Qualinost (28 page)

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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

BOOK: Qualinost
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Además, Tanis se sentía demasiado orgulloso de su espada para no llevarla consigo. Los adornos de la guarda lanzaban fríos destellos con la mortecina luz de amanecer, semejando jirones de humo plateado que se hubieran solidificado. En el centro de la guarda...

—¡Flint! —El enano, subido a lomos de la mula, alzó la vista—. Has fijado el amuleto de mi madre a la empuñadura.

Tyresian y Miral volvieron la vista hacia el semielfo.

—Bueno,
prometía
Ailea que lo haría, ¿no? —dijo con malhumor el enano—. Me llevó más de dos horas. Tuve que hacer agujeros en el amuleto y en la guarda, cosa que, he de añadir, me rompió el corazón, y después sujetarlo por medio de un eslabón de cadena. Es sorprendente lo que uno puede llegar a hacer por una damisela atribulada.

Tanis sonrió y se encogió de hombros. Habían quedado muy atrás los tiempos en que el apelativo «damisela» fuera adecuado para una anciana como la partera, pero sospechaba que el enano estaba agradablemente impresionado por tía Ailea, a pesar de las centurias que los separaban.

La voz de Tyresian se alzó sobre el murmullo de las charlas.

—¿Todo el mundo listo? —preguntó con tono comedido. Tanis tuvo que admitir que el noble poseía dotes de mando.

El semielfo dio unas palmadas a la vaina de su espada. Además de ésta y las flechas, iba equipado con el arco corto, colgado en bandolera; también llevaba una cantimplora de vino, por si alguien resultaba herido. Tras hacer un repaso de todos sus pertrechos, Tanis asintió en silencio. Sí, estaba preparado.

Un noble elfo, uno de los que Tanis no recordaba el nombre, condujo su montura y la situó de cara al grupo, con el propósito de elevar una plegaria antes de dar comienzo a la caza. Era un hombre delgado, de rostro afilado y duros ojos grises.

—Hoy elevamos nuestra plegaria a Kiri-Jolith, dios guerrero del Bien, protector de los que luchan por una causa justa —comenzó el noble. Los voluntarios inclinaron las cabezas—. Le pedimos que nos acompañe en la búsqueda y nos apoye cuando nos enfrentemos a esta horrenda criatura que asuela nuestras tierras y ha matado a varios de nuestros hermanos elfos.

Tanis oyó resoplar a Flint con desdén.

—También esa bestia estuvo a punto de matar a uno de sus «hermanos enanos» hace cuatro días —rezongó.

Tanis lo chistó para que se callara.

—De igual modo, pedimos la intercesión de Habbakuk, dios del reino animal. Que su pericia en terrenos agrestes su conocimiento de la armonía con la naturaleza estén hoy con nosotros.

»
Y, si es voluntad del destino que uno de nosotros no regrese hoy, acoge tú, Habbakuk, su alma. Que así sea.

—Que así sea —repitieron todos.

Entonces el corneta hizo sonar de nuevo la trompeta, y los cazadores azuzaron a sus monturas y las guiaron por las calles de Qualinost hacia la zona oeste de la ciudad. Pasaron bajo la torre de vigía del ángulo sur occidental de la ciudad, en donde convergían dos de los cuatro puentes arqueados que la circundaban; los jinetes continuaron hasta llegar al puente que cruzaba la barranca por la que discurría el
Ithal-inen,
el río de la Esperanza. Allí hicieron un alto, junto al borde de la torrentera. A la derecha, fuera del alcance de la vista, estaba la pequeña meseta rocosa, el
Kentommenai-kath,
donde Tanis y Flint habían hecho una excursión pocos días atrás. El semielfo vio que su amigo echaba un vistazo a la pendiente de ciento cincuenta metros que se abría justo ante él, y que al punto tiraba de las riendas de Pies Ligeros hasta situarse a la retaguardia del grupo. El rostro del enano tenía una fina película de sudor.

Tyresian hizo un gesto de asentimiento al capitán de la guardia de palacio, quien azuzó a su montura para que se adelantara un paso, y se situó ante los congregados para dirigirles unas palabras. Los álamos se mecían con la suave brisa del amanecer; el aire era frío, pero la excitación mantenía el calor corporal de Tanis. La voz del capitán de la guardia resonó en la barranca.

—El tylor fue visto por última vez hacia el sur, en la orilla occidental de la torrentera —dijo mientras señalaba en aquella dirección; varios pares de ojos miraron a la izquierda, como si esperaran que la bestia irrumpiera entre los matorrales en cualquier momento. El capitán reanudó su alocución y las miradas se volvieron hacia él otra vez.

»
Tened en cuenta varias cosas. Primera: la piel de los tylors cambia de color y se mimetiza con el terreno que los rodea. Es un camuflaje extremadamente efectivo. —Tanis guió a
Belthar
junto a Flint y advirtió que el enano echaba una temerosa ojeada a un roble cercano, como si pensara que el tylor podía asumir la apariencia del árbol. El capitán prosiguió:— Segunda: estas criaturas son inteligentes. Saben hablar el Común. En consecuencia, tened cuidado con lo que decís. Por ejemplo, no comentéis con vuestros compañeros la estrategia a seguir. Si la bestia os escucha, lo entenderá.

