Read Portadora de tormentas Online

Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

Portadora de tormentas (12 page)

BOOK: Portadora de tormentas
13.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Unas antiguas palabras fueron formándose en los pálidos labios de Elric cuando se dirigió cariñosamente a las enormes aves-bestias. La manada se detuvo y miró a su alrededor sin saber ya a quién debía lealtad. Sus colas emplumadas golpearon el suelo, mientras sus garras iban dejando profundos desgarrones en la obsidiana. Aprovechándose de ese titubeo, Elric y Moonglum pasaron entre aquellas bestias con sus corceles y salieron justo cuando una voz zumbona y colérica surgió de los cielos y, en la Lengua Alta de Melniboné, que seguía siendo la lengua de todos los hechiceros, ordenó:

— ¡Destruidlos!

Un león-buitre se lanzó titubeante sobre los dos jinetes. Otro le siguió, y otro más, hasta que toda la manada corrió tras ellos para darles caza.

— ¡Más deprisa! —le susurró Elric al caballo nihrainiano, pero el corcel apenas lograba mantener la distancia que los separaba de las bestias.

No les quedaba más remedio que dar la vuelta. En el fondo de su memoria, recordó un hechizo que había aprendido de pequeño. Su padre le había enseñado todos los antiguos hechizos de Melniboné, y al hacerlo, le había advertido que en esos tiempos, muchos de ellos eran prácticamente inservibles. Pero había uno... el hechizo para convocar a los leones con cabeza de buitre, y otro más... ¡Ya lo recordaba! El hechizo para enviarlos de vuelta al reino del Caos. ¿Funcionaría?

Se concentró, encontró las palabras que necesitaba justo cuando las bestias se abalanzaron sobre él.

/Criaturas, Matik de Melniboné os creó

con la materia de la locura!

/Si queréis seguir vivas como estáis ahora,

marchaos, o Matik volverá a emplear su hechizo!

Las criaturas se detuvieron; desesperado, Elric repitió el hechizo pues temía haberse equivocado ya fuera en su disposición mental o en las palabras pronunciadas. Moonglum, que había colocado su caballo junto al de Elric, no se atrevía a enunciar sus temores, porque sabía que no debía molestar al hechicero albino cuando pronunciaba un encantamiento. Estremecido, observó como la bestia que iba al frente de la manada lanzó un rugido que se transformó en graznido.

Pero Elric recibió aquel sonido con alivio, porque indicaba que las bestias habían entendido su amenaza y que obedecerían al hechizo. Lentamente y de mala gana, volvieron a introducirse en las hendiduras y desaparecieron.

Bañado en sudor, Elric dijo triunfante:

— ¡De momento, la suerte nos acompaña! ¡O bien Jagreen Lern subestimó mis poderes, o bien esto es lo único que logró convocar con los suyos! ¡Una prueba más de que el Caos lo está utilizando y no al revés!

—No vayas a tentar nuestra suerte hablando de ella —le advirtió Moonglum—. Por lo que me has contado, estas bestias son la gloria comparadas con lo que nos espera.

Elric lanzó una mirada iracunda a su amigo. No le hacía ninguna gracia pensar en el cometido que le esperaba. 

Se acercaron a las enormes murallas de Hwamgaarl. En las murallas, que estaban inclinadas hacia afuera, de vez en cuando aparecían las estatuas vociferantes, cuyo fin era el de disuadir a potenciales sitiadores. Esas estatuas vociferantes eran hombres y mujeres a los que Jagreen Lern y sus antepasados habían convertido en piedra, aunque les habían permitido conservar la vida y el don del habla. Hablaban poco, pero gritaban mucho, y sus gritos fantasmales se elevaban por la espantosa ciudad como las voces atormentadas de los condenados, porque la suerte que les había tocado era precisamente eso, una condena. Aquellos sonidos sollozantes eran horrendos, incluso para Elric que estaba familiarizado con ellos. Otro sonido se mezcló con aquél, cuando el inmenso rastrillo de la puerta principal de Hwamgaarl comenzó a subir con un chirrido dejando paso a una multitud de hombres bien armados.

