Panteón (73 page)

Read Panteón Online

Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
6.47Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No es eso —protestó Jack—. No tergiverses mis palabras. Lo que me pone de los nervios es que he dado la cara por ti, te he aceptado como aliado después de todo lo que pasó, incluso he asumido que vas a estar con Victoria igual que yo... y no sé ni para qué me he molestado en confiar en ti, cuando nos das la espalda a la primera de cambio... ¿para proteger a Gerde? Disculpa si te parezco egoísta, pero yo lo veo desde una perspectiva muy distinta. Nos has traicionado a todos; a Victoria, y a mí, y a los que nos hemos atrevido a dejar de lado los prejuicios para confiar en un shek.

Había alzado la voz, y Victoria se despertó bruscamente. Los dos chicos callaron, pero ella captó enseguida la tensión en el ambiente.

—¿Habéis estado discutiendo otra vez? —murmuró.

Christian no dijo nada. Salió del refugio, en silencio, y se perdió en la oscuridad de la noche.

—Dice que está con Gerde porque quiere protegerla —acusó Jack por fin.

Victoria inclinó la cabeza.

—Sus razones tendrá.

Jack se quedó de piedra.

—¿Tú también? ¿Soy el único al que esto no le parece normal?

Victoria se incorporó un poco, tratando de despejarse.

—Jack, reconoce que no sabemos cómo afrontar esta situación. Derrotamos a Ashran, como se nos dijo, y eso ha generado más problemas de los que solucionó. Si esa no era la opción correcta, ¿por qué volver a actuar de la misma forma?

—Eso puedo entenderlo —asintió Jack—. Entiendo que queráis desentenderos de todo esto, porque lo cierto es que nos hemos dejado la piel para salvar este mundo y no ha servido para nada. Pero no creo que Gerde se merezca tanta consideración por parte de Christian. ¿No crees?

—Jack, a Christian no le cae bien Gerde. Y mucho menos desde que sabe que ella tiene tanto poder sobre él. Así que, si está con ella, tendrá motivos... Motivos poderosos, ¿me entiendes?

—¿Como salvar el pellejo, por ejemplo?

—¿Salvar el pellejo? ¿Con seis dioses buscando a Gerde para acabar con ella, crees que Christian está más seguro si trata de protegerla?

Jack sacudió la cabeza.

—No entiendo nada.

—Si te sirve de consuelo, yo tampoco. No sé qué trama ni cuáles son sus verdaderas intenciones, pero ha vuelto a arriesgarse por nosotros, una vez más, esta misma noche. Ha venido hasta aquí a propósito para ayudarnos, y no tenía por qué hacerlo. Son este tipo de cosas las que me hacen confiar en él. ¿Comprendes?

—Supongo que sí —suspiró Jack, algo abatido.

Victoria lo miró y le sonrió con dulzura.

—Ha sido muy bonito —le dijo en voz baja, ruborizándose un poco.

Jack tardó un par de segundos en entender a qué se refería.

—Sí... —murmuró, sonriendo a su vez—. Estoy de acuerdo. ¿Sabes...? Puede que Wina termine cayéndome bien, al fin y al cabo.

Compartieron un largo beso. Después, con un suspiro, Victoria se incorporó.

—Voy a despedirme de Christian —dijo.

—¿Se va?

Victoria asintió, sin una palabra. Jack la vio salir al exterior y, tras un momento de duda, se levantó también, y la siguió.

Se quedó junto a los restos del muro, que había desaparecido bajo un manto de vegetación, y desde allí vio que Victoria acudía al encuentro de Christian, que la esperaba un poco más lejos. Pero el shek detectó su presencia y lo miró fijamente.

«Ven», le dijo. «Antes de marcharme, hay algo que quiero enseñarte».

Jack lo miró con recelo, pero avanzó hacia él. Christian depositó un suave beso en la mano de Victoria y se separó de ella para reunirse con el dragón. La joven los vio marchar juntos, un poco inquieta, pero no los siguió.

