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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (23 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—También yo lo espero.

—En realidad, lo que deseo es que ese tal Tony no descubra absolutamente nada.

Enrico echa un vistazo a su alrededor. Ahora está más relajado.

—Está bien esto, este despacho. Es extraño, pero nunca había venido.

Luego sonríe, ligeramente azorado.

—Es que antes no había habido necesidad. —Alessandro sonríe y se levanta del sillón—. Y tampoco esta vez. Sólo me has hecho una visita, me has dado una sorpresa. ¿Estás seguro de que no quieres nada, ni siquiera un café?

—No, gracias, en serio, estoy bien así. ¿Sabes lo que me gusta de ti? Que eres sólido de verdad.

—¿Por qué lo dices?

—Bueno, aquí estás, sin perder la serenidad, ayudas a un amigo. Sólo el hecho de estar un rato contigo ya me ha relajado. Casi me quedaría toda la mañana.

—¿Estás de broma? No tienes idea del drama empresarial en el que nos hallamos. Apareces en el peor momento de mi vida laboral.

—Bueno, pero por lo menos estás tranquilo en lo que respecta a la privada…

—No sé cuál de las dos tengo más liada.

—No obstante, anoche, cuando me dijiste que Elena y tú os habíais separado, me pareciste sereno.

—Ya. Si me va mal en la empresa, me dedicaré a la carrera de actor. Por lo que dices, no tengo que molestarme en fingir…

—¿En serio estás mal?

—Mal es un eufemismo.

—Pues lo disimulas muy bien.

Justo en ese momento, suena el móvil de Alessandro que, de inmediato, lo saca de su bolsillo y responde sin ni siquiera mirar la pantalla.

—¿Sí?

—Soy yo, Niki.

—Ah, hola, qué sorpresa. —Mira a Enrico, sonríe y después se da la vuelta hacia la ventana—. ¿Cómo es que me llamas? ¿No estás en clase?

—Debería. Pero ¡estoy escondida en el baño de los profesores! Tenía ganas de oírte.

—Ah, entiendo… ¿Y piensas acabar rápido?

—¿En el baño? ¿De qué estás hablando?

—No me entiendes, ¿eh?

—Claro que te entiendo, te entiendo. ¿Estás reunido? Disculpa.

—No, estoy con un amigo mío que ha pasado a saludarme. —Se vuelve hacia Enrico y le sonríe.

—Y entonces, ¿por qué demonios hablas en clave, si estás con un amigo? Oye, no te entiendo. Eres el enigma de mi vida. Muchas de mis amigas hacen sudokus, cosa que a mí me parece complicadísimo, pero comparados contigo son coser y cantar.

—Vale, Niki, ¿qué querías?

—Dios mío, qué quisquilloso… ¿Estás cabreado?

—No, pero no me gusta hablar por teléfono cuando estoy con otras personas.

—Ok, seré breve. A ver… El mecánico estará abierto. Stop. Me lo ha jurado. Stop. Acompáñame, porfa. Stop. ¿Has recibido bien el telegrama?

—Sí, sí, quedamos delante del instituto a la hora de siempre.

—Ok, perfecto. ¿Me mandas un beso?

—No.

—Venga, que todavía tengo un examen y tú me das suerte.

—Dalo por hecho.

—Gracias… ¡chico tímido! —Niki cuelga el teléfono.

Alessandro vuelve a guardar el suyo y, al mirar a Enrico, se da cuenta de que le está sonriendo. Parece más tranquilo.

—Disculpa, pero no he podido evitar oír lo que decías. Niki, a la hora de siempre, nos vemos en el instituto. ¿Quién es, tu sobrina? No es una de las hijas de tus hermanas, porque son demasiado pequeñas… Vale que hoy en día salen espabiladas, pero no me creo que con tres años ya hablen y llamen con el móvil. Ah, vale, ya lo tengo: ¿es una prima tuya? A lo mejor por parte de padre…

—Mira, para que no te devanes demasiado los sesos, se trata de la chica de la que os hablé anoche a la puerta del restaurante, la que conocí por casualidad. Ayer tuvimos un accidente.

