Panteón (111 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—¿Que la delataste? —repitió Jack, perplejo. Rando asintió.

—Fue la noche en que le pregunté por el hombre del callejón, que no era sino uno de sus compañeros rebeldes. Ella no respondió a mis preguntas. Y no solo lo estaba protegiendo a él, sino también a mí. Podría habérmelo contado todo, pero entonces me habría puesto en peligro. Pero consideró que salvar mi vida era más importante que salvar nuestra relación. Y la traicioné sin darme cuenta. En la taberna... cuando conté que había visto a mi mujer con otro hombre, y que no había obtenido ninguna explicación ni excusa por parte de ella... había oídos szish escuchando cada una de mis palabras. Las serpientes son astutas, y llevaban tiempo siguiendo la pista de Yenna. Algo de lo que yo dije les dio el dato que necesitaban para descubrir su identidad. Yo la traicioné, la mataron por mi culpa... y todo por no haber sabido escuchar.

Jack escuchaba, sobrecogido. Cuando Rando hundió el rostro entre las manos, temblando, solo fue capaz de decir:

—No fue culpa tuya. Ellos la ejecutaron. No podías saberlo...

Rando alzó la cabeza.

—Yo era su hombre.
Debía
saberlo. Debía conocerla mejor. —Sacudió la cabeza—. Después de eso fui incapaz de seguir sirviendo en el ejército a las órdenes del rey Kevanion. Deserté..., pero tampoco fui capaz de odiar a las serpientes por lo que habían hecho. No más de lo que me odiaba a mí mismo, en cualquier caso.

Sobrevino un largo silencio.

—Pero no estábamos hablando de mí —concluyó el semibárbaro, súbitamente animado—. Esto pasó hace mucho tiempo. Y ahora eres tú el que tiene que aprender a escuchar a su chica, ¿no?

—No necesito escuchar más para saber que está con otro —murmuró Jack—. ¿Crees que se puede querer a dos personas a la vez?

—Por supuesto —afirmó Rando, muy convencido—. Aunque una de las dos suele ser un capricho, y la otra, tu amor de verdad. A veces cuesta un poco distinguirlos.

—¿Y cómo puede saberse si es o no un capricho?

—Pues porque los lazos de verdad duran mucho más tiempo —respondió Rando, como si fuera obvio—. Pero si aún te quedan dudas, preguntas a un celeste y listo. Aunque yo siempre he pensado que eso es como hacer trampa.

Jack dejó caer los hombros.

—Me temo que su «capricho» dura ya dos años, puede que más —murmuró—. Supongo que tengo miedo de que al final resulte que el «capricho» era yo. ¿Se pueden tener dos lazos verdaderos con dos personas distintas?

—Ya lo creo. Yo mismo tengo dos amores —declaró, con una sonrisa pícara—. Cualquier chica que quiera algo conmigo tendrá que aceptar que mi corazón no puede pertenecerle solo a ella.

Jack lo miró con estupor.

—¿Dos amores... y aún hablas de una tercera chica? —preguntó, atónito.

Rando se echó a reír.

—Claro, hombre. Mi primer amor —enumeró, alzando un dedo—, es, y siempre será, Yenna. Aunque ella ya no esté, siempre la recordaré y siempre la llevaré aquí, conmigo, en mi corazón. Por supuesto que sé que puedo enamorarme otra vez, y de hecho estoy en ello; pero no tiene sentido fingir que he olvidado a Yenna, o que ya no la quiero, igual que no tiene sentido creer que nunca volveré a amar a ninguna otra mujer, o compararlas a todas con mi Yenna. Una vez —añadió, pensativo—, una chica me dijo que no podía competir con el recuerdo de Yenna. Me quedé bastante sorprendido. «¿Y quién te ha pedido que compitas con ella?», le pregunté. No lo entendió. No sé si lo que pretendía era que borrara su recuerdo de mi corazón, o es que de verdad creía que mi corazón estaba tan muerto como Yenna y no volvería a amar a nadie más, pero el caso es que no fue capaz de resistirlo.