—Evidentemente, los poderes mágicos de Jagreen Lern se han agotado por el momento, y los Duques del Infierno no se rebajan a unirse a él para luchar contra dos simples mortales —dijo Elric llevando la mano a la empuñadura de su negra espada rúnica.

Era tal el asombro de Moonglum que no lograba articular palabra. Desenvainó sus armas, pues sabía que debía luchar y vencer sus temores antes de enfrentarse a los hombres que en ese momento corrían hacia él.

Con un salvaje aullido que ahogó los gritos de las estatuas, Tormentosa saltó de su vaina y esperó en la mano de Elric, deseosa de beberse aquellas almas que, a su vez, le permitirían darle más fuerzas a quien la empuñaba.

Elric se encogió cuando notó el contacto de la espada en la mano húmeda. No obstante, dirigiéndose a los soldados que avanzaban, les gritó:

— ¡Mirad, chacales! ¡Mirad esta espada! ¡Fue forjada por el Caos para destruir al Caos! ¡Venid, dejad que os beba el alma y derrame vuestra sangre! ¡Estamos preparados!

No esperó; seguido de Moonglum, espoleo a su caballo nihrainiano y se abalanzó sobre las filas que avanzaban lanzando mandobles a diestro y siniestro con parte del antiguo deleite.

Se encontraba tan unido a la espada infernal, que una hambrienta alegría de matar le invadió, la alegría de robar las almas que alimentarían sus debilitadas venas con una vitalidad impía.

A pesar de que un centenar de soldados les impedía el paso, abrió entre ellos un sendero sangriento, y Moonglum, contagiado por un frenesí parecido al de su amigo, también logró acabar con cuantos se le acercaban. Aunque familiarizados con el horror, los soldados no tardaron en mostrarse reacios a acercarse a la espada rúnica, que brillaba con una luz peculiar, una luz negra que traspasaba la oscuridad misma.

Riendo a carcajadas, presa de su triunfo demencial, Elric experimentó la insensible alegría que sus antepasados debieron de sentir siglos antes, cuando conquistaron el mundo y lo obligaron a arrodillarse ante el Brillante Imperio. El Caos luchaba contra el Caos, pero se trataba de un Caos más antiguo, de naturaleza más limpia, que había venido a destruir a unos orgullosos pervertidos que se creían tan poderosos como los salvajes Señores Dragones de Melniboné. A través del ensangrentado sendero que abrieron entre las filas enemigas, los dos hombres fueron avanzando hasta llegar ante la puerta que boqueaba como las fauces de un monstruo. Elric la traspuso sin detenerse y, riéndose a carcajadas, entró en la Ciudad de las Estatuas Vociferantes, mientras a su paso las personas corrían a buscar refugio. .

—¿Hacia dónde vamos ahora? —inquirió Moonglum, jadeante; ya no tenía miedo.

—Al templo palacio del Teócrata. ¡Allí nos estarán esperando Arioco y los demás duques!

Cabalgaron por las calles de la ciudad, orgullosos y terribles, como si fueran al frente de un ejército. A ambos lados de la calle se alzaban oscuros edificios, pero ni una sola cara se atrevió a espiar desde las ventanas. Pan Tang había planeado gobernar el mundo —cosa que todavía podía hacer—, pero de momento, sus ciudadanos estaban completamente desmoralizados por la presencia de aquellos dos hombres que habían tomado la ciudad por asalto.

Cuando llegaron a la amplia plaza, Elric y Moonglum sofrenaron sus caballos y en el centro vieron el inmenso altar de bronce que colgaba de unas cadenas. Tras él se alzaba el palacio de Jagreen Lern, todo columnas y torres, ominosamente en calma. Hasta las estatuas habían dejado de gritar, y los cascos de los caballos no hicieron ruido alguno cuando Elric y Moonglum se acercaron al altar. Elric empuñaba aún la espada rúnica manchada de sangre y la levantó en el aire y a un costado cuando llegó al altar de bronce. Acto seguido, asestó un potente mandoble a las cadenas que lo aguantaban. La espada sobrenatural mordió el metal y cortó los eslabones. El estruendo que hizo el altar al caer y romperse en pedazos, esparciendo los huesos de los antepasados de Jagreen Lern, pareció mil veces más fuerte en medio del silencio reinante. Su eco se propagó por todo Hwamgaarl y cada uno de sus habitantes que seguía con vida supo lo que aquello significaba.

