Proyecto Amanda: invisible (5 page)

Read Proyecto Amanda: invisible Online

Authors: Melissa Kantor

BOOK: Proyecto Amanda: invisible
8.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Expulsado? En realidad, yo...

—Dios, cómo odio a esa chica —dijo Heidi, al tiempo que acuchillaba con saña un trozo de sushi.

Una parte de mí quería decir algo en defensa de Amanda, pero cuando Heidi odia de verdad algo o a alguien, da miedo rebatirla. Además, después de la mañanita que había tenido y de su misteriosa desaparición, no estaba de humor para defender a Amanda.

Traci, que no suele comer nada, mascó su chicle a conciencia.

—Lo que no entiendo es por qué te han mandado a su despacho con esos raritos. Ni siquiera los conoces.

—No sé —dijo Kelli—. Nia es rarita, pero Hal está muy bueno.

¿Eran imaginaciones mías o, durante unos instantes, Heidi pareció estar incómoda?

Traci estaba demasiado ocupada quitándose unas pelusas invisibles de su brillante camiseta roja como para fijarse en el comportamiento de Heidi, y tampoco pareció escuchar el comentario de Kelli.

—¿Cómo se puede cometer un error tan monstruoso? —con la barbilla clavada en el cuello, era imposible saber si estaba comprobando la limpieza de su camiseta o admirando su pecho, que le encantaba lucir siempre que podía—. ¿De dónde se sacó Thornhill la idea de que pudieras tener algo que ver con Amanda Valentino?

Nunca tuve la intención de ocultarle mi amistad con Amanda a las Chicas I, pero... simplemente, las cosas habían sucedido así. En el breve periodo que pasó desde que conocí a Amanda hasta que empezamos a ser amigas, Heidi había empezado a odiarla profundamente; y, como ya he dicho, es mejor no intentar señalar el lado bueno de alguien a quien Heidi ha decidido odiar. Amanda me lo había puesto fácil, pues durante el almuerzo siempre estaba en el periódico o en alguna otra actividad, y estaba tan ocupada durante las jornadas del instituto que prácticamente era la amiga invisible. No era difícil conseguir que nuestra amistad pasara desapercibida. ¿De qué serviría contárselo ahora?: «Escuchad, chicas, la verdad es que sí soy amiga de Amanda. De hecho, somos muy buenas amigas. Espero que no os resulte extraño».

Buena idea, Callie. Y ya de paso, ¿por qué no te llevas a Nia Rivera a la fiesta del sábado?

Las tres me estaban mirando, y me puse a pensar en lo que Nia y Hal estarían hablando en su mesa. Era posible que conocieran a Amanda mejor que yo. Puede que, a pesar de haberme dicho que era especial, que era su guía y todo eso, en realidad no fuéramos tan amigas como pensaba.

—No tengo ni idea —dije lentamente—, no ha sido más que una tremenda equivocación.

Kelli me rodeó con el brazo.

—Pobrecita. No puedo creer que hayas tenido que pasarte toda la mañana encerrada en una habitación con los mayores frikis del instituto —me dio un achuchón—. Incluso si uno de esos frikis es un friki buenorro.

Desde el otro lado, Traci también me rodeó con el brazo.

—¿Necesitas que te haga el «sana, sana»? ¿Como en los viejos tiempos? —se rió y, antes siquiera de tocarme el brazo, empezó a decir las palabras—: Sana, sana, culito de rana...

Mientras sus dedos se acercaban a mi muñeca, me di cuenta de lo que estaba a punto de pasar.

—No —dije con brusquedad, y aparté el brazo como si tuviera la mano en llamas.

Traci levantó la mirada, con expresión de dolor.

—Dios, Callie, ¿qué te pasa?

—Es que... me quemé ayer por la noche. Preparando pasta. Y todavía me escuece el brazo.

—Ah —dijo, un poco compungida—. Lo siento mucho. ¿Estás bien?