Se abrieron paso a duras penas entre la maleza, trepando por encima de enormes raíces torcidas y subiéndose a ramas bajas para poder salvar algún obstáculo.

—¿Adonde me llevas? —preguntó Jack, desconfiado.

—Deberías saberlo —fue la respuesta—, porque eras tú quien tenía interés en venir aquí.

Jack lo miró sin comprender. Pero de pronto se hizo la luz en su mente, y su corazón empezó a latir un poco más deprisa.

—Mis padres —adivinó.

Christian asintió, pero no añadió nada más.

Se detuvieron apenas unos momentos más tarde, en un trozo de bosque que parecía igual que el resto.

—¿Qué pasa? —jadeó Jack—. ¿Ya no se puede seguir?

—Hemos llegado —respondió el shek.

Jack miró a su alrededor, sorprendido. Los gruesos troncos de los árboles apenas dejaban espacio para estar de pie. El suelo estaba cubierto por una espesa maleza.

—Entonces no tenía este aspecto, claro —añadió el shek—. Era el cementerio de la Torre de Drackwen.

—No sabía que la torre tuviese un cementerio —murmuró Jack.

—Lo tuvo, en tiempos remotos. Cuando era una torre de hechicería activa, muchos magos expresaban su deseo de ser enterrados aquí después de muertos. Bajo el suelo de Alis Lithban, el bosque de los unicornios, la cuna de la magia. Y aquí sepultaban sus cuerpos, sin lápidas ni señal alguna que indicase su nombre y condición. Era su manera de olvidar que habían sido individuos, y de pasar a ser uno con la tierra que hollaban los unicornios.

»Esta costumbre entró en desuso cuando la torre fue abandonada. Pero Ashran la recordaba y, por alguna razón que desconozco, ordenaba a los szish que enterrasen aquí los cuerpos de los hechiceros idhunitas que yo le enviaba.

—Pero mis padres no eran magos, y ni siquiera eran idhunitas.

—Los szish no sabían eso. Se limitaron a hacer con sus cuerpos lo mismo que hacían con los demás.

»No creo que sea posible indicarte el lugar exacto, Jack, no solo porque no tenían por costumbre señalar las tumbas, sino porque todo lo que podía crecer y florecer en el suelo de Alis Lithban lo ha hecho tras el paso de la diosa Wina.

—Gracias de todas formas —murmuró Jack.

Se sentó sobre una enorme raíz y enterró el rostro entre las manos. Durante unos momentos no se movió, ni dijo nada, por lo que Christian decidió dejarlo a solas, y regresó en silencio a las ruinas de la torre.

Jack se quedó un rato más allí, pensando.

Hacía tiempo que no se paraba a recordar a sus padres. Después de todo lo que había sucedido, su vida en la Tierra le parecía lejana, irreal. Le resultaba extraño pensar que había tenido una familia.

Durante un tiempo, su familia había sido la Resistencia; Shail y Alexander habían sido para él los hermanos que nunca había tenido, y Victoria... Victoria había representado el futuro.

Pero incluso eso lo estaba perdiendo. La Resistencia se había disgregado, ya no se sentía parte de ella. Y Victoria era el presente. Trató de recordar a sus padres. Cerró los ojos y buceó en lo más hondo de su conciencia, en busca de recuerdos olvidados. Los encontró allí y, durante un rato, habló con los fantasmas de aquellos recuerdos, esforzándose por definir sus rasgos. Y en el fondo de su corazón, halló también al niño que había sido, y que ahora le parecía un completo extraño. Pese a ello, lloró por él, por la vida que había dejado atrás. Lloró por sus padres, por no haber tenido tiempo de decirles todo lo que querría haberles dicho, por haber sido víctimas de una guerra que no era la suya, de un error absurdo, por haber recibido la muerte que estaba destinada a él.

Cuando, por fin, se levantó, dispuesto a regresar junto a Christian y Victoria, aún había lágrimas en sus mejillas, pero su corazón estaba sereno. También aquello representaba el pasado..., un pasado que no volvería.

Se despidió de sus padres, cuyos restos mortales yacían en alguna parte, bajo las raíces de aquellos enormes árboles, quizá ya formando parte de ellos, y se internó de nuevo en el bosque.

Cuando llegó a las ruinas de la torre, Christian aún seguía allí, pero parecía listo para partir. Jack no se acercó más; esperó a que se despidiera de Victoria, que se hallaba junto a él. La joven tenía la cabeza baja; Christian le hizo alzar la barbilla para mirarla a los ojos, y la besó con suavidad. Ella lo abrazó fuertemente y le dijo algo al oído. Jack pudo adivinar que sería «Ten cuidado», o algo parecido. Christian acarició su mejilla con cierta ternura.

Después, de transformó de nuevo en shek. Victoria le dio un último abrazo a la gran serpiente, al parecer sin importarle que hubiese cambiado de forma, y esta bajó la cabeza para rozarle el pelo con suavidad, en una última caricia.

Victoria retrocedió para dejarle espacio. Christian alzó el vuelo, rizó su largo cuerpo de serpiente para encontrar espacios entre el follaje y, finalmente, alcanzó el cielo abierto y batió las alas con fuerza, alejándose de ellos.

Jack se reunió con Victoria. Ella le dirigió una mirada inquisitiva.

—¿Cómo estás? —le preguntó con suavidad.

—Bien —repuso Jack, con calma—. ¿Y tú? ¿No lo echas de menos cada vez que se va?

—Sí —suspiró ella—. Pero qué le voy a hacer.

Jack rodeó sus hombros con el brazo.

—Puede que algún día se vaya para siempre.

—Lo sé. Pero no soy quién para tratar de detenerlo, ¿no crees?

—¿Que no eres quién? Se supone que eres la mujer a la que ama, ¿no?

—Sí. Y precisamente por eso sé que cuando vuelve a mí lo hace porque quiere, libremente. El día en que regrese porque se sienta obligado, lo habré perdido para siempre. Por eso sé que debo dejarle marchar.

Jack la miró.

—¿Y a mí, me dejarías marchar?

Victoria le devolvió una cansada sonrisa.

—Tú no quieres que te deje marchar —le dijo—. Te esfuerzas mucho por atarte a mí, y por eso has tenido celos de Christian desde el principio. Tal vez un día descubras que no quieres sentirte atado. Ese día te marcharás, y yo te dejaré marchar, si es eso lo que quieres. Pero yo estaré aquí para ti, igual que estoy para Christian, siempre que vuelvas porque lo deseas de verdad.

—Nunca me habías dicho esto —murmuró Jack.

—Nunca me lo habías preguntado.

Jack no supo qué decir.

—Estás conmigo porque quieres —dijo Victoria—, y yo estoy contenta de que estés conmigo. Pero el día que ya no quieras estar a mi lado no podré hacer nada al respecto. Doy por hecho que estamos juntos porque los dos queremos estar juntos. Es así, ¿no?

Jack sonrió, y la estrechó contra su pecho.

—Es así —le aseguró.

Regresaron al interior del refugio. Aguardarían el primer amanecer y, con las luces del día, Victoria curaría el ala de Jack para que pudiesen regresar a Awa. Ya habían hecho todo lo que tenían que hacer allí. Ya habían confirmado sus peores sospechas acerca de la llegada a Idhún de una nueva diosa.

Pronto se reunirían los Seis. Pronto tomarían una decisión con respecto a la Séptima, si es que había alguna decisión que tomar. Y, si descubrían dónde encontrarla, ni siquiera Christian podría salvar a Gerde.

Jack no pudo evitar preguntarse, una vez más, por las verdaderas razones del shek. Christian no era amigo de luchar por causas perdidas. No tenía ningún sentido que apoyase a Gerde, salvo que su verdadera naturaleza de shek le exigiera que rindiera obediencia a su diosa. Y eso, a pesar de las palabras de Victoria, Jack no podía considerarlo algo bueno.

III

El rey de Vanissar

Cuando Jack y Victoria llegaron al Oráculo de Awa, dos días más tarde, estaban cansados y preocupados. Sabían que tendrían que hablarles a todos acerca de la llegada de Wina a Alis Lithban, que traían más malas noticias, y ninguna solución. Probablemente se enfrentarían a varios días de reuniones y de discusiones, mientras decidían entre todos qué hacer. Sabían de antemano que no llegarían a ninguna conclusión, y aquella sensación de impotencia, de absoluta vulnerabilidad, era lo peor de todo. En tiempos pasados, ante la amenaza de Ashran, los idhunitas habían tenido una profecía que les indicaba qué debían hacer, y la certeza de que sus dioses los protegerían, a su manera. Era una esperanza débil; no obstante, era una esperanza. Pero ahora, ¿qué les quedaba?

Jack sabía que él y Victoria podrían marcharse a la Tierra, donde estarían más seguros que en Idhún, a pesar de la presencia de Ziessel y los suyos. Pero odiaba la idea de marcharse y dejar abandonado Idhún a su suerte. Y el único plan que tenía, la esperanza que estaba tratando de sembrar en los corazones de sus amigos, peligraba por culpa de aquel condenado shek. Eso lo ponía de mal humor.

No lo había hablado con Victoria, porque aún tenía muy recientes los recuerdos de los momentos que habían pasado juntos, Cuando se habían visto afectados por la presencia de la diosa Wina. Jack no recordaba haberse abandonado jamás de aquella manera, y había sido una experiencia muy intensa para ambos, un momento maravilloso que los había unido todavía más. No quería estropearlo tan pronto.

Pero sabía que, tarde o temprano, tendrían que hablar de la estrategia a seguir. Jack seguía convencido de que su única salida consistía en derrotar a Gerde, en entregarla a los dioses, para que ellos solucionaran el asunto que tenían pendiente con el esquivo Séptimo dios. Y si Christian insistía en proteger a la feérica, fueran cuales fuesen sus razones, se vería obligado a enfrentarse a él... otra vez.

¿Lucharía Victoria a su lado, contra Christian y Gerde? Jack no quería preguntárselo, porque temía la respuesta a aquella pregunta.

Por suerte o por desgracia, otros asuntos distrajeron su atención a su llegada al Oráculo.

Entre las personas que salieron a recibirlos no se encontraba Alexander, pero Jack no le concedió importancia a esto, al principio. Saludó a Ha-Din y a Shail y les contó brevemente lo que habían visto en Alis Lithban. No mencionó a Christian.

—No son buenas noticias —dijo Shail, preocupado.

—Son peores de lo que parece —señaló Ha-Din—. Jack, has regresado de Alis Lithban con el corazón lleno de dudas. Antes estabas más seguro de ti mismo, te enfrentabas a todo esto con actitud resuelta. Ahora, tu ánimo se tambalea. ¿Qué ha sucedido?

—Sucede que cada vez le encuentro menos sentido a todo esto, Padre Venerable —respondió Jack, sin mentir.

Ha-Din le dirigió una mirada pensativa, pero no dijo nada.

Después de cenar, Jack fue a buscar a Shail. Lo alivió encontrarlo solo, sentado en el patio, leyendo un libro. Lo que tenía que decirle no debía ser escuchado por los oídos inadecuados.

—Tengo que hablar contigo —le dijo en voz baja.

Shail cerró el libro.

—También yo tengo cosas que decirte. Ha pasado algo mientras estabas fuera..., pero habla tú primero. Por la cara que pones, parece importante.

Other books

The Fall of Tartarus by Eric Brown
The Third Gate by Lincoln Child
Brush With Death by E.J. Stevens
Masquerade by Janet Dailey
Dear Money by Martha McPhee
The Buy Side by Turney Duff
Mary Queen of Scots by Retha Warnicke
Cerulean Isle by Browning, G.M.