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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (13 page)

BOOK: Portadora de tormentas
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—En el pasado me has ayudado a vivir, Arioco. ¡Lo lamentarás!

—¡Todavía puedo poner remedio a mi desatino, advenedizo!

Sobre Elric cayó otra descarga, pero al levantar a Tormentosa comprobó, aliviado, que la espada había desviado aquella arma impía.

Pero ante semejante poder estaban, sin duda, condenados, a menos que lograsen invocar alguna ayuda sobrenatural. Pero Elric no se atrevía a recurrir a los hermanos de su espada rúnica. Todavía no. Debía pensar en algún otro medio. Mientras retrocedía ante las descargas abrasadoras, seguido de Moonglum, y murmuraba hechizos casi inútiles, pensó en los leones-buitres que había hecho regresar al Caos. Tal vez lograra llamarlos otra vez, pero con un fin diferente.

Recordaba claramente el hechizo, que en esas circunstancias requería un ligero cambio en la disposición mental y en la formulación. Sin perder la calma, esquivando mecánicamente las descargas de los duques, cuyas facciones habían experimentado un horrible cambio, aunque conservaban su belleza anterior, habían adquirido un aire malévolo, comenzó a pronunciar el hechizo:

/Criaturas, Matik de Melniboné os creó

con la materia de la locura!

/Si queréis seguir vivas como estáis ahora,

marchaos, o Matik volverá a emplear su hechizo!

De las zonas oscuras de la plaza surgieron las bestias picudas. Elric les gritó a los duques:

— ¡Las armas mortales no pueden dañaros! ¡Pero estas bestias vienen de vuestro mismo plano! ¡Comprobad su ferocidad! —Y en la extraña lengua de Melniboné ordenó a los leones-buitres que se lanzasen sobre los duques.

Dominados por la aprensión, Arioco y los demás duques volvieron a subir la escalinata, al tiempo que gritaban sus propias órdenes a los gigantescos animales, pero las bestias continuaron avanzando a mayor velocidad.

Elric vio cómo gritaba y se debatía Arioco cuando su cuerpo se partió en dos y adquirió una nueva forma menos reconocible en el instante mismo en que las bestias lo atacaron. De repente, la escena se cubrió de colores, de sonidos agudos y materia desordenada. Detrás de los demonios en lucha, Elric vio que Jagreen Lern corría a refugiarse en su palacio. Con la esperanza de cjue las criaturas que había convocado lograsen contener a los duques, Elric espoleó a su caballo, rodeó la masa hirviente y subió la escalinata al galope.

Los dos hombres traspusieron las puertas y alcanzaron a atisbar al aterrorizado Teócrata que corría delante de ellos.

— ¡Tus aliados no eran tan fuertes como creías, Jagreen Lern! —aulló Elric abalanzándose sobre su enemigo—, ¡Infeliz, no sé qué te hizo pensar que tus conocimientos estarían a la altura de los de un melnibonés!

Jagreen Lern comenzó a subir afanosamente una sinuosa escalera, demasiado aterrado como para mirar atrás. Elric lanzó otra de sus carcajadas, sofrenó a su caballo y observó al hombre que huía. 

— ¡Duques! ¡Duques! —sollozó Jagreen Lern sin dejar de subir—. ¡No me abandonéis ahora!

— ¿No es verdad que esas criaturas no podrán derrotar a los aristócratas del Infierno? — inquinó Moonglum con un hilo de voz.

Elric sacudió la cabeza y repuso:

—No espero que lo hagan, pero si acabo con Jagreen Lern, al menos pondré fin a sus conquistas y no podrá seguir invocando demonios.

Espoleó al corcel nihrainiano y subió la escalera tras el Teócrata, que al oírlo venir se encerró en una habitación. Elric oyó el sonido de una tranca al caer y el chirrido de los pasadores.

Cuando estuvo ante la puerta, ésta cayó al primer mandoble y entró en los aposentos. Jagreen Lern había desaparecido.

