Presagios y grietas (58 page)

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Authors: Benjamín Van Ammers Velázquez

Tags: #Fantasía, #Épica

BOOK: Presagios y grietas
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—Deja esa bolsa en el suelo y lárgate, amigo —volvió a graznar el que parecía el jefe—. ¡Espera! Mejor quédate donde estás; veamos que has encontrado por ahí —añadió con una sonrisa desdentada.

—Esa espada parece buena, Pellejos —dijo un individuo flaco que llevaba un enorme casco bailoteando sobre su cabeza de pepino.

—Ya lo creo —respondió el tal Pellejos—. Muy buena, mejor que cualquiera de las que llevamos; pero si nuestro amigo sabe contar, seguro que se da cuenta de que en este caso la cantidad importa más que la calidad.

Los saqueadores se aproximaron al hombre silencioso mientras reían el comentario de su jefe. La risa se transformo en pánico cuando el individuó se incorporó y se quedó mirándolos con actitud desafiante. De repente, Pellejos advirtió que a su alrededor sólo quedaban tres sacos con su contenido desparramado por el suelo.

—No… no te había reconocido —balbuceó—. No… no te molesto más. Puedes quedarte con los sacos; hay comida y cosas de valor. Hemos encontrado unos candelabros de oro que…

En cuanto el guerrero dio un paso, Pellejos empezó a correr a través de la plaza, dando gritos y espantando en su trayecto a los cuervos que picoteaban entre las ruinas. Las aves emprendieron el vuelo entre aleteos y graznidos.

Igarktu maldijo entre dientes, cogió el saco que parecía contener comida y echó a correr en la dirección opuesta seguido por el perrillo, que llevaba la rata reventada en la boca. El acero no serviría de nada si el escándalo de los cuervos y los alaridos de aquel desgraciado llamaban la atención del durmiente.

Desde que tres días atrás los Gloriosos Devastadores llevaran a cabo su postrera intentona, Zighslaag no se había movido de las inmediaciones del palacio. Permanecía allí recostado, con sus dos cabezas enroscadas y envolviendo con su cola toda la zona central de la arrasada urbe; una muralla de escamas negras mantenía aislado el barrio comercial, el barrio de los fieles y buena parte de lo que quedaba de los viveros Imperiales. Su respiración acompasada formaba ya parte de la rutina de los supervivientes al desastre; pasaban día y noche escuchando aquel sonido y aspirando el hedor fétido de su aliento, que se imponía al de los miles de cadáveres en descomposición. La mayoría buscaron refugio en las alcantarillas, donde estaban relativamente seguros en los momentos en los que Zighslaag decidía moverse o los incautos Gloriosos realizaban una de sus vanas ofensivas.

Igarktu había sido testigo del último ataque, encaramado sobre el tronco quebrado de una de las pocas secuoyas de los viveros que seguían en pie. Desde su posición pudo ver cómo pequeñas motas oscuras cruzaban el firmamento para caer dónde el demonio dormía; impactaban contra su cuerpo y su cola sin que la criatura se apercibiese siquiera. Tras un buen rato de incesante lluvia de rocas, el cielo se llenó de puntos anaranjados; seguían idéntica trayectoria con idéntico resultado, con la salvedad de que al estrellarse prendían en llamas las ruinas circundantes. La nube de humo pareció llamar la atención de Zighslaag, que empezó a mover su gigantesca mole y la tierra traqueteó. Cuando su cola se recortó en el cielo del mediodía como un pedazo de noche con forma de látigo, Igarktu pudo contemplar a lo lejos las siluetas de decenas de catapultas y a su alrededor centenares de figuras minúsculas que se movían cómo hormigas nerviosas. Por un momento le pareció que aquellos imbéciles llevaban hasta caballería. De cualquier modo, toda vida que se encontrase en la zona sobre la que Zighslaag descargó aquel coletazo devastador se extinguió en el acto. Una de las cabezas abrió sus fauces y emitió un sonido hueco, que retumbó en varias millas a la redonda y que bien pudo ser un bostezo; tras renovar el ambiente con otra ráfaga de su aliento apestoso su cola volvió a descender, se enroscó de nuevo y amuralló de oscuridad la zona centro de aquel cementerio. Tras la anécdota había permanecido en el mismo sitio, sin moverse durante tres días.

El Campeón de Campeones se dirigió hacia la boca de alcantarilla más próxima. Pensaba en cómo se las arreglaría para descender con el saco cuando el perrillo que lo seguía se le coló entre las piernas y estuvo apuntó de hacerlo caer. Se disponía a patear de nuevo a aquel molesto montón de pelos cuando el animal se sentó frente a él, moviendo la cola y mirándolo a los ojos.