— ¡Así es como te desafío, Jagreen Lern! —gritó Elric, consciente de que sus palabras también serían oídas por todos—. ¡Tal como prometí, he venido a saldar una deuda! ¡Sal, títere! —Hizo una pausa. Ni siquiera su momentáneo triunfo bastaba para vencer la vacilación que le provocaba la tarea que iba a emprender—, ¡Sal! Tráete a los Duques del Infierno...

Moonglum tragó saliva y miró con ojos asombrados el rostro crispado de Elric, pero el albino continuó:

—Trae a Arioco. Trae a Balan. ¡Y a Maluk también! ¡Tráete a los orgullosos príncipes del Caos, he venido a hacerlos regresar a su reino para siempre!

El silencio volvió a tragarse aquel desafío; Elric oyó como sus ecos se apagaban en los rincones mis lejanos de la ciudad.

10

Desde el interior del palacio le llegó el rumor de un movimiento. El corazón le latió con tanta fuerza que creyó que iba a saltársele del pecho para quedarse allí como prueba palpitante de su inmortalidad. Oyó un sonido parecido al golpear de unos cascos monstruosos y también el ruido de unos pasos medidos que debían de ser de un hombre.

Tenía la mirada fija en las puertas doradas del palacio, que se alzaban envueltas en las sombras proyectadas por las columnas. Las puertas comenzaron a abrirse silenciosamente. Una silueta de anchos hombros, empequeñecida por el tamaño de las puertas, avanzó y se quedó allí de pie, observando a Elric con el rostro crispado por una ira desbordante.

La armadura que llevaba puesta brillaba como si estuviese al rojo vivo. En el brazo izquierdo llevaba un escudo del mismo material, y en la mano derecha empuñaba una espada de acero. Tenía una cabeza estrecha, aguileña, y llevaba barba y bigote negros bien recortados. Llevaba un yelmo muy ornamentado, con la Cresta de Tritón típica de Pan Tang. Con la voz temblorosa por la rabia, Jagreen Lern dijo:

—De modo que después de todo has mantenido parte de tu palabra, Elric. No sabes cuánto desearía haber podido matarte en Sequa cuando tuve oportunidad, pero entonces había hecho un trato con Darnizhaan...

—Lucha, Teócrata —le ordenó Elric con repentina calma—. Te daré otra oportunidad de que te enfrentes a mí en un combate justo.

—Justo? — dijo Jagreen Lern con desprecio—. ¿Empuñando esa espada? Una vez me enfrenté a ella y no perecí, pero ahora arde con las almas de mis mejores sacerdotes guerreros. Conozco su poder. No voy a ser tan tonto como para enfrentarme a ella. No... ¡deja que lo hagan quienes has desafiado!

Jagreen Lern se hizo a un lado. Las puertas se abrieron un poco más y si Elric había esperado encontrarse con figuras gigantescas, sufrió una decepción. Los duques habían adquirido proporciones y aspectos humanos. Pero al moverse, desprendían una especie de aura poderosa que llenaba el aire. Avanzaron desdeñando la presencia de Jagreen Lern y se colocaron en lo alto de la escalinata del palacio.

Elric observó sus hermosas caras sonrientes y volvió a estremecerse, porque en aquellos rostros vio reflejado una especie de amor, de amor mezclado con orgullo y confianza, de modo que por un momento le invadió la imperiosa necesidad de saltar del caballo y arrojarse a sus pies para implorarles que le perdonasen por haberse convertido en lo que era. Todo el anhelo y la soledad que llevaba dentro se le agolparon en la garganta y supo que aquellos hermosos seres lo reclamarían y lo protegerían...

