Pedernal y Acero (25 page)

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Authors: Ellen Porath

Tags: #Fantástico

BOOK: Pedernal y Acero
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Una actitud encomiable, semielfo. Aunque, tal vez, deberías considerar el pedírselo a Kitiara… siempre y cuando tengas ocasión de hacerlo. Pero antes, pareja de brutos infantiles, ¿no os parece que deberíamos salvarla del ettin? No queda otra solución si no queréis que las perdamos, a ella y a Lida, en el sla-mori.

—¿El sla-mori? —preguntó Tanis—. Entonces ¿sabes adonde las lleva el ettin?

Lo supongo.

—Eh, espera un momento —intervino Caven—. ¿Qué es un sla-mori?

—Significa ruta secreta y es un camino mágico para trasladarse de un lugar a otro —explicó Tanis.

Al ver que el gesto perplejo de Mackid persistía, Xanthar tomó la palabra.

Corren rumores de que hay un sla-mori en algún punto del Bosque Oscuro, aunque lo sitúan en distintos lugares. Una de ellas está cerca de aquí, en el valle que hay al pie del monte Fiebre. Algunos dicen que esta entrada lleva al sur, tal vez hasta el propio glaciar, si bien otros afirman que el punto de destino del sla-mori está en otra parte.

—¿Rumores? —preguntó Caven, irritado—. ¿Nos estamos internando en el Bosque Oscuro basándonos sólo en rumores?

—Y en el consejo que nos fue dado en un sueño —añadió Tanis. Un atisbo de sonrisa asomó a su rostro, pero desapareció enseguida.

El sla-mori es la solución más lógica,
reiteró el búho.
El ettin mencionó que el monte Fiebre está cerca del sla-mori… o al menos donde lo sitúan los rumores.

—Un momento —interrumpió de nuevo Caven. El mercenario estaba pálido, salvo las marcas rojizas que habían aparecido en sus pómulos; el tono blanco de su piel contrastaba poderosamente con el color negro del cabello y la barba—. ¿Sabías desde el principio que el ettin andaba tras Kitiara? ¡Si nos lo hubieses dicho, Wode estaría vivo ahora!

Xanthar estaba avergonzado, pero disimuló su estado de ánimo afilándose el pico en una rama.

Ignoraba que la situación fuera tan peligrosa. Pensaba que os apresaría a vosotros y a la espadachina, pero no imaginé que sobreviniera mal alguno a nadie.

—¡Pero sí estabas dispuesto a dejarnos correr el riesgo! —gritó Tanis.

El búho los miró ceñudo.

Ahora estamos en el mismo bando, semielfo. No tenéis otra opción que confiar en mí a este respecto. Y no pienso decir nada más.

Xanthar alzó el vuelo. Caven y Tanis se miraron desconcertados uno al otro, luego al búho, que se remontaba en el cielo, y después a
Maléfico,
que pastaba junto a un cercano matorral.

—¿Y bien, semielfo? —preguntó el mercenario—. ¿Qué hacemos ahora?

—Sea lo que sea lo que el búho haya estado tramando, persiste el hecho de que el ettin tiene a Kitiara y a Lida, e intenta llevárselas lejos si no se lo impedimos.

—¿Y eso es asunto tuyo, semielfo? ¿Nos atañe a ti o a mí?

—Puede ser. Después de todo, está el poema de la maga: «Los tres amantes, la doncella hechicera». No hay que ser tan brillante como un fuego fatuo para deducir que, tal vez, se refiera a nosotros.

—¿Y qué? —rezongó Caven—. ¿Quién nos paga para que nos involucremos? ¿O es que se supone que hemos de arriesgar nuestras vidas por un mero altruismo?

—Merece la pena ser una persona de miras amplias. —Tanis echó una ojeada en la dirección por la que habían venido y recordó a Caven—: Además, el camino ha desaparecido. A menos que conozcas el Bosque Oscuro lo bastante bien para guiarnos fuera de él, opino que seguir adelante es la mejor opción que tenemos.