—Sí —me alivió ver que la manga me cubría la mitad de la mano—. Estoy bien.

—Guay —dijo Kelli, lista para levantarse—. Bueno, chicas, ¿queréis que os enseñe la monada de gloss que compró ayer mi madre en el centro comercial?

—Claro —dije, y cuando Kelli se acercó apreté los labios para que me lo pusiera.

¿Es posible que cuarenta y cinco minutos duren tanto como un milenio? Debí de mirar el reloj por encima de la cabeza de Heidi unas cincuenta veces desde que me senté hasta que la campana sonó para señalar el final del almuerzo.

—Venga, hombre, ¿ya se ha terminado la comida? —protestó Traci arrugando la cara—. Ahora tengo una clase doble de biología. Que alguien me mate.

—¿Queréis pasaros por mi casa después de las clases? Puede que también vengan los chicos —dijo Heidi.

Ella también había probado el brillo de labios de Kelli. El rosa húmedo y brillante era el color perfecto para ella, y resaltó más si cabe su sonrisa de supermodelo.

—Claro —dijo Traci.

—Sí —dijo Kelli.

—Yo no puedo —dije, y al ver sus radiantes sonrisas, la ligera irritación que sentía por Amanda se convirtió en un cabreo en toda regla.

Mis amigas y mi medio novio iban a pasar una estupenda tarde juntos mientras yo me pasaba las horas después de clase fregando la pintura de un coche con dos parias sociales que tenían el morro de ignorarme. Menudo planazo.

—¿Y por qué no? —preguntó Heidi.

—Tengo que limpiar el coche del subdirector.

—¿Qué? Pero si has dicho que te llamaron a su despacho por error —Traci había estado examinándose las uñas por si le quedaba alguna miguita, pero ahora me estaba mirando, totalmente confusa.

—Sí, ¿por qué no le dijiste que no tenías nada que ver con esas estúpidas pintadas en su coche? —quiso saber Heidi. No le gustaba nada la idea de que su plan para la tarde pudiera echarse a perder.

—Lo hice —les contesté, y me consoló saber que no estaba mintiendo.

Kelli sacó un paquete de chicles Orbit de su bolso verde brillante.

—¿No puedes decirles a tus padres que llamen para quejarse? Esto es una injusticia total.

Pensé en mi padre, que a esas alturas probablemente fuera por la mitad de su segunda botella de vino, y traté de imaginármelo haciendo una exposición coherente sobre mi inocencia ante el señor Thornhill. No era una imagen particularmente agradable. Y tampoco es que mi madre pudiera ponerse al teléfono.

—Hazme caso, será mejor si me lo quito de encima lo antes posible —dije, aceptando el chicle que me ofrecía.

Después de despedirnos con un abrazo, me colgué el bolso del hombro y me dirigí hacia la clase de inglés. Cuando salí de la cafetería, estuve a punto de chocarme con Beatrice Rossiter, una chica de segundo a la que atropelló un coche durante las vacaciones de Navidad. Tiene el lado izquierdo del cuerpo, incluida la cara, totalmente desfigurado. Tiene un montón de cicatrices, lleva un parche sobre el ojo izquierdo y siempre camina pegada a la pared, puede que pensando que nadie podrá verla si anda así. Una vez que pasamos junto a ella, Traci me susurró:

—Cada vez que la veo, doy gracias por ser como soy.

En ese momento no le dije nada, pero lo que estaba pensando era: «Si estuvieras en mi lugar, Traci, y si supieras lo que yo sé, cada vez que vieras a Bea desearías ser cualquier persona menos yo».

Saqué el móvil de la mochila y lo encendí, pero no había ningún mensaje nuevo.

