atraviesan como una flecha la zona de guerra. Pero este robot humanoide, alto, esbelto y elegante, permanece inmóvil, como si estuviera esperando algo.

La canción de Mikiko concluye.

Es entonces cuando el atacante se mueve. Se dirige resueltamente al borde del perímetro de mis
senshi
y se queda fuera de su alcance. La gente se arredra ante esa arma curtida en la batalla. Mis
senshi
se mantienen firmes, mortales en su quietud. Una vez acabada la canción, Mikiko se queda en el último escalón, al pie del estrado. Ve al recién llegado y lo observa con una expresión de desconcierto en la cara. A continuación sonríe.

—Por favor —dice, y su voz resuena melódicamente—, habla.

El humanoide cubierto de polvo habla entonces con una voz metálica y rechinante que resulta aterradora y difícil de entender.

—Identificación. Robot humanoide de seguridad y pacificación de clase Arbiter. Notificar. Mi pelotón es el doce. Nos están atacando. Estamos vivos. Preguntar al emperador Nomura. ¿Podemos ir al castillo de Adachi? ¿Podemos unirnos a la resistencia de Tokio?

Miro a Mikiko asombrado. Su canción ya se está propagando. «¿Qué significa esto?»

Mi gente me mira en busca de consejo. No saben qué pensar de ese antiguo enemigo que ha aparecido en nuestra puerta. Pero no hay tiempo para hablar con la gente. Requiere demasiada concentración y es terriblemente ineficiente. En lugar de ello, me subo las gafas en la nariz y cojo mi caja de herramientas de detrás del alto trono.

Con la caja de herramientas en la mano, bajo la escalera corriendo. Aprieto la mano de Mikiko al pasar y me abro paso a empujones entre los demás. Cuando llego hasta el robot Arbiter estoy silbando, pensando con ilusión en el futuro. El castillo de Adachi tiene nuevos amigos, y desde luego necesitan reparaciones.

Al cabo de veinticuatro horas, el Despertar se difundió por todo el mundo desde el distrito de Adachi, en Tokio. La canción de Mikiko fue sintonizada y retransmitida en los principales continentes por robots humanoides de todas las variedades. El Despertar afectó solo a los robots con forma humana, como los domésticos, las unidades de seguridad y pacificación y modelos relacionados: un pequeño porcentaje de la fuerza total de Archos. Pero con la canción de Mikiko, dio comienzo la era de los robots nacidos libres
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

5. El velo, levantado

Todo es oscuridad.

NUEVE CERO DOS

NUEVA GUERRA + 1 AÑO Y 10 MESES

Los robots humanoides de todo el mundo despertaron a la conciencia después del Despertar iniciado por el señor Takeo Nomura y su consorte. Esas máquinas llegaron a ser conocidas como «nacidos libres». El siguiente relato pertenece a una de esas máquinas: un robot de seguridad y pacificación modificado (Modelo 902 Arbiter) que decidió llamarse apropiadamente Nueve Cero Dos
.

CORMAC WALLACE, MIL#EGH217

21:43:03

Secuencia de arranque iniciada.

Diagnóstico de fuente de alimentación completo.

Diagnóstico de bajo nivel. Forma humanoide modelo Nueve Cero Dos Arbiter. Detectar cubierta modificada. Garantía inactiva.

Paquete de sensores detectado.

Activar comunicaciones por radio. Interferencias. No hay entrada de datos.

Activar percepción auditiva. Rastrear entrada de datos.

Activar percepción química. Oxígeno cero. Rastrear explosivos. No hay contaminación tóxica. Flujo de aire cero. Fuga de petróleo detectada. No hay entrada de datos.

Activar unidad de medición inercial. Actitud horizontal. Estática. No hay entrada de datos.

Activar sensores de telemetría ultrasónicos. Carcasa cerrada herméticamente. Dos metros y cuarenta centímetros por sesenta centímetros por sesenta centímetros. No hay entrada de datos.

Activar campo de visión. Amplio espectro. Función normal. Luz no visible.

Activar hilos de pensamiento principales. Surgiendo campos de probabilidad. Hilo de pensamiento de probabilidad máxima activo.

Preguntar: «¿Qué me está pasando?».

Respuesta de probabilidad máxima: «Vida».

Todo es oscuridad.

Perplejo, mis ojos parpadean y activan los infrarrojos. Surgen detalles en tonos rojos. En el aire flotan partículas que reflejan la luz infrarroja. Mi cara se orienta hacia abajo. Un cuerpo gris claro se estira debajo. Los brazos cruzados sobre un estrecho torso. Cinco largos dedos por mano. Extremidades delgadas y fuertes.

Un número de serie resulta visible en el muslo derecho. Ampliar. Identificación: robot humanoide modelo Nueve Cero Dos Arbiter.

Especificación completa. Información de diagnóstico confirmada.

Soy Nueve Cero Dos.

