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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (19 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—No te sale mi número porque te estoy llamando desde el fijo. Me he quedado sin saldo.

Quizá yo podría recargárselo, piensa Alessandro por un instante.

—Sólo quería decirte que me lo he pasado muy bien esta tarde contigo. Me he divertido un montón.

En el fondo, Alessandro se siente un poco extraño. El zorro lo mira mal.

—Yo también, Niki. —El zorro vuelve a tranquilizarse.

—¿Sabes qué es lo que más me ha gustado?

—¿El batido?

—No, idiota. Que me has hecho sentir mujer.

Alessandro sonríe.

—Bueno, eres una mujer.

—Sí, gracias, ya lo sé. Lo que pasa es que a veces no me lo hacen sentir del todo. ¿Y quieres saber lo más bonito? Es la primera vez que alguien… sí, bueno… Es decir, es algo que nunca antes un hombre había hecho por mí…

Alessandro se queda perplejo.

—Bueno, me alegra mucho oírlo. —Alessandro piensa de qué puede estar hablando, pero no se le ocurre nada.

—Entonces, ¿ya sabes a lo que me refiero?

—Tengo una vaga idea, pero será mejor que me lo digas tú.

—Ok… Pues que cuando me has acompañado hasta la puerta, no has intentado besarme. En serio. Me ha gustado a morir. Es la primera vez que un hombre me acompaña hasta el portal y no lo intenta. ¡Felicidades! ¡Eres único! ¡Adiós! Nos llamamos pronto, que pases una buena noche.

Como de costumbre, Niki cuelga sin darle tiempo a responder.

Alessandro se queda con el móvil en la mano. Felicidades. Eres único. ¡Querrá decir que soy el único gilipollas! Y sin saber bien cómo interpretar aquella llamada, acelera hacia via Flaminia.

Veinticuatro

De vez en cuando, Mauro le da una patada a la rueda trasera de su viejo ciclomotor, falcado en su caballete, haciéndola girar. Está fumando un cigarrillo. Un poco más allá, al menos cinco o seis Winston azules han acabado de igual manera. Mira de nuevo hacia el final de la calle. Ahí está.

Mauro apaga el cigarrillo y corre a su encuentro.

—Pero ¿dónde cojones estabas? ¿Dónde te has metido? ¿Eh? ¿Dónde demonios estabas?

Paola avanza serena. Se la ve feliz. Tiene una sonrisa radiante.

—¡Amor, me han cogido, me han cogido!

—¿Y por qué no me has llamado?

—Me he quedado sin saldo, no podía ni enviar mensajes, y mi madre estaba hablando por el fijo. Me han llamado para un
recall

—¿Un qué?

—¡Un
recall
! Es cuando te llaman para que vuelvas a hacer la prueba… Me he ido en autobús, no podía esperarte, y después he cogido el metro. De todos modos, la prueba no era lejos, otra vez en Cinecittá.

Lo abraza, lo besa, suave, dulce, sensual como sabe ser Paola cuando quiere.

—Pero ¿por qué estás así? ¿No te alegras? ¡Me han cogido!

Mauro sigue de morros. Se suelta de su abrazo.

—Joder, te lo he dicho mil veces… no me gusta que vayas sola. —Paola pone los ojos en blanco—. Entiéndeme, no es que no quiera que hagas pruebas, al contrario, pero me gusta acompañarte.

—Perdona, pero ninguna de las otras va acompañada de su novio.

—Ah, vale, muchas gracias, pero es porque a ellos les importa un carajo. En cambio, yo me preocupo por ti. Y otra cosa, te lo he dicho mil veces, cuando estés a punto de quedarte sin saldo dímelo, ¿no? Mi madre trabaja en el quiosco de la esquina… La llamo y te recarga la tarjeta en nada. O te la recargo yo directamente en cualquier parte. —Luego Mauro se queda callado. Sí, y con qué dinero lo hago, piensa para sí. Pero es evidente que aquel no es momento de recordárselo.

Paola abre su enorme bolso de largas asas.

