Vestía una larga túnica blanca, de mangas voluminosas, sujetas a las muñecas. Por debajo de la túnica asomaban unas blandas sandalias de las que sobresalía el dedo gordo, mientras que su cabeza, maravillosamente formada, estaba completamente afeitada. Contempló calmosamente a los dos, con sus profundos ojos azules
–Os saludo, miembros de la tribu -les dijo.
Seldon, maquinalmente correcto, respondió:
–Os saludamos, señor. – Y sinceramente desconcertado, preguntó-: ¿Por dónde habéis entrado?
–Por la entrada, que se ha cerrado detrás de mí. ¿No os habéis fijado?
–Supongo que no. Pero, claro, tampoco sabíamos qué podíamos esperar. Ahora ya lo sabemos.
–El miembro de la tribu, Chetter Hummin, informó a los Hermanos que llegarían dos miembros de las tribus. Me pidió que os cuidáramos.
–Así que conocéis a Hummin.
–Lo conocemos. Nos ha servido bien. Y porque él, un respetado miembro de la tribu, nos ha servido, vamos a hacer lo mismo, ahora, para él. Pocos son los que vienen a Mycogen, y muy pocos los que se van. Debo procurar que estéis a salvo, daros alojamiento y procurar que no se os moleste. Aquí os hallaréis seguros.
Dors inclinó la cabeza:
–Os estamos agradecidos, Amo del Sol Catorce.
El Amo del Sol se volvió a mirarla con despectiva indiferencia.
–No desconozco las costumbres de las tribus -dijo-. Sé que en ellas una mujer puede hablar antes de que se dirijan a ella. Por lo tanto, no me siento ofendido. Yo le rogaría que tuviera cuidado con otros de los Hermanos que puedan estar menos enterados que yo del asunto.
–¡Vaya! – exclamó Dors, claramente ofendida, mientras que el Amo del Sol no lo estaba.
–Así es -prosiguió éste-. Tampoco es necesario utilizar mi identificación numérica cuando esté solo con vosotros. «Amo del Sol» bastará… Ahora, os ruego que vengáis conmigo a fin de abandonar este lugar, excesivamente tribal para mi tranquilidad.
–La tranquilidad es para todos -observó Seldon, en voz tal vez más fuerte de lo preciso-, y no nos moveremos de este lugar a menos que nos aseguréis que no se nos obligará por la fuerza a vuestras pretensiones, en contra de nuestras propias costumbres. Y una de éstas es que una mujer puede hablar siempre que tenga algo que decir. Si habéis aceptado mantenernos a salvo, esta seguridad debe ser tanto psicológica como física
Amo del Sol miró a Seldon con fijeza.
–Eres atrevido, joven miembro de la tribu. ¿Cómo te llamas?
–Soy Hari Seldon, de Helicón. Mi compañera es Dors Venabili, de Cinna.
Amo del Sol se inclinó ligeramente al oír a Seldon pronunciar su propio nombre, pero no se movió al oír el de Dors.
–He jurado al miembro de la tribu, Hummin, que os mantendríamos a salvo -declaró-, así que también haré lo que pueda para proteger a tu compañera. Si desea ejercer su descaro, haré lo que pueda para que se le considere libre de culpa… Pero hay algo con lo que debéis conformaros.
Y señaló, con infinito desprecio, primero la cabeza de Seldon y luego la de Dors.
–¿Qué queréis decir? – preguntó Seldon.
–Tu cabello cefálico.
–¿Qué tiene?
–No debe verse.
–¿Significa eso que debemos afeitarnos la cabeza como vos? ¡De ningún modo!
–Mi cabeza no está afeitada, miembro de la tribu Seldon. Fui depilado al entrar en la pubertad, como lo son todos los Hermanos y sus mujeres.
–Si se trata de depilación, la respuesta sigue siendo no…, jamás.
