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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (66 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—Felicidades, de verdad. Seguramente lo habéis hecho muy bien. Como de costumbre, por lo demás.

Alessandro deja de bailar, suelta un largo suspiro, intentando recuperar el aliento.

—Te aseguro que esta vez no estaba seguro de conseguirlo.

—La verdad es que era una prueba difícil.

—No. Es que tú no estabas.

Se miran un instante. Luego se abrazan. Alessia se aparta y lo mira.

—¿Podré llamarte siempre jefe?

—No. Sigue llamándome Alex.

Marcello, al ver esa escena, se aleja, seguido del resto de su equipo.

Ciento tres

Alessandro se lo explica todo a todos. Les muestra las fotos. Da algunas indicaciones acerca de los próximos pasos a seguir. Luego va a su despacho y llama por teléfono a Niki.

—¡Hola! ¡Ha funcionado! ¡Hemos ganado! ¡Eres la modelo ideal, natural, perfecta! Eres la imagen de LaLuna… O mejor dicho, ¡tú eres LaLuna!

Niki se echa a reír al otro lado del teléfono.

—¿En serio?

—Sí. Nos hemos puesto a bailar como locos en cuanto ha llegado la respuesta del Japón. Y ya he hablado con el director. Tú serás la imagen de marca… en todo el mundo. —Se detiene un momento—. Siempre que quieras, claro.

—Claro que quiero, amor.

Alessandro se queda un momento en silencio.

—Gracias, Niki. Sin ti no lo habría conseguido.

—Por supuesto que sí. A lo mejor hubieses tardado más, pero lo hubieses conseguido igual.

Alessandro sonríe.

—¿Y tú qué estás haciendo?

—¡Nada, he estado dando vueltas desnuda por la casa y me ha encantado! Puede que hasta me hayan visto los vecinos… pero ya sabes lo que pasa, ahora ya somos amigos. Ni siquiera han llamado a la policía. Luego me he vuelto a meter en la cama, he escuchado música, me he quedado dormida, me he vuelto a despertar… Te he buscado en la cama, luego he recordado que te habías ido a la oficina. Entonces me he dado una ducha, me he preparado una macedonia, me he comido un yogur que aún no estaba caducado… y he respondido al teléfono.

—Bien. —Alessandro se queda pensativo—. ¿Y has respondido al teléfono?

—Era una broma… Pero sólo porque no ha llamado nadie…

—Boba. ¿Y no has estudiado nada?

—¡Jo, te pareces a mi madre!

—A partir de mañana, seré peor que tu madre. Acuérdate de que tienes la Selectividad, estaré pegado a ti como tu sombra, te obligaré a estudiar. Yo ya he aprobado. Ahora te toca aprobar a ti.

—¡Vaya, y yo que me esperaba otro viajecito!

—Después de la Selectividad.

—Pero es que después de la Selectividad me voy con las Olas.

—¿Y cuándo volvéis?

—Cuando vuelva, habré vuelto… ¿Qué pasa, no me vas a esperar? Eh, esta victoria no irá a cambiarte, no irá a subírsete a la cabeza este éxito internacional, ¿no?

—El éxito no es nada si no tienes con quien compartirlo.

—Muy bien, pues tú compártelo conmigo. Ahora me tengo que ir a casa.

—¿No me vas a esperar?

—No, no puedo. Has dicho algo tan bonito que quiero guardármelo toda la noche.

—Pero…

—¡No digas nada más que me lo estropeas! —Y cuelga.

Alessandro se queda mirando el teléfono. Niki y su mágica locura. Niki y su joven belleza. Niki y su fuerza. Niki y su poesía. Niki y su libertad. Niki, la chica de los jazmines. Niki y LaLuna. Luego se acuerda de que tiene que dar otras indicaciones para los carteles y la campaña promocional. Empieza a hacer algunas llamadas de trabajo. Pero es inevitable. Nada sucede por casualidad. Y hasta un éxito puede convertirse en un problema.

Ciento cuatro

Más tarde. Alessandro mira su reloj. Son las ocho y media de la tarde. Cómo ha volado el tiempo… Cuando estás bien, cuando eres feliz, pasa en un instante. En cambio, a veces, parece no querer saber hacerlo. Bueno, ya basta. He trabajado demasiado. Además, lo peor ya ha pasado. Hemos ganado y, sobre todo, me quedo en Roma. Alessandro recoge sus papeles, los guarda en una carpeta y los mete en su cartera. Sale de su despacho, atraviesa el pasillo. Se despide de algún colega que aún sigue trabajando.

—Adiós. Buenas noches. Felicidades, Alex.

—¡Gracias!

Llama el ascensor. Llega, entra, aprieta el botón de bajada. Pero antes de que la puerta se cierre, una mano la bloquea.

—Yo también bajo.

Es Marcello. Entra en el ascensor y se queda a su lado.

—Hola. —Alessandro aprieta un botón y las puertas se cierran.

—Bueno, felicidades, Alex… Lo has conseguido.

—Ya. No lo esperaba.

—Oh, no sé si creérmelo… Siempre me has parecido tan seguro, ¿o es eso lo que querías hacerme creer?

