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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (38 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Thejuwes are

The men That

Will not

be Blamed

for notbing.

[Los judíos son los hombres a quienes no se culpará de nada.]

Long recogió el trapo, que era un trozo de delantal empapado en sangre, y de inmediato registró las escaleras del número 100-119. Con posterioridad, durante el proceso por el asesinato de Catherine Eddows, declaró: «No interrogué a los vecinos. Había seis o siete escaleras. Las registré todas, pero no encontré huellas ni manchas de sangre.»

Debería haber hablado con todos los vecinos. Es posible que quienquiera que arrojara el trozo de delantal hubiera entrado en el edificio. El propio Destripador podría haber vivido allí. O estar escondido dentro. Long sacó su cuaderno, copió la leyenda de la pared, que estaba escrita con tiza, y corrió a la comisaría de Commercial Street. Era importante que informase de su descubrimiento, y no iba acompañado. Es probable que estuviera asustado.

El agente de policía Long, que había pasado por el mismo pasadizo de Goulston Street a las dos y veinte de la madrugada, juró en su declaración que a esa hora el trapo no estaba ahí. También afirmó que no podía asegurar que el mensaje de tiza se hubiera «escrito muy recientemente». Tal vez aquel comentario racista llevaba un tiempo allí, y fue sólo una coincidencia que el trapo ensangrentado se encontrara debajo. La teoría más aceptada y razonable siempre ha sido que el Destripador escribió esas palabras ofensivas justo después de asesinar a Catherine Eddows. No sería lógico que una injuria contra los judíos permaneciera horas o días en la entrada de un edificio ocupado por judíos.

La leyenda de la pared sigue siendo objeto de polémica. El mensaje que, al parecer, dejó el Destripador estaba escrito con letra legible, y en los archivos de la policía metropolitana encontré dos versiones diferentes. Long era un hombre minucioso. Las copias que hizo en su cuaderno son casi idénticas, lo que sugiere que se ajustan a lo que vio en la pared. Sus duplicados recuerdan a la letra de Sickert. La «T» mayúscula se parece mucho a las de la carta del Destripador del 25 de septiembre. Pero es peligroso —e inútil en los tribunales— establecer comparaciones caligráficas con una «copia», por fiel que sea ésta.

Mucha gente se ha empeñado en descifrar esta leyenda. ¿Por qué decía
juwes
en lugar
de jews,
que es la forma correcta? Es posible que se tratase de un simple garabato escrito con el fin de suscitar la conmoción que suscitó. Al Destripador le gustaba escribir. Se aseguraba de que su presencia no pasara inadvertida. Igual que Sickert, quien también tenía la costumbre de escribir notas con tiza en las oscuras paredes de sus estudios. No hay ninguna fotografía de la inscripción del caso de Catherine Eddows, ya que Charles Warren insistió en que se borrara de inmediato. Pronto saldría el sol, y si la comunidad judía veía esas palabras en la pared, se armaría una buena.

Lo último que necesitaba Warren era una nueva revuelta. En consecuencia, tomó otra decisión estúpida. Mientras esperaban impacientes la llegada de la pesada cámara de madera, sus hombres le enviaron un mensaje en el que sugerían que podrían borrar la primera línea, que contenía la palabra «judíos», y preservar el resto para fotografiarlo y someterlo a un análisis grafológico. «De ninguna manera», respondió Warren. La gente empezaba a salir a la calle. La cámara no llegó a tiempo, y la inscripción se borró.

Nadie dudó de que el trozo de tela que había encontrado el agente Long pertenecía al delantal blanco que llevaba Catherine Eddows encima de la ropa. El doctor Gordon Brown declaró que no había forma de determinar si la sangre hallada en la tela era humana (a pesar de que St. Bartholomew, el hospital más antiguo de Londres y sede de una de las mejores facultades de medicina del país, estaba a un paso de allí, en la misma City). El médico podría haber enviado la ensangrentada tela a un microscopista. Pero al menos se le ocurrió atar los extremos del estómago de Catherine y enviarlo a analizar, por si contenía narcóticos. No los contenía. El Destripador no drogaba a sus víctimas para inmovilizarlas antes de matarlas.

Sospecho que ni el doctor Brown ni la policía concedieron la menor importancia a la cuestión de la sangre. El retazo de tela ensangrentado coincidía con la parte que habían cortado del delantal de Catherine, y la prueba de que la sangre era humana no habría servido de nada en el juicio de un sospechoso. Es posible que la negativa a analizar la sangre fuera una táctica inteligente. Aunque hubiesen demostrado que era humana, no habrían podido probar que pertenecía a Catherine.