–Miembro de la tribu, no os pedimos ni afeitado, ni depilación. Sólo queremos que, cuando os encontréis con nosotros, vuestro cabello esté cubierto.
–¿Cómo?
–He traído unos gorros que se adaptarán a vuestros cráneos, junto con unas tiras que ocultarán vuestros cabellos superópticos (las cejas). Os lo pondréis cuando estéis entre nosotros. Y, naturalmente, el miembro Seldon, se afeitará a diario…, o con más frecuencia si fuera necesario.
–Pero, ¿por qué debemos hacerlo?
–Para nosotros, llevar cabello en la cabeza resulta obsceno y repugnante.
–De seguro que toda vuestra gente sabe que es costumbre para otros, en todos los mundos de la Galaxia, conservar su cabello cefálico.
–Lo sabemos. Y todos nosotros, como yo, debemos tratar con tribus de vez en cuando y ver su cabello. Lo conseguimos, pero es injusto pedírselo a los Hermanos, que suelen sufrir ante su vista.
–Muy bien, Amo del Sol -concedió Seldon-. Puesto que habéis nacido con cabello cefálico, como todos nosotros, y lo conserváis a la vista hasta la pubertad, ¿por qué es tan necesario erradicarlo? ¿Se trata sólo de una costumbre o es por alguna razón específica?
–Por la depilación -declaró el anciano mycogenio con orgullo-, demostramos al joven que él o ella ha llegado a ser adulto y los adultos, mediante la depilación, recordarán siempre quiénes son y jamás olvidarán que todos los demás no son sino miembros de una tribu.
No esperó ninguna respuesta (y a Seldon, en verdad, no se le ocurrió ninguna), sino que sacó, de algún oculto pliegue de su túnica, un puñado de finos retales de plástico de diferentes colores, mirando con fijeza a los dos rostros que tenía delante, sostuvo primero una tira, luego otra, junto a cada cara.
–Los colores deben casar, razonablemente -explicó-. Nadie se confundirá pensando que no lleváis un gorro, pero no tiene por qué resultar repulsivamente obvio.
Por fin, Amo del Sol entregó un retal a Seldon y le mostró cómo transformarlo en gorro.
–Póntelo, por favor, miembro de la tribu Seldon -rogó-. Lo encontrarás complicado al principio, pero ya te acostumbrarás.
Seldon intentó ponérselo, pero las dos primeras veces se le escurrió cuando trató de tirar hacia atrás para cubrirse el cabello.
–Empieza por encima de las cejas -aconsejó Amo del Sol. Se le escapaban los dedos, impacientes por ayudarle.
–¿Queréis hacerlo por mí? – preguntó Seldon, conteniendo una sonrisa.
Amo del Sol retrocedió, diciendo:
–Imposible -repuso, muy agitado-. No puedo tocar tu pelo.
Al fin, Seldon logró sujetarlo y, siguiendo los consejos de Amo del Sol, tiró de un lado y de otro, hasta que su cabello quedó cubierto. Los cubrecejas le resultaron más fáciles de colocar. Dors, que se había fijado con toda atención, se puso los suyos sin problemas.
–¿Cómo se quita? – preguntó Seldon.
–No tienes más que encontrar un extremo y se desprenderá con facilidad. Ambos lo encontraréis más fácil si os recortáis un poco el cabello.
–Prefiero esforzarme -repuso Seldon. Luego, se volvió hacia Dors y le murmuró-: Sigues estando guapa, Dors, pero tiende a que tu rostro pierda personalidad.
–La personalidad sigue debajo -le aseguró Dors-. Y me atrevería a suponer que te acostumbrarás a verme sin cabello.
En voz aun más baja, Seldon insistió:
–No quiero estar aquí lo suficiente para llegar a acostumbrarme.
Amo del Sol, que con visible altivez pretendía ignorar los murmullos de simples miembros de tribu, sugirió:
–Si entráis en mi coche, os llevaré a Mycogen ahora.
–Con franqueza -musitó Dors-, me cuesta creer que aún estoy en Trantor.
