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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (38 page)

BOOK: Punto de ruptura
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Haber encendido su hoja aquí, ahora, era un punto de ruptura de la Guerra del Verano.

Su consciencia se astilló con cl mundo, recorriendo instantáneamente las líneas de tensión y las trayectorias de causa y efecto. Durante un único instante estuvo en contacto intimo con muchas épocas y lugares diferentes.

Lo vio todo.

Como si estuviera a una distancia imposible, vio a los prisioneros balawai arrodillados en el promontorio, y cómo llegaron las fragatas antes de que él pudiera encender la madera que había apilado para indicarles su posición.

Vio las fragatas llegando al campamento sólo minutos después de conectar su arma para defender a los niños del búnker de los disparos apresurados de las armas de su propia gente.

Vio a Vastor bajo las ruinas del campamento y volvió a oír el significado de su gruñido:
Mis hombres dicen que las alejaste tú solo, aunque no parecían estar dañadas. Puede que hayas enseñado a los balawai a temer el arma Jedi.

Pero sabía que no la temían.

Vio las fragatas del desfiladero huyendo, apenas unos segundos después de conectar las hojas del sable láser. Se les había ordenado que se retiraran.

Porque estaba solo.

Porque si lo mataban antes de que llegase hasta Depa y sus guerrilleros no se solventaría el problema Jedi de la milicia.

Se vio en el callejón de Pelek Baw, mirando con incredulidad su sable láser sin energía.

Vio las horas pasadas en la silla de esa sucia sala del Ministerio de Justicia, esperando. La larga espera no había sido una técnica de interrogatorio. Geptun nunca había pretendido interrogarlo.

Siguiendo esa fisura en el tiempo, vio un cuarto protegido en el Ministerio de Justicia, donde unos técnicos hacían un corte tras otro con su sable láser; donde disparaban a la hoja con balas y rayos láser y la empleaban para cortar thyssel, lammas, hojas de portaak, durocemento y transpariacero.

Para poder medir y registrar la signatura de emisión de esa hoja.

Para que sus satélites pudieran reconocerla cada vez que se utilizara. Al margen de para qué pudiera utilizarse.

Por eso estaba descargada la hoja. Geptun no debía de saber nada de las intenciones del grupo explorador: quería que Mace saliera de Pelek Baw. Quería que contactara con Depa y el FLM.

Quería descubrir dónde se escondían los korunnai desaparecidos.

Y ahora, en el prado, otras grietas de tensión conectaban su mente con las docenas de fragatas que convergían en el paso de Lorshan. Fragatas llenas de soldados impacientes que dejaban a su paso una humeante estela de odio, miedo y feroz premonición, semejante a la columna de humo y cenizas que brota de un volcán en erupción.

Una fractura terminaba en un satélite orbital que pasaba sobre la faz del planeta a casi veintiocho mil kilómetros por hora. Y, a través de la fractura, pudo sentir un cerebro de silicio haciendo una conexión electrónica; pudo sentir un programa ejecutando una orden sencilla, y sentir unos cierres automatizados liberando enormes barras de duracero cubiertas de blindaje aislantes: y pudo sentir primitivos cohetes de guía conduciéndolos hasta la atmósfera en un ángulo demasiado pronunciado para que una nave espacial pudiera soportarlo.

Pero no eran naves espaciales, y tampoco se pretendía que pudieran soportarlo.

***

Vastor seguía en el aire, y Nick seguía esforzándose por seguirlo con su pistola cuando Mace Windu extendió los brazos a ambos lados y gritó:

—¡Alto!

Las descargas de Fuerza que acompañaron la orden del Maestro Jedi clavaron a Nick contra el suelo y arrojaron a Vastor contra la montaña, sobre la cueva.

—¿Qué estás haciendo? —Nick rodó, poniéndose en pie, y volvió a apuntar con la pistola—. Acaba de intentar reventarte... ¡Mátalo!

Vastor estaba arriba, agazapado, agarrándose a la roca como un dragón krayt.

Basta de hablar. Es hora de luchar.

—Sí —dijo Mace Windu—. Pero no entre nosotros. Mira a tu alrededor.

Agitó el brazo en dirección a la jungla, bajo el paso.

Todas las fragatas de patrulla, las docenas que habían sobrevolado la jungla en los últimos días, trazaban rumbos convergentes que se cruzarían en el paso de Lorshan.

Nick lanzó un juramento, y el gruñido de Vastor perdió significado.

—Y allí —dijo Mace, señalando lo que parecía ser una nube oscura que se formaba lentamente sobre las montañas, pero que en realidad era el humo de los escudos aislantes quemándose en la atmósfera.

El centro de la nube se tornó rojo, después naranja y finalmente pálido como una estrella blanquiazul; reactores de iones al encenderse.

—Eso no puede ser la lancha —dijo Nick, frunciendo el ceño—. El ángulo de descenso no es el adecuado, y baja demasiado deprisa.

—No lo es —dijo Mace—. Mejor dicho, no lo son.

