Panteón (117 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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El corazón de Victoria latía con tanta fuerza que sintió que se le iba a salir del pecho. Todavía sin poder creérselo, dio unos pasos hacia Jack y lo miró, vacilante, sin terminar de saber si era real o producto de un sueño.

—He sido un idiota —prosiguió Jack, un poco preocupado al ver que ella no decía nada—. Quiero decirte que te echo muchísimo de menos y que, si tú me dejas, y a Christian no le parece mal, querría volver contigo y con el bebé. Para siempre —añadió.

Victoria tragó saliva y trató de controlar el impulso de arrojarse a sus brazos. Inspiró hondo.

—No es buena idea —dijo; Jack nunca llegaría a saber lo muchísimo que le costó pronunciar estas palabras—. No vas a ser feliz conmigo, Jack. Porque yo estoy con Christian y nunca podré dedicarte mi vida solamente a ti.

—Ni lo pretendo —respondió él, muy serio—. No quiero que me entregues tu vida. Solo quiero compartirla contigo. Y si Christian es parte de tu vida, al igual que tu bebé... no deberías renunciar a todo eso por mí. Lo único que te pido es que me dejes volver a formar parte de tu vida... igual que tú formas ya parte de la mía.

Victoria ya no pudo retener más las lágrimas. Algo pareció estallar en su pecho, una felicidad tan intensa que hasta la asustó; y, temblando de emoción, corrió hasta él y le echó los brazos al cuello. Jack, algo aturdido, la abrazó y hundió el rostro en su melena castaña, sintiéndose más feliz de lo que había sido nunca. De pronto se dio cuenta, al abrazarla, de que su cintura era mucho más ancha de lo que recordaba. Se separó de ella y la contempló, atónito.

—Victoria, ¿qué te ha pasado? —preguntó, con una nota de auténtico pánico en su voz—. ¡Si solo hace nueve días que no te veo! ¿Cómo es posible?

—¿Has... contado los días?

—Todos y cada uno de ellos —le aseguró él—. ¿Estás bien? —insistió—. ¿Y el bebé?

Colocó las manos sobre el vientre de ella, angustiado. Victoria sonrió, conmovida.

—Estamos bien los dos —le aseguró—. Tuvimos un encuentro con la diosa Wina, eso es todo. Y ahora parece que voy a ser mamá antes de lo que había calculado.

Jack movió la cabeza, entre perplejo y maravillado. Victoria tomó su rostro con las manos, con sumo cuidado; Jack reprimió una mueca de dolor.

—¿Y qué te ha pasado a ti? —murmuró la joven—. Tienes la piel requemada, como si hubieses pasado muchas horas tomando el sol. Hasta se te ha despellejado la nariz.

Jack se encogió de hombros.

—Aldun —se limitó a responder. Victoria suspiró, preocupada.

—En momentos como este se echa de menos una buena crema hidratante —comentó, con una sonrisa—. No importa; trataré de aliviarte con mi magia.

Jack sonrió. Hundió los dedos en su cabello, le hizo alzar la cabeza con suavidad y la contempló largamente. Después, la besó, y fue un beso largo, anhelante. Ambos bebieron con avidez el uno del otro, como náufragos que hubiesen hallado por fin un poco de agua dulce.

—Cómo te he echado de menos —murmuró él, estrechándola de nuevo entre sus brazos—. Oh, cómo te he echado de menos.

—Yo también a ti, Jack —respondió ella, con voz ahogada—. Siento haberme marchado de forma tan brusca. Tenía que...

—Lo sé, Victoria. Siento no haber sido capaz de comprenderlo.

—Gracias por volver —dijo ella, a punto de llorar de emoción.

—Gracias a ti por aceptar que vuelva —contraatacó Jack, con una amplia sonrisa—. Lo he pensado mucho, y creo que soy más feliz contigo, con todo lo que ello implica, que sin ti. Así que te agradezco que, a pesar de todo, me dejes volver a formar parte de esto.