—¿Y ya os tomáis tantas confianzas?

—Sí.

—¿Cuántos años dijiste que tenía?

—Diecisiete.

—Ay, te veo mal. Es decir, te veo bien. Ya sé por qué has superado la crisis con Elena. Ésta Niki es tu distracción. No ha sido sólo un accidente.

—Si se convirtiese en una distracción, sería un grave accidente.

—Oye, date cuenta de que somos nosotros los que no queremos ver las cosas como son. Una chica de diecisiete años es ya una mujer. ¿Tú te acuerdas de lo que hacíamos nosotros hace veinte años? Quizá éramos más hombres entonces que ahora. En resumen, que, aparte de los años de más, no hay ninguna diferencia con lo que hacemos hoy en día en la cama. Con la salvedad de que nosotros tenemos alguna preocupación o algún problema de más que reduce un poco nuestras prestaciones.

Alessandro le sonríe.

—Escucha, Enrico, yo iré a ver a Tony Costa por ti, pero tú no intentes meterte en mi vida privada. No por nada, pero te asustarías.

—Lo dices por lo que ya has hecho, ¿eh? —dice Enrico con un guiño.

—No, por el enorme vacío que encontrarías.

—Mira, tú me has dicho muchas cosas, deja que ahora te diga yo una: ¡diviértete con esta Niki! Y luego… luego que sea lo que Dios quiera. Cuando Elena vuelva, todo volverá a ser como antes, no, mejor que antes. —Abre su cartera de piel, llena de documentos e impresos de comercial—. Toma. —Saca un CD de colores. Encima lleva escrito
Love relax
—. Es para ti.

—Bonito título,
Love relax
.

—¿Te gusta? Es mío. Es una selección hecha por mí de las canciones más bellas, una detrás de otra, una serie con la que no puedes fallar con ninguna mujer. Quería utilizarlo una de estas noches para convencer a Camilla de que tengamos un hijo, pero me alegra dártelo a ti, para que lo uses con Niki.

—¿Estás de broma? ¿Qué tiene que ver…?

—Claro que tiene que ver. Y lo sabes. De todos modos, yo lo tengo en el ordenador, puedo hacerme otra copia. Hay una canción que me gusta muchísimo, con todas las frases más bellas de Battisti. Se llama
Las preguntas de Lucio
. Tipo «¿Qué sabrás tú de un campo de trigo, nostalgia de un amor divino…?» Y después yo te doy la respuesta…

—¡¿En serio?!

—Claro, siente la belleza de esas palabras… «¿Qué sabrás tú de un campo de trigo?» Tiene razón, ¿qué sabes? A menos que se esté allí, en medio de todas esas espigas, con un poco de brisa quizá, no se puede entender… También he trazado paralelismos con la cinematografía más pura, por ejemplo en
Una habitación con vistas
, el actor Julian Sands está en Florencia y, en un momento dado, se pone a pintar en un campo, y desgrana una espiga con la mano; entonces llega la actriz que hace de Lucy y se besan. Asimismo, en
Gladiator
, Rusell Crowe siempre toca las espigas con la mano, cuando siente que le falta el amor de su amada muerta; es el contacto con la tierra, es decir, que la espiga es el amor, ese amor que nace de la tierra y nos da el pan, así cuando encontramos a la persona deseada… el amor nace en nosotros. También está lo de «nostalgia de un amor divino», pero en mi opinión eso es un poco más difícil de comprender…

—Seguro que sí. ¿Y tú crees que a Niki le gustarán todas estas explicaciones?

Enrico lo mira, después cierra los ojos y asiente con la cabeza.

—Ya es tuya.

—Tan sólo hay un pequeño problema. —Alessandro cierra la cartera de Enrico y lo acompaña hasta la puerta.

—¿Cuál?

—Yo no la quiero.

—Vale, como quieras. Pero por favor, vete a ver a Tony Costa cuanto antes.

—Sí. No te preocupes por eso.