—Esto no me va a gustar, ¿verdad? —Nick se pasó una mano por los ojos—. Ay, rayos. Aaah, rayos rayos rayos. Vas a decirme que son ACOA.

—Al menos cinco. Y hay más en camino.

¡Tú!
El explosivo rugido de Vastor pareció arrancarlo de la ladera de roca y depositarlo con furia en el prado. Agitó un sibilante escudo en dirección a Mace.
¡Es
por tu
culpa!
¡Tú los
has traído aquí!

—Ya habrá tiempo luego para buscar culpables —Mace dejó que las hojas de los sables láser se encogieran hasta dejar de existir—. Ahora hay algo que necesitamos hacer.

—¿El qué?

El Maestro Jedi miró al lor pelek y al joven oficial korun, después al cielo y a los misiles de duracero que atravesaban la atmósfera. A treinta mil kilómetros por hora, y acelerando.

—Corred —dijo Mace Windu.

Y corrieron.

TERCERA PARTE
Punto de ruptura
16
Ondas de choque

U
n Arma Cinética Orbital Antiemplazamiento (ACOA) completamente montada —con lanza de duracero reforzado, escudos aislantes, motores de iones en miniatura y pequeños cohetes de altitud— tiene una masa ligeramente superior a los doscientos kilogramos. Cuando la lanza impacta contra su objetivo, situado al nivel del suelo, los escudos, los motores y los cohetes de altitud, así como buena parte del duracero reforzado propiamente dicho, ya se han consumido en la entrada en la atmósfera. El proyectil final tiene una masa aproximada de unos cien kilogramos, con una ligera variación arriba o abajo en función del ángulo de entrada, la densidad atmosférica y otras cuestiones menores.

Y si esas cuestiones son menores es porque el ACOA no es, en sí misma, un arma especialmente delicada o sofisticada. Sus virtudes radican, sobre todo, en el hecho de ser barata de producir y sencilla de operar, motivo por el que suele encontrarse muy a mentido en las zonas mas primitivas de la galaxia. Por ejemplo, es vulnerable ante el fuego interceptor de las baterías de turboláseres. Y resulta bastante inútil contra un objetivo capaz de la más rudimentaria acción evasiva, por no mencionar que, una vez se han desintegrado sus cohetes de altitud, cualquier variación atmosférica puede bastar para desviarla de su rumbo, convirtiéndola en algo completamente inútil contra objetivos inmóviles de tamaño inferior a un pueblo de extensión media. Porque, después de todo, no es más que un bulto de duracero de cien kilos.

Pero la puntería ideal también resulta ser una preocupación menor, ya que cuando tiene lugar el impacto, esa lanza de cien kilos de duracero reforzado viaja a más de diez kilómetros por segundo.

En una palabra:

Demoledor.

***

Cuando Mace, Nick y Kar llegaron a la boca de la primera de las cavernas principales, el suelo desapareció debajo de ellos durante un asombroso segundo. Después volvió a subir hacia arriba y los lanzó, girando por el aire, hacia el accidentado techo que tenían sobre sus cabezas.

El impacto trascendió el sonido.

Mace controló instintivamente su giro y absorbió el golpe contra el techo con las piernas dobladas. Su conexión con la Fuerza atrapó a Nick a un metro de sufrir graves lesiones craneales, y cuando cayeron de vuelta al suelo, la onda de presión del aire supercaliente que entró chillando por la fisura, desde la cueva del prado, los arrojó resbalando, rebotando y rodando por todo el áspero suelo, en medio de un granizo abrasador de esquirlas de roca y tierra.

Mace mantuvo a Nick cogido en la Fuerza mientras rodaron, y hasta que se detuvieron en medio de una pesadilla de polvo, humo y gritos. Mace puso a Nick en pie y se agazapó a su lado.

—¡Permanece en pie! —gritó—. ¡Manténte agachado, pero no toques el suelo!

Se quedó allí, encogido, tapándose los oídos con las manos y azotado por otro impacto menor, y por otro menor aún. Cada vez eran más dispersos debido a la natural falta de precisión de los ACOA. La montaña se convulsionó por última vez y el techo de la caverna se agrietó, derramando una lluvia de peñascos. Algunos gritos quedaron aplastados hasta convertirse en gorgoteos; otros aumentaron de tono hasta ser chillidos agónicos.

Pasaron dos segundos, dos más, y Mace se puso en pie de un salto. La luz de los lumiglobos conformaba esferas luminosas que no podían superponerse al espeso remolino de polvo y humo que arrancaba lágrimas de sus ojos. Una respiración descuidada le sumió en un paroxismo de toses. Tiró de Nick para tenerlo a su lado. Mientras el joven korun se tapaba los llorosos ojos con una mano y tosía en la otra, Mace agarró con ambas manos el borde de su túnica casera.

—Eh, aaaagg, eh, ¿qué estás...?

—Necesitamos tu camisa.