—Mira, después de la prueba he ido a Cinecittá 2 y te he cogido esto. —Saca un osito de peluche con la camiseta del Roma.

—¡Guau! Es superguay, gracias, amor.

—¿Has visto? Es el osito Totti, es como tu capitán, un pequeño gladiador… peludo.

—Es muy bonito.

—Huele, huele. —Paola se lo restriega sobre la cara.

Mauro lo aparta, mientras se rasca la nariz.

—¡Ay, me haces estornudar, ya vale!

—Pero ¿lo has notado?

Mauro vuelve a acercárselo a la nariz, esta vez él solo, con tranquilidad. Paola sonríe.

—Le he echado un poco de mi Batik, así cuando te lo lleves a la cama pensarás en mí. ¿De qué te ríes? ¿Es que le he echado demasiado, Mà?

Mauro sonríe y se lo mete en el bolsillo interior de la chaqueta.

—No… no. Lo que pasa es que tengo tantas ganas de ti que este osito no me basta, cariño… Tú eres mejor que él.

Mauro le da un beso con lengua, la aprieta contra sí, haciéndole notar que está excitado.

—En serio, tengo ganas. Vamos a tu garaje, al coche de tu padre…

Paola se toca la parte baja del vientre.

—No puedo. Me ha venido hoy la regla, cuando estaba a punto de hacer la prueba. Por suerte allí tenían.

—¿Quién las tenía?

—El anuncio que estoy haciendo es justamente de éstas. —Y saca de su bolso un paquete de veinticuatro compresas—. Debe de ser por la emoción, pero se me ha adelantado. ¡Mira qué suerte, me han regalado un paquete!

—Pero ¿qué estás diciendo? Estás de coña, ¿no? —Mauro se aparta de ella—. ¿Es en serio que tienes que hacer un anuncio de estas cosas? O sea, es como decirle a todo el mundo que tienes la regla.

Paola se sorprende.

—Perdona, pero ¿qué te pasa esta tarde? ¿Tienes ganas de discutir? ¡Es algo natural! No es nada vulgar, ¿qué hay de malo en ello? Todas las mujeres, todos los meses, las necesitamos. Lo normal es que los hombres se cabreen cuando dejan de ser necesarias, porque eso quiere decir que…

—Ya lo he pillado, pero aun así, sigue pareciéndome una cosa poco fina.

Paola se le acerca y lo besa en el cuello.

—Estás demasiado nervioso. Venga, ven conmigo al rodaje, ya verás que no hay nada que pueda fastidiarte. Oye, ¿quieres que vayamos a comer una pizza? Invito yo.

—No. —Mauro se dirige hacia su ciclomotor—. Vamos, sí, pero invito yo.

—¡Como quieras, yo sólo quería celebrar que me han elegido!

—Ya me has regalado el osito, ¿no?

—Está bien… ¿Vamos al Paradiso? No está lejos, y siempre hay un montón de actores.

—Vale, vamos. —Mauro le pasa el casco, luego se pone el suyo. Paola se sienta detrás y coloca su enorme bolsa entre ella y la espalda de Mauro.

—Ah, Paolilla, ¿te imaginas que un día te haces famosa y la gente va al Paradiso a verte comer? —Mauro le sonríe, mirándola por el espejo retrovisor.

—Venga ya, te estás quedando conmigo.

—¿Por qué? Lo digo en serio, todo puede pasar…

Justo en ese momento llega una moto grande que se detiene a su lado. El motorista se levanta la visera del casco.

—Hola, Mauro. Señorita… ¿qué hacéis?

Mauro sonríe.

—Vamos a comer una pizza.

—He ido a buscarte a tu casa, pero ya te habías ido. Necesito que me eches una mano.

—Gracias, pero ya te he dicho que no puedo.

—Cuando te decidas, házmelo saber. Cuando quieras, te regalo esta moto. Así, aunque vayas a comerte una simple pizza, tardarás menos. Y, sobre todo, tu novia irá más cómoda. Mauro, a las mujeres les gusta la comodidad, ¿sabes? ¡Que no se te olvide!