Gilthanas condujo a su ruano hasta situarse al otro lado de Flint. El hijo menor del Orador vestía el chaleco de cuero negro de la guardia ceremonial. La brisa le revolvía el rubio cabello y lo apartaba de su frente. Se parecía mucho a Laurana, pensó Tanis; mucho más, desde luego, que Porthios. Gilthanas había cambiado bastante durante los últimos años, si bien tales cambios no tenían ni punto de comparación con los experimentados por el propio semielfo. Con todo, la apariencia de Gilthanas era ya más la de un hombre que la de un chiquillo, y a pesar de que parecía que el uniforme le quedaba grande, de que casi se perdía dentro de el, se sentaba erguido sobre su ruano, con una mirada orgullosa en sus verdes ojos.

—Lo que es mas —continuó el capitán, atrayendo de nuevo sobre sí la atención de Tanis—, aunque los tylors prefieren matar a dentelladas o propinando latigazos con la cola a sus víctimas, también saben utilizar la magia. Si una de estas bestias está luchando y lleva las de perder, se pondrá fuera de alcance y recurrirá a hechizos. Tened esto presente. Se me ha comunicado que el mago Miral nos acompaña en esta expedición con el propósito de protegernos contra la magia del tylor.

—Oh, estupendo —susurró Gilthanas—. Miral. Estamos listos.

En contra de su voluntad, Tanis miró por encima del enano a Gilthanas y le sonrió; el joven, evidentemente sorprendido por su gesto, le devolvió la sonrisa. Tanis cayó en la cuenta de que ya apenas conocía a su primo. De pequeños habían estado muy unidos, pero se habían ido separando a medida que crecían. Gilthanas había desdeñado al semielfo para unirse a la corte y buscar en ella amistad y reconocimiento. Y, por mediación de Porthios, había obtenido ambas cosas.

—Los tylors —anunció el capitán— se mueven despacio cuando hace frío. Por ese motivo hemos salido hoy tan temprano. Confiamos en acorralar a la criatura antes de que caliente el sol. Y, a juzgar por el aspecto de esas nubes —varios elfos murmuraron mientras observaban el frente tormentoso que asomaba por el oeste—, parece que el tiempo estará de nuestra parte.

El capitán hizo un saludo a Tyresian, que respondió de igual manera. Después, el señor elfo alzó un brazo y la tropa de voluntarios se sumió en un silencio expectante.

Una mortecina claridad asomaba por el horizonte oriental, pero al oeste el cielo estaba oscuro, como si todavía reinara la noche por aquella zona. La tormenta llevaba varios días cernida sobre las montañas distantes, acumulando fuerza, sus nubes alzándose más y más al cielo y haciéndose más oscuras. Durante la noche, se había empezado a desplazar hacia el este, como un inmenso y tenebroso muro que amenazaba la tierra. Los relámpagos centelleaban entre los nubarrones y el aire traía el débil temblor de los truenos.

Sonó el toque de trompeta, y Tyresian dio la señal con el brazo alzado para que la tropa cruzara el puente. Con un grito animoso, los elfos espolearon sus monturas y avanzaron por el puente en fila de a tres; Tanis unió su voz a la de los demás, dejando que el sonido irrumpiera con fuerza desde sus pulmones al límpido aire de la madrugada. Era un grito tan viejo como el mundo, tan primitivo como la vida y la muerte.

—Que Reorx me proteja —musitó para sí mismo Flint, mientras
Pies Ligeros, Belthar
y el caballo de Gilthanas se aproximaban al puente—. Al menos, estoy en el centro. Muchacho —dijo, volviéndose de repente hacia el semielfo—, me avisarás si estoy a punto de precipitarme por el borde, ¿verdad? —Al asentir Tanis, el enano inclinó la cabeza, y el joven se fijó en que Flint cerraba los ojos con todas sus fuerzas antes de que el cabello le ocultara las facciones.

—¿Qué le ocurre? —inquirió con brusquedad Gilthanas—. ¿Está enfermo?

Tanis se esforzó por adoptar una expresión seria y sacudió la cabeza en un gesto de negación.

—Está rezando. Es una tradición religiosa de los enanos.

Vio la fugaz sonrisa que cruzó el semblante de Flint. A aquel gesto le siguió en su momento un suspiro de alivio cuando los cascos de sus monturas dejaron de resonar sobre madera y pisaron la grava de la orilla oeste de la barranca.

En la verde floresta, el aire estaba perfumado con el olor a resina y hongos, un aroma casi medicinal que aclaró la mente del semielfo y le agudizó los sentidos. Oía hasta el más leve roce que los pequeños animales del bosque hacían al moverse entre los matorrales; veía el contorno de cada hoja claramente definido contra el cielo. Los árboles pasaban a su lado mientras los elfos azuzaban sus monturas para conducirlas por las sinuosas trochas de caza, penetrando más y más en lo profundo del bosque.