—Pero realmente no las quieres a las dos
a la vez —
razonó Jack.

—¿Estás seguro? Ponte en mi lugar. Imagina que quieres a una mujer más que a nada en el mundo... y después la pierdes. La lloras, la echas de menos, pero acabas por rehacer tu vida y seguir adelante. Y encuentras a otra persona a la que amas, no porque sea un reflejo de la que perdiste, ni porque necesites llenar un vacío, sino simplemente por ser ella. Iniciáis una vida juntos... pero... ¿qué pasaría si la mujer a la que creías muerta siguiese viva, y volvieses a encontrarte con ella?

Jack no supo qué responder.

—Yo te lo diré —prosiguió Rando—. Si ambos lazos son verdaderos, y no hay motivo para pensar que no lo son, ¿por qué razón no voy a creer que se puede amar a dos personas a la vez?

—¿Pero te quedarías con ambas? —insistió Jack; Rando se encogió de hombros.

—Eso dependería de ellas. Las personas son libres de tomar sus propias decisiones, y yo no puedo obligar a nadie a estar conmigo, o no estar. Así que lo que yo pudiera decidir al respecto no tiene mucha relevancia. Podría decir a las dos que las amo, y sería verdad. También podrían creer ellas que tengo mucha cara dura, y estarían en su derecho de dejarme plantado —rió—, pero yo no podría evitar seguir queriéndolas de todas formas.

Jack sonrió, desconcertado.

—Entonces, ¿ya has encontrado a otra chica a la que puedes compartir con el recuerdo de Yenna? —quiso saber.

—Todavía no, pero estoy en ello. De momento, estoy esperando.

—Esperando, ¿a qué?

—A que se dé cuenta de que el tipo con el que está ahora no es más que un capricho —sentenció Rando, y apuró su jarra de
darkah.

Jack se rió; su seguridad y su alegría resultaban contagiosas.

—¿Y cuándo piensas decirle que es una candidata a ser tu segundo amor?

—Qué dices, pero si ya tengo un segundo amor. ¿Quieres conocerlo? —preguntó, cómplice.

—¿Conocer.. lo? —repitió Jack, perplejo.

Rando se levantó y arrojó unas monedas sobre la mesa.

—Invito yo.

—Ni hablar... —protestó Jack; Alsan le había dado dinero para el viaje, y, aunque había estado a punto de rechazarlo, enseguida había pensado que, después de todo lo que había hecho por Idhún, bien merecía una compensación... hasta los héroes tenían que vivir de algo.

—Invito yo —repitió Rando—. Es lo menos que puedo hacer, después de haberte aburrido durante tanto rato.

Jack se rindió ante la avasalladora simpatía del semibárbaro.

Salieron del local y recorrieron las estrechas y retorcidas calles de Lumbak. Hacía ya rato que se había puesto el tercero de los soles, y las lunas iluminaban suavemente los achaparrados edificios de la ciudad. Jack siguió a Rando hasta las afueras de la población. Llegaron hasta una especie de almacén abandonado; Rando franqueó las puertas con paso firme.

Jack fue tras él. Cuando sus ojos se acostumbraron a la semioscuridad, vio un bulto al fondo de la estancia, cubierto con una lona.

El instinto habló por él.

—¡Es un dragón! —exclamó, antes incluso de verlo.

—¡Vaya!, ¿cómo lo has sabido?

Rando encendió una lámpara de aceite y retiró un poco la lona.

—Te presento a Ogadrak —dijo—. Te aseguro que estamos total y sinceramente enamorados el uno del otro. Y que se atreva cualquier celeste a llevarme la contraria.

Pero Jack no rió la broma. Había retrocedido y miraba a Rando con cautela.

—Sé que no tiene aspecto de dragón —dijo el semibárbaro, malinterpretando su gesto—. Pero eso es porque hay que renovar su...