Mackid reflexionó un momento y después sacudió la cabeza, como si le doliera.

—He perdido a mi sobrino. Estoy en un atolladero por buscar a una mujer que me ha traicionado al menos una vez y a la que tal vez, o tal vez no, he dejado embarazada. Por si fuera poco, viajo con un semielfo romántico que cree que sólo él puede ser el padre de la criatura. ¡Por los dioses!

—En efecto —dijo, sonriente, Tanis, que se encaminó hacia
Maléfico
con una actitud en la que se leía que no iba a consentir la menor tontería al animal.

—¿Eh? —Caven siguió los pasos del semielfo y lo alcanzó cuando llegaba junto al semental.

—Que estás en un atolladero —repuso Tanis mientras se subía al caballo y tendía una mano a Mackid, indicándole al kernita que se montara detrás de él—. Lo mismo que yo. Vámonos.

* * *

—¡Mira! —gritó de repente Kitiara—. ¿Viste eso, maga?

Kai-lid miró donde señalaba la espadachina.

—No veo nada —dijo—. Sólo los ojos de los muertos vivien… —La hechicera calló al recibir un codazo de Kitiara.

El ettin también volvía la vista hacia donde apuntaba la espadachina. Hasta ahora había caminado detrás de las dos mujeres, con los garrotes listos para despejarles el sendero, que se abría ante ellos y después se cerraba tan pronto como había pasado la criatura de dos cabezas.

—Obra de Janusz —había rezongado Kitiara cuando observó el fenómeno por primera vez.

—¿Qué ves? —preguntó Res-Lacua—. ¿Qué?

—¡Un cerdo! —chilló la mercenaria simulando otear hacia la derecha—. ¡Allí, un tierno cerdito!

—Sí, ahora lo veo —intervino Kai-lid.

—¡Comida! —exclamó, regocijado, el ettin. Se abalanzó a través de la maleza hacia donde Kitiara no veía otra cosa que los ojos de los hambrientos muertos vivientes. El ettin hizo un alto y se volvió a mirar a las mujeres— ¡Quedar aquí! —les gritó.

Kitiara y Kai-lid asintieron y el monstruo se zambulló en la floresta y se perdió de vista.

—Los muertos vivientes acabarán con él en un santiamén —comentó en voz baja la mercenaria—. Después podrás llamar a tu búho para que venga a recogernos.

La hechicera no parecía muy convencida. Desde que el ettin las había apresado, Kitiara le había susurrado varias veces que utilizara su magia para librarse del monstruo, pero Kai-lid se había limitado a sacudir la cabeza.

—No puedo —admitió por último—. Ya lo he intentado, pero no ocurrió nada.

—¿Por qué no? —exigió Kitiara—. ¿Es por el bosque?

Por toda respuesta, la hechicera se había encogido de hombros. Unas líneas de preocupación se marcaban en su frente.

Kitiara decidió tomar cartas en el asunto y ahora esperaba oír el grito que anunciaría la situación apurada del ettin, a quien sin duda rodearían los muertos vivientes, alimentándose de su terror hasta acabar con él… con lo que ellas quedarían libres.

Entonces, ella y esa inútil maga regresarían al claro. Volvería por su mochila y recuperaría las gemas de hielo que habían sido la causa de todo este enredo. Se preguntaba si Tanis y Caven seguirían en el claro. Si se habían marchado, ¿habrían tenido el sentido común de llevarse sus cosas? ¿O habrían dejado atrás la mochila con su irreemplazable contenido? La mercenaria oyó al ettin abrirse paso entre la espesura y esperó el momento de la horrible muerte de Res-Lacua.

Pero no se escuchaba otra cosa que el ruido de arbolillos arrancados de cuajo por el ettin en su afán de encontrar al cerdo. Las dos mujeres intercambiaron una mirada ceñuda.

—¿Y bien? —preguntó Kai-lid.

Kit se encogió de hombros.

El ettin reapareció en el sendero. Traía las caras largas. La cabeza derecha parecía estar al borde de las lágrimas; la izquierda mostraba simple frustración.