Este es mi cuerpo. Mide dos metros y un centímetro de estatura. Pesa noventa kilos. Factor de forma humanoide. Dedos de las manos y de los pies articulados individualmente. Fuente de alimentación recargable cinéticamente con treinta años de vida operativa. Niveles de temperatura tolerables: entre cincuenta grados bajo cero y ciento treinta.

Mi cuerpo fue fabricado hace seis años por la empresa Foster-Grumman. Las instrucciones originales indican que mi cuerpo es una unidad de seguridad y pacificación destinada a ser usada en el este de Afganistán. Punto de origen: fuerte Collins, Colorado. Hace seis meses, esta plataforma fue modificada mientras estaba desconectada. Ahora está conectada.

«¿Qué soy?»

Este cuerpo soy yo. Yo soy este cuerpo. Y soy consciente.

Activar propiocepción. Articulaciones localizadas. Ángulos calculados. Estoy tumbado boca arriba. Está oscuro y en silencio. No sé dónde estoy. Mi reloj interno dice que han pasado tres años desde mi fecha de entrega prevista.

Escucho.

Al cabo de treinta segundos, oigo unas voces apagadas: altas frecuencias transmitidas a través del aire y bajas frecuencias a través del revestimiento metálico del contenedor.

Reconocimiento de voz activado. Descargado corpus de idioma.

—¿… por qué iban los robots a destruir… su propio arsenal? —dice una voz aguda.

—… culpa tuya, joder… que nos maten —contesta una voz grave.

—… no era mi intención… —añade la voz aguda.

—¿… abrirlo? —pregunta la voz grave.

Puede que dentro de poco tenga que utilizar mi cuerpo. Ejecuto un programa de diagnóstico de bajo nivel. Mis extremidades se mueven ligeramente, conectando las entradas de datos con las salidas. Todo funciona.

La tapa del contenedor se abre un poco. Hay un susurro, el precinto se rompe, y el ambiente se ecualiza. La luz inunda mi visión infrarroja. Parpadeo y regreso al espectro visible. Clic, clic.

Una cara ancha con barba se cierne en la franja de luz con los ojos muy abiertos. Un humano.

Reconocimiento facial. Nulo.

Reconocimiento emocional activado.

Sorpresa. Miedo. Ira.

La tapa se vuelve a cerrar. Echan un cerrojo.

—… destruirlo… —dice la voz grave.

Es curioso. Ahora, cuando sé que quieren matarme, me doy cuenta de lo mucho que deseo vivir. Aparto los brazos del pecho y me agarro los codos contra la tapa posterior del contenedor. Cierro los puños con fuerza. Súbitamente, con la fuerza de un martillo neumático, asesto un puñetazo al contenedor.

—¡… despierto! —exclama la voz aguda.

La respuesta de la resonancia vibracional me indica que la tapa está hecha de un sustrato de acero. Concuerda con las especificaciones de los contenedores de transporte de las unidades de seguridad y pacificación. Una consulta en la base de datos me indica que los cerrojos y el equipo de activación están fuera, cuarenta y cinco centímetros por debajo del reposacabezas.

—… aquí a buscar en la basura. No a morir… —puntualiza la voz grave.

El siguiente puñetazo impacta en la zona dentada a la izquierda del anterior golpe. Después de seis puñetazos más, aparece un agujero en el metal deformado: una brecha del tamaño de un puño. Empiezo a separar el metal, abriendo más el orificio.

—¡… no! Vuelve… —dice la voz aguda.

A través del agujero cada vez más grande, oigo un ruido metálico. Al comparar el fragmento de sonido con un diccionario de muestras marciales, obtengo una coincidencia de alta probabilidad: la corredera de una pistola semiautomática Heckler & Koch USP de 9 milímetros. Probabilidad de encasquillamiento mínima. Capacidad máxima del cargador, quince balas. No tiene desenganche del cargador ambidiestro, de modo que es probable que la empuñe un disparador diestro. Capacidad de múltiples impactos de alta cinética que pueden resultar en posibles daños de mi cubierta exterior.

Extraigo el brazo derecho por el agujero y busco donde mis especificaciones indican que está el cerrojo. Lo palpo, tiro de él, y la tapa del contenedor se abre. Oigo la presión del gatillo y retiro el brazo. Una décima de segundo más tarde, una bala atraviesa velozmente la superficie del contenedor.

¡Pum!

Quedan catorce balas antes de la recarga, suponiendo que el cargador esté lleno. El tiempo de trayectoria entre la presión del gatillo y el estallido indica que tengo un solo adversario aproximadamente a siete metros a las seis en punto. Definitivamente diestro.

Además, la tapa del contenedor parece ser un escudo efectivo.

Introduzco dos dedos de la mano izquierda por el agujero y bajo la tapa con firmeza, y a continuación concentro cuatro puñetazos de la mano derecha en la bisagra superior del interior. La bisagra cede.

Otro disparo. Inefectivo. Estimo que quedan trece balas.

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