—Eres uno de los pilotos de Tanawe —cortó Jack—. Del grupo que envió a Kash-Tar.

Rando pestañeó, perplejo.

—¡Sabes muchas cosas, tú! —dijo, y se puso repentinamente serio—. ¿Quién eres?

—Me enviaron desde Thalis a buscaros. Pero, a juzgar por lo que he visto —añadió, y su voz se endureció—, habría preferido no encontraros nunca.

Rando le dirigió una larga mirada.

—Comprendo —dijo—. Por ese motivo me separé del grupo. —Acarició la madera del dragón, pensativo—. Ya no tengo nada que ver con ellos. Me uní a los rebeldes por seguir el ejemplo de Yenna, pero era su guerra, no la mía. Y, sin embargo... la primera vez que volé... a bordo de un dragón... me sentí feliz por primera vez en mucho tiempo. Y sé que el dragón no es mío y que, si me niego a luchar con los Nuevos Dragones, tendré que devolverlo... y me niego a separarme de él, así que supongo que lo he robado —añadió, y miró a Jack, desafiante.

—Por mí, puedes quedártelo —respondió Jack, con una sonrisa—. Creo que está mejor en tus manos que en las de cualquier otro piloto, y te lo dice alguien que realmente disfruta matando serpientes —añadió, con cierta tristeza.

—Por supuesto que me lo quedaré. Ogadrak y yo estamos hechos el uno para el otro. Nada ni nadie podrá separarnos.

—¿Renunciarías a él... a volar... por amor? ¿Si te lo hubiese pedio Yenna, por ejemplo?

—Por amor se hacen muchas tonterías, Jack. Supongo que sería capaz de renunciar a mi dragón para demostrar mi amor por ella. Pero, por el simple hecho de pedírmelo, Yenna habría demostrado todo lo contrario. Si amas a una persona no puedes exigirle que renuncie a algo que es importante para ella. Yo lo aprendí con Yenna. Si hubiese sabido lo que hacía, si le hubiese exigido que abandonara la lucha contra las serpientes... la habría matado por dentro. Aunque con ello le hubiese salvado la vida... obligarla a renunciar a sus ideales, a aquello que ella amaba, habría sido como mutilar su espíritu.

Jack sacudió la cabeza, confundido. Rando descargó una palmada sobre su hombro.

—Eres un buen chaval —dijo—. Solo necesitas aclararte un poco.

—Supongo que sí —murmuró él—. Me acostumbré con el tiempo a que mi chica tuviese... dos amores, como dices tú. Pero es que pronto tendrá tres —gimió—. Se ha quedado encinta.

Rando se rascó la cabeza.

—Vaya, vaya. ¿Te preocupa que el niño sea hijo del otro y eso te deje a ti fuera de la familia? ¿Y por qué no lo hablas con ella?

—Demasiado tarde, me temo.

—Nunca es demasiado tarde si algo te importa de verdad.

Jack cerró los ojos. De pronto, tuvo ganas de correr a buscar a Victoria, donde quiera que se encontrase, y decirle lo mucho que la quería. Recordó las palabras de Rando: «Consideró que salvar mi vida era más importante que salvar nuestra relación». Respiró hondo. «Qué idiota he sido», pensó. Victoria no había elegido entre los dos. Se había visto obligada a elegir entre salvar la vida de Christian o salvar su relación con Jack. Se preguntó, de pronto, cómo estarían los dos... los tres. «El bebé», pensó. Le había costado asimilar la idea de que Victoria iba a ser madre, pero se había acostumbrado ya y aguardaba el nacimiento del niño con la misma ilusión que la propia Victoria. Y no soportaba la idea de que resultase ser hijo de Christian, y eso supusiese perder a ambos definitivamente.

«Pero la he dejado sola», recordó de pronto, «embarazada de tres meses y cargando con un shek moribundo». Tenía que ir a ayudarla. .. a ayudarlos. A los tres. A Victoria, a Christian y al bebé que aún no había nacido pero al que, en el fondo, ya quería como a un hijo. «No importa que sea hijo de Christian», pensó entonces.