—Cerdo escapa —protestó Lacua. Con un ademán les indicó que reanudaran la marcha.

—No lo entiendo —susurró Kitiara—. ¡Qué asco! Ya ni siquiera puede uno fiarse de los muertos vivientes para que acaben con alguien.

Kai-lid parpadeó para, al parecer, contener una sonrisa.

—¿Los muertos vivientes se alimentan del miedo? —preguntó. Kitiara asintió y la hechicera aventuró—: Quizá Res-Lacua es demasiado estúpido para saber que se supone que tienen que darle miedo.

Kitiara se frenó en seco y soltó una sarta de maldiciones, hasta que el ettin la obligó a seguir caminando empujándola con uno de los garrotes. Kai-lid agarró a la espadachina por el brazo y tiró de ella, pero la mercenaria no dejó de proferir juramentos durante varios minutos, hasta que agotó su repertorio.

—No te preocupes —dijo la maga—. Es normal que las mujeres que están en tu estado, pierdan los nervios a menudo.

—¿De qué demonios hablas? —espetó Kitiara—. ¡Estoy en plena forma!

La espadachina aceleró el paso, caminando a una velocidad que se tragaba las distancias. En tanto que el ettin se limitó a alargar las zancadas, Kai-lid se vio obligada a correr, prácticamente, para mantener su paso. Así pues, Kitiara avanzaba a gran velocidad cuando la maga, con tono calmado, hizo mención a su embarazo.

En esta ocasión, Kai-lid se encontró mirando el puño de la espadachina.

—Eso no tiene gracia, maga —siseó Kit.

—¿Quieres decir que no lo sabes?

—¿Y cómo podrías saber tú si lo estoy? Que no lo estoy.

—¿Estás segura?

La mano de la mercenaria tembló mientras analizaba lo ocurrido los pasados días y semanas.

—¡Por Takhisis! —susurró finalmente; una expresión horrorizada pasó fugaz por su semblante. La razón se imponía por propio peso. Miró a Kai-lid—. Dices que eres maga, no curandera. Además, los que se llaman curanderos no son más que charlatanes, así que repito: ¿cómo podrías saberlo? —Kit señaló detrás de un roble—. ¡Ettin, acabo de ver otra vez a ese cerdo!

Kai-lid miró a la criatura y ratificó las palabras de la espadachina con un vigoroso cabeceo.

—¿Cómo puedes saberlo? —reiteró Kit mientras agarraba a la maga por los hombros y la sacudía. La otra mujer se soltó de un tirón.

—Puedo mirar el interior de las personas de vez en cuando. No tengo el don de la curación, y no puedo diagnosticar, pero sí percibo ciertas cosas. Xanthar me enseñó cómo hacerlo. Él no domina la magia, pero tiene otros poderes, algunos de los cuales ya has visto. También él percibió tu estado, cuando estábamos en el claro.

—¡Maldita sea! —Kitiara miró esperanzada a la maga—. ¿Puedes hacer algo al respecto?

—¿Hacer, qué?

—Malograrlo.

La hechicera enrojeció.

—Te he dicho que soy maga, y sólo eso. Hacer una cosa así está fuera de mi alcance… y de mis inclinaciones.

Kitiara había soportado malas rachas en su vida… el abandono de su adorado padre mercenario, cuando era una chiquilla; el segundo matrimonio de su madre; el nacimiento de sus hermanastros; las muertes de su madre y su padrastro; y su decisión de marcharse de casa y hacerse mercenaria a una edad en que otras chicas de Solace sólo se preocupaban de soñar con el matrimonio. Pero esto…

Había desechado la idea de que la maga pudiera estar mintiendo. Su propio cuerpo le decía que Lida estaba en lo cierto.

—¡Maldito sea el Abismo! ¿Y ahora, qué? —susurró.

El ettin regresó al sendero.

—Condenado cerdo muy rápido —protestó.

—¿Qué ocurre, Lida? —preguntó Kitiara.