–Deduzco, pues, que nunca habías visto nada parecido -comentó Seldon.
–Sólo llevo dos años en Trantor y la mayor parte del tiempo la he pasado en la Universidad, así que no me siento, exactamente, una trotamundos. No obstante, he estado aquí y allá, y he oído esto y aquello, pero jamás vi ni oí nada parecido. ¡La monotonía…!
Amo del Sol conducía metódicamente y sin prisa indebida. Había otros vehículos del mismo tipo en el camino, todos ellos con calvos en los controles, con sus cabezas desnudas brillando a la luz.
A cada lado había estructuras de tres pisos, sin adornos, todas ellas rectilíneas, y todo de color gris.
–¡Lúgubre! – musitó Dors-. ¡Tan lúgubre!
–Igualitario -susurró Seldon-. Sospecho que ningún Hermano puede presumir de tener nada más que otro.
Había muchos peatones por los caminos que recorrieron. No se veían corredores mecánicos, ni se oía el ruido de un expreso cercano.
–Estoy imaginando que los grises son mujeres.
–Es difícil decirlo -comentó Seldon-. Las túnicas lo ocultan todo y una cabeza rapada es igual a otra cabeza rapada.
–Los grises van siempre por parejas o con un blanco. Los blancos pueden circular solos y Amo del Sol es un blanco.
–Puede que tengas razón. – Seldon levantó la voz-, Amo del Sol, tengo curiosidad…
–Si es así, pregunta lo que quieras, aunque no tengo por qué contestarte.
–Parece que estamos pasando por una zona residencial. No hay indicaciones de establecimientos comerciales, ni áreas industriales…
–Somos una comunidad enteramente dedicada a lo agropecuario. ¿De dónde procedéis que ignoráis esto?
–Sabéis que procedo del Mundo Exterior -contestó Seldon, envarado- y que sólo llevo dos meses en Trantor.
–Así y todo…
–Pero si sois una comunidad dedicada al trabajo de la tierra, Amo del Sol, ¿cómo no he visto ninguna granja al pasar?
–Están en niveles inferiores -respondió Amo del Sol con sequedad.
–Entonces, ¿es enteramente residencial este nivel de Mycogen?
–Éste y otros. Somos lo que ves. Cada Hermano y su familia viven en alojamientos equivalentes; cada cohorte en su comunidad equivalente; todos tenemos los mismos coches, y cada Hermano conduce el suyo. No hay sirvientes y nadie se siente cómodo a costa del trabajo de otro, ni puede presumir más que otro.
Seldon enarcó sus enfundadas cejas mirando a Dors.
–Pero algunas personas visten de gris y otras de blanco -comentó.
–Porque algunos son Hermanos y otros Hermanas.
–¿Y nosotros?
–Tú perteneces a una tribu y eres un huésped. Tú y tu… -se detuvo, mas continuó al instante- compañera no estaréis obligados por todo lo de Mycogen y su vida. Sin embargo, tú vestirás una túnica blanca y tu compañera una gris, y viviréis en un alojamiento de invitados igual a los nuestros.
–La igualdad para todos parece el ideal perfecto; sin embargo, ¿qué ocurre si vuestro número aumenta? ¿Cortáis, entonces, el pastel en trozos más pequeños?
–Nuestro número no aumenta. Si así fuera, se precisaría un área mayor, que las tribus circundantes no permiten, o un cambio de vida, para empeorar.
–Pero si… -insistió Seldon.
Amo del Sol lo cortó en seco.
–Ya basta, miembro de la tribu Seldon. Como te he advertido, no estoy obligado a contestarte. Nuestra obligación, como hemos prometido a nuestro amigo, miembro de la tribu Hummin, es manteneros a salvo siempre y cuando no violéis nuestra forma de vida. Cumpliremos nuestra promesa, nada más. La curiosidad os está permitida, mas si es demasiado persistente acabará con nuestra paciencia.