Alessandro lo mira. Claro… Hay que estar siempre tranquilos, serenos, tener el control de la situación. Incluso cuando te falta el suelo bajo los pies. Le sonríe.

—A ti te toca decidirlo, Marcello.

—Esperaba esa respuesta. A veces el trabajo es como una partida de póquer. O se tienen las cartas, o se le hace creer al otro que se tienen. Lo que importa es saberse echar el farol.

—Ya, o bien estar servidos desde el principio y fingir que no se tienen buenas cartas. Pero en esta ocasión tenía un póquer.

—Sí, has tenido mucha suerte.

—No, lo siento, Marcello. Suerte es el nombre que se le da al éxito de los demás. Yo he cambiado de cartas y he ganado la partida. No he tenido suerte, lo he hecho muy bien.

—¿Sabes?, He leído una frase muy bonita de Simón Bolívar: «El arte de vencer se aprende en las derrotas.»

—Y yo he leído una de Churchill: «El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.» A mí me pareces joven y bastante entusiasta todavía.

Marcello guarda silencio. Luego lo mira y sonríe.

—Tienes razón. Lo has hecho muy bien y has ganado esta partida. Pero a lo mejor yo he ganado otras. Me iré a Lugano. Además, Roma ya me ha dado cuanto podía darme. Y lo que tenía aquí estaba empezando a aburrirme.

Llegan al piso de abajo y las puertas del ascensor se abren. Alessandro extiende una mano hacia adelante, invitándolo a pasar primero.

—Qué extraño, yo, cuando pierdo a futbito, siempre pienso que son los demás los que no corren. El problema es que también los demás piensan eso mismo de mí. De modo que al final la verdad es otra. «A veces el vencedor es simplemente un soñador que nunca ha desistido.» Jim Morrison. Hasta la vista, Marcello.

Alessandro se va. Sonriente, dejándolo así, con sus años de menos y una derrota más.

Ciento cinco

Los días sucesivos están llenos de alegría. Esa felicidad que confiere el equilibrio, el sentirse serenos, el no buscar más de lo que se tiene.

Alessandro y Niki estudian juntos, leen libros, reposan, repasan. Alessandro se encuentra de repente en la escuela y se da cuenta de que no recuerda nada de aquello que tanto había estudiado. Luego le pregunta a ella y se queda sorprendido.

—Pero entonces iba en serio cuando decías que estabas en casa estudiando.

—¡Pues claro! También yo quiero ser madura.

—¿Como yo?

—Sí, como cuando te caes del árbol…

Y reír y bromear y perderse en el sexo y reencontrarse en el amor.

Y sentados en el sofá, él trabajando con el ordenador, ella con el marcador, subrayando…

Y cenas tranquilas y música. Alessandro va hacia el equipo de música y pone la balada n.° 1 en sol menor opus 23 de Federico Chopin. Niki va, lo quita y pone a Beyoncé. Alessandro regresa de su estudio y vuelve a poner su música clásica. Niki pone de nuevo a Beyoncé. Al final se encuentran frente al equipo para reconciliarse.

—Vale, Niki, no discutamos. Hagamos una cosa: escuchemos éste. —Y pone
Transfiguration
, de Henry Jackman.

—Eh, qué pasada éste, Alex… Se parece a ese que siempre estás escuchando… Bach, ¿no?

Y después un DVD, una película que se les había pasado, o que ya habían visto pero no juntos, pero que de todos modos les había gustado a ambos.
Gladiator
,
Después de una noche
,
Nothing Hill
,
Lost in Translation
,
¿Conoces a Joe Black
?, y también
Taxi Driver
, y
El último tango en París
y
Closer
y
Pretty Woman
. De lo sublime a lo ridículo. Y no necesariamente en el orden adecuado.

Y después un cóctel cómico, una macedonia loca, una ensalada inventada… endivias, con maíz, paté de foie gras, piñones, nueces, vinagre balsámico. Y otra aún más loca, con trocitos de naranja siciliana, pasas, hinojo y lechuga morada. Acompañada por un vino bien frío, un sauvignon elegido al azar y guardado en la nevera una hora antes, perfecto ahora, como las horas del amor. Y cada segundo que pasa es un beso que señala el tiempo, es una marca para recordar que ese instante no se ha perdido.

Estudiar de noche, repasar de día con las amigas, mientras él prepara la campaña en su oficina. Y después a comer al Pantheon, como dos jóvenes turistas que sienten curiosidad por Roma pero que no tienen tiempo de visitar museos, monumentos e iglesias hablando en inglés. Pero no tienen la menor duda acerca de la pregunta. «Disculpe, ¿usted me ama o no?»

—Ahora tengo que estudiar.

—Y yo tengo que trabajar. —Y se echan a reír como diciendo: «No lo sé, pero estoy en ello.»

Ciento seis

Ese mismo día.

Como una tormenta de verano, como una tromba de aire en el aburrimiento de Ostia. Como una alarma de domingo por la mañana temprano, cuando finalmente puedes dormir sin horarios y alguien te despierta. Como ese día.

—¿Dónde estás, Alex?

—En casa.