Elric desmontó y se dirigió a una puertecita que se encontraba en el extremo más alejado del cuarto y la derribó también. Una estrecha escalera conducía hacia lo alto; sin duda, hacia una torre. Pensó que por fin podría vengarse; subió la escalera y se encontró en. lo alto con otra puerta más; levantó la espacia para destrozarla, pero al caer sobre ella, la puerta resistió.

— ¡Maldita sea, está protegida por un encantamiento! Se disponía a asestar otro mandoble, cuando oyó que Moonglum lo llamaba con insistencia desde abajo.

— ¡Elric! Elric... han derrotado a las criaturas. ¡Vuelven al palacio!

Por el momento tendría que olvidarse de Jagreen Lern. Bajó de un salto, llegó a los aposentos y salió a la escalera. En el vestíbulo vio las formas fluctuantes de la impía trinidad. En mitad de la escalera Moonglum temblaba como una hoja.

— Tormentosa —gritó Elric—, es hora de invocar a tus hermanos.

La espada se agitó en su mano, como si asintiera. Elric comenzó a cantar la complicada runa que Sepiriz le había enseñado. Tormentosa gimió haciéndole de fondo mientras que los duques, fatigados por la batalla, iban tomando distintas formas y comenzaban a acercarse amenazadoramente a Elric.

En el aire, alrededor del albino, aparecieron unas siluetas borrosas que se encontraban parcialmente en el plano de Elric y en el del Caos. El albino las vio moverse y de pronto fue como si el aire se hubiera llenado de un millón de espadas, todas gemelas de Tormentosa.

Siguiendo su instinto, Elric soltó su espada y la lanzó junto con las demás. Quedó suspendida en el aire ante las demás, que parecieron reconocerla.

— ¡Guíalas, Tormentosa! ¡Que luchen contra los duques... o tu amo morirá y jamás volverás a beber almas humanas!

El mar de espadas se agitó y un espantoso gemido surgió de ellas. Los duques se abalanzaron sobre el albino y éste retrocedió ante el odio que despedían aquellas formas retorcidas.

Miró hacía abajo y al ver a Moonglum acurrucado en su silla no supo si había muerto o se había desvanecido.

Las espadas cayeron entonces sobre los duques y Elric sintió náuseas ante el espectáculo de un millón de aceros hundiéndose en la materia de aquellos seres.

El ruido ululante de la batalla resonó en sus oídos, y la espantosa visión del conflicto le nubló la vista. Sin la malvada vitalidad de Tormentosa, se sintió débil y desprotegido. Le temblaban las rodillas y las piernas apenas lograban sostenerlo; nada podía hacer para ayudar a los hermanos de la espada negra en su lucha contra los Duques del Infierno.

Se desplomó, consciente de que si continuaba presenciando semejante horror iba a volverse completamente loco. Agradecido, notó que todo se volvía negro y, por fin, perdió el sentido sin saber a ciencia cierta quién ganaría. 

11

Le picaba el cuerpo. Le dolían los brazos y la espalda. Las muñecas le latían de dolor. Elric abrió los ojos.

Ante él descubrió inmediatamente a Moonglum, encadenado de pies y manos a la pared. En el centro de la estancia fluctuaba una llama mortecina; sintió dolor en la rodilla desnuda, miró hacia abajo y vio a Jagreen Lern.

El Teócrata le escupió.

—De modo que he fallado —dijo Elric con voz poco clara—. Después de todo tú ganas.

Jagreen Lern no parecía triunfante. En sus ojos bullía aún la ira.

— ¿Y cómo voy a castigarte? —susurró.

—¿Castigarme? ¿Entonces...? —El corazón de Elric latió con más fuerza.