El tipo se baja la visera. Mete la primera y se aleja a toda velocidad levantando la rueda delantera. Segunda, tercera, cuarta. Ya ha desaparecido al final de la calle. Mauro arranca despacio. Paola se apoya sobre su espalda.

—¿Quién era ese tipo, Mà?

—Nadie.

—¿Cómo que nadie? Venga, dímelo.

—Ya te he dicho que no es nadie. Fuimos juntos a la escuela, pero hacía siglos que no lo veía. Lo llamaban el Mochuelo; un tipo simpático.

—Lo será, pero a mí me parece un macarra, peligroso incluso. Y, además, ¿qué es esa gilipollez de que a las mujeres nos gusta la comodidad? A las mujeres nos gusta el amor, se lo puedes decir al Mochuelo cuando lo vuelvas a ver. —Mauro sonríe y le toca la pierna. Paola le acaricia la mano—. No, mejor no. No se lo digas. De todos modos, no lo entendería.

Mauro acelera y se van hacia el Paradiso, un restaurante grande próximo a Cinecittá. Pero el ciclomotor está ya en las últimas, y avanza despacio en la noche. Tiene la rueda trasera ligeramente desinflada y lleva encima dos pasajeros llenos de ilusión y de esperanzas.

Veinticinco

Los coches de sus amigos están todos aparcados delante del Sicilia. Antes de entrar lo ve allí delante y no se resiste. Sonríe ante la idea. Lo piensa un instante. Al final elige la mejor solución. De todos modos, hoy todo el día ha ido así. Después coge el móvil y escribe rápidamente un mensaje. Enviar. Para eso están los directores creativos, ¿no? A continuación entra en el restaurante. El perfume a comida siciliana, aromas y especias lo envuelve.

—¡Vaya! ¡Ha venido! ¡Es increíble!

Todos sus amigos están en la mesa del fondo. Enrico y Camilla. Pietro y Susanna. Flavio y Cristina. Alessandro los saluda desde lejos y se acerca.

—¡No creíamos que fueses a venir! —Cristina lo mira—. ¿Y Elena?

—En una reunión. Tenía que trabajar hasta tarde. Os manda saludos. —Y sin decir más se sienta en el lugar que está libre, a la cabecera de la mesa.

Cristina mira a Flavio, le hace una señal como diciendo: «¿Has visto? Tenía razón yo.»

Alessandro mira la carta.

—Eh, me parece que esto va a estar bien. Todas son recetas de la mejor Sicilia…

Enrico le sonríe.

—¿Te acuerdas cuando hicimos aquel viaje a Palermo?

Camilla pone los ojos en blanco.

—Ya empezamos con los recuerdos, como cuando uno se hace viejo.

Enrico no le hace caso.

—Sí, antes de irnos, a ti aún te quedaba un último examen en la universidad y luego la tesina. Nos fuimos con el Citroën de tu padre y vino también Pietro.

—Claro —confirmó Pietro—. Y luego fundimos el motor…

—¡Sí, y ninguno de vosotros dos quiso compartir los gastos!

—Pues claro, Alex, perdona, pero tú hubieses ido de todos modos ¿verdad? Aunque fuese sin nosotros. ¡Hubieses cogido igual el coche y te habría sucedido lo mismo, aunque no hubiésemos estado él y yo!

—¡Pues entonces mejor que me hubiese ido solo!

—Eso no. Porque gracias a nosotros conociste a aquellas tías alemanas.

—¡No te digo! —exclama Susanna—. No hay una sola historia en la que no aparezcan extranjeras.

—Naturalmente. Son precisamente ellas las que han promocionado la marca de
latin lover
italiano en el extranjero.

—Ya, pero resulta extraño que eso se considere así tan sólo fuera de Italia. —Cristina parte un bastoncito de pan—. Se ve que las extranjeras llevan la Viagra incorporada.

Susanna y Camilla se echan a reír. Enrico continúa:

—Sea como sea, eran fabulosas de verdad. Altas, rubias, guapísimas, en forma, parecían el anuncio de la cerveza Peroni.