—Tú siempre has sido parte de esto, Jack —sonrió ella—. En ningún momento he dejado de quererte.

Jack la abrazó de nuevo. Al hacerlo vio, por encima de su hombro, una sombra que se apoyaba calmosamente contra la deteriorada fachada de la cabaña. Sonrió.

—Supongo que el shek tendrá que acostumbrarse de nuevo a mi presencia —comentó, burlón, en voz más alta.

—Contaba con ello —respondió Christian, sereno—. No eres de los que abandonan con facilidad. Lástima. Pero en fin, no es asunto mío. Todos aquellos que sienten aprecio por Victoria merecen mi respeto, así que bienvenido de nuevo.

La sonrisa de Jack se ensanchó.

—Añade esto a la larga lista de favores que te debo, serpiente.

—Empieza a ser demasiado larga —repuso Christian, moviendo la cabeza; se incorporó—. Me voy a dar un paseo. Volveré con el primer atardecer. Tenemos que hablar de muchas cosas.

Jack asintió, aún estrechando a Victoria entre sus brazos. Christian dedicó a Victoria una de sus medias sonrisas y después, silencioso como una sombra, se internó en la selva.

—Ya veo que conseguiste salvarle la vida —murmuró Jack, en voz baja, sin apartar la mirada del lugar por donde se había marchado—. Así que, si no hubiese sido por ti, ahora mismo estaría muerto.

—Sí —susurró Victoria, y una sombra cruzó su rostro; Jack adivinó lo mucho que había sufrido aquellos días, y se odió a sí mismo por no haber estado a su lado para apoyarla.

—Tengo que reconocer —dijo Jack, frunciendo el ceño—, que si hubiese muerto, lo habría lamentado.

Victoria alzó la cabeza para mirarlo.

—Solo un poco —se apresuró a puntualizar Jack.

XI

Lazos

Todo se había vuelto de un extraño tono grisáceo. Al menos, esa fue la impresión que tuvieron Jack y Victoria cuando sobrevolaban Vanissar, de regreso al castillo de Alsan. No habrían podido decir cómo había sucedido, pero, de pronto, habían pasado de un día claro, radiante... tan radiante que hacía daño a los ojos, a un paisaje en el que todos los colores eran mucho más desvaídos, y el cielo parecía verse desde un filtro que lo volvía más oscuro y de un curioso tono mate.

—¿Qué está pasando aquí? —murmuró Jack, atónito.

—¡Es un hechizo! —exclamó Victoria—. ¡Qué extraño!

También era extraño lo que estaba sucediendo a ras de tierra. Parecía como si todos los campesinos y aldeanos de Vanissar se hubiesen echado a los caminos, emprendiendo un precipitado éxodo hacia las ciudades. Algunos arrastraban carros en los que habían cargado gran parte de sus cosas, pero otros caminaban con lo puesto.

A medida que se iban aproximando a la capital, la luz también disminuía, bañando el mundo como si tuviera que traspasar una pesada capa de nubes de lluvia para llegar hasta él. Pero el cielo seguía estando completamente despejado. Y, cuando llegaron por fin a Vanis, y vieron el castillo dominando el horizonte, quedó claro que aquel extraño manto de oscuridad tenía su foco allí.

«¿Qué opinas?», preguntó Victoria mentalmente.

Le llegó, lejana, la respuesta de Christian.

«Ya lo he visto. Diría que es una especie de protección. Utilizan la oscuridad para resguardarse de la luz».

«Irial», pensaron los dos a la vez.

Victoria sonrió para sí. Era la primera vez que armonizaban sus pensamientos de aquella forma, y resultó reconfortante y, a la vez, curiosamente excitante, como si, por un momento, hubiesen alcanzado una unión casi perfecta.