—Tu último hechizo dio resultado —dijo el Teócrata, categórico, al tiempo que se volvía para contemplar el brasero—. Tus aliados y los míos desaparecieron y todos mis intentos por ponerme en contacto con los duques han fallado. Has cumplido con tu amenaza, o lo han hecho tus esbirros por ti... ¡los has enviado para siempre al Caos!

— ¿Y mi espada? ¿Qué me dices de mi espada?

—Es mi único consuelo —dijo el Teócrata con una amarga sonrisa—. Tu espada desapareció junto con las otras. Ahora eres débil e indefenso, Elric. Podré torturarte y mutilarte hasta el fin de mis días.

Elric estaba pasmado. Una parte de él se alegraba de que los duques hubiesen sido derrotados. Pero parte de él lamentaba la pérdida de su espacia. Tal como Jagreen Lern había manifestado, sin su acero era menos que un hombre corriente, porque el albinismo lo debilitaba. Ya comenzaba a fallarle la vista y las piernas no le respondían.

Jagreen Lern levantó la mirada y lo observó.

—Disfruta de los pocos días sin dolor que te quedan, Elric. Entretanto, imagínate lo que te tengo reservado. Ahora he de irme para darles instrucciones a mis hombres; han de preparar la flota de guerra que zarpará pronto hacia el sur. No voy a perder el tiempo ahora con toscas torturas, porque he de buscar las más exquisitas imaginables. Juro que tardarás años en morir.

Abandonó la celda y mientras la puerta se cerraba con estrépito, Elric oyó a Jagreen Lern que le decía al guardia:

—Que el brasero no se apague en ningún momento. Quiero que suden como condenados. Dales de comer cada tres días, y poco, lo suficiente como para que no se mueran. No tardarán en suplicar cjue les demos agua. Sólo les darás la suficiente para que sigan vivos. Se merecen algo mucho peor que esto, y ya les daré su merecido cuando mi mente haya tenido tiempo para meditar el problema.

La verdadera agonía comenzó al día siguiente. Sus cuerpos habían consumido hasta la última gota de sudor. Se les había hinchado la lengua y mientras gemían en su tormento, fueron conscientes de que aquella terrible tortura no sería nada comparada con lo que les esperaba. El cuerpo debilitado de Elric no respondía a pesar de que él se desesperaba por moverse; al final, se le nubló la mente y el dolor se convirtió en algo constante y familiar; el tiempo dejó de existir.

Más tarde, a través de una especie de niebla logró reconocer una voz. Era la voz cargada de odio de Jagreen Lern.

En la celda había más gente. Sintió que unas manos lo agarraban y se notó ligero cuando lo levantaron en volandas y lo sacaron de allí.

Aunque oía frases sueltas, no lograba encontrarle sentido alguno a las palabras de Jagreen Lern. Fue conducido a un sitio oscuro que se zarandeaba, lo cual le producía más dolor en el pecho.

Más tarde oyó la voz de Moonglum y se esforzó por comprender sus palabras.

— ¡Elric! ¿Qué ocurre? Juraría que estamos a bordo de una nave en alta mar!

Pero Elric masculló algo ininteligible. Su cuerpo se iba debilitando más deprisa que el de cualquier hombre normal. Pensó en Zarozinia, a quien no volvería a ver nunca más. Sabía que no viviría para enterarse si al final había vencido la Ley o el Caos, o si las tierras del sur harían frente al Teócrata.

Pero en cuanto estos pensamientos tomaban forma en su mente volvían a desvanecerse.

Después comenzó a llegar la comida y el agua que en cierto modo lo revitalizaron. En un momento dado, abrió los ojos y al mirar hacia arriba descubrió el rostro sonriente de Jagreen Lern.

—Gracias a los dioses —dijo el Teócrata—. Temía haberte perdido. Amigo mío, eres muy delicado, no cabe duda. Debes vivir mucho más. Para comenzar con mi diversión, he decidido que navegaras en mi nave insignia. Estamos cruzando ahora el Mar del Dragón, y nuestra flota avanza con el auxilio de unos encantamientos que la protegen de los monstruos que pululan por estas zonas. —Frunció el ceño y añadió—: Gracias a ti, no necesitamos utilizar hechizos que nos habrían permitido surcar a salvo las aguas agitadas por el Caos. De momento, los mares están en calma. Pero eso pronto cambiará.