—¿Te da tiempo a pasar por el centro?

—No… voy con retraso. Tengo que entregar los últimos bocetos para los carteles.

—De todos modos, allí sigues estando conmigo. —Niki se ríe.

—Por supuesto.

—Eh… te noto extraño.

—Es que voy con retraso.

—Ok, yo he quedado con mis amigas. Pero esta noche me tengo que quedar en casa porque es el cumpleaños de mi madre.

—Vale, hablamos más tarde.

Alessandro cierra su teléfono móvil. Da un largo suspiro. Larguísimo. Que le gustaría que no se acabase nunca, que se lo llevase lejos. Como el globo que se le escapa de la mano a un niño delante de una iglesia y se va hacia el cielo. Que produce tristeza. Después se vuelve hacia ella.

—¿A qué has venido?

Elena está de pie en medio del salón. Tiene los brazos caídos. Lleva una falda azul claro, a juego con la chaqueta. En la mano lleva un bolso precioso, último modelo. Louis Vuitton. Blanco, con letras pequeñas de colores. Juega con el asa, pasando por él sus pequeñas uñas, pintadas de blanco pálido. Está ligeramente bronceada. Y un ligero maquillaje hace que resalte el verde de sus ojos, y su pelo, recién cortado, escalado, le cae sobre los hombros.

—¿No tenías ganas de verme?

—Tenía ganas de recibir al menos una felicitación por mi cumpleaños.

Elena deja el bolso sobre la mesa y se sienta en el sofá, frente a él.

—Me pareció que llamarte ese día hubiese sido como una de esas cosas que se hacen por obligación. Una de esas cosas que hacen las parejas que no tienen valor para olvidarse.

Alessandro alza la cabeza.

—¿Y tú ya te has llenado de valor?

—No. Lo estoy encontrando ahora. Te he echado de menos.

Alessandro no dice nada.

—Te sigo echando de menos también ahora.

—Pues ahora estoy aquí.

—No estás lejos.

Elena se levanta y va a sentarse a su lado.

—Ha pasado muy poco tiempo para que estés ya tan lejos.

—No estoy lejos, estoy aquí.

—Estás lejos.

Alessandro se levanta del sofá y empieza a caminar por el salón.

—¿Por qué desapareciste?

—Me diste miedo.

Alessandro se vuelve hacia ella.

—¿Que te di miedo? ¿Y cómo?

—Me pediste que me casara contigo.

—¿Y por eso te di miedo? Tendría que haberte gustado, hacerte feliz. A todas las mujeres les gustaría que se lo dijera el hombre al que aman.

—Yo no soy todas las mujeres. —Elena se levanta y se le acerca. Alessandro se gira, dándole la espalda.

Elena lo abraza por detrás.

—¿Y a mí no me has echado de menos? —Y apoya la cabeza en su hombro. Alessandro cierra los ojos, huele su perfume.
White Musk
. Se le insinúa lentamente, lo envuelve con levedad. Luego lo rodea como una serpiente, lo aturde. Elena lo besa en el cuello.

—¿Cómo puedes haber olvidado nuestros momentos de amor, nuestras risas, nuestros fines de semana, nuestras cenas, nuestras fiestas…? Las miles de cosas que nos hemos confesado, prometido. Todo lo que hemos soñado.

Y Alessandro cierra los ojos, lo abraza más fuerte. Y en un instante revive todos esos momentos como en una película. Con su banda sonora. Con su sonrisa. Sus salidas, las vacaciones en la playa, el regreso en coche de noche, cuando ella se quedaba dormida… y él la amaba. Alessandro sonríe de nuevo.

Entonces Elena lo abraza con más fuerza aún, le rodea la cintura con las manos, se las mete bajo la chaqueta. Hace que se dé la vuelta. Alessandro abre los ojos. Están brillantes. Y la mira.

—¿Por qué te fuiste…?

—No pienses en ayer. He vuelto. —Elena sonríe—. Y mi respuesta es sí.

Ciento siete

El día después. El más difícil.

Alessandro está en una esquina, debajo de la casa de Niki. Envía un mensaje con el móvil y espera la respuesta. Al cabo de unos segundos, veloz como siempre, llega. Poco después la ve salir de casa por el espejo retrovisor. Mira a su alrededor, derecha, izquierda, entonces Niki ve el coche de Alessandro y corre hacia él, alegre como siempre. Quizá más. A Alessandro se le encoge el corazón. Cierra los ojos. Y cuando los vuelve a abrir, Niki ya está allí. Abre la puerta y se tira dentro del Mercedes.

—¡Hola! —Y se abalanza sobre él, lo sacude con su entusiasmo, lo besa.

Alessandro sonríe. Pero es una sonrisa diferente a la normal. Calmada. Tranquila. Para no perder el control de la situación.

—¿Dónde te metiste ayer? Te estuve buscando todo el día. Tenías el móvil apagado.

Alessandro evita mirarla.

—No tienes idea del trabajo que tuve. El móvil estaba descargado, se apagó solo y yo ni siquiera me di cuenta… —Entonces la mira. Intenta sonreír de nuevo, pero algo va mal.

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