Proyecto Amanda: invisible (14 page)

Read Proyecto Amanda: invisible Online

Authors: Melissa Kantor

BOOK: Proyecto Amanda: invisible
11.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

La llave funciona. Coge el expediente.

Levanté la mirada, pero Nia ya estaba en su pupitre. Solo el hecho de que estuviera un poco jadeante me hizo posible creer que todo aquello estuviera pasando. ¿De verdad había entrado en el despacho de Thornhill? ¿Había conseguido coger la grabación? Durante un segundo me pregunté por qué no habría cogido el expediente de Amanda mientras estaba allí, pero entonces el señor Thornhill le dijo algo a Jason y, mientras este salía de la biblioteca, me di cuenta de que era mi turno para empezar a pensar en la manera de salir de allí.

Jason tardó casi el mismo tiempo que Nia en volver del baño, y no pude evitar imaginármelo colándose también en el despacho de Thornhill. Pero no parecía probable que todos los que estábamos allí castigados tuviéramos los mismos planes. El señor Thornhill no le preguntó a Jason por qué había tardado tanto, así que supuse que se habría creído la historia de Nia sobre que los baños estaban cerrados.

El reloj seguía avanzando. Estaba segura de que Nia me estaba mirando, pero cada vez que me daba la vuelta la veía absorta en su lectura. «Ahora», pensé, «hazlo de una vez». Pero seguí sin moverme del sitio. De repente levanté la mano, pero fue como si se hubiera accionado por su propia voluntad. El corazón me latía tan deprisa que me sentí un poco mareada, y la profunda bocanada de aire que tomé no sirvió para tranquilizarme.

—Cinco minutos, Callie —dijo el señor Thornhill. No levantó la mirada de lo que estaba leyendo.

—Señor Thornhill, ¿puedo…?

Thornhill levantó la cabeza.

—He dicho que tienes cinco minutos. No me hagas ir a buscarte.

¿Fue simple paranoia, o cuando dijo esas palabras sonó como si, en caso de que fuera a buscarme, supiera perfectamente dónde encontrarme? Recogí la mochila y me dirigí hacia la puerta de la biblioteca

El despacho del subdirector estaba en la otra punta del instituto. Nada más cerrar la puerta de la biblioteca, eché a correr, contenta de haberme puesto zapatillas en lugar de botas, que habrían resonado por el pasillo como una docena de caballos desbocados. Pero aunque estaba corriendo tan rápido como podía, me pareció que solo en llegar hasta la zona de dirección tardaría al menos cinco minutos.

La mano me temblaba tanto que apenas podía sostener la llave. Se me resbalaba entre los dedos y no acertaba a meterla en la cerradura. Llegué incluso a pensar que Nia me habría devuelto una llave equivocada. Pero cuando iba a comprobar si tenía las palabras NO DUPLICAR, la llave se deslizó dentro de la cerradura y la puerta se abrió.

Era muy extraño estar sola dentro de la zona de dirección, sin el ajetreo de las secretarias, los teléfonos o los alumnos que entraba y salían. Escuché un ruido y me sobresalté, pero al momento me di cuenta de que no era más que mi respiración. El sonido era fuerte y extraño. «Contrólate, Callie», pensé. «Solo tienes una oportunidad para hacer esto bien».

La puerta del señor Thornhill chirrió ligeramente; cuando se abrió, me encontré a solas en su descacho.

Me acerqué a los archivadores que había en la pared. Todavía me temblaban las manos, y me costaba incluso recordar el alfabeto. ¿Valentino iba antes o después de Valence? ¿Valentine? Tuve que empezar a tararear la canción del alfabeto, intentando no pensar en la pinta que tendría si me pillaban canturreándolo. Seguro que no me enviaban a la cárcel, sino a un jardín de infancia.

Valentine, Jane P. Velat, Richard M. Velez, Thomas J.

Un momento.