Capítulo 7

El recuerdo de las clases de biología y de inglés está totalmente borroso, excepto cuando la señora Burger señaló que aquel día era quince de marzo y nos advirtió que tuviéramos cuidado con los idus de marzo. Sus palabras me produjeron un aguijoneo de ansiedad en el estómago. ¿Habría alguna conexión entre la fecha y la gamberrada de Amanda? ¿Pero cuál? Ni siquiera recordaba por qué se suponía que debíamos tener cuidado con los idus de marzo, y para cuando la señora Burger nos dijo que abriéramos los libros por el soneto 138 de Shakespeare, yo ya había vuelto a mi estado anterior de ignorar todo cuanto ocurría a mi alrededor. Solo estaba concentrada en el reloj, contando los segundos que quedaban para la última clase.

Pero eso no iba a funcionarle esta vez.

Cuando no puedo concentrarme en clase de mates, tampoco me supone un gran problema. Si no presto atención en historia, sé que estoy perdida para el siguiente examen. Pero con las mates es diferente. Las mates son como… Bueno, como cuando sales a comprarte unos vaqueros y te pruebas diez millones de pares y son demasiado ceñidos, o demasiado anchos, o tienen algún estampado cutre. Y de repente, cuando ya estás a punto de tirar la toalla, pensando que podrás continuar con tu vida sin unos vaqueros nuevos, te pruebas un último par y, mientras se deslizan por tus piernas, es… es como si hubieras nacido para llevarlos. Así son las mates para mí: como un lenguaje aprendido de forma innata.

De hecho es probable que naciera sabiéndolo. Mi madre es una de las mejores matemáticas del mundo. A mí se me da bien, pero ella es brillante. Si me pides que multiplique dos números de tres dígitos, puedo calcular el resultado mentalmente con bastante rapidez, pero no es nada comparado con lo que puede hacer mi madre. Cuando estamos en el supermercado y quiere calcular cuánto va a costar todo, le basta con echar un vistazo al carrito para sacar hasta el último céntimo del total. Y si le preguntas en julio cuántos días quedan para Navidad, te puede decir la respuesta en menos de un segundo.

Para mí, es más como… Bueno, cuando la señora Krim anota un nuevo concepto en la pizarra, como cuando aprendimos lo del seno y el coseno este otoño; me da la sensación de que, durante el rato que está hablando y escribiendo cosas, yo estoy pensando: «Vale. Vale. Claro. Eso tiene sentido ». No sé explicar cómo es que entiendo todo cuando se trata de mates, pero es así.

Por eso me dio muchísima pereza cuando, el pasado mes de octubre, la señora Krim me pidió que ayudara a ponerse al día a la chica nueva, Amanda Valentino. Era uno de sus primeros días en el instituto. Creo recordar que fue en Halloween. En primer lugar, yo ya estaba con la mente en otra parte por todo lo que estaba pasando con mi madre, pero incluso cuando funcionaba a pleno rendimiento, era incapaz de explicar los conceptos matemáticos a otra persona. Traci solía pedirme que la ayudara con los deberes de mates cuando empezamos a ser amigas; después de intentar enseñarle un par de veces, se irritó tanto por mi incapacidad para mostrarle cómo llegaba a las soluciones que acabó por decirme que lo olvidara. Así que sabía que la decisión de que fuera yo la encargada de enseñar dos meses enteros la asignatura a Amanda Valentino estaba condenada al fracaso. ¿Pero qué podía decir? «Lo siento, señora Krim, le prometo que no he copiado, pero es que no soy capaz de explicarle a otro ser humano el proceso que he llevado a cabo». En vez de eso, me limité a decir lo que siempre se dice cuando un profesor te pide que hagas algo: «Por supuesto».

✿✿✿

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo en Orion?

—Toda la vida.

Mi respuesta fue bastante seca, porque Amanda me pareció un poco rara. En primer lugar, llevaba los labios pintados con un color rojo chillón, que parecía incluso más brillante porque su piel es muy blanca, como si se hubiera echado polvos de talco sobre una tez ya de por sí pálida. Y no es que fuera fea. De hecho, era bastante guapa; no en el sentido de Heidi, Traci y Kelli, ni la clase de belleza que encontrarías en un catálogo de moda, pero tenía algo que te impulsaba a mirarla dos veces si te la encontrabas entre una multitud. Es posible que se debiera a su forma de vestir. Llevaba el pelo recogido en un moño alto y ceñido, coronado por dos palillos entrecruzados, y un vestido gris que era sencillo pero a la vez elegante, como el que luciría una modelo del Vogue. Alrededor del cuello llevaba un fino collar con un lazo azul que desaparecía bajo su vestido. Era algo que nadie se pondría en el Endeavor.