Algo en su tono no permitía seguir hablando y Seldon tuvo que aguantarse. Hummin, con su intención de ayudarle, había calculado mal.
No era seguridad lo que Seldon buscaba. Por lo menos, no sólo seguridad. También necesitaba información; sin ella no podía…, no quería quedarse allí.
Seldon, desesperado, contempló su alojamiento. Tenía una pequeña cocina individual y un cuarto de baño pequeño, también individual. Había dos camas estrechas, dos roperos, una mesa y dos sillas. En resumen, contenía todo lo necesario para dos personas que estuvieran dispuestas a vivir con estrechez.
–En Cinna teníamos una cocina y un baño individuales -empezó Dors, resignada.
–Yo no. Helicón puede que sea un mundo pequeño, pero yo vivía en una ciudad moderna. Cocinas y cuartos de baño comunitarios… ¡Qué despilfarro es esto! Se puede esperar de un hotel, donde uno se ve obligado a residir temporalmente, pero si todo el Sector es así, imagina la enorme cantidad de coches y baños duplicados.
–Será parte del igualitarismo, supongo -comentó Dors-. Así no hay problemas a causa de compartimientos mejores o servicios más rápidos. Igual para todos.
–Tampoco hay intimidad. No es que me importe mucho, Dors, pero quizás a ti sí, y no quiero dar la sensación de que me aprovecho. Deberíamos decirles claramente que deseamos tener habitaciones separadas…, juntas pero separadas.
–Seguro que no funcionaría. El espacio es un premio aquí, y pienso que están acostumbrados por su propia generosidad al darnos tanto. Nos arreglaremos, Hari. Ambos somos lo bastante mayorcitos para superarlo… No soy una doncella ruborosa y tú no podrás convencerme de que eres una bestia.
–De no ser por mí no te encontrarías metida en esto.
–¿Y qué? Es una aventura.
–Está bien. ¿Qué cama prefieres? ¿Por qué no te quedas la que está más cerca del baño? – Se dejó caer en la otra-. Hay algo más que me preocupa. Mientras estemos aquí, somos miembros de una tribu, tú y yo, incluso Hummin. Pertenecemos a otras tribus, no a sus propias cohortes, y la mayor parte de sus asuntos no nos competen a nosotros. Pero muchos asuntos sí son cosa mía. Por eso es por lo que he venido. Quiero saber algunas de las cosas que ellos saben.
–O creen saber -observó Dors con el típico escepticismo del historiador-. He oído que tienen leyendas que se suponen provenientes de los tiempos primitivos, pero no creo que puedan ser tomadas en serio.
–No lo sabremos hasta que descubramos cuáles son esas leyendas. ¿Existen documentos sobre ellas fuera de aquí?
–No, que yo sepa. Esta gente es terriblemente introvertida, casi psicótica en su introversión. Que Hummin haya podido romper sus barreras y conseguir que nos acepten, ya es sorprendente…, realmente sorprendente.
Seldon reflexionó.
–Debe de haber una salida por alguna parte. Amo del Sol se sorprendió…, en realidad, se enfadó, porque yo no sabía que Mycogen era una comunidad agrícola. Parece como si hubiera algo que quieren que se sepa.
–El caso es que no hay nada que ocultar. Se supone que «Mycogen» es una palabra arcaica que significa «productor de levadura». Al menos, eso es lo que me han dicho. No soy paleolingüista. En todo caso, cultivan todas las variedades de microalimentos…, levadura, claro está, junto con algas, bacterias, hongos multicelulares y demás.
–Eso es muy corriente. La mayor parte de los mundos tiene esa microcultura -explicó Seldon-. Incluso en Helicón tenemos algo.
–Pero no como en Mycogen. Es su especialidad. Emplean métodos tan arcaicos como el nombre de su Sector: fórmulas fertilizantes secretas, influencias ambientales secretas, ¿quién sabe qué? Todo es secreto.