La policía llegó a la conclusión de que el asesino había cortado el delantal para limpiarse las manos, que estarían sucias de sangre y materia fecal. Por alguna razón llevó la mugrienta tela consigo mientras salía de la City y regresaba a Whitechapel. Cuando se escondió en la entrada del edificio de Goulston Street para escribir la nota en la pared, decidió desprenderse del trozo de delantal, quizá mientras rebuscaba en sus bolsillos para encontrar la tiza, que, supongo, llevaba encima por casualidad.

Nadie pensó que el retazo de delantal ensangrentado formara parte de los juegos del Destripador, ni tampoco que su visita a Goulston Street fuera otra de sus continuas burlas a la autoridad. Me llama la atención que la policía no se preguntase por qué el asesino llevaba una tiza. ¿Acaso era habitual que los habitantes del East End salieran a la calle con tizas en los bolsillos? ¿O incluso que tuvieran tizas? Tal vez deberían haber deducido que el Destripador la había llevado consigo porque tenía planeado escribir su mensaje racista —o algo parecido— después de asesinar a su víctima.

Al salir de Mitre Square y dirigirse a Goulston Street, el Destripador prácticamente regresó al escenario del crimen de Elizabeth Stride. Con toda probabilidad, salió de la plaza por Church Passage y continuó el itinerario por Houndsditch, Gravel Lanc, Stoney Lane y Petticoat Lane, la calle que recorrió años después durante su inquietante excursión en la niebla, cuando salió con su maletín y arrastró consigo a Marjorie Lilly y a una amiga de ésta. La policía no podía creer que el asesino hubiera actuado con semejante temeridad. Había agentes y detectives por todas partes. Los defensores de la ley habrían sacado más provecho si hubieran dedicado su energía a analizar el absurdo retroceso del Destripador y el hecho de que llevara consigo una tiza, en lugar de quedarse atascados buscando el significado de la palabra
juwes.

«Viste 8 trajes, muchos sombreros llevo», escribió el Destripador en un poema de ochenta y un versos que envió al «Jefe de la Gran Scotland Yard» el 8 de noviembre del año siguiente. «El hombre es listo: rápido, y no deja rastro […]» Su objetivo es «destruir a las sucias y detestables rameras de la noche
Desoladas, perdidas, abatidas, andrajosas y delgadas
Asiduas a los teatros y los espectáculos de variedades, y bebedoras de la diabólica ginebra».

Para Walter Sickert habría sido un gran «ja, ja» regresar al lugar donde había matado a Elizabeth Stride y preguntarle a un agente qué pasaba. En el mismo poema de 1889, el Destripador se jacta de esta guisa: «Hablé con un policía que lo había visto todo/ Y me informó de que lo había hecho un Matarife en la noche […]/ Le dije que deberían atraparlo/ Diga otra palabra, amigo, y lo arresto.»

«Una noche lejana a un policía encontré/ Conversamos y bajé por la calle con él.»

El poema de 1889 estaba «archivado con los demás». Nadie prestó atención a la peculiaridad de la impresión ni a las ingeniosas rimas, que no parecen obra de un analfabeto o un loco. La referencia a los teatros y espectáculos de variedades, donde el Destripador ve «rameras», debería haberse tomado como una pista. Un par de agentes de paisano podrían haber empezado a frecuentar esos lugares. Sickert pasaba muchas veladas en el teatro y las salas de variedades, cosa que difícilmente harían los carniceros pobres y los rufianes del East End.

En el poema de 1889, el Destripador reconoce que lee los periódicos, y que le ofende mucho que lo llamen «demente». «Siempre actúo solo», explica, contradiciendo la difundida teoría de que tenía un cómplice. «No fumo ni abrevo ni pruebo la ginebra.»

«Abrevar» era la expresión coloquial para «beber en exceso», cosa que Sickert no hacía, al menos en ese período de su vida. Y si bebía, era difícil que probase la repugnante ginebra de la época. No fumaba cigarrillos, aunque le gustaban los puros y se volvió adicto a ellos en la vejez.

«Aunque autodidacta, sé escribir y deletrear», apuntó el Destripador.

Algunos versos del poema son difíciles de descifrar, y o bien repitió la palabra
knacker,
o usó también
knocker. Knacker
significaba «matarife de caballos».
Knocker,
en el lenguaje de la calle, era la persona que vestía ropa elegante u ostentosa. Sickert no era matarife, pero la policía difundió la teoría de que éste podía ser el oficio del Destripador.

Aunque la poesía no era la disciplina que mejor se le daba, Sickert solía añadir versos a sus cartas, o componer rimas tontas y originales con la música de las canciones de variedades. «He compuesto un poema para Ethel», escribió años después, cuando su amiga Ethel Sands trabajó como voluntaria en la Cruz Roja.

En el hombro la sonda

el termómetro al costado

Curarás a un soldado

tu satisfacción será honda

En otra carta, dejó constancia de unos versos sobre la «pertinaz llovizna» de Normandía.