Christian no volaba a su lado, sobre el lomo de Jack. Tampoco había adoptado una forma de shek para viajar con ellos. Era demasiado peligroso para él acercarse a Vanissar, sobre todo ahora que Alsan tenía poder para causarle daño. No obstante, tampoco había regresado con Gerde; Victoria sabía, aunque él no se lo había dicho, que estaba preocupado por ella, y que, antes de volver a separarse, quería asegurarse de que iba a estar a salvo en Vanissar.

De modo que los seguía, a una prudente distancia.

Victoria jamás olvidaría el momento en el que Christian se había transformado en shek de nuevo, y que había supuesto para él la confirmación de que su alma volvía a estar sana y completa.

Había sido un momento íntimo en el que solo habían participado ellos dos. Jack había preferido retirarse discretamente para que el odio instintivo que les resultaba tan difícil de controlar no lo estropease. Le había costado casi todo el día, pero, por fin, Christian había logrado adoptar de nuevo la forma de una serpiente alada. Victoria sonrió al recordarlo. Los sheks no eran muy expresivos, pero ella había podido leer con total claridad el alivio y la alegría en aquellos ojos de reptil.

Christian los había acompañado, volando, hasta los límites de Nandelt. Una vez allí, recuperó su forma humana y dijo que los seguiría de una forma más discreta. Victoria lo había perdido de vista, pero sabía que andaba cerca: el contacto telepático no se había roto.

La llegada del dragón no dejó de causar impresión en la ciudad. Pese a que la capa de oscuridad impedía que los soles arrancaran reflejos dorados de las escamas de Jack, todos reconocieron en él al último dragón, el único dragón de carne y hueso que quedaba en Idhún.

Para cuando descendieron, planeando, sobre el patio del castillo, ya había varias personas esperándolos. Jack se posó donde pudo, replegó las alas y esperó a que Victoria bajara hasta el suelo por una de sus garras para recuperar su forma humana.

Allí, en el patio, el filtro mágico que tamizaba la luz la había convertido en una penumbra extraña, irreal, como la que hay en el momento de un eclipse de sol.

—¿Qué está pasando? —preguntó Jack a Alsan, que los observaba, inquisitivo, con los brazos cruzados ante el pecho—. ¿Irial se ha manifestado cerca de aquí?

—Se trata de una luz tan intensa que quema literalmente los ojos a todos los que la contemplan —explicó Shail—. Estamos creando globos de oscuridad en todas las ciudades para que la gente pueda refugiarse de la claridad, pero no sé si servirá de algo cuando Irial se acerque. A pesar de que aún se encuentra lejos, su luz incide con tanta fuerza en nuestra oscuridad que la desbarata. ¿Veis esta penumbra? Debería ser una oscuridad tan impenetrable que no nos veríamos unos a otros. Tal vez...

—¿Cómo te has atrevido a volver aquí? —cortó Alsan, bruscamente, mirando a Victoria.

Ella iba a responder, pero Jack se adelantó y le pasó un brazo por los hombros.

—Está conmigo. ¿Algún problema?

—Antes estaba con Kirtash. ¿Acaso la has arrancado de su lado, o es que ya ha muerto y ella no tiene ningún sitio a dónde ir?

—No ha muerto —dijo Victoria con tranquilidad; alzó la mirada hacia él—. Y puedes dar gracias por ello.

El semblante de Alsan se endureció.

—Te veo un poco cambiada —comentó—. ¿Es que las serpientes crecen más deprisa que los humanos en los vientres de sus madres?

—Alsan, basta —cortó Jack.

—No voy a permitir que dé a luz al hijo de ese bastardo en mi castillo —replicó él.

—No hay problema —dijo Victoria—. Me iré...

—No, Victoria, me temo que no te irás. Prendedla —ordenó a los soldados.

—¡Qué! —exclamó Shail, atónito—. ¿Te has vuelto loco?

Jack ya se había colocado ante Victoria, dispuesto a defenderla.

—Disculpad —intervino entonces la voz apacible de Ha-Din—. No sé qué está sucediendo, pero sin duda no será necesario llegar a las armas.