«Quiero a ese bebé, y quiero a Victoria, y... y quiero estar con ellos», comprendió.

—Creo que tengo que hablar con ella —murmuró.

Rando sonrió, e hizo ademán de palmear de nuevo la espalda de Jack. Pero el muchacho se apartó con presteza y se volvió bruscamente. Había oído un suave siseo en la puerta del almacén.

—¿Quién essstá contigo, Rando? —preguntó, irritada, una voz siseante.

Jack desenvainó a Domivat, casi sin pensarlo. Rando dio un paso atrás, alarmado.

—¡Eh! ¿Qué es esa cosa? ¡Guárdala! ¡Ersha es una amiga!

Jack lo miró, sin terminar de creer lo que acababa de oír.

—Amiga no —rectificó la szish—. Conocida, nada másss. —Se acercó un poco más, sin apartar la vista del filo de Domivat—. Tengo noticiassss, Rando —dijo—. El corazón de llamassss ha vuelto.

Rando entornó los ojos, repentinamente serio.

—Esperaba no tener que volver a oír eso nunca más.

—Pero ahora podrán verlo —dijo Ersha—. Comprenderán todo lo que passsó.

—¿A costa de qué, Ersha? ¿Cuántas más personas tienen que morir calcinadas para que entendamos de una vez qué es esa cosa?

—Perdón —intervino Jack—. Sé que probablemente no es de mi incumbencia, pero... ¿de qué estáis hablando?

Ersha lo miró con desconfianza, pero Rando respondió:

—Estamos hablando de lo que ha hecho que la gente se vuelva loca, aquí, en Kash-Tar. Pero no tiene sentido que te lo explique; tienes que verlo con tus propios ojos.

Jack entrecerró los ojos, asaltado por una súbita sospecha.

—Llévame a verlo —pidió—. Creo que sé de qué se trata.

X

Poder sagrado

Shail levantó la vista del libro que estaba leyendo, sobresaltado, cuando alguien cerró de golpe la puerta de la Biblioteca de Iniciados.

Los dos aprendices que estudiaban en la mesa contigua se levantaron de un salto, cohibidos, al ver entrar a Qaydar con evidente gesto de enfado, y se echaron a temblar como flanes.

Shail también se levantó, con lentitud y gesto resignado. No tenía muy claro por qué, pero sospechaba que él era el blanco de las iras del Archimago.

—Dejadnos solos —pidió Qaydar, y los aprendices se apresuraron a marcharse, claramente aliviados.

Shail cerró el libro que estaba leyendo, tratando de ocultar su título, pero Qaydar no le prestó atención.

—Me han llegado noticias de que Victoria se ha escapado, de que ha huido con el shek —dijo—. ¿Es eso cierto?

—Bueno... —vaciló Shail.

—¿Por qué no me habías informado? —estalló Qaydar—. ¡Sabes que ella es vital para el futuro de la Orden Mágica! Ahora el enemigo tiene dos cuernos de unicornio...

—Con todos mis respetos, Victoria es una persona, no un cuerno de unicornio —cortó Shail, con sequedad—. Tiene sentimientos...

—¡Y también responsabilidades!

—Sí; pero, si tiene que rendir cuentas a alguien, no es a vos, Archimago.

Qaydar entornó los ojos.

—Dicen que el hijo que espera lleva la sangre del shek.

—¿Pero cómo se entera la gente de esas cosas? —dijo Shail, perplejo.

—¡Entonces, es verdad!

El mago alzó las manos para tranquilizarlo.

—No sabernos si es verdad. Ni la propia Victoria está segura, así que no deberíamos sacar conclusiones precipitadas.

Qaydar se dejó caer sobre una de las sillas, temblando.

—Esto es inaudito —murmuró—. ¿Cómo ha sido capaz...? ¿Que clase de unicornio se comportaría de esa forma?

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