La temperatura seguía siendo fría y, de vez en cuando, las nubes que avanzaban por el oeste descargaban una llovizna menuda. Los rastreadores de la guardia de palacio iban a la cabeza de la marcha, pero hasta ahora no habían obtenido ningún resultado. Los únicos animales que vieron los cazadores fueron ardillas pardas y listadas, y una marmota bastante delgada tras la larga hibernación. Las ardillas se escondieron a toda velocidad; la marmota se asomó sobre un tronco caído en la cima de un otero y observó a los cazadores hasta que éstos se perdieron de vista.

La anchura de la senda sólo permitía que la tropa cabalgara en fila de a dos. En algunos tramos, la maleza se espesaba y los matorrales llegaban casi al camino.

—Esto no me gusta —dijo Tanis a Flint, que asintió en silencio.

Cada vez con más frecuencia, el semielfo se llevaba la mano a la empuñadura de su espada y acariciaba las entrelazadas iniciales «K» y «E» del medallón adosado a la guarda.

Hacía rato que habían cesado las conversaciones entre los cazadores. El silencio lo rompían sólo cada tanto los sonidos del piar de pájaros, el crujido de una silla de montar y el sorber del alérgico enano. Una vez Flint estornudó, y Xenoth se volvió sobre su silla y siseó un iracundo: «¡Chist!».

—No puedo evitarlo —se disculpó el enano, aunque en un tono tan quedo que únicamente lo oyó Tanis.

De repente, Tyresian alzó con brusquedad el brazo y la fila se detuvo. Uno de los rastreadores, a pie, se encontraba próximo al señor elfo, con una mano sobre el lustroso cuello del semental de Tyresian y con la otra señalando hacia adelante. La noticia se propagó velozmente por la fila de jinetes.

—¡Han encontrado la primera huella! —susurró Gilthanas a Tanis y a Flint, que iban detrás.

El enano apretó las riendas con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—¿Cómo es? —preguntó Tanis.

La respuesta se filtró a lo largo de la fila en una cadena de chismorreos: huella de cinco dedos, cuatro apuntados hacia adelante y uno hacia atrás, impresa en un terreno húmedo hacía escasas horas. La criatura, sin duda, había salido en busca de alimento.

—Y aquí estamos nosotros —rezongó Flint con actitud sombría mientras oteaba a uno y otro lado y aferraba su hacha como si fuera un talismán—. El almuerzo.

—¿Es que no vamos a oír al tylor acercarse? —preguntó Tanis.

—No necesariamente —respondió el enano—. Puede estar al acecho.

Los hombres, con una expresión resuelta en sus semblantes, se colocaron en fila de a uno; de ese modo, si el monstruo se abalanzaba de improviso desde la maleza, se llevaría por delante a muy pocos cazadores. Reanudaron la marcha, pero ahora cada hombre llevaba un arma dispuesta. La mayoría de los elfos empuñaba espadas cortas.

El mediodía llegó y pasó sin que lo advirtieran los cazadores. No había tiempo de pensar en comida ni descanso. Durante un buen rato perdieron el rastro, pero tras una hora de búsqueda encontraron de nuevo las huellas, aún más recientes que las anteriores. Siguiendo el rastro, los hombres condujeron a sus monturas al trote por un sendero estrecho y en declive. Tanis se vio forzado a agacharse sobre el cuello de
Belthar
cada dos por tres a fin de esquivar las ramas bajas. De improviso, los caballos que iban a la cabeza recularon al propinarles sus jinetes un brusco tirón de las riendas.

—¿Qué ocurre? —siseó Flint a espaldas de Tanis.

El semielfo se alzó sobre los estribos. La senda se abría a un espacio despejado. Xenoth gesticulaba con vehemencia, a la par que decía algo a Porthios y a Tyresian, quienes miraban al frente con expresión impasible, como si el consejero no existiera. Gilthanas se giró sobre su silla y respondió a la pregunta de Flint.

—Hay un barranco al frente. Xenoth quiere rodearlo, pero Tyresian opina que podemos saltarlo.

—¿Saltarlo? —exclamó el enano, horrorizado—. ¿Con una mula?

Tanis hizo que
Belthar
adelantara a Gilthanas y lo llevó al trote hasta la cabeza de la fila, pasando por alto las miradas irritadas de los otros cazadores, y saludó a Tyresian y a Porthios. Los tres examinaron el barranco: tenía aproximadamente tres metros y medio de anchura, y las paredes eran demasiado abruptas para intentar descender por ellas ni elfos ni caballos. Los restos de un puente yacían en el fondo de la hendedura.

—No es tan ancha —dijo Tyresian.

—No. Podríamos saltarla —se mostró de acuerdo Porthios.

—Los caballos podrían saltarla, desde luego —intervino Tanis—. ¿Pero qué vamos a hacer con Flint?

Tyresian volvió la vista hacia la fila de jinetes y pasó por encima de los cazadores elfos, era una armoniosa formación de cuero y plata, con las armas reluciendo a la luz del mediodía. Al final de la fila, Flint y
Pies Ligeros
parecían la cría raquítica de una camada inhabitualmente numerosa.

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