—Debe ser maravilloso vivir toda la vida en el mismo sitio —su voz sonaba nostálgica, cosa que me sorprendió porque, según decía, había vivido por todo el mundo. ¿Por qué una persona con una infancia como la suya tendría que envidiar a alguien que se ha pasado la vida en Orion, Maryland, capital de ninguna parte?

—Supongo —dije. Después me sentí mal por ser tan borde—. Esto… ¿Tienes algún país preferido?

—¿País? —me preguntó.

—Si —dije, dándome cuenta demasiado tarde de que podría molestarle saber que la gente de Endeavor ya estaba chismorreando sobre ella—. He oído que has vivido en muchos lugares del mundo.

Amanda se rió con una risa espontánea que no cabría esperar de alguien con un aspecto tan estudiado.

—Fascinante. ¿Quién te ha dicho eso?

Lo había visto en la nota que me pasó Heidi en la clase de historia.

«¿Has visto a la nueva?

Dice que es una "ciudadana del mundo".

Es una creída.»

Me encogí de hombros. Supuse que el nombre de Heidi Bragg no significaría nada para ella.

—Una amiga.

Amanda asintió.

—¿Y qué más te contó sobre mí?

Como ya habéis leído el resto de la nota, no hace falta que lo repita.

—Nada más —dije.

La mirada de Amanda me hizo pensar que sabía que le estaba mintiendo. Era una mirada que conocería muy bien con el paso de los meses.

—¿No has vivido por todo el mundo? —le pregunté, sin estar completamente segura de lo que significaba ser una ciudadana del mundo.

—Para nada —dijo Amanda—. He crecido en este país.

Me pareció extraño que no nombrara una ciudad concreta, o no siquiera un estado.

—¿En dónde?


Here, there and everywhere
—su sonrisa era indescifrable.

—Ah —dije. ¿Cómo se supone que podía responder a eso? No fue hasta mucho después que descubrí su afición por citar frases célebres o, como en este caso, títulos de canciones de los Beatles—. Bueno, bienvenida a Orion.

—Gracias —asintió con la cabeza y echó un vistazo al pasillo en donde estábamos sentadas—. Tengo la impresión de que me va a gustar este lugar.

—No estés tan segura —le dije—. Aquí no hay casi nada.

Vale, sé que no estaba actuando según las recomendaciones del comité de bienvenida de Orion, pero en ese momento no estaba lo que se dice para tirar cohetes. Hacía dos semanas que se había ido mi madre, y mi padre estaba empezando a perder la chaveta.

Amanda no pareció dar importancia a mi negatividad, y no me preguntó por qué hablaba así de mi pueblo natal. En vez de eso, continuó asintiendo, como si acabara de darle una información muy valiosa.

—Lo tendré en cuenta —añadió.

Yo no estaba de humor para seguir hablando. De hecho, no estaba de humor para hacer nada aparte de mirar por la ventana y preguntarme si mi familia volvería a ser normal alguna vez. Sabía que enseñar a alguien mates (y fracasar en el intento) no iba a mejorar mi estado de ánimo, pero pensé que cualquier cosa sería mejor que charlar.

Other books

DR08 - Burning Angel by James Lee Burke
Mandy Makes Her Mark by Ruby Laska
Bloodfire (Blood Destiny) by Harper, Helen
Twenty-One Mile Swim by Matt Christopher
A Taste for Blood by Erin Lark
You Drive Me Crazy by Mary D. Esselman, Elizabeth Ash Vélez