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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (59 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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Pietro intenta besarla. Y ella finge estar de morros, pero al final le deja hacer.

Noche. Noche de timbrazos, de llamadas telefónicas, de celos. Noche de luchas, de corazón, de fantasía. Noche de encuentros clandestinos.

—¿Estás preparado? Ahora te digo cómo ha ido la cosa, en mi opinión.

Alessandro mira a Niki divertido.

—Venga, dime, siento curiosidad.

—A la mujer de Enrico, Camilla, le he caído bien. Ella es una mujer serena, me he dado cuenta de que se reía con las cosas que yo explicaba. Me trata un poco como una amiga. Me gusta. En cambio, Susanna… ¿se llama Susanna la mujer de Pietro?

—Sí.

—Bien, yo creo que a ella podría llegar a gustarle, pero no se fía demasiado. Quiero decir, no es que no se fíe de mí, lo que pasa es que tiene miedo porque sabe que Pietro es muy zorro, demasiado… y yo soy otra posibilidad de riesgo. Cristina, en cambio, está totalmente en contra.
Out
por completo. Se le nota a un kilómetro… Lo he visto claro, incluso cuando salimos a fumar. Ella no dejaba de escudriñarme. Cómo iba vestida, lo que decía, si estaba de acuerdo o no, me ha estudiado a fondo. O sea, que no le gusto.

—¿Y por qué, qué crees tú?

—No tengo ni la más remota idea. Pero creo que aceptamos a los demás en función de nuestro propio nivel de felicidad… Piénsalo bien. Cuando nos sentimos felices, los demás nos caen mejor, y estamos dispuestos a no considerar las diferencias como defectos.

Alessandro la mira. Enarca las cejas.

—Empiezas a preocuparme. ¿Quién eres en realidad?

—¡Qué más da! Una que tiene que hacer la Selectividad. Esto es de Newton. Somos enanos subidos a hombros de gigantes, venga, toda la historia esa de Platón. Filosofía de bolsillo.

—Sí, pero resulta fundamental y no deberías olvidarla. ¿No lo sabes? No se recuerdan los grandes sistemas. Se recuerdan los mínimos particulares.

El teléfono móvil de Niki empieza a sonar. Lo saca de su bolsa.

—¡Es Olly! —Y responde—. ¿Sí? No me digas que te has vuelto a meter en un lío, como de costumbre, ¿eh? ¿No querrás venir a dormir a mi casa?

Silencio. Y, de repente, sollozos.

—Niki, ven corriendo. Diletta.

—¿Diletta qué?

—Ha tenido un accidente.

Noventa

Alessandro conduce a toda velocidad en la noche. A su lado va Niki. Y mil llamadas, mil preguntas por teléfono, mil interrogantes, mil porqués. Un intento desesperado por entender algo. No es posible. Hospital San Pietro. Alessandro pasa la barrera y aparca. Niki se baja de inmediato y entra en Urgencias. Corre por un pasillo hasta que ve a Olly y a Erica. Se reúne con ellas y se abrazan.

—Todavía no he logrado entender nada. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está?

—Uno que iba a dos mil por hora con un Porsche por corso Francia. Ella estaba girando en el semáforo, iba al Pains y nada, el tipo la alcanzó de lleno. Su cochecito volcó y salió disparado, llegó hasta el otro semáforo. Está destrozado. No ha quedado nada. Sólo ella. Toda descalabrada.

—Sí, pero ¿cómo está? ¿Es grave?

—Una pierna y un brazo rotos. Además se golpeó en la cabeza. Y ése es el problema. Están haciéndole pruebas para ver si hay conmoción. Ya la han operado… Mira.

Las Olas se acercan a un cristal. En una fría y aséptica habitación pintada de azul claro, Diletta está vendada por completo, quieta, inmóvil, en una pequeña cama, que parece demasiado estrecha como para que quepa entera. Varios cables se entrecruzan y se pierden en sus brazos. Sedantes, vitaminas, y otros tipos de analgésicos para controlar su estado de
shock
. Un poco más allá, los padres de Diletta la observan en silencio, incapaces de moverse y de hablar, casi en suspenso, sin atreverse ni a respirar. Pero los padres se percatan de la llegada de Niki. Un saludo, un simple gesto con la mano. Por supuesto, ninguna sonrisa.