—¿Qué diablos quieres, maldito?

El perrillo ladró y dejó caer la rata despanzurrada para de inmediato volver a cogerla, sin dejar de mover el rabo.

—Tú no sabes quién soy yo, ¿verdad?

Un nuevo ladrido confirmó sus sospechas. Dejó el saco en el suelo y se sentó frente al perro cruzando las piernas. El animal empezó a mover la cola con más intensidad cuando Igarktu introdujo la mano en el saco y, tras palpar un poco su contenido, la volvió a sacar; sujetaba entre los dedos un cordel del que pendían cinco salchichas brillantes que los duplicaban en grosor. El perro levantó las orejas y dejó de mover el rabo para fijar la vista en aquella hermosura.

El Campeón emitió una carcajada seca y se sorprendió; no recordaba la última vez que por su garganta había salido una risa que no fuese acompañada de crueldad. El pequeño can devoraba el embutido y su cola parecía multiplicarse mientras el luchador contemplaba la escena con una sonrisa inesperada en su rostro de asesino.

—Belvann.

De inmediato reparó en la rata muerta y aquello lo hizo cambiar de parecer.

—No; eres demasiado valiente para llevar ese nombre —comentó con un gesto de negación. Por un instante, la coleta que se agitaba sobre su cabeza se sincronizó con el rabo del perro, que masticaba y engullía la última de las salchichas sin dejar de mirar con veneración a su nuevo amo.

—Dellmáher. Dell —susurró mientras le acariciaba la cabeza—. Ilustre apellido, amiguito.

Dell se puso panza arriba; el guerrero empezó a rascarle mientras le lamía la mano sin dejar de mirarlo.

—No te va a faltar carne que comer y ratas que matar. —Igarktu miraba cómo el sol empezaba a descender y buscaba refugio tras las montañas—. Ambas cosas abundan en este asqueroso sitio.

El perro correteaba a su alrededor sin apartar la vista del saco de comida.

—Lo siento compañero; ahora me toca a mí.

Cargó el saco a su espalda y se encaminó hacía la entreabierta alcantarilla cercana. Intuyendo dónde quedaba la parte adoquinada del subterráneo, dejó caer el saco por el agujero ante el gesto de incredulidad del perro.

—Esa comida no se va a mover de ahí. —Cogió en brazos al animal con extrema delicadeza—. Si te hubiese lanzado a ti, tampoco te moverías. Mal negocio, ¿no crees?

Dell le lamió la nariz y asintió con un ladrido. Igarktu descendió por la oxidada escalerilla de hierro con el perro bajo el brazo. Al llegar al suelo soltó al animal y extrajo de su zurrón una antorcha a la que prendió fuego con rapidez.

—La oscuridad de aquí abajo se solventa sin problemas, socio; la de ahí arriba ya es otro cantar.

Cargó de nuevo el saco y avanzó por los túneles del alcantarillado con Dell pegado a sus botas. El olor a humedad y mierda resultaba reconfortante; en aquellos pasadizos no había llegado a imponerse el hedor a muerte y corrupción que infectaba la superficie.

—Si no me equivoco, hemos de torcer a la izquierda.

Dell mostró su conformidad con un ladrido y los dos compañeros tomaron esa dirección. Avanzaron media milla, tras la cual llegaron a una encrucijada de túneles. En el que se dirigía hacia la izquierda había una antorcha encendida, sujeta a una argolla incrustada en la pared.

—Ahora por aquí. Vas a conocer a la Emperatriz, socio. Quién te lo iba a decir, ¿eh?

Se disponían a continuar su camino cuando un sonido extraño los hizo detenerse. Dell agachó las orejas y se puso a gruñir en dirección al túnel que se extendía hacia la derecha.

—Quieto, amigo —le espetó el Campeón mientras trataba de identificar la procedencia del ruido. Parecía como si alguien estuviese desgarrando un trozo de tela.

Dell empezó a ladrar intercalando algún gruñido. Tenía el pelo del lomo erizado y el rabo erguido como un pequeño estandarte de guerra.

—¿Quién será el descerebrado que ronda por ahí? Ese pasadizo conduce justo a los desagües del palacio, la zona donde se aposenta el culo de ese bicho —dijo Igarktu mientras pensaba si las dos cabezas de Zighslaag compartirían también un mismo trasero.

Por toda respuesta, el intrépido Dell echó a correr y se internó en el túnel ladrando, dispuesto a triturar lo que fuera que acechase en las sombras.

—¡Vuelve aquí, estúpido!