—Ya, ese que hice yo de verdad cinco años más tarde.

—¡Eh, que nosotros ya les habíamos hecho las pruebas entonces!

Enrico y Flavio se ríen. También Alessandro. Después se acuerda de las rusas y, por un instante se pone serio. Pietro se da cuenta y cambia rápidamente de tema.

—Qué lástima que no vinieses, Flavio, te hubieses divertido de lo lindo. ¿Os acordáis de aquella noche en que nos bañamos desnudos en Siracusa?

—¡Sí, con las extranjeras!

—¡Tú nos escondiste la ropa! ¡Pensabas que nos ibas a fastidiar y en cambio la bromita ayudó!

—Fue bonito, podría servir para un anuncio. ¿Por qué no viniste, Flavio? ¿Estabas en la mili?

—No, me tocó al año siguiente.

—Pero ¿Cristina y tú ya estabais juntos? Porque el invierno siguiente, cuando nos fuimos a la montaña… —Parece que Pietro se acuerde de algo—. No, no, nada.

Cristina sonríe y comprende perfectamente el juego.

—Sí, sí, también allí había extranjeras, suecas… Pero aunque fuese verdad… ¡Flavio no habría hecho nada! Siempre me ha sido aburridamente fiel.

—¡No, no, espera… peor! Allí, en una fiesta organizada por el hotel, vino una
stripper
para un espectáculo porno. Bromas aparte, chicos, ¿os acordáis?

—Cómo no… ¡Cómo se sentaba en las piernas!

—Sí, y luego caminaba entre el público, elegía a un tipo y, totalmente desnuda, se echaba un poco de nata por encima y hacía que él se la lamiese.

—Sí, terrible. Y eso que entre el público también había niños. Yo creo que no se recuperaron nunca. Uno debió de acabar siendo amigo de Pacciani, el asesino.

—¡Pietro! ¡Qué chistes son ésos! Eres terrible.

—Pero mi amor, los que son terribles son los padres. A ver, ¿cómo dejaban que los niños asistiesen a un espectáculo de ese tipo? ¿Tú dejarías que los nuestros viesen un show sin saber de qué se trata?

—Yo no. El problema es que, a un espectáculo de ese tipo, los llevarías tú directamente.

—Sí, pero no es lo mismo, yo lo haría con fines educativos.

—Ah sí, claro… Muy propio de ti.

Llega el camarero.

—Buenas noches, ¿han decidido ya lo que van a pedir?

—Sí, gracias.

Susanna vuelve a abrir la carta, indecisa.

—¿Os acordáis de aquella vez que fuimos al Buchetto y el camarero acabó echándonos por la cantidad de veces que cambiamos de opinión?

—¿Otra vez? —Camilla resopla—. ¿Vas a volver a empezar con los recuerdos? ¿Qué pasa, que sólo teníais vida entonces? La vida es ahora.

—… Sí, en el viejo albergue Tierra y cada uno en su habitación…

—Como frase está bien. Sería un buen eslogan.

—Repito —prosigue Camilla—, no miréis tanto atrás, si no, os perderéis el presente. Debéis estar siempre atentos al presente.

El camarero, que ha asistido a toda la escena, pregunta educadamente:

—¿Quieren que vuelva más tarde?

Cristina se hace cargo de la situación.

—No, no, disculpe, pedimos ahora. Bien, para mí una caponata…

Suena el teléfono móvil de Alessandro. Mira la pantalla. Sonríe. Se levanta de la mesa.

—Disculpad… mire, yo tomaré un carpaccio de pez espada y unos involtini al estilo de Messina… —Y se aleja, saliendo del local. Todos lo miran. Alessandro abre su teléfono fuera del restaurante.

—Sí…

—¡No me lo puedo creer! Todo iba de lo más bien y vas tú y la pifias.

—Pero Niki, sólo te he hecho un favor…

—¡Sí, pero hay un pequeño detalle! Yo no te lo había pedido. Todos los chicos lo hacen, se creen que pueden conquistarme con el dinero. Pero se equivocan.

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