Volví al principio del apartado de la V y empecé a pasar los expedientes, esta vez más lentamente. Pero cuando llegué hasta Richard Velez, tuve que rendirme a la evidencia: el expediente de Amanda no estaba allí.

¡Maldita sea! ¿Dónde podría estar? Empecé a dar vueltas. La mesa del señor Thornhill estaba tan despejada como el jueves por la mañana. Incluso había quitado las carpetas que tenía entonces, así que no había nada que trastocara el inmaculado verde del papel secante que reposaba sobre la superficie gris del escritorio.

¡El escritorio! Me acerqué y me quedé quieta unos instantes, dudando sobre si abrirlo o no. ¿Me atrevería a hurgar en la mesa del subdirector?

«Callie, te acabas de colar en su despacho utilizando una llave robada. ¿De verdad piensas que las cosas podrían ponerse peor si te descubre rebuscando en sus cajones?»

De repente, se me ocurrió que tal vez el señor Thornhill hubiera traído la carta de Amanda (si es que el sobre morado que creí ver en su coche era, efectivamente, una carta suya) a su despacho aquella mañana. Lo visualicé descubriendo el sobre mientras salía del coche, sacándolo de entre el montón de periódicos y leyendo la nota mientras entraba en el edificio. Entonces la habría dejado… Volví a mirar la superficie despejada del escritorio.

¿Dónde?

Lenta y cuidadosamente, como si no ser descubierta dependiera del sigilo con el que actuase, abrí el cajón superior de la fila central del escritorio de Thornhill.

El expediente de Amanda no estaba allí, pero sí casi todas las demás cosas que puedan existir en el universo. Por muy desordenado que pareciera el interior de su coche desde la ventanilla, no era nada comparado con este cajón. Había miles de bolígrafos y lapiceros, algunos muy desgastados; viejos post-its arrugados, gomas, sellos, sujetapapeles… Hacia el fondo, enterrado bajo algunos de estos detritos, entreví una carpeta similar a la de los expedientes. ¡El de Amanda! ¡Tenía que ser el de Amanda! El corazón me latía con frenesí. Estiré la mano y lo saqué, pero no tenía escrito ningún nombre ni había nada en su interior. Intenté volver a dejarlo en su sitio, pero se enganchaba con algo. Ahora sí que estaba muerta de miedo. Empujé todo lo fuerte que pude, pero la carpeta seguía sin entrar. Finalmente, introduje la mano en el fondo del cajón y extraje lo que resultó ser un sobre en blanco.

¿Quién habría pensado que un simple sobre podría causarme tantos problemas? Ahora que estaba fuera, la carpeta entró perfectamente en el cajón. Pero me temblaban tanto las manos que, cuando fui a meter el sobre debajo de la carpeta, se me cayó al suelo. Al ir a cogerlo, estaba tan nerviosa que lo arrugué. ¿Se daría cuenta Thornhill? Lo recogí y le di la vuelta, con la intención de alisarlo un poco.

Al fijarme en él, observé en la esquina superior izquierda el dibujo de esa galaxia en espiral roja que conocía tan bien. También había un nombre garabateado en la parta frontal del sobre: «Roger». Y la letra era la de mi madre.

Durante un segundo pensé que tenía que estar equivocada. Era imposible. Puede que solo se pareciera a la letra de mi madre. ¿Por qué, si no, tendría que haber una carta suya en el cajón de la mesa del señor Thornhill?

Estaba empezando a sentirme mal y, cuando me sonó el teléfono, tardé segundos en reconocer el sonido. Sin mirar el móvil, pues seguía con la mirada fija en esas cinco letras que sin duda había escrito mi madre, pulsé el botón central. Después leí lo que ponía en la pantalla.

“SAL DEL DESPACHO YA.”

Capítulo 19

Tarde unos segundos en reaccionar; entonces me guardé el sobre en el bolsillo, cerré de golpe el cajón y salí corriendo hacia la puerta. Cuando la abrí, tuve la sensación de que me daría de bruces con el señor Thornhill, pero el pasillo de dirección estaba vacío. Lo recorrí a toda velocidad, y nada más atravesarlo aterricé en el suelo junto con todo el contenido de mi mochila.