Alessandro cierra la puerta y regresa a su mesa. Se deja caer abatido en el sillón de piel. Sólo le faltaba eso. Luego coge el CD y lo mira mejor. No está nada mal.
Written in your eyes
, de Elisa.
Le chiavi di casa
, de J Ax.
Una canzone per te
, de Vasco.
Canciones de amor
, de la Venegas.
Sei parte di me
, de los Zero Assoluto.
Tu non mi basti mai
, de Dalla. Después un montón de Battisti. Alessandro lo mira mejor. Ha metido también
Never Touch That Switch
, de Robbie Williams, que me gusta mucho. A saber cuánto debe de tardar Enrico en hacer un CD, en bajarse las canciones y ordenarlas. Quiere mucho a Camilla. Es una pareja estupenda, van a la par y con amor, ¡y a pesar de eso y sin motivo, tendré que ir a ver a ese Tony Costa! Qué mierda. Y, por si no fuera bastante con eso, ahora me ha metido la duda en el cuerpo. ¿Y si Elena hubiese tenido otro? ¿Y si tiene otro, uno de mis amigos? Enrico no. A menos que se trate de un verdadero genio y se haya inventado toda esta historia para desviar sospechas. ¿Y Flavio? No, Flavio no lo haría nunca, teme demasiado a Cristina y la posibilidad de ser descubierto. ¿Pietro? Pietro. Sólo queda Pietro. En realidad, no sé qué pensar de él. Es cierto que es un gran amigo, pero ante la posibilidad de irse a la cama con una mujer renunciaría a su honor. ¡No digamos ya a la amistad! Y, por si eso no bastase, Elena le gustaba mucho, siempre me lo dijo. Cuando fuimos a ver
El mejor amigo de mi mujer
, nada más salir me dijo: «Pues mira, si yo estuviese mal, haría lo mismo contigo antes de la operación. Iría a pedirte corriendo que me dejases pasar una noche con Elena.» Todavía me acuerdo, nos echamos a reír y yo le di una palmada en la espalda. «No hay problema. Estás sanísimo.»

En ese momento llaman a la puerta.

—Adelante.

Es Andrea Soldini.

—Nos vamos a comer algo, pero no vamos al comedor. Queremos sentirnos un poco más libres, seguir un poco con el
brain
, nos vamos a tomar una ensalada por ahí. ¿Te unes a nosotros?

—Sí, pero con el pensamiento. Tengo que ir a buscar a Niki a la escuela. —Y mientras lo dice, Alessandro coge su chaqueta y sale. Andrea Soldini le sonríe.

—Eh, no sabía que tuvieses una hija.

—Ya, yo tampoco.

Treinta

Salida del instituto. Un río de muchachos invade el pasillo. Unos se van a casa. Otros asaltan el distribuidor automático. Diletta está en la cola, junto a Niki.

—¿Has acabado la traducción?

—No. ¿Y tú?

—Tres cuartas partes.

—A mí me la ha pasado Sereni. Me lo debía.

—¿Por qué?

—Le presté mi camiseta Extè para la fiesta de los dieciocho del sábado. Es una deuda de al menos seis traducciones.

—¡Ah! Venga, te toca.

Niki mete un euro en la ranura. Plinc. El ruido correcto. Aprieta la tecla del pastelito de chocolate.

—Pero ¿qué haces?

—¿Qué pasa, no has leído a Benni? El mundo (según Sócrates, el abuelo de Margarita) se divide en: los que comen chocolate sin pan; los que no pueden comer chocolate sin comer también pan; los que no tienen chocolate; los que no tienen pan. Yo lo tengo todo.

—Vale.

—Hola… —Diletta se vuelve. Unos ojos color verde esperanza en un rostro ligeramente bronceado la miran—. Te he traído el euro. Ahora ya funciona.

—¡¿Qué es, una tarjeta telefónica?! —ríe Niki, que está abriendo su pastelito.

—No tenías que hacerlo. Ya tengo.

—De todos modos, hoy no te hace falta. Ya lo usarás otro día.