—El monte Fiebre —respondió la maga, señalando al cercano cerro, pelado de árboles—. Xanthar dijo que el sla-mori está a su sombra.

—¿Y qué? —La espadachina había oído hablar de los sla-moris, pero el significado de este pasaje secreto en particular escapaba a su comprensión.

—Temo que nos dirigimos allí. Xanthar dice que los habitantes del Bosque Oscuro creen que un sla-mori cercano al monte Fiebre conduce al lejano sur, quizás al glaciar. Sospechaba que el ettin intentaba llevarnos a él con el propósito de transportarnos hasta Valdane.

—¿Y Xanthar sabe la localización de este sla-mori? —le dijo Kitiara, animada—. ¡Es perfecto! Traerá a Tanis, a Caven y a Wode, y entre todos mataremos al ettin y regresaremos a Haven.

Alzaron la vista a la ladera del monte. La espadachina sonreía satisfecha; Kai-lid tenía el gesto ceñudo. Grandes fragmentos de esquisto y granito alfombraban la pendiente. Peñascos enormes habían rodado cuesta abajo, dejando el terreno sembrado de rocas, algunas del tamaño de una persona. Por fin Kitiara cayó en la cuenta de que la maga no compartía su entusiasmo.

—¿Cuál es el problema? —preguntó—. Estamos donde el búho suponía que estaríamos, ¿no?

—No, me temo que no. El valle está allá atrás. —Kai-lid señaló hacia el sur, donde un manchón verde de vegetación apenas era visible, en un extremo del enorme cerro. Mientras Res-Lacua las instaba a trepar por una trocha que habría significado un esfuerzo para una cabra montes, la maga añadió—: No nos dirigimos al valle del sla-mori, ni mucho menos. Y estamos demasiado lejos para comunicarme mentalmente con Xanthar para advertirle.

Kitiara miró con fijeza a la otra mujer; la cabeza empezaba a darle vueltas otra vez. Se había sentido así demasiado a menudo últimamente para no saber que se iba a marear… ya fuera por la razón apuntada por Lida, por la influencia opresiva que ejercía el Bosque Oscuro, o quizá por los golpes que había recibido en la cabeza. Oyó el grito de Lida muy lejano, y sintió las manos de la maga, sujetándola.

Un instante después, se desmayaba.

* * *

Janusz vertió agua en una bandeja de madera; era nieve derretida…, lo que se veía obligado a utilizar ahora. Nada podía compararse con el agua del pozo artesiano que tenía en Kern. Echó en la superficie los polvos especiales y pronunció unas palabras. Su arrugado rostro se reflejaba en el líquido; el polvo sin disolver, flotando en el agua, semejaba moho sobre su semblante.

Después, la imagen empezó a rielar en la superficie; Janusz vio una losa de granito rosa en la que se habían cincelado las hojas, flores y animales que le gustaban a Dreena. El hechicero se obligó a mirar la inscripción. A despecho del cansancio, la visión reanimó su fuerza y su cólera.

Dreena ten Valdane

Lagrimat

Ei Avenganit

—Dreena, hija de Valdane. Lloramos tu muerte. Y te vengaremos —tradujo Janusz del antiguo lenguaje kernita.

El hechicero puso fin a la visión con un escalofrío. No había logrado entrar en calor desde hacía meses. Echaba de menos el abrazo confortante de las chimeneas de piedra del castillo de Valdane, en las tierras boscosas de Kern. Recordaba el agradable olor a madera quemada, el sabor de bebidas calientes, la música contagiosa de liras y flautas poniendo un trasfondo a los movimientos de las jóvenes sirvientas que portaban bandejas con frutas y queso. Aquéllos habían sido buenos tiempos.

Había sido antes de la guerra, por supuesto. Y mucho antes del matrimonio de Dreena. Por aquel entonces, él vestía la Túnica Roja de la Neutralidad, tras descartar los ropajes blancos que llevaban los magos seguidores del camino del Bien. Todavía no se había puesto la Túnica Negra que ahora llevaba.

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