Fue entonces cuando lo oí.

—De verdad, no hay problema, Jane.

—No sabes cuánto te lo agradezco, Roger. Si no enviamos hoy estas solicitudes de financiación, estamos perdidos.

Me puse en pie a duras penas y recogí mi móvil, mi pintalabios, la cartera, junto con media docena de bolígrafos y lapiceros, y volví a guardarlo todo en la mochila.

—Es una suerte que se me ocurriera llamar a la ventana de la biblioteca. Cuando vi tu coche en el aparcamiento, me imaginé que debías de estar en alguna parte del edificio.

Pude ver la punta del zapato del señor Thornhill cuando me escondí en el pequeño hueco que hay al lado de la puerta de acceso al pasillo de dirección, donde se encuentra el teléfono público del instituto. Tenía la respiración acelerada, y tan fuerte que estaba segura de que el señor Thornhill y la tal Jane podrían escucharla. Pero entonces cerraron la puerta y dejé de escuchar las voces, así que salí disparada en dirección a la biblioteca.

Cuando tengo miedo, me entran unas ganas terribles de hacer pis. Así que, un segundo después de traspasar dando tumbos la puerta de la biblioteca, me di cuenta de que me lo haría en los pantalones si no iba inmediatamente al baño. Tuve tiempo para fijarme en la expresión de Nia, que me estaba mirando, y en Hal, que estaba medio levantado con el teléfono en la mano. Los demás parecían estar medio dormidos, así que aproveché la oportunidad.

—Tomad —dije al tiempo que les tiraba la llave—. El expediente no estaba.

Después me di la vuelta y salí corriendo, con la esperanza de no toparme con Thornhill y de que la historia de de Nia sobre los lavabos fuera mentira.

Y lo era. Así que me senté en el retrete durante un largo rato, con el sobre en el regazo. Me quedé mirando aquella escritura que conocía tan bien. Tenía muchas ganas de abrirlo. Empecé a hacerlo un par de veces, pero me detuve. ¿Qué descubriría cuando leyera lo que había en su interior? ¿Tendría entre mis manos una autorización antigua o una justificación por llegar tarde? ¿Algo tan intrascendente como el resto de papelotes que había encontrado en el cajón de Thornhill? ¿Pero y si fuera algo más importante, como una nota de suicidio o una carta de amor que explicaría por qué mi padre odiaba tanto a Thornhill? ¿Acaso estaba preparada para regresar a la biblioteca tras descubrir que mi madre estaba secretamente enamorada del señor Thornhill? Desde luego que no; así que volví a doblar el sobre y me lo guardé en el bolsillo.

Cuando regresé a la biblioteca, Hal se había ido. Apenas tuve tiempo de sentarme en mi sitio y de darme la vuelta para preguntarle a Nia dónde estaba, cuando entró el señor Thornhill. Empecé a juguetear con la correa de mi mochila para disimular mi nerviosismo.

—¿Dónde está Hal Bennett? —quiso saber Thornhill.

—Dijo que volvería enseguida —respondió Nia con un tono sorprendentemente sereno—. Tenía que ir un segundo al lavabo.

—Parece que el tema de hoy son las vejigas incontinentes —resopló el señor Thornhill, que regresó a su mesa y empezó a mirar los papeles que tenía delante.

—Sí, incontinentes —susurró Nia. Cuando me di la vuelta para mirarla, estaba concentrada de nuevo en su libro, pero pude ver una sonrisa asomada a sus labios.