—Pero ¿qué han dicho los médicos? —pregunta en voz baja Niki a Erica.

—Nada, no se mojan, no han querido pronunciarse. De todos modos, han dicho que será difícil.

—¿Difícil qué?

—Que vuelva a estar como antes. O sea, que pueda volver a hablar, por ejemplo.

Niki siente como una sacudida, un huracán, una oleada de inmenso dolor, se viene abajo, se derrumba, siente que le quitan la respiración, que se le ahoga dentro su deseo de estar alegre. Feliz. Y de improviso rabia, y estupor, incredulidad. Sentirse traicionada por la vida. No es posible. Diletta no. Diletta. Que es fuerte. Que nunca ha tenido novio. Y la ola sigue creciendo, cada vez más. Y casi la ahoga, le corta la respiración. Porque es como si le hubiese sucedido a ella, o peor aún. No sabría decirlo. Pero ella está allí, la mira y no puede hacer nada. No es posible. No puede más, no quiere pensarlo. Olas rotas. Sus olas. Y entonces Niki se acerca a Alessandro, que se ha quedado un poco apartado. Por miedo a molestar, a decir algo equivocado. Porque es así como se siente frente a las tragedias de los demás. También él lo lamenta por Diletta. Es de esas personas a las que no conoces directamente, a las que a lo mejor no ves mucho, pero que está presente cada día en lo que te cuenta la persona con la que sales y a la que sabes que le dedican sonrisas. Entonces esas personas pasan a ser un poco tuyas. Y al final también tú acabas echándolas de menos. Niki se le acerca y le aprieta fuerte la chaqueta con los puños, se la arranca casi, se aferra a esa tela, desesperada, como si fuese el único escollo seguro en medio de ese mar de absurdo dolor. Luego se apoya en el pecho de Alessandro y empieza a llorar quedo, en silencio, ahogando casi su dolor en esa chaqueta. Por respeto, por miedo, por no mostrar su debilidad ante los padres desesperados de Diletta. Alessandro no sabe qué hacer. Y la abraza despacio con sus brazos, fuerte, contra sí.

—Chissst… Tranquila, Niki… Chissst —Y basta eso, su abrazo, para que se sienta un poco más tranquila. Un suspiro profundo, lento. Y otro. Y otro más. Y los sollozos disminuyen. Poco a poco. Un poco de calma en esa chaqueta. Como una isla segura. Una pequeña ensenada. Una cala donde poder resguardarse de la tempestad. Y después aire. Respira profundamente. Niki emerge de nuevo de los brazos de Alessandro. Recupera el ánimo, la compostura. Se seca la nariz con el extremo de su camiseta de mangas largas. Se arregla un poco el cabello con ambas manos, metiéndoselo por detrás de las orejas. El cabello, un poco mojado, obedece. Recupera su lugar de un modo obediente y, silenciosamente, deja que la luz aparezca de nuevo en ese rostro.

—Estoy bien. —Intenta convencerse a sí misma. Y una pequeña sonrisa a Alessandro—. Vámonos a casa. Volveré mañana. —Casi mejor que en una famosa película.

Y se van sin más, en el silencio de una noche hecha de espera, de miedo, de impotencia, de esperanza, de plegaria. De la certeza de un mañana, eso está claro, pero de un mañana que puede no serlo para todos. ¿Cómo es la vida? Qué raro cuando no estamos distraídos, cuando no tenemos tanta prisa, cuando sabemos detenernos. Y sonreír. Y comprender. Y cerrar los ojos. Y notar incluso los segundos que corren por nosotros. Y saber vivirlos todos a fondo. Y saborearlos con una sonrisa, con preocupación, con esperanza, con deseo, con claridad, con cualquier duda. Pero saborearlos. Saborearlos a conciencia. Esto piensa Niki mientras se sube al Mercedes ML. Y no piensa nada más. No tiene fuerzas para imaginar que pueda perderse esa Ola.