Desde la oscuridad le llegaron dos ladridos amplificados por el eco. Maldiciendo a todas las deidades conocidas, Igarktu dejó el saco en un rincón y se adentró en el pasaje, enarbolando fuego y acero. No hubo de caminar mucho para dar con Dell; estaba en la boca de un túnel que giraba de nuevo a la derecha, gruñendo y moviendo el rabo al mismo tiempo. El guerrero advirtió que el inquietante sonido se escuchaba con mayor claridad; algo se estaba desgarrando al fondo de aquel pasadizo.

—Condenado animal… Bueno, ya que estamos aquí habrá que echar un vistazo.

Dell ladró satisfecho pero el Campeón envainó su espada, lo cogió por el pellejo del lomo y lo levantó hasta que su hocico quedó frente a su rostro.

—Como te separes de mi lado te destripo ¿Me has entendido, socio?

El animal agachó las orejas, emitió un gemido apagado y no osó dar un paso hasta que su amo empezó a moverse.

Caminaron en dirección al ruido mientras la atmósfera que les rodeaba adquiría unos matices tristemente familiares. Aquella galería ya debía estar bajo las ruinas que servían de lecho a Zighslaag; el olor nauseabundo de la corrupción se extendía por todas partes. Al fondo del pasadizo, un haz de luz descendía del techo iluminando la danza de varias moscas; se reflejaba en el lecho de aguas fecales a modo de funesta señal de aviso. El sonsonete entrecortado se escuchaba ya con total claridad; fuera lo que fuera, aquello seguía desgarrándose a escasa distancia de donde se encontraban.

—Parece que el techo se ha derrumbado por aquí. Esa monstruosidad debe estar justo encima de nosotros.

Dell no pudo evitar adelantarse pero al escuchar el juramento que musitó su amo retrocedió de inmediato, con las orejas gachas y el rabo entre las patas. Igarktu introdujo la antorcha en el agua y se apago con un susurro humeante.

—Mi madre me contó una historia sobre dragones. Al parecer tienen su punto débil en la zona del bajo vientre.

No quería preocupar a su compañero, así que se guardó de añadir que al dragón de aquella historia lo mataba un pastor estúpido con una flor mágica que le había dado una princesa de algún reino fantástico repleto de imbéciles.

El Campeón se fue acercando a la luz blandiendo su mandoble con ambas manos; tras él, Dell correteaba de un lado a otro, olfateando y gruñendo. Al situarse bajo la abertura iluminada, hombre y perro constataron que el techo se había derrumbado por completo. Sobre sus cabezas se cernía una cubierta de gigantescas escamas negras que se contraían al ritmo de la respiración del leviatán que reposaba en la superficie. Entre las paredes derruidas y el cuerpo del monstruo quedaba una abertura de apenas tres pies de anchura por la que se veía el cielo gradiente del anochecer.

Por un instante, Igarktu pensó en comprobar la consistencia de aquel pellejo escamoso con la punta de su espada, pero prefirió no hacerlo. Él no era un pastor estúpido y no tenía nada parecido a una flor mágica; tampoco lo esperaba princesa alguna y por encima de todo, no era ningún imbécil. Si aquello no era más que un cuento demencial el papel de héroe no le correspondía, de eso estaba bien seguro.

Mientras reflexionaba sobre aquello, Dell había decidido arriesgarse a ser destripado por su espada. Fisgaba en un rincón del fondo del pasadizo; olfateaba en todas direcciones hasta que al fin localizó lo que producía el sonido que los había llevado hasta allí. Emitió un gemido débil tratando de llamar la atención; incluso él sabía que ponerse a ladrar en aquel sitio no era una buena idea.

Igarktu se dirigió hacia donde se intuía la borrosa silueta del perro. Había algo adherido al muro del túnel por una sustancia que se deslizaba entre las juntas de los ladrillos, como una pequeña catarata pegajosa. El informe bulto debía medir siete u ocho pies de alto y nadie, salvo quizás un gottren, hubiese podido abarcar su circunferencia entre los brazos. Deslizo el índice por la superficie y constató que estaba caliente y húmeda. Unas grietas finas como cabellos avanzaban al compás de aquel sonido, desgarrando poco a poco el pellejo oscuro que cubría aquella cosa.

El Campeón tragó saliva.

—Ese lagarto hijo de puta ha puesto un huevo —acertó a decir.

Dell se puso a corretear en círculo por la zona, sin dejar de mover el rabo. Parecía sonreír y se relamía de pensar en la cantidad de salchichas que obtendría cuando su amo reparase en que allí había decenas de cosas como esa.

FIN DEL LIBRO I

Mapa del Continente

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Anexo I

Extracto del grabado.

«Orígenes de todo lo conocido y pautas de comportamiento»

Cincelado sobre roca por Xarthiel

en el Siglo I de la Existencia Documentada

Gorontherk encontró a Sholeinar y se hicieron amigos.

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