En cuanto Hal entró por la puerta de la biblioteca, el señor Thornhill empezó a echarle la bronca por no haber esperado a pedirle permiso para ir al baño, así que Hal no tuvo oportunidad de contarnos lo que había encontrado. Se volvió a sentar delante de mí, abrió su cuaderno y empezó a dibujar con toda tranquilidad, como si no acabara de transgredir la que posiblemente es la norma más importante del instituto (por no hablar de quebrantar la ley). Eché un vistazo a Nia, que también parecía estar leyendo despreocupadamente. ¿Sería yo la única que estaba completamente aterrorizada?

Todo parecía apuntar a que sí.

El resto del tiempo hasta la hora de la comida pasó sin que ninguno de nosotros pidiera salir, y para cuando el señor Thornhill se levantó y anunció que el castigo había terminado, yo estaba a punto de perder la cabeza. Lo único que quería era regresar a casa, a la soledad de mi habitación, para poder leer la carta de mi madre.

Me levanté rápidamente para volver a dejar el libro de poesía en la estantería y, cuando pasé junto a la mesa de Nia, me susurró:

—Mira en tu taquilla.

Giré la cabeza para mirarla, pero ya se había marchado hacia la mesa de Hal. Me pregunté si le estaría transmitiendo el mismo mensaje.

—Hal, Nia, Calista, os veré a los tres el próximo sábado a la misma hora. A no ser que, antes de esa fecha, queráis compartir conmigo cierta información.

Nos miró a los tres como si supiera perfectamente que estábamos tramando algo. Cuando le respondí, traté de hacerlo sin que mi rostro reflejara ninguna expresión.

—Señor Thornhill, el libro que pensé que había traído esta mañana debe de estar en mi taquilla, y lo necesito para hacer un trabajo. ¿Puedo ir a recogerlo de camino a la salida? —no podía creer la facilidad con la que aquella mentira salió de mis labios. Una vez que empezabas a hacerlo, continuar resultaba tan fácil que daba miedo.

El subdirector miró su reloj.

—Voy a ir a mi despacho a recoger mi maletín, y quiero que todo el mundo se presente en la entrada del edificio dentro de dos minutos, que es cuando activaré el sistema de seguridad. Si en ese plazo no os da tiempo a coger lo que tengáis que coger o ir al lavabo —al decir esto, le lanzó una mirada a Jason—, os sugiero que lo dejéis para otro momento.

No me gustó nada que fuera a su despacho antes de salir del instituto. De repente, se me ocurrieron miles de evidencias que podría haber dejado de mi paso por allí. ¿Y si no había guardado la carpeta vacía en el lugar exacto del cajón en donde la había encontrado? ¿Y si por alguna razón a Thornhill le entraban ganas de volver a leer la carta de mi madre? ¿Qué haría cuando se diera cuenta de que había desaparecido? Mi única esperanza era que pensara que la habría perdido entre el caos de su cajón.

Pensar en la nota me hizo preguntarme, aterrorizada, si habría cerrado del todo el cajón. De no ser así, seguro que Hal lo habría cerrado bien cuando salió del despacho. A menos que al encontrarlo abierto pensara que había sido Thornhill, y no yo, quien lo había dejado así.

Las posibilidades de que me descubriera parecían infinitas. Si no volviera a su despacho hasta el lunes, habría tiempo suficiente para que olvidara cómo había dejado exactamente sus cosas. Sentí que volvían a sudarme las manos, que habían estado relativamente secas durante el último par de horas.

Estaba tan concentrada pensando en que Thornhill descubriera algo, que casi me olvido de pasar por mi taquilla. Quería salir del edificio lo antes posible. Pero entonces recordé lo que me había dicho Nia y los tótems que Amanda había dibujado en nuestras taquillas. ¿Habría dejado otro dibujo, uno que Thornhill y los conserjes no hubieran descubierto aún? La posibilidad de que hubiera un mensaje de Amanda me hizo correr hacia allí, ansiosa por saber algo de ella.

Other books

Bloodline by Alan Gold
Brick House: Blue Collar Wolves #2 (Mating Season Collection) by Winters, Ronin, Collection, Mating Season
In the Roar by Milly Taiden