—Y bien, Elric —dijo Arioco, el jefe—. ¿Te arrepentirás y volverás con nosotros?

Aquella voz poseía una belleza argéntea, y Elric estuvo a punto de desmontar, pero entonces se tapó las orejas con las manos mientras la espada rúnica colgaba de su correa, y gritó:

— ¡No! ¡No! ¡Debo hacer lo que es debido! ¡Se te ha acabado el tiempo, igual que a mí!

—No hables así, Elric —le pidió Balan con tono persuasivo—, nuestro dominio apenas acaba de comenzar. La tierra y todas sus criaturas no tardarán en formar parte del reino del Caos y así comenzará una época espléndida y salvaje. —Aquellas palabras traspasaron las manos de Elric y le dieron vueltas en la cabeza—. El Caos nunca había sido tan poderoso en la tierra... ni siquiera en sus inicios. Te haremos grande. ¡Te convertiremos en Señor del Caos, te pondremos a nuestra misma altura! Te ofrecemos la inmortalidad, Elric. Si te comportas estúpidamente, no harás más que encontrar la muerte, y nadie te recordará.

—¡Ya lo sé! ¡No quisiera ser recordado en un mundo dominado por la Ley!

—Eso no ocurrirá nunca —dijo Maluk riéndose por lo bajo—. Interceptamos cada uno de los movimientos que hace la Ley para ayudar a la tierra.

— ¡Por eso debéis ser destruidos! —gritó Elric.

— Somos inmortales... ¡nada puede acabar con nosotros! —exclamó Arioco con impaciencia.

— ¡Entonces os enviaré de vuelta al Caos de modo tal que jamás volváis a tener la capacidad de regresar a la tierra!

Elric agitó la espada rúnica en el aire y ésta tembló y lanzó un leve gemido, como si se mostrara insegura, igual que su amo.

— ¿Lo ves? —dijo Balan bajando unos cuantos escalones—. Hasta tu adorada espacia sabe que decimos la

verdad.

—La vuestra es una verdad a medias —dijo Moonglum con voz vacilante, asombrado de su propia osadía—. Pero yo recuerdo algo que encierra mayor verdad que la vuestra, una regla que debería unir al Caos y a la Ley, la Ley del Equilibrio. Ese equilibrio se mantiene en ía tierra y se ha decretado que el Caos y la Ley deben mantenerlo. A veces, se inclina hacia un lado, a veces, hacia el otro... así es como se crean las eras de la tierra. Pero un desequilibrio de esta magnitud está mal. ¿Acaso en vuestra lucha, vosotros, los representantes del Caos, os habéis olvidado de esto?

—Lo hemos olvidado por un buen motivo, mortal. El equilibrio se ha inclinado hasta tal punto a nuestro favor que ya no es posible recuperarlo. ¡El triunfo es nuestro!

Elric aprovechó la pausa para dominarse. Al notar su fuerza renovada, Tormentosa respondió con un ronroneo confiado.

Los duques también lo notaron y se miraron.

El hermoso rostro de Arioco se encendió de ira; bajó majestuoso en dirección de Elric seguido de los demás duques.

El corcel de Elric retrocedió unos cuantos pasos.

En la mano de Arioco surgió una descarga llameante que el dios lanzó contra el albino. Elric sintió un dolor frío en el pecho y se tambaleó en la silla.

—Tu cuerpo no importa-, Elric. ¡Pero piensa en el efecto que tendría una descarga semejante sobre tu alma! — Arioco comenzaba a perder su aire reposado y paciente.

Elric echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada. Arioco se había traicionado. De haber conservado la calma, habría contado con una mayor ventaja, pero se mostró perturbado por más que lo negase.

BOOK: Portadora de tormentas
13.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Snuff by Terry Pratchett
Daughters of Eve by Lois Duncan
Vampire Instinct by Joey W Hill
Nine Coaches Waiting by Mary Stewart