Con un tirón, rasgó en dos la túnica por la espalda. Otro tirón, y continuó la rasgadura por el frente, desde el cuello hasta la cintura. Dejó la mitad en manos de Nick, mientras se ataba su mitad sobre la cara como si fuera una máscara. La tela era lo bastante transparente como para ver a través de ella, y reducía el paso de polvo y humo, haciendo que el aire dejara de ser intolerable y se convirtiera sencillamente en infernal.

Mientras Nick le imitaba, Mace se movió por el interior de la burbuja, desplazándose entre los cascotes y sobre los korunnai muertos y heridos, en dirección a un brillo de ultracromo que asomaba bajo una enorme losa de piedra. Se agachó al lado del lor pelek e hizo un gesto, apartando de él las rocas más pequeñas.

—¿Kar? ¿Puedes oírme?

Pese a estar ronco por el polvo y el dolor, el gruñido de Vastor tenía un tono sardónico.

Será mejor que te alejes. Parece que cuando estás cerca me caen encima cosas grandes y duras.

Mace respiró hasta situarse en su propio centro, y encontró el punto de ruptura de la losa.

—No te muevas.

Su hoja refulgió y mordió, y la losa se resquebrajó en dos sobre la espalda de Vastor. Un encogimiento de los enormes hombros de Vastor desplazó los dos pedazos lo suficiente como para que pudiera incorporarse y ponerse de rodillas entre ellos. Estaba cubierto de polvo, y la sangre le goteaba de una fea herida sobre una oreja.

Pudiste matarme. Debiste haberme matado.

—Muerto no me sirves de nada —dijo Mace—. ¿Hay algún refugio en esta base? ¿Algún búnker reforzado, a ser posible hermético?

El almacén de armas pesadas. Se puede sellar.

—Muy bien. Llevad allí a los enfermos y heridos que no puedan moverse, y sellarlo. Cuando llegue la milicia, empezará el ataque con gases.

Vastor y Nick intercambiaron hoscas miradas.

Mace miró por encima del hombro.

—Nick. Tú conmigo. Vamos.

No
podremos
contenerlos. Ni un solo día. Ni una hora.

—Nosotros no tenemos por qué contenerlos. Tengo un crucero de tamaño mediano estacionado dentro del sistema, que lleva a bordo un regimiento de los mejores soldados que ha visto nunca esta galaxia. —Mace posó una mano en los hombros de Vastor, y la otra en los de Nick. En sus ojos oscuros había un extraño brillo—. No vamos a contenerlos. Ni siquiera a combatirlos. Con el
Halleck
cubriéndonos desde el aire, y los soldados defendiendo el terreno, sus veinte lanchas pueden evacuar todo este lugar en un plazo de horas.

—¿Herbosos y todo?

Mace asintió.

—Sólo hay que hacerlos venir.

***

Los ACOA golpeaban la montaña. Los korunnai corrían, gritaban y sangraban. Algunos intentaban ayudar a los heridos. Algunos morían. Algunos se encogían temblorosos contra la pared más cercana.

Mace siguió moviéndose. Nick trotaba, pisándole los talones. A veces las ondas de choque los derribaban. A veces había tanto polvo que Mace tenía que iluminar su camino con pasadas de su sable láser y del de Depa.

—¿Por qué me necesitas? Ya estuviste esta mañana en el centro de comunicaciones —jadeó Nick entre una bocanada de polvo que su saliva había convertido en barro—. Soy bueno con un botiquín. Puedes seguir solo. Yo cuidare de los heridos...

—Por eso.

La luz del sable arrancó brillos delante de ellos. El pasillo estaba bloqueado por una pared inclinada de rocas caídas.

—Este es el único camino que conozco al centro de comunicaciones —dijo Mace—. Espero que tú conozcas otro.

Nick murmuró una maldición entre dientes mientras se inclinaba sobre la ladera de peñascos.

—¿Es muy profundo el derrumbe? ¿Puedes cortar...? —abrió los ojos de pronto—. ¡Eh, ahí hay gente! ¡Atrapada! Puedo sentirlos... ¡Tenemos que sacarlos!

—Yo también los siento. El derrumbe es inestable —dijo Mace—. Mover piedras y cortarlas nos llevará más tiempo del que tenemos. El primer error haría que nos cayeran encima toneladas de roca. Necesitamos otro camino para llegar al centro de comunicaciones.

—Pero... no podemos dejarlos ahí...

—Nick, Intenta centrarte. ¿Estarían más a salvo aquí?

—Bueno, yo... —Nick frunció el ceño—. Bueno...

—Escúchame. Va a haber derrumbes por todas las cavernas. Más tarde podremos desenterrar a los supervivientes. Nos toca asegurarnos de que sobreviva la suficiente gente como para poder sacarlos, ¿entiendes?

Nick asintió con reticencia.

—Entonces vamos.

***

El centro de comunicaciones era una pequeña cueva natural con mesas de madera, unas pocas sillas caseras y algo de equipo.

—Probablemente no quedará gran cosa de las antenas direccionales —murmuró Nick al trotar hacia él.

—Es algo tarde para preocuparse por ocultar nuestra posición —le recordó Mace—. Y la comunicación subespacial puede atravesar la roca sin dificultades.

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