No puede eternamente continuar

Lo haría si pudiera

Pero de qué sirve hablar

Si no podría aunque quisiera

En una misiva que el Destripador envió en octubre de 1896 a la comisaría de policía de Commercial Street, en Whitechapel, se burló de los agentes de la ley diciendo: «Los judíos
[jewes]
son gente a la que nunca se culpa de nada.» La ortografía de «judíos» fue objeto de un acalorado debate durante el proceso por asesinato de Catherine Eddows, y el juez de instrucción preguntó a la policía en repetidas ocasiones si la palabra era juwes o jewes. Aunque se suponía que el Destripador ya estaba muerto en 1896 —según el jefe de la policía Melville Macnaghten— esta carta preocupó lo suficiente a las autoridades para que se redactasen varios memorandos al respecto:

«Ruego tomen en consideración la carta adjunta, recibida por correo el 14 del corriente. Firmada con el nombre Jack el Destripador, quien la escribe dice que acaba de regresar del extranjero y que planea volver a las andadas en cuanto tenga ocasión», escribió en un informe especial el supervisor George Payne, de la comisaría de Commercial Street. «La carta se parece a las que recibió la policía durante los crímenes de 1888 y 1889 en la zona. Se ha advertido a los agentes que se mantengan alerta.»

Se envió telegramas a todas las divisiones, pidiendo a la policía que se mantuviera «en guardia, pero al mismo tiempo guardando esta información en secreto. El autor de la carta sin duda considera que ésta es una gran broma a costa de la policía». El 18 de octubre de 1896, un inspector jefe escribió en un informe especial que había comparado esta carta reciente con las antiguas de Jack el Destripador y que no había «encontrado semejanza alguna en la caligrafía, salvo en dos misivas memorables que se enviaron a la "oficina de Central News"; una es del 25 de septiembre de 1888, y la otra una tarjeta con matasellos del 1 de octubre de 1888».

La gran incoherencia del informe del inspector jefe es que primero dice que no hay semejanzas entre la carta reciente y las anteriores, pero luego procede a señalar semejanzas: «Encuentro muchas similitudes en la formación de las letras. Por ejemplo, las "y", las "t" y las "w" se parecen mucho. Además hay varias palabras que se repiten en ambos documentos.» Sin embargo, la conclusión del inspector jefe es la siguiente: «Debo observar que no doy importancia alguna a esta comunicación.» El jefe del Departamento de Investigación Criminal, Donald Swanson, estuvo de acuerdo: «En mi opinión, la caligrafía no coincide —escribió debajo del informe del inspector—. Ruego que la carta se archive con otras similares. Seria lamentable que se difundiera.»

La policía no dio credibilidad a la carta de 1896, y ésta no se publicó en los periódicos. El Destripador había desaparecido; lo habían ahuyentado con exorcismos. Ya no existía. Puede que no hubiera existido nunca, que sólo fuera un desalmado que había matado a unas cuantas prostitutas y que todas las cartas procedieran de chiflados. Paradójicamente, el Destripador volvió a convertirse en un «don nadie», al menos para la policía, a la que le convenía negar su existencia.

Cabría preguntarse —y supongo que siempre quedará la duda— si Sickert cometió otros asesinatos además de los que se atribuyeron al Destripador. Las fechorías de un asesino en serie no empiezan ni terminan de golpe. El Destripador no fue una excepción y, como tantos otros asesinos en serie, no restringió su campo de acción a una localidad, y mucho menos a una zona fuertemente vigilada donde lo buscaban miles de ciudadanos ansiosos. Habría sido muy arriesgado escribir cartas para reivindicar todos y cada uno de sus crímenes, y no creo que el Destripador lo hiciera. Sickert se crecía con la publicidad y los juegos. Pero primero estaba su necesidad de matar y de que no lo pillaran.

Once meses después de que el Destripador enviara la carta de 1896, el miércoles 15 de septiembre, una joven de veinte años llamada Emma Johnson desapareció cuando regresaba andando a su casa en los alrededores de Windsor, a unos treinta kilómetros al este de Londres. Al día siguiente, dos mujeres que cogían moras cerca de Maidenhead Road encontraron dos enaguas cubiertas de barro, una camiseta ensangrentada y un abrigo negro en una zanja, debajo de unos arbustos.

El viernes 17 de septiembre se denunció la desaparición ante la policía de Berkshire, que organizó una partida de búsqueda. La ropa era de Emma. El domingo, en el mismo campo donde las mujeres habían estado recogiendo moras, un campesino encontró una falda, un corpiño, un sobrecuello y unos manguitos en otra zanja. En la orilla de un cenagoso brazo del Támesis, la madre de Emma descubrió el corsé de su hija. Cerca de allí había huellas de una bota femenina y unos surcos en la tierra que sugerían que alguien había arrastrado un objeto pesado hacia el sucio arroyo.

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