El Padre Venerable se abrió paso hasta llegar junto a ellos.

—Jack —dijo, con una suave sonrisa—. Victoria. Que los dioses os bendigan. Me alegro de volver a veros sanos y salvos.

—Padre Venerable —gruñó Alsan—. Estáis obstruyendo el trabajo de mis soldados.

—No es mi intención intervenir en asuntos que no son de mi incumbencia, solo sentía curiosidad. Me pareció que estabais a punto de prender a una mujer embarazada.

—Es evidente que está embarazada. Demasiado evidente, diría yo. También es evidente que confraternizó con el enemigo... en exceso.

Ha-Din lo miró, sonriendo con inocencia.

—¿Eso anula el hecho de que se trata de una joven encinta? ¿Pensabais acaso arrojarla a uno de vuestros lóbregos calabozos, majestad?

—Os lo agradezco, Padre Venerable, pero no soy de cristal —sonrió Victoria; volvió a mirar a Alsan, seria—. Puedes encerrarme si quieres, pero eso no cambiará el hecho de que hay cosas mucho más importantes que debatir el origen de mi hijo, y cosas mucho más peligrosas, ahora mismo, que un bebé que ni siquiera ha nacido todavía. Habéis asistido a la manifestación de Irial en Nandelt; Jack ha visto a Aldun en Kash-Tar, y Wina vuelve a pasearse por Alis Lithban. Los dioses han regresado, y me temo que ahora ya están todos. No tardarán en volver a llegarnos noticias de nuevos tornados, maremotos y corrimientos de tierras. No tardaremos en saber dónde están los tres que faltan.

Hubo un breve silencio, tenso, lleno de malos presagios.

—Han venido a luchar contra el Séptimo dios —prosiguió Victoria—, que ahora se oculta de ellos en un cuerpo material. Si ese cuerpo es destruido... si la esencia del Séptimo vuelve a ser liberada, los dioses lucharán contra ella y todos nosotros seremos aniquilados en el proceso.

Alsan arrugó el entrecejo.

—No es la primera vez que escucho esta historia. ¿Cómo puedes estar tan segura de que no acabarán de una vez por todas con el Séptimo, de que no se marcharán después por donde han venido?

—Porque los dioses no pueden ser destruidos —dijo Jack—. Son la energía misma que dio origen al mundo. Pueden estar luchando eternamente entre ellos sin que haya un claro vencedor. Y todo lo demás será devastado mientras tanto. Ya lo hicieron una vez... en el primer mundo que crearon, antes de Idhún. Lo destruyeron con sus disputas, y eso que aún no existía el Séptimo.

—¿Que no existía el Séptimo? ¿Insinúas que fue creado después? Si fue creado, puede ser destruido.

Jack inspiró hondo, se armó de valor y lo soltó:

—El Séptimo procedía de los otros Seis. Se libraron de toda la energía negativa que había en ellos y después la arrojaron al mundo como si fuera basura.

«Jamás había escuchado tanta blasfemia junta», restalló en sus mentes la voz de Gaedalu. Nadie la había oído llegar, pero ahora estaba junto a ellos, con Zaisei a su lado, observando a Jack con reprobación. Ha-Din ladeó la cabeza y la miró con amabilidad.

—¿Tú crees? Pues a mí me parece una teoría interesante.

—Por eso hay que proteger a Gerde, no luchar contra ella —dijo Jack—. Porque, en el momento en que los dioses la encuentren y la destruyan, liberarán la esencia del Séptimo, comenzará la guerra y todo habrá terminado para los mortales.

»Porque, desde que destruimos a Ashran, ya no tenemos papel en esta historia. Ahora todo queda en manos de los dioses, y todo lo que están haciendo favorece sus propios intereses, y no los nuestros. Si todo va bien, Gerde y los sheks se marcharán a otro mundo, lejos del alcance de los Seis, que regresarán a su propio plano.

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