Por un momento, Elric recuperó su antiguo genio y lanzó a su enemigo una mirada cargada de odio, pero aún seguía demasiado débil como para expresar con palabras el asco que le inspiraba.

Jagreen Lern se echó a reír y movió la cara pálida y demacrada de Elric con la punta de la bota.

—Creo que podré preparar una poción que te dé un poco más de vitalidad.

La comida que le sirvieron después tenía un sabor asqueroso, y tuvieron que hacérsela tragar a la fuerza, pero al cabo de un instante, Elric pudo sentarse y contemplar el cuerpo encogido de Moonglum. Evidentemente, el hombrecito había sucumbido por completo a la tortura. Para su sorpresa, Elric descubrió que no llevaba grilletes; a rastras se acercó al Oriental y lo sacudió. Moonglum soltó un quejido pero no dijo nada más.

Un haz luminoso traspasó de pronto la oscuridad de la bodega. Elric parpadeó, y al mirar hacia lo alto descubrió que la escotilla había sido abierta y que la cara barbuda de Jagreen Lern lo miraba desde arriba.

—Bien, bien. Veo que la poción te ha hecho efecto. Anda, Elric, sube a aspirar el olor vigorizante del mar y a sentir el calor del sol. No estamos muy lejos de las costas de Argimiliar y nuestras naves exploradoras nos informan que una flota de considerable tamaño viene hacia aquí.

—¡Por Arioco, espero que os hundan! —maldijo Elric. Jagreen Lern apretó los labios, y le preguntó burlón:

—¿Por quién? ¿Por Arioco? ¿Es que no te acuerdas de lo que pasó en mi palacio? Arioco ya no puede ser invocado, ni por ti, ni por mí. ¡Tus malditos hechizos tienen la culpa! —Se dirigió a un subalterno que Elric no veía y le ordenó—: Átalo y súbelo a cubierta. Ya sabes qué hacer con él.

Dos guerreros bajaron a la bodega y sujetaron al aún débil Elric; lo ataron de pies y manos y lo subieron a la cubierta con brutalidad. Cuando el sol le dio en los ojos se quedó boquiabierto.

—Levantadlo para que podamos verlo —ordenó Jagreen Lern.

Los guerreros obedecieron y Elric fue izado hasta quedar de pie; entonces vio la enorme nave insignia de Jagreen Lern, con los toldos de seda en la cubierta agitados por la brisa del oeste, sus tres hileras de esforzados remeros y el alto mástil de ébano en el que ondeaba una vela rojo oscuro.

Más allá de las barandillas de la nave, Elric vio que una flota inmensa seguía a la nave insignia. Además de los barcos de Pan Tang y de Dharijor, había muchos de Jharkor, de Shazar y Tarkesh, pero en cada vela escarlata aparecía pintado el Tritón típico de Pan Tang.

Elric sintió una honda desesperación, porque sabía que por más fuertes que fueran las tierras del sur, no podrían hacer frente a semejante flota.

—Llevamos navegando apenas tres días —dijo Jagreen Lern—, pero gracias a un viento mágico, casi hemos llegado a nuestro destino. Una de nuestras naves exploradoras nos acaba de informar que al oír rumores de nuestra superioridad, la marina lormyriana navega hacia aquí para aliarse a nosotros. Una medida sabia del rey Montan... al menos de momento. Lo utilizaré y cuando deje de serme útil, lo mataré por ser un traidor y un renegado.

—¿Para qué me cuentas todo esto? —susurró Elric, haciendo rechinar los dientes para soportar el dolor que le provocaba el más ligero movimiento.

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