—¿Y eso?

El muchacho se saca una bolsita de cereales del bolsillo.

—Ya te la he sacado yo.

Diletta lo mira sorprendida.

—No tenías por qué.

—Ya. Lo sé. Quería hacerlo.

Niki los mira alternativamente, como si fuese un partido de tenis.

—Vale, pero ya te dije que no me gustan las deudas.

—Está bien, entonces no estés en deuda.

Niki interviene.

—Venga, Diletta, no lo alargues tanto. Te ha dado una barrita, no una caja de trufas de Norcia. ¡Muy bien! ¡Un gesto muy bonito! —Y le sonríe burlona.

Él le tiende la barrita a Diletta.

—No, gracias, no la quiero. —Y se va.

Niki la mira. Después se vuelve hacia él.

—¿Sabes?, es un poco rara. Pero es fuerte. Jugando a voleibol, de vez en cuando recibe algún balonazo en la cabeza y se comporta así. Pero luego se le pasa.

Él intenta sonreír, pero se ve que la negativa de Diletta no le ha sentado bien.

—Oye, dámela a mí.

—No, era para ella.

—Pero ¿por quién me tomas? Dámela a mí que haré la entrega aplazada más tarde. —Y echando a correr se la quita de la mano. Sin pararse se vuelve un instante.

—¿Cómo te llamas?

—Filippo —atina a responder él antes de que ella desaparezca por la esquina, dejándolo allí, con un euro en una mano y una esperanza menos en la otra.

Treinta y uno

—¿Qué te pasa, por qué no hablas? —Mauro conduce su ciclomotor a toda velocidad entre el tráfico—. Eh, ¿por qué no hablas? —Paola le da un fuerte golpe en la espalda con la mano—. No hagas como si no me oyeses, que es contigo. ¿Qué te pasa, te has cabreado?

—No, no me pasa nada.

—Sí, con esa cara y no te pasa nada… A mí me lo vas a contar. Todavía…

Mauro entra en la calle que lleva a casa de Paola pero se pasa de largo.

—Eh, pero ¿estás lelo? ¡Yo vivo en el número treinta y cinco!

Mauro sigue un rato, después detiene el ciclomotor y se baja. Paola hace lo mismo. Se quita el casco.

—Virgen santa, cuando te comportas así eres insoportable. ¿Qué pasa, qué demonios te pasa, se puede saber qué te pasa?

—Nada, nada y nada.

—Nada es la respuesta de los anormales. Desde que se ha acabado el rodaje, no has abierto la boca una sola vez, no te has despedido de nadie y tienes unos morros de aquí a Lima… ¿Se puede saber qué te pasa? Virgen santa, haces que te trate como a un niño.

—Nada. Me ha molestado una cosa.

—¿Qué? ¿La escena que hemos rodado? Estábamos jugando a baloncesto. Justo por eso me eligieron, ¿no? Porque soy alta y porque he jugado un poco a baloncesto. Y al final he sonreído a la cámara y he dicho la primera frase de mi vida: «No puedo perder…» Ni siquiera he mencionado el producto. Y vas tú y te lo tomas a la tremenda. ¿Es que no puedes alegrarte por mí? No, dímelo. ¿Qué es lo que te ha sentado tan mal?

—Hasta entonces nada.

—¿Y después qué?

—Cuando te has ido con el director.

—Ya estamos… lo sabía. —Paola empieza a caminar alrededor del ciclomotor, presa de un ataque de rabia—. Vaya si lo sabía… ¿Sabes lo que he hecho? Pues simplemente he ido a despedirme del director, como hacen todas las chicas educadas y amables, y él, entre otras cosas, me ha preguntado si tú eras mi novio…

—Sí, ya he visto que estabais hablando.

—Sí.

—Y luego te ha dado una hoja de papel.

—Sí, un folio. —Paola rebusca y lo saca de su bolsa—. Aquí está. ¿Y sabes lo que hay escrito en él, eh, lo sabes? Pues mira. Míralo bien.

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