Noventa y uno

En los días siguientes, las Olas se organizan. Se turnan para ir al hospital. De vez en cuando, llevan un helado, alguna cosa para los padres de Diletta. Un periódico, una revista, alguna delicia de las de la pastelería Mondi o en la Euclide. Así se van alternando, Olas de un mar que de todos modos recuperará antes o después la calma. Pero es preciso creer en ello. Una tras otra, una marejada sin fin. Olas sonrientes, divertidas pero no demasiado. Optimistas. Fingir que no se tienen dudas. Certezas. Todo se arreglará. Y negarse a admitir por un momento, aunque sea ante sí mismas, que eso pueda no ser así. Infatigables. Una historia de amistad que no sabe lo que es el cansancio. Y se pasan el testigo con una sonrisa. Niki. Olly. Erica. Y unos días dos y otros las tres siguen estudiando para la Selectividad.

—De eso no se va a librar.

—Por supuesto que no.

—¡Diletta, no te vas a escaquear así como así! —Y se ríen esperanzadas, intentando exorcizar de este modo el accidente. Detrás de ese cristal, un recuerdo de Diletta. Una anécdota divertida. Su enorme fortaleza. Su belleza potente, superpotente, ultrarresistente, sana. Su extraordinaria manera de jugar a voleibol. Y el novio que nunca ha tenido.

—¿Sabes quién le tiraba los tejos últimamente?

—No.

—Filippo, el de quinto A.

—¡Venga ya, te estás quedando conmigo! ¡Es un trozo de pan! ¿Y ella?

—Ella nada, como si no existiese.

—¡No me lo puedo creer, está loca! —Olly niega con la cabeza—. Joder, yo…

—Olly, que están sus padres. Y además ya no eres la máxima autoridad sobre el tema.

—Ya veo, pero de todos modos incluso vosotras hubieseis caído con ése.

—Sí, pero no tan rápido como tú.

—Porque yo soy más sincera, menos rebuscada. —Y más risas y bromas y chistes, como si Diletta estuviese allí, intentando pasar esas horas que no pasan nunca.

Cuando suceden estas cosas, incluso en casa todo parece diferente. Es como si un cristal que antes estaba empañado, de repente te dejase ver mejor la vida.

La noche del accidente. Pum. Una bofetada directa, en plena cara.

—¡Ay, mamá! Pero ¿te has vuelto loca?

—¿Yo? ¿Tú te crees que éstas son horas de llegar?

—¡Es que Diletta está en el hospital, está en coma!

—Sí, ya. Seguro que te lo estás inventando. Niki, ¿no te da vergüenza?

—Pero mamá, es verdad, ha tenido un accidente terrible.

—¡Ya basta! ¡Ahora mismo te vas a tu habitación!

Y varios días después, cuando Simona descubre que todo cuanto le ha dicho su hija es cierto, es ella quien se muere de vergüenza.

—Lo siento, cariño mío, creía que era una mentira.

—¿Tú crees que me voy a inventar una cosa así? Pero ¿por quién me has tomado, mamá?

—¿Y cómo está ahora?

—Por el momento nada. Por lo menos no ha empeorado. Claro que tampoco ha mejorado. Estoy fatal.

—Lo siento…

Simona abraza a Niki, y ésta se echa a llorar en sus brazos. Se abandona, así, como si fuese una chiquilla de nuevo, más hija que antes, pequeña como nunca. Y Simona la abraza y querría arrancarle una sonrisa. Como siempre. Más que siempre. Con un juguete. Con un caramelo. Con una muñeca. Con un vestido. Como con uno de sus tantos pequeños deseos que ella siempre ha sabido complacer. Pero ahora no. Ahora no puede. No puede hacer nada más que rezar. Por su hija. Por su amiga. Por la vida que a veces te da la espalda y se desentiende por completo de lo que tú deseas. Y los días pasan lentos y cansinos. Uno detrás de otro, sin el más mínimo asomo de sol en ese pequeño túnel. Casas oscuras y silenciosas. Salir de la cama. Esperar. Irse a dormir. Y levantarse de nuevo. Esperar. Irse a dormir. Y cualquier timbre de cualquier teléfono es siempre una preocupación, un sobresalto en el corazón, una esperanza, un sueño, un deseo… Y en cambio nada. Nada. Seguir avanzando en silencio.

Noventa y dos

Esa misma tarde.

—¡
Sapere aude
! —Niki está sentada junto a su cama. Está leyendo en voz alta un texto de filosofía. Kant—. Ten valor para utilizar tu inteligencia. ¿Te enteras, Diletta?

Niki apoya el libro en sus piernas. Observa inútilmente ese rostro tranquilo, relajado, que parece no poder oír. Pero es su última esperanza. Mantener viva su atención. Un suspiro. Y Niki saca fuerzas de flaqueza.

—Ya vale, es inútil que te hagas la despistada. Tienes que repasar Kant tú también. ¿No te habrás creído que te vas a librar de la Selectividad? Perdona, pero habíamos quedado en que iríamos todas juntas a la universidad. ¡Y las Olas no traicionan jamás sus promesas! —Niki sigue leyendo—. Veamos, aquí las cosas se ponen más difíciles. Y por eso mismo necesitaría que me prestases un poco de atención. Pasemos a la gnosología de Kant…

—Gnoseología.

Una voz repentina. Floja. Ligera. Débil. Pero su voz.

—¡Diletta!

Diletta está vuelta hacia Niki. Le sonríe.

—Tienes que decirlo con la «e». Siempre te equivocas.

Niki no se lo puede creer. Empieza a llorar a mares. Y en parte llora y en parte se ríe.

—¡Gnoseología, gnoseología, lo voy a repetir mil veces, joder, con la «e», con la «e»! Es la palabra más hermosa del mundo.

Y se levanta y la abraza con torpeza, intentando no agitarla, pero no consigue contenerse. Se pierde con el rostro en su cuello y sigue llorando, como la niña que fue, que es, que adora ser.

—¡Y eso que dicen que la filosofía da sueño!

Esa niña que se ha visto recompensada. Que ha hecho los deberes día tras día y acaba de recibir el regalo más bello del mundo. La respuesta a sus plegarias. Vuelve a tener a su amiga. Y, una tras otra, entran también Olly, Erica, y los padres, además de alguna prima de quien nunca recuerdan el nombre, y por fin también la jefa de enfermeras.

—¡Fuera, fuera, dejadla respirar, aquí hay demasiada gente, fuera!

—¡Vaya modales!

Por no hablar de los de Olly.

—¡Es nuestra amiga, joder!

Y se ríen todos, hasta los padres, felices por un día por no tener que reñir a nadie. Ligeras al fin, Olly, Niki y Erica salen de la habitación. Están como locas.

—Esta noche todas al Alaska, qué digo, me tiro a la Fontana di Trevi. Venga, ¿nos tiramos?

—¡Olly, eso lo hace todo el mundo!

—Pero a lo mejor nos encontramos un tipo guay, como ese… Marcello… Marcello…
Come here
!

—Ya sabemos por qué lo quieres hacer. ¡Tú eres de ideas fijas!

Y se ríen. Después se abrazan en círculo, al estilo de los jugadores de rugby, en mitad del pasillo. Tienen la cabeza agachada.

—Por Diletta.

—¡Hip hip hurra! —Y explotan con un salto altísimo, todas a la vez, riéndose, atrayendo la atención de las enfermeras que les gritan «¡Silencio!», y de quienes todavía no pueden dar ese grito pero les gustaría poderlo dar.

Fuera del hospital. Niki se pone el casco.

—Chicas, esta noche me quedo en casa estudiando. Jo, falta poquísimo.

—Hemos